«La larga noche», de Joaquín Pérez Azaústre [XXXVIII Premio Jaén de Novela] – Una reseña de Pedro García Cueto

«La larga noche», de Joaquín Pérez Azaústre [XXXVIII Premio Jaén de Novela] – Una reseña de Pedro García Cueto

La larga noche, de Joaquín Pérez [XXXVIII Premio Jaén de Novela] [Reseña]

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La larga noche, de Joaquín Pérez Azaústre [XXXVIII Premio Jaén de Novela]

  Joaquín Pérez Azaústre es un gran poeta, novelista, impresionante su Atocha, 55, cuando iba detallando el proceso de aquel atentado a los abogados laboralistas en la calle Atocha en 1977 por las fuerzas de Cristo Rey. Su bisturí es fino, ya que en su prosa oímos su respiración, el ritmo de cada palabra, su forma de contar la historia es progresiva y nos atrapa. Hay una capacidad de envolvernos en la historia, como ocurre en esta nueva novela La larga noche que acaba de ganar el XXXVIII Premio Jaén de Novela, y que ha publicado una de las editoriales que más peso ha alcanzado en la literatura, con libros sobre historia, deporte, cine, novelas, etc; Almuzara de Córdoba.

  En la cubierta podemos ver una flor roja, que es ya metáfora de la sangre de Manolete, ya que la historia cuenta detenida y detalladamente la cogida del torero en la plaza de Linares, aquel infausto agosto de 1947. Pero la novela no es solo un registro de un acontecimiento que paralizó a España, en aquellos años muy aficionada al mundo del toro, sino también, como un entomólogo, va entrando en las entrañas de la noche, ya convertida en pesadilla, donde el torero se va desangrando.

   La cogida viene ya descrita con la precisión del que sabe mirar adentro, buscar en el lenguaje la palabra precisa, en el capítulo con el que comienza el libro dice:

“El sabor de la tierra se le prende en los labios mientras gira la luz hasta cegarlo. No gira su cuerpo, no se eleva un palmo de la arena: durante un segundo que transcurre desde que el pitón entra en el muslo y lo levanta, hasta que su propio peso lo empuja hacia abajo y cae de cabeza en el albero, lo que gira es la luz”.

    Ámbito lorquiano, que nos recuerda la poesía de Federico, al evocar en el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” el deseo de no ver la sangre de Ignacio sobre la arena. Palabras que ya envuelven y que invitan a la lectura, andalucismo en la mirada, precisión en la palabra, esa quemazón en la ingle, porque el toro le ha reventado la pierna. El destrozo es tal que esa larga noche, donde los personajes pasean como en un teatro, en esa enfermería, son fantasmas que Azaústre va dibujando, perfilando, son seres ya en pena, que llevan la derrota en la mirada, sin saber todavía que la muerte futura está esperando, la guadaña los observa y está presente desde un fondo oscuro.

   La novela parece un cuadro, porque los personajes, pese al ritmo que impone Azaústre, en su prosa rica y esmerada, se detienen, parecen ya el cortejo fúnebre que velará esa noche al muerto en vida, que se agota y se desgarra por la herida.

   Desfilan en la novela José Flores Cámara, su apoderado, casi un padre para él que pensaba ya retirarse, Guillermo González, Álvaro Domecq, Luis Miguel Dominguín, ese joven torero que empezaba en los ruedos y que esa tarde toreaba también. Son espectros que perfila el novelista, sobre todo, el doctor Garrido, buscando parar esa sangre que salpica las sábanas, que no para de brotar. Las transfusiones, el deseo de evitar la muerte se convierte en un espectáculo macabro, mientras la guadaña espera su turno.

   Cada palabra de la novela es una respiración, cada página parece que escuchamos al moribundo vivir ya entre la vida y la muerte, en ese espacio donde la condena está fijada. El pulso narrativo de Joaquín Pérez Azaústre es firme y seguro y nos colma de detalles, de una investigación pulcra y verdadera sobre aquella larga noche. Como sombra aparece Lupe Sino, que no está presente, pero vive en cada instante, su belleza, nos imaginamos que Manolete, en su agonía, piensa continuamente en ella y en su madre, cerramos los ojos y sentimos que el dolor es el nuestro y nos acompaña.

   En el capítulo 34, titulado “1959”, Lupe es protagonista, porque es el recuerdo, cuando Arturo Fernández, el galán de la época la conoce, Azaústre la describe, porque sabe que su hermosura, sus momentos de amor con Manolete, cuando no salían del hotel en varios días, sigue presente, porque es Lupe la otra protagonista de esta novela prodigiosa, escrita desde dentro, hilando fino en cada página:

“Todo en ella es cálido. Tiene un cuerpo seguro, acogedor y experto. No es para él, ni de lejos, una mujer joven: pero comprende que sus 42 años aún pueden turbar a muchos hombres”.

   Estamos ante una novela que, dividida en tres partes, la última vuelve al día anterior a la corrida fatal, cuando Manolete tiene la incertidumbre en la mirada, cuando ya no es feliz en el ruedo, cuando hay bronca, porque no ha hecho una buena faena. Estamos ante una novela tejida con esmero, no solo por la detallada noche y su fatal desenlace, sino porque en cada página respira Manolete, su agonía y su vida plena, su amor por ella y su deseo de tener otra vida. Opino que en el fondo Joaquín Pérez Azaústre es el demiurgo que pide que el tiempo se pare, que no hubiera ocurrido aquello y que ambos, Manolete y Lupe, hubieran envejecido juntos. Es una lectura, pero lo presiento, ¿qué hubiera pasado de haberse retirado y no haber toreado a Islero? Todo son preguntas, pero el azar está en nuestra vida y nos persigue, como le ocurrió a Sánchez Mejías, al Yiyo, o a Paquirri, la guadaña espera y no tiene prisa, sabe cuál es su momento y nos espera en la sombra del tiempo. Una gran novela, sin duda alguna, que duele y que nos hace ver el universo interior de un torero irrepetible.

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Pedro García Cueto

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Nota

Joaquín Pérez Azaústre. La larga noche. Editorial Almuzara, Córdoba, 2022. ISBN: 978-8411312523.

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