La literatura que nos acompaña e ilumina – Estudios de Teoría y Literatura Comparada. De Goethe a Machado y de las vanguardias a la poética actual, de Enrique Baena Peña – Sebastián Gámez Millán

La literatura que nos acompaña e ilumina – Estudios de Teoría y Literatura Comparada. De Goethe a Machado y de las vanguardias a la poética actual, de Enrique Baena Peña – Sebastián Gámez Millán

La literatura que nos acompaña e ilumina.

Estudios de Teoría y Literatura Comparada. De Goethe a Machado y de las vanguardias a la poética actual, de Enrique Baena Peña.

 

 

 

 

Un profesor tiene el deber inexcusable de atender la curiosidad intelectual de sus alumnos, pues al fin y al cabo son los que sostienen su magisterio; un profesor tiene el deber de preparar sus clases, de llevar a cabo el programa de las materias, de corregir los trabajos y los exámenes indicándoles qué aspectos tendrían que mejorarse; un profesor debe responder a la burocracia, cada vez mayor y más inútil; un profesor tiene el deber de seguir formándose, cultivándose, leyendo, escribiendo, el deber de asistir a cursos y congresos, de participar con ponencias y conferencias, a veces incluso de organizarlas; un profesor tiene… ¿queda tiempo para pensar, investigar y escribir libros?

El profesor Enrique Baena Peña no solo cumple con la altura que le distingue todos estos y otros deberes docentes, fruto de una vocación sin desmayo por la literatura, el pensamiento, el conocimiento, la cultura, la educación, la vida pública, cívica y política, sino que además cada pocos años nos ofrece una colecta de su labor investigadora. Si en 2014 nos ofrecía La invención estética. Contribución crítica al simbolismo en las letras Hispánicas Contemporáneas, Madrid, Cátedra, dos años después nos ofrece Estudios de teoría y literatura comparada. De Goethe a Machado y de las vanguardias a la poética actual.

Algunos de estos textos, ciertamente, provienen de su labor como profesor que inaugura o clausura un curso y de otras investigaciones e intervenciones públicas, como aclara a lo largo del cuerpo del libro, por lo que podría ofrecer la impresión de tratarse de textos dispersos sin un hilo conductor. Pero nada más lejos de ello: la unidad de este nuevo libro es la vida y el pensamiento sobre teoría literaria de un profesor consagrado al estudio, a la investigación, a la escritura, a la docencia universitaria.

De hecho, el hilo conductor de este libro –y uno de los hilos conductores de la teoría literaria del profesor Enrique Baena– es descubrir en forma de síntesis la comprensión de universales en potencia propios de la literatura moderna, pero de una literatura moderna que es inconcebible sin el legado clásico. Este hilo conductor atraviesa la obra que comentamos de la misma manera que atraviesa La invención estética y otras obras suyas anteriores, como El ser y la ficción. Teorías e imágenes críticas de la literatura, Barcelona, Anthropos, 2004.

Y es que para el profesor Enrique Baena, como para cualquier persona que conozca profundamente los mecanismos del reloj de la historia, las relaciones entre el conocimiento y la historia no se reducen simplemente a lo que sucedió y las ruinas arqueológicas que se preservan de aquello. En memorables palabras suyas: “En el saber el pasado no es un país extranjero, sino un relámpago que ilumina constantemente las cosas de nuestro presente a través de los maestros y su diálogo con los alumnos”. No es solo una perfecta síntesis de la relación cognitiva que mantiene en todo tiempo nuestro conocimiento con la historia, puesto que el presente y el futuro son continuamente alumbrados por el pasado, además es un certero resumen de la labor docente y, en particular, de la suya.

Por lo demás, el libro está magistralmente estructurado y articulado: la primera parte se dedica a abordar, interpretar y profundizar en grandes cuestiones de la teoría literaria, como la Poética o la Retórica, entre otras. Mientras que la segunda está compuesta de estudios más concretos llevados a cabo desde la perspectiva de la literatura comparada y la hermenéutica de procesos creadores de grandes artistas de la escritura. Por consiguiente, se trata de ir de la teoría a la práctica, pero bajo la convicción de que no hay teoría sin práctica ni práctica sin teoría, o sea, es conveniente revisar y someter a crítica tanto la una como la otra a fin de llevar a formas más plenas nuestra humanidad.

De este modo en la primera parte el autor aborda la retórica tal y como la crítica contemporánea, desde Roland Barthes a Umberto Eco, desde García Berrio a Tomás Albadalejo, la han formulado. Pero sin perder de vista las aportaciones de lo que Jürgen Habermas denominó “la hermenéutica profunda”, esto es, el psicoanálisis de Freud y el de Lacan, así como las aportaciones de la Nueva Retórica y sus fundamentos, cuyas raíces se remontan una vez más a los clásicos (Protágoras, Gorgias, Aristóteles, Cicerón).

Vuelve a la concepción de la poética y de la retórica según Roman Jackobson y el Formalismo Ruso, a la Estética de la Recepción, a Paul de Man y Gérard Genette. Analiza, expone y reivindica a uno de los más grandes teóricos de la literatura del mundo hispánico del pasado siglo, Alfonso Reyes, deteniéndose en su concepción de la creación y de la experiencia estética, examinando cómo el mundo contemporáneo es inconcebible sin la imperecedera tradición clásica y las inquietantes relaciones entre el ser y la ficción, camino de ida y vuelta sin fin.

La segunda parte del libro, titulada “Aspectos de Literatura Comparada”, arranca con unas reflexiones críticas acerca del nacimiento del Romanticismo, período crucial y muy fértil para la teoría literaria y artística así como para la filosofía. Se centra en una de sus figuras capitales, Goethe, genio que junto a Herder liderará el Sturm und Drang (“Tormenta e ímpetu”), movimiento que surge en contraposición al racionalismo ilustrado invocando el papel de los sentimientos y de la subjetividad en la creación artística, con Shakespeare y Rousseau como dos de sus principales fuentes de inspiración. Recuérdese que Goethe es, asimismo, el que acuña el concepto de “Weltliteratur” (“Literatura Universal”) en un diario el 15 de enero de 1827, concepto cuyas consecuencias últimas van más allá de la literatura y el arte: son tanto filosóficas como políticas.

Asocia la obra de Antonio Machado con la de Goethe no sólo en tanto que precursores de la moderna conciencia del yo desdoblada y multiplicada en heterónimos y personajes. Al igual que este último, no hay duda de que se trata de un gran poeta-filósofo, según el término que empleara George Santayana en Tres poetas filósofos: Lucrecio, Dante y Goethe. (Dicho sea de paso, ¿para cuándo un estudio sobre otros poetas-filósofos del ámbito hispánico, desde el propio Unamuno, pasando por Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, padres de la Generación del 27, hasta Luis Cernuda, sin excluir a otros grandes poetas-filósofos del otro lado del Atlántico, como Jorge Luis Borges u Octavio Paz?). Y se compara atinadamente la concepción estética de Hegel con la de Antonio Machado: para ambos los artistas, sean de la palabra o de la materia que sea, logran representar lo que de humanos hay en los humanos, desarrollando universales.

Un heredero de Antonio Machado, el poeta José Antonio Muñoz Rojas, autor de obras a la altura de lo más elevado, como Las cosas del campo (1946) en el terreno de la prosa poética y Cantos a Rosa (1954) en el de la lírica, es estudiado desde perspectivas inusuales: primero por la influencia platónica que recibe en su concepción del amor. Pero también desde su parentesco con el Romanticismo y, en particular, con figuras como Novalis, Dante Gabriel Rossetti y Hölderlin, así como Goethe y Keats.

Antes se ocupa de uno de los principales revolucionarios del teatro del siglo XX, Antonin Artaud, a pesar de tratarse de una figura marginal y maldita. Además de ser el creador del llamado “teatro de la crueldad”, con el que procura renovar la escena teatral recuperando la importancia de la corporalidad para expresar aquello que no pueden describir las palabras gastadas, fue un agudo observador del teatro de otras culturas, como el teatro balinés y llegó a comparar el teatro oriental y el occidental. Aquí es tratado como un genio anómalo, excéntrico y transgresor. Pero las figuras heterodoxas son las que ayudan a renovar las tradiciones.

Las vanguardias, entendidas como formas artísticas que buscan la libertad y, por ello, renovar los diferentes lenguajes, es el tema de otro epígrafe de la segunda parte. Por aquí desfilan desde precursores de las vanguardias, como Mallarmé, hasta Marinetti, creador en 1909 de los Manifiestos Futuristas, Apollinaire y Jean Cocteau. Sin embargo, como es bien sabido, el principal introductor de las vanguardias es el inclasificable Ramón Gómez de la Serna. En su ensayo Ismos (1932) ofrece las claves “de la pluralidad de tendencias que albergaban las vanguardias”. De esta manera las vanguardias se ramifican en diversas corrientes, dando lugar al ultraísmo (Jorge Luis Borges), al creacionismo (Vicente Huidobro)… y a la que tal vez sea la más fructífera, el surrealismo (Federico García Lorca, Emilio Prados, José María Hinojosa… autores que el profesor Enrique Baena ha estudiado en otras ocasiones y conoce con rigor).

Así pues, en esta nueva obra reaparecen viejos y queridos temas del autor, temas en los que es una autoridad, es decir, alguien que nos orienta y guía con sus indicaciones y, por lo tanto, alguien que contribuye a emanciparnos, según el ideal Ilustrado de Kant, a llevarnos a ser lo que somos, como quería Píndaro. Me refiero a temas como la obra de uno de los principales teóricos de la literatura, su reconocido maestro Antonio García Berrio, del que ya había hecho una imponente selección de ensayos en El centro en lo múltiple, editados e introducidos por él en tres vastos y densos volúmenes que superan las dos mil páginas; temas como los pensadores exiliados (José Gaos, García Bacca, Eugenio Imaz, Eduardo Nicol…), a los que ya había dedicado otro estudio en El ser y la ficción (“Poesía y pensamiento del exiliado”); la obra y el pensamiento de María Zambrano, a caballo entre poesía y filosofía, de la que había realizado una edición en torno a sus ensayos sobre Cervantes (Cervantes. Ensayos de crítica literaria, Málaga, Las Cuatro Estaciones-Fundación Málaga, 2005) y a la que volvió en el capítulo VIII de la tercera parte de La invención estética (2014).

Con esta última dice Enrique Baena que la poesía y la filosofía se encuentran en los lugares decisivos de la palabra o, si se prefiere, que poesía y filosofía son sustancias indistintas, es decir, en la creación se da a la par un cuidado de la forma que es indisociable de un fondo reflexivo, asunto que ha tratado de otro modo con Goethe y Antonio Machado. (No hay que olvidar que Antonio Machado era amigo de su padre, Blas José Zambrano, y, junto con Unamuno y Ortega y Gasset, uno de los maestros de María Zambrano).

Todavía más, la separación entre filosofía y poesía está en el origen de nuestra cultura Occidental, con el esfuerzo agónico de Platón por deslindar la filosofía de la poesía, de la creación, de la épica y la retórica de Homero, sin advertir que él también se servía de palabras, metáforas y mitos para desplegar la filosofía. Por eso Aristóteles no estará de acuerdo con su maestro sobre este asunto. Enrique Baena, espíritu conciliador, por medio de algunos de los autores que explora, como Antonio Machado o María Zambrano, busca unir esas dos caras de una moneda esencial para el entendimiento humano.

Por lo que respecta al método o, para ser más exactos, los métodos empleados, como se anuncia desde el título, el autor se vale –se diría que inevitablemente, se sea consciente o no, ya que no hay conocimiento sin comparación– de la literatura comparada. El fundamento de la literatura comparada, como señalara uno de los más excelentes teóricos literarios y de la cultura en general,  George Steiner, es que “todo acto de recepción de una forma dotada de significado, en el lenguaje, en el arte o en la música, es comparativo. El conocimiento es reconocimiento, bien en un sentido platónico –que remite al recuerdo de las verdades primigenias–, bien en sentido psicológico” (“¿Qué es literatura comparada?” reunido en G. Steiner, Pasión intacta: Ensayos 1978-1995, trad. Menchu Gutiérrez y Encarna Castejón, Madrid, Siruela, 1997, p. 121).

En cuanto a otros fundamentos metodológicos de los que se vale Enrique Baena en este libro cabe resaltar la hermenéutica. Y no es para menos. Con la expresión “the linguistic turn” (“el giro lingüístico”) del siglo XX, protagonizado por filósofos como Wittgenstein, Heidegger, Gadamer y Derrida, si bien con antecedentes en el XIX (Hamann, Herder, Humboldt, Nietzsche), el lenguaje no es solo una herramienta de la que nos servimos para interpretar textos, sino antes bien se acepta que nuestra relación cognitiva con la realidad está mediada por el lenguaje, por lo tanto, no hay conocimiento que de un modo u otro no esté tejido por el mismo.

Como no podía ser de otro, ya que lo idóneo es que forma y fondo vayan en consonancia, el estilo del autor de este libro, lejos de lo que el profesor Manuel Crespillo denomina “la filología positivista”, el estudio de la lengua y de la palabra que la encorseta casi exclusivamente en datos, y de los reduccionismos y cientificismos en los que a menudo caen las disciplinas sociales y humanísticas en su aspiración por cumplir con los ideales de las ciencias naturales, es un estilo fluido y claro, el de una teoría literaria de amplio cauce por la que transita igual la crítica que la lingüística, la retórica que la hermenéutica, la filología que la historia. Gracias, profesor, por seguir dialogando con las tradiciones que nos preceden y nos configuran, gracias por seguir iluminando el presente de la modernidad desde el pasado clásico imperecedero.

 

Sebastián Gámez Millán

Categories: Crítica Literaria