La isla de Las Piedras Viejas – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – XIX] – Antonio Gutiérrez Martínez

La isla de Las Piedras Viejas – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – XIX] – Antonio Gutiérrez Martínez

La isla de Las Piedras Viejas – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – XIX]

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La isla de Las Piedras Viejas

Corrían los buenos tiempos de juventud, aquella juventud donde el “Asturias” , era lo bastante joven para llevar la risa puesta la mayor parte del día, y lo bastante viejo para venir de vuelta de unos cuantos lugares que le llenaban los charloteos de geografía y donde había ido recogiendo artes y mañas, unas buenas y otras no tanto, aunque visto con la perspectiva del tiempo y la distancia no pasaba de ser ¨un paleto viajao¨.

El “Asturias” tenia alegría y ganas de vivir, así que un buen día , harto de penurias y golpes de mar, renunció a la épica de los mares del Norte, escapó del gris y de la lluvia, del frió, y de la Mar de la Penumbra. Y se fue a buscar a los dioses de la luz y los colores. Buscando y buscando, al Sur y al Este encontró la Mar Vieja, aquella que en sus costas y en sus puertos reflejaba mas de tres mil años de historia.

Ya había navegado antes por la Mar Vieja, pero nunca había vivido en sus costas, así, que grande fue la sorpresa del “Asturias” al disfrutar de una mar con más juego que pelea y con más ratos lúdicos que épicos.

Como toda la gente de la mar, el “Asturias” tenía un punto pirata, y aunque todos los piratas quieran tener un loro que hable francés, necesitan una isla para recalar, un refugio desde donde salir y a donde volver, así que el “Asturias” después de haber encontrado su mar busco su isla.

El “Asturias” tenia motivos y criterio para escoger entre todas las islas de la mar vieja, una isla a la que nombraban la Isla de Las Piedras Viejas. Más pequeña que grande, la isla tenía el esoterismo de las conjunciones astrales desde los tiempos prehistóricos de los Talayots y todos los atractivos de las leyendas griegas.

Tenia un gran puerto natural que se abría al SE, arropando a varios pueblecitos de pescadores y a la capital, se le consideraba uno de los puertos naturales mas seguros de la Mar Vieja.

En los inviernos largos, la isla era fría y ventosa, potenciando noches de tertulia y amistad al calor de vino y fuego de salamandra.

En la primavera, rompían todos los verdes por la isla y se estrenaban renovados los azules en la mar.

Durante el verano mágico, se cosechaba el dinero necesario y se trabajaba riendo o se reía trabajando, el caso era reírse mucho.

El otoño se pasaba en un vuelo tiñendo de lila y sepia los rojos de las puestas de sol en el puerto, y en alguna medida la luz y los colores de aquel puerto atemperaban un poco las inquietudes vagabundas de el “Asturias”, aunque cuando la isla se le quedaba pequeña y los bolsillos vacíos, el “Asturias”, se daba unas razzias que llamaba mareas, en los grandes congeladores de altura, que pescaban en la Mar Grande, donde aparte de dar rienda suelta a sus instintos pesquero-depredadores, rellenaba los bolsillos de dinero y la cabeza de nuevas anécdotas y aventuras, que revivía a la vuelta, pavoneándose ante sus amigos alrededor de la salamandra.

Así discurría la vida de el “Asturias”, le gustaba lo que hacia y hacia lo que le gustaba, compraba tiempo de isla, pagando en dias de mar, sabia navegar y navegaba las mares que eran el camino de todas las costas, sabia pescar y pescaba, cocinaba el pescado y lo comía en buena compañía, regándolo con el mejor vino que pudiera permitirse, tenia la risa fácil, y era tan feliz como se puede ser cuando uno elige la forma de vivir y paga el precio de haber elegido.

Se daba el caso de que dentro de las protegidas aguas del puerto de la isla, había otra isla mucho más pequeña, donde con reminiscencias de viejas historias de pestes y cuarentenas se levantaba un hermoso edificio, construido hacia mucho tiempo. Era un híbrido entre castillo y hospital, con una amplia y hermosa entrada que daba al embarcadero y traía a la memoria historias de antiguos veleros de leyenda. Allí se reunían de tanto en tanto gente del clan de los Médicos, expertos en el antiguo y noble arte de sanar, intercambiando en las reuniones sus conocimientos y habilidades para prevenir o curar.

Por viejas amistades de las Tierras Verdes de la Mar Grande, el “Asturias” sabia que los Médicos eran personajes estudiosos e independientes que trabajaban en enormes castillos de curar, donde tenían su propia jerarquía y sus propios jefes, que decidían sobre la vida y la salud y que se trataban de tú a tú con cualquier personaje de la política o del poder de los alrededores.

Estos Médicos se agrupaban por diferentes tribus aunque el «Asturias» solo distinguía los Sanadores y los Previsores, ya que fiel a su tendencia natural a simplificar las cosas, esta diferenciación le permitía prejuiciar alegremente y decidir que le gustaban más los Previsores, por aquel refrán de que más vale prevenir que curar.

Y en el principio de un verano, antes de cambiar los colores de la primavera recaló en la isla del “Asturias” una antigua conocida, que a base de trabajo y estudio había llegado a ser Jefa de los Previsores en un castillo de curar de una ciudad de las Tierras Verdes en la costa de la Mar Grande.

Venia a intercambiar conocimientos a una gran reunión de Previsores de todos los castillos de curar del país, que se iba a celebrar en la isla pequeña, pero tendría tiempo para hacer turismo, así, que apelando a su rango de antigua conocida y a la fidelidad del “Asturias” a las comunes amistades, exigía pleitesía y guía turístico, por lo que el “Asturias” se tomó muy a pecho el hacerle a la Doctora la estancia en la isla lo mas agradable posible.

Preparó la habitación libre de su casa rosa, en la primera línea del puerto, lo limpió todo a conciencia y esperó cohibido que la doctora se encontrara bien en su compañía.

La Doctora había pasado mucho tiempo de su vida haciéndose Doctora Previsora así que en la misma medida que el “Asturias” con sus mares, los dos sabían mucho de una cosa e ignoraban mucho de todas las demás, por lo que ella disfrutaba de los distintos puntos de vista, de las risas del “Asturias”, de su cocina y de sus historias exageradas, del agua calida, de navegar en su Puma, de las leyendas esotéricas, de las grandes piedras de los Antiguos, con sus exactos e inexplicables ángulos astrales, de la vida mirando a la mar, de las personas y de los personajes de la isla.

El “Asturias”, evocaba flores amarillas y blancas salpicando las brañas de su tierra de las Montañas Verdes al pronunciar su nombre, y entonces se borraron los oscuros, los grandes poderes de la luz y el color eliminaron prejuicios y diferencias, la Doctora y el “Asturias” vivieron juntos todas las risas, Jugaron los viejos juegos de la seducción, y la isla y su mar cómplices y compinches arroparon al amor.

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Epílogo:

Los días pasaron rápido y como todo lo mejor, antes de saborearlo se acabó, la Doctora Jefa volvió a su castillo, y como el “Asturias” no sabia como retenerla, la dejo ir antes de darse cuenta de que la perdía sin haberla tenido.

El verano en la isla ya no fue mágico.

El Asturias” buscó horizontes y encontró olvido, y dinero para comprar tiempo , pescando en las costas de la gente negra en la Mar de la Calor, Mas adelante volvió a los caladeros de la Mar de La Penumbra, jugándosela con el hielo y las patrulleras de la Tierra Fría.

Siempre con historias de mares y barcos, el “Asturias” fue usando los bonos de la vida hasta gastar mas de la mitad, vinieron otras vivencias y otros amores, crió con dedicación y seriedad a un cachorro hembra y aprendió que la casa es la guarida y lo demás, mar para pescar, trabajó con los sabios de la investigación y se volvió cínico y escéptico.

Ahora, que el «Asturias» es casi viejo se hizo mercenario de la gente del dinero y el poder, habla extrañas lenguas y vende las habilidades del Big Game Fishing , el gran juego de la pesca deportiva, en un barco blanco inmaculado, paseando los veranos de las mil islas en la Mar Vieja.

Pero todavía hoy, usa sus artimañas para pasar con su barco aunque sea una sola vez cada verano por la isla de Las Piedras Viejas y cuando entrando en el puerto, bordea la orilla de la isla pequeña del clan de los médicos , o ve la que fue su casa rosa , recuerda sus amores , y sabe que aunque no a menudo, la vida, a veces borra los oscuros y los dioses de la luz y los colores te regalan días de amor.

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Antonio Gutiérrez Martínez

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