La Poesía, Km. 0 – Arturo García Ramos

La Poesía, Km. 0 – Arturo García Ramos

La Poesía, Km. 0

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La Poesía, Km. 0

Cumplo con informarle a usted que últimamente en Chile todo es poesía, diría Gonzalo Rojas. Poesía nerudiana, poesía antipoética, poetas-críticos, poetas-narradores, poetas-periodistas, poetas-traductores, poetas mapuches, poesía hip hop, poesía karaoke, poesía masculina, poesía femenina, poesía queer. Chile es la zona 0 de la poesía.  La frase de Skármeta “Neruda no es chileno, Chile es nerudiano”, y la autoafirmación de Pablo de Rohka, “soy un país HECHO poeta”, se ensanchan irrefrenablemente en el libro de Alejandro Zambra Poeta chileno para describirnos un país inverosímil que Gulliver hubiera reconocido como “El país de los poetas”, que Cortázar hubiera reconocido como “La patria de los Cronopios”, y Borges como un Aleph literario plagado de Carlos Argentinos Danieris, un territorio intangible en el que la palabra lo trastoca y transforma todo, en el que la poesía linda y contamina todo: la amistad, el viaje en autobús, el compromiso político, los quiltros, el sexo, la forma de mirar a los gatos, la forma de mirar de los gatos, el trago, el tacto (y todos los demás sentidos), la d intervocálica (sobre todo la d intervocálica). En Chile, en este territorio de Alejandro Zambra, de Antonio Skármeta y de Jorge Edwards (por ejemplo), la poesía se identifica con la lucha por la vida, el basurero es poeta, el cartero es poeta, el detective salvaje (sobre todo el detective salvaje) es poeta.  

Chile es el país en el que todo quisque quiere tener su cuota poética con la misma furia que en otros lugares se pelea por la pensión, el seguro de salud o el subsidio de desempleo. “Un país literario, donde la poesía es curiosamente, irracionalmente relevante”.   Incluso aunque sólo se escriba un fajo de poemas (“los libros se abandonan, no se terminan”, Valéry) que al cabo queden olvidados en el “Parque del Recuerdo”, cementerio de poemas. A despecho de que el presente quiera ser digital, virtual, global, cibernético o internético, el destino del chileno es hacerse poeta. Hay en ese territorio remoto una fe, tal vez justificada, en la palabra (“Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras“, Neruda) confían en su importancia, en las consecuencias que tiene el trato con el idioma (ya se sabe que los latinoamericanos consideran, por fortuna, que el español es algo demasiado importante para dejarlo en manos de los españoles). Los poetas sustentan la realidad en la palabra y proponen que lo fundamental de la existencia se juega en la palabra: “Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció” decía, otra vez, Neruda. Los personajes de Zambra se entregan a la poesía para darse cuenta de que las palabras les modifican, mudan el trato con lo cotidiano: insinúan otra forma de vida, les invitan a amarse y a separarse, les empujan a seguir su rastro más allá de las convenciones, de las fidelidades, del pacto sellado con el otro. Gonzalo, el primer protagonista, quiere ser poeta y quiere vivir con Carla, y con Vicente, el hijo de ésta. Pero la poesía parece anteponerse a todo y llegado el momento dejará a ambos para ir a Nueva York, la separación es un acto poético: transgrede el deseo, la inercia, lo prescrito por previsible. Aunque como el deseo, como la inspiración poética, como la magia de las palabras, el libro nos hablará de “navegaciones y regresos” y, sobre todo, de una relación de amistad y entrega, la de Gonzalo con Vicente, el hijo de Carla, la relación del poetastro con el hijastro, de un diletante de la poesía con otro a punto de serlo.

Gonzalo y Vicente son la encarnación del poeta chileno en la versión de Zambra. Modelos muy diferentes de los poetas que encarnan la obra de Roberto Bolaño, a quien ofrece  constantes guiños. Son seres enajenados por la tristeza. Su vida resulta ejemplar para formarnos una idea del poeta como estereotipo protagonista del libro. A juzgar por la novela, el héroe poético se crea en su trato con la vida y en el uso o manipulación de la composición poética. Más allá de la interpretación crítica o de la explicación del sentido de la poesía lo que define a esos embrionarios del verso es su trabajo físico con las palabras como si estuvieran creando artefactos vivos. En el primero, vemos el caso de un poeta al que la inspiración abandona una vez que se convierte en profesional de la literatura. El segundo, como si aprendiera en la vida de su padre o padrastro poético, prevalece una mezcla de rebeldía romántica, de rechazo a las reglas, y se niega a incorporarse al estudio universitario, su figura simula la de los perros que vagan libremente por el país, los quiltros.

Poesía versus novela.

 “¿Tú leíste a Bolaño? -Solamente los poemas.”

Zambra irrumpe en una tradición de novelistas que escriben sobre poetas. “Los poetas chilenos son curiosamente más famosos que los narradores, y hay muchos narradores que escriben novelas sobre poetas.“, le cuenta Pru a Vicente en Poeta chileno. Jorge Edwards y Antonio Skármeta son sólo dos ejemplos, no es difícil ampliar la lista, buscar antecedentes y remontarse hasta el siglo XIX; ese interés, vuelto fascinación enajenante, por la creación poética como ficción y por las vidas de los creadores como singulares personajes literarios viene de lejos, y se justifica por la relevancia y la excelencia de los poetas que protagonizan esa historia de la poesía (“En Chile tenemos bonitos paisajes y buen vino, pero para mí, personalmente, lo mejor el la poesía -dice Pato-. Es lo único realmente bueno.  Es lo único en que ganamos el mundial”). Durante décadas y sin interrupción alguna las cotas poéticas alcanzadas por los poetas chilenos parecen no tener parangón en la literatura en español: desde Huidobro y Neruda, Gabriela Mistral, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas. La poesía es en Chile una vid que no ha dejado de dar fruto porque su mayor virtud ha sido la de no haber perdido nunca su vínculo con la población. Es palabra viva, una manifestación cultural de la que participa la sociedad en su conjunto, no retórica hermética (palabra que Vicente no entiende) cincelada en el mármol de la erudición de las élites intelectuales.

La importancia de la poesía corre pareja al desprecio de la novela. “La novela no-ve-la realidad”, pronuncia Parra cuando recibe, curiosamente, el premio Juan Rulfo.  Jorge Edwards dice que los chilenos desconfían de las novelas, aunque las lean. Esa oposición explícita tiene algunos vértices. La poesía es exigente, la novela simple (“La novela es la poesía de los tontos, decía el Chico Molina”). La poesía implica austeridad, resistencia, desamparo, aferrarse a la creación verdadera; la novela es un modo fácil de ganarse la vida, una renuncia, la entrega al comercio indigno de la palabra (“Si eres un buen poeta puedes escribir novelas para ganarte unos pesos, porque escribir novelas es más fácil”). Ateniéndonos a la historia de la literatura chilena, la novela mantiene la excelencia creativa, pero sale mal parada si la comparamos con la creación poética, al menos en el pasado. En un cotejo algo falaz, Baldomero Lillo,  Manuel Rojas, Joaquín Edwards, (el Inútil de la familia en la ficción de Jorge Edwards) o María Luisa Bombal  salen menguados frente a sus contemporáneos Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Nicanor Parra. Aunque desde José Donoso para acá, los narradores han retorcido el cuello al cisne de la poesía (Jorge Edwards,  Isabel Allende, Antonio Skármeta, Luis Sepúlveda, Roberto Bolaño, Diamela Eltit), los poetas han mantenido el pulso (Enrique Lihn, Jorge Teillier, Raúl Zurita, los incontables nombres que revela la novela de Alejandro Zambra).

Canon poético chileno

¿Qué es la poesía? Huidobro creía que la poesía era todo, “palabra que desata la palabra”, “informaciones del milagro”, “una voz desterrada que persiste en mis sueños”, fueron algunas de las formulaciones con que trató de acuñar la moneda de la poesía.   ¿Por qué este fervor poético chileno? ¿Qué encuentran en la poesía todos estos personajes que van pasando por el libro? Una norteamericana, Pru, decidida a escribir sobre las singularidades del hecho entrevista a algunos y algunas poetas. Les pregunta sobre poesía, pero también hablan de sí mismos, de sus problemas domésticos, y van dejando su visión sobre la vida. La primera cualidad de la poesía es dar cauce a las palabras que palpen en el interior del ser. Es inevitable que sea esta una de las razones de que nos seduzca el libro: ¿por qué necesitamos la poesía?  “¿Y para qué poetas en tiempos de miseria?”, escribía Hölderlin. Steiner reflexiona: “la poesía, el arte y la música, nos ponen, en mi opinión, en contacto muy directo con aquello que no es nuestro en el ser”. Escribo para “regresar a un lugar en que nunca estuve y que no conozco”, le dice a Pru una poeta que escribe en una lengua mezclada de español y mampudungun. Las entrevistas van mostrando actitudes muy tan distintas como las vidas de esos protagonistas, y nos hacen concluir que para casi todos, la poesía es un refugio y una consolación de sus menguadas existencias. Para lo que ellos necesitan la poesía, la novela no sirve.  La poesía es el reino de lo inútil que nos acostumbra a estar solos, a no temernos a nosotros mismos, le cuenta otro poeta.  Las respuestas son múltiples, como lo son también los personajes y, en definitiva, nos ayudan a entender la necesidad urgente de la poesía. La novela de Alejandro Zambra transcurre en un tiempo próximo que conocemos, en la aberrante prisión tecnológica que hemos construido y que nos limita y conforma. Vicente opta por la poesía a pesar de su exposición a la consola de juegos virtuales, o de ocupar su ocio mirando las series de televisión. Su mundo es el que vemos y palpamos, una realidad que se nos antoja muy alejada de la sensibilidad del verso. ¿Hay algo más antipoético que el presente? Así ha sido en todas las épocas, la poesía ha significado siempre un rechazo de la realidad que nos ha correspondido en vida, un refugio en la idealización de otras posibles formas de existir, del pasado o de allá lejos. El escritor italiano Giovanni Papini afirmaba: “Un poeta que está de acuerdo con su tiempo no es un poeta”. La poesía es el espacio que ayuda a esta galería de infelices a sobrevivir, a superar el machismo, la homosexualidad, la pobreza, el dolor por los familiares desaparecidos, la separación de su amante, la conciencia de la propia mediocridad, la inconsciencia de su propia mediocridad. La poesía les invita a reírse de sí mismos (“«La poesía de Parra está totalmente su-pe-ra-da», dice Nicanor.”). Con ingenuidad conmovedora, Pru concluye tras las primeras entrevistas que casi todos los poetas entrevistados se aferran a la idea de que “la poesía salvará al mundo”, le dan risa y, sin embargo, piensa: “no me atrevo a asegurar que estén equivocados”.  Wallace Stevens afirma que “después de abandonar la creencia en Dios, la poesía es la esencia que ocupa su lugar como redención de la vida».”

“La poesía, sobre todo, y escribo desde Chile, país de poetas, es el terreno de los héroes, de las figuras nacionales, del culto a la personalidad”, señala Jorge Edwards. En Chile, el mito del poeta y su difícil, extraña, singular y vicaria relación con la realidad unida al culto a la palabra han dado lugar a protagonistas aventureros parejos a los de las ficciones románticas. Los nombres de los poetas se vinculan con la fundación de una geografía mitificada y mixtificada.   Neruda o Teillier nacieron en regiones remotas que constituyeron reinos secretos de su poesía (Temuco o Lautaro, en la Araucanía) y por su integración con aquellos lugares “registraron el trauma primario de lo natural” (G. Rojas), se entregaron a la poesía y al cosmos, o bien su poesía manaba de su relación con el mar, los bosques, los pájaros (“el bosque habla por mí/ con su lenguaje de raíces”, J. Teillier. “En el comienzo era la Tierra”, escribe Gabriela Mistral).

Hay una topografía, un recorrido por espacios de dimensiones sin horizonte, desde la selva Valdiviana hasta el desierto de Atacama, lugares en que los poetas entran en contacto con “lo genital de lo terrestre” (Neruda), en ese mundo apartado el poeta se refugia, convierte el lugar en su centro poético desde el que se irradia la poesía: la Isla Negra de Neruda, El Molino de Teillier, Las Cruces de Nicanor Parra son regiones o lugares que asociamos a manaderos de poesía. Estamos en el “Litoral de los poetas“, como lo bautizó Luis Weinstein.

Pero nada de lo dicho debe hace pensar que se trata de refugios serenos. Pocos asuntos más convulsos en Chile que el del trato con la poesía y sus creadores. Son legendarios los duelos entre poetas y las proporciones y repercusiones parecen más propias de una epopeya que de una crónica cultural. La esgrima (que deseamos fuera verbal) entre los Pablos (Neruda y Rohka), representa uno de los combates más encarnizados de las letras hispánicas. 

Pablo de Rohka, que no fue el único escritor que confundió letra y letrina dedicó a Basualto (Neruda) algunos tercetos merecedores de formar parte de la Historia universal de la infamia (poética):

Gallipavo senil y cogotero

de una poesía sucia, de macacos,

tienes  la panza hinchada de dinero.

Defeca en el portal de los maracos,

Tu egolatría de imbécil famoso

Tal como el chiquero los verracos.

Llegas a ser hediondo de babos,

Y los tontos te llaman: ¡”gran podeta”!

Habría que sumar otros duelos (casi siempre de versos), las pugnas entre Teillier y Lihn (esta vez sí, más allá de la poesía), las de Neruda y Huidobro, Neruda y Enrique Lihn, o de Valente y Zurita como ejemplos que hayan trascendido, pues el libro de Zambra y la obra de Bolaño o de Edwards permiten adivinar que los episodios de espadas como versos son numerosos. 

Las aventuras de este inagotable prontuario son a veces dramáticas, otras cómicas y, la mayor parte, mezclan -para desesperación de canonistas y puristas del arte- lo trágico y lo cómico, el arte elevado y la reyerta vulgar, los hechos vividos y la pura invención. Ante un auditorio de miles de personas cuentan que Nicanor Parra anunció que iba a leer un poema censurado. El público guardó silencio, ese silencio de las multitudes que parece un clamor vacío, y el poeta se quedó mudo durante el tiempo en que el poema había de ser recitado. Fue un silencio emotivo, pero fue, sobre todo, un silencio poético, una poesía hecha de silencios. Buena parte de la historia personal de los poetas mencionados hubiera alcanzado esa dimensión poética de haberse silenciado sus bravuconadas, insultos, intrigas, afrentas, vejaciones e inquinas de toda suerte, de toda laya.

Si nos atenemos a las circunstancias novelescas (sean ciertas o meras patrañas inventadas por el protagonista) que rodean la vida del Poeta, la sola de Huidobro aporta aventuras para una saga. Dejando de lado su pugna con Neruda  (quien escribió de él en un poema inédito que corría de mano en mano en los años cuarenta que tragaba semen “en las valvas de la prostituta”) los hechos se acumulan hasta producir el estupor de lo inverosímil. Denuncia al servicio secreto británico por haberle raptado como consecuencia de  la publicación de un panfleto anti-británico. Sufre un atentado a la entrada de su casa en Chile. Se fuga con una jovencísima Ximena Amunátegui y, amenazado de muerte por la familia debe huir del país. En Nueva York gana un premio para rodar una película a partir de su guión Cagliostro, se relaciona con Chaplin y diversas personalidades del mundo del cine como un actor de moda. Se une a la lucha en favor de la República y arenga a las tropas rebeldes desde un coche blindado. Participa en la Segunda Guerra Mundial en la que es herido en dos ocasiones, después de haber entrado en Berlín y exhibir como botín de guerra el teléfono de Hitler. Huidobro o Neruda fueron acusados de inventar sus biografías, el segundo mezclando falsedades ridículas (Neruda lo acusaba de haber comprado el teléfono en un mercado de pulgas); el primero, en su afán de crear de sí mismo una imagen agigantada, archipoética, de exquisito coleccionador de objetos para su extravagario en su refugio mágico de Isla Negra. La desmesura produce un efecto de distorsión, de falsedad artificiosa y perjudica la comprensión de la creatividad de estos poetas desmesurados en su invención. Por otra parte, el distanciamiento vuelto odio irreconciliable dividió a los seguidores de unos y otros escritores y suscitó rencillas y luchas entre facciones de forma que en su momento álgido, los poetas chilenos se alinearon con Neruda, Huidobro o Rohka, y estar del lado de uno implicaba asumir el desprecio y la intolerancia hacia los otros.

Pero toda épica requiere una acción, y esta se la proporcionó el compromiso político y la lucha contra dictadores y sátrapas. Posiblemente el origen simbólico de la beligerancia política y poética esté en la Guerra Civil (que los españoles escribimos con mayúscula invocando con el nombre el suceso mayúsculo-singular y no plural) y su internacionalización a través del Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura celebrado en Valencia en 1937. Huidobro y Neruda, que participaron en el mismo, llevaron su integración de poesía y política hasta el extremo al presentarse como candidatos a la presidencia de la nación chilena. Posiblemente debe considerarse la implicación del poeta en la política como el veneno que terminó con la pasión poética para convertirla en un panfleto difusor de dogmas ideológicos. Las disputas que tuvieron lugar en las letras generaron múltiples figuras antiheroicas. El Leviatán, el Moloch por excelencia fue el general golpista, perseguidor de comunistas, cantantes, escritores y poetas. Una divinidad del mal a partir de cuya negra intervención en la historia proliferaron los aullidos poéticos, las historias de torturados, perseguidos y desaparecidos, que aún hoy no cesan. Y los poetas fueron algunos de los protagonistas de esas tragedias modélicas de esas vidas desesperadas, de esas muertes sin justificación.  Pero el drama de la revolución es que termina volviéndose contra la propia revolución y los poetas revolucionarios contra los propios poetas revolucionarios. Prácticamente todos fueron acusados de traición a los principios, a la pureza de los principios. La ortodoxia es siempre dogmática y tarde o temprano amenaza a los propios ortodoxos.

A veces, ese conflicto favoreció también la incomprensión de los poetas comprometidos hacia los que alentaban otras estéticas derivadas de las vanguardias y la experimentación formal, que se sintieron asimismo perseguidos o apartados (Juan Luis Martínez, La desaparición de una familia, La nueva novela).

Fronteras infernales de la poesía

Hay un cierto reproche, justificado, que quisiera hacer a la novela de Alejandro Zambra: la poesía no tiene fronteras. “La literatura es más amplia que las fronteras”, escribió Octavio Paz, quien hacía coincidir en la poesía la intersección de todos los géneros y de todas las artes: la pintura es poesía, como la música o la danza, como una escultura, una obra cinematográfica.  La poesía rebasa todas las fronteras. La primera la linde estética. Lo demuestra la propia narrativa del autor de Bonsai o Poeta chileno, en la que su búsqueda expresiva no se conforma con los modelos tradicionales de la narración: disemina fotografías por las páginas de sus libros para acompañar lo que estos cuentan con palabras muy medidas y meditadas, juega con estructuras que disuelven también los argumentos que compone, linda o confluye con la poesía tejiendo una prosa y una narrativa poéticas. El poeta Juan Luis Martínez desafía la compartimentación de los géneros y titula su poemario: La nueva novela. Y Jorge Edwards en un texto que titula El demonio de la poesía cita estas palabras (escritas en verso libre) del discurso de Nicanor Parra al recibir el premio Juan Rulfo: “No se diga que Rulfo escribe en prosa”. No se diga. No se diga poesía chilena, aunque Chile sea el km. 0 de la poesía. No se diga.

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Arturo García Ramos

Categories: Crítica Literaria

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