La máquina onírica – Mariposas suicidas [Escrituras automáticas III] – Soledad Arcos
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La máquina onírica – Mariposas suicidas [Escrituras automáticas III]
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Mariposas suicidas [Escrituras automáticas III]
Si el viento se lleva nuestra boca
¿qué será del lenguaje ruidoso de la noche?
Ana Gavilá
Anoche un latido te apretó fuerte en la garganta. Tuviste que escapar, salir huyendo como si ardieras. Como sombra subiste las escaleras y sin que nada pudieras hacer, un ronco sollozo se te escapó deshaciendo negras marañas. Mientras, absurdamente, tu mente intentaba descodificar lo que tu cara no te diría, lo que tus manos temblorosas no te dirían… Entonces, ese sonido quebrado, repetitivo, arriba en el techo, te contestó. El sonido de una polilla, una lepidóptera tineidae golpeándose contra la luz:
“Lo sabes” (…)
Quizá hace una hora la polilla entró por la ventana sintiéndose atraída por algo desconocido, algo que brillaba en la oscuridad. Se acercó palpitante e inquieta, descubriendo extasiada la extraordinaria luz. Tal vez primero se dejó tentar por su belleza sin creer que quemaría, pero después, tras la primera embestida, quizá empezó a sospechar. A lo mejor dudó y trató de alejarse, pero luego miró atrás y de nuevo la vio, tan hermosa, aquella esfera de oro, llamándola…
“Ven Tineidae, ven… Fúndete conmigo”
***
una vez, un romántico se enamoró de mí
me encontró danzando en medio de la noche descalza
y con el moño deshecho
y me dijo palabras hermosas mientras se me corría el rímel
yo terminé mi copa
y me acurruqué sobre su hombro en una cama en ruinas
y encontré su rostro tan cerca
tan cerca su cuello…
mientras él se asomaba a mi boca como quien se asoma a un acantilado
pero habló la bestia del cuerpo
y cuando él se debatía con el susurro de sus manos mi lengua lo derribaba con su vieja hegemonía
oh
callaron los tristes versos
se apagó la belleza de mis ojos
de la musa del inicio
solo se hallaba un vestido negro
despojos sin misterio
el bicho desnudo escarba su boca
yo
solo quería saber de qué estaba hecho
solo quería ver si me latía (…)
***
Yo era una niña, pero la muerte ya estaba en mi casa.
Siempre estaba huyendo de algo, siempre estaba acabando el otoño.
Y él de improviso me eligió, pero yo ya lo había elegido antes, cuando entre la multitud lo había distinguido de su hermano.
Era mucho mayor que yo, pero mucho más inocente.
Supe que me amaba por sus ojos. Por eso, cada vez lo convocaba a una cita a la que no iba. Y él acudía y acudía… Y yo me vestía de negro para asistir a un entierro que nunca acababa de pasar.
Yo no entendía la perversión del lazo que le ataba al cuello, del placer de dejarle mi olor sin tocarlo. Solo era una niña, ya lo he dicho, que tenía la muerte en mi casa.
Y el corría hacia mi llamada hueca, corría por la promesa del tacto, del beso que nunca me había nadie dado.
Y así pasaron tres meses, qué se yo… Hasta aquella luna en el parque.
El olor de las hojas en el suelo, la lluvia mojando mi cara. Mis botas hundidas en el barro. Su teléfono apuntado en mi mano. Y aquella
puñetera luna redonda, esquiva, flotando
entre las ramas de los árboles.
Él llegó pronto. Era corredor. Lo saludé y nos sentamos en el último banco. Y entonces el sonido del río y de los coches.
Y la lluvia conjurando el momento perfecto para cruzar mis piernas alrededor de su cintura.
Y su lengua que contenía LSD.
Y sus manos desenterrando pájaros de mi pecho. Y sus vaqueros que hablaban.
Y pasó aquel minuto por mi boca que fueron como dos horas para el banco.
Llegué a casa, mojada
por cosas que no eran la lluvia.
Miré a la muerte en el pasillo y me pregunté si se habría dado cuenta de la luna.
Luego me acosté y pasó un mes.
Entonces cumplí los trece y supe que me había hecho un regalo precioso y que yo no lo amaba.
***
(…) ¿dónde aprendería tamaña impudicia?
¿quién me enseñaría a inmolar la poesía con la crudeza?
si tan solo era tristeza fingiendo ser una niña
me desdoblo
como si acaso pudiera invadir la improbabilidad
que salva
a las mariposas suicidas
***
Soledad Arcos