La preeminencia del erotismo en la literatura del primer tercio del siglo XX. Desarrollo y cultivo del Ἔρως en las colecciones literarias de novela breve: el tratamiento del erotismo en La Novela de Bolsillo – II – Gloria Jimeno Castro

La preeminencia del erotismo en la literatura del primer tercio del siglo XX. Desarrollo y cultivo del Ἔρως en las colecciones literarias de novela breve: el tratamiento del erotismo en La Novela de Bolsillo – II
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La preeminencia del erotismo en la literatura del primer tercio del siglo XX. Desarrollo y cultivo del Ἔρως en las colecciones literarias de novela breve: el tratamiento del erotismo en La Novela de Bolsillo – II
Cabe añadir, por otra parte, que en ese primer grupo de novelas, en que a los planteamientos del naturalismo se le otorga un estilo próximo al modernismo, se distinguen a su vez dos subgrupos:
A) Las novelas en que predomina un modernismo libresco, con cuidadas y elaboradas descripciones, en las que a través de la naturaleza, del cromatismo simbólico de los colores, de la musicalidad de los vocablos, cargados de connotaciones, y de la epítesis escogida se comunica la sensualidad.
B) Las novelas, en que sobre una base naturalista, destacan las notas cercanas al decadentismo esteticista de autores, que gozaron de gran éxito desde las últimas décadas del siglo XIX: Óscar Wilde, Jean Lorrain, Barbey d´Aurevilly, Rachilde, Villiers de l´Isle Adam…
Entre las novelas del grupo A, de temática erótica y modernismo libresco, aparece Rafael López de Haro con su novela La hija del mar (n.º 9), como el más claro exponente de esta tendencia registrada en La Novela de Bolsillo. El autor hace gala en las páginas de esta novela de filiación erótica, caracterizada por un estilo preciosista, de un lenguaje refinado, escogido y deslumbrante. La sensualidad que destilan estas páginas, de estilo indudablemente modernista, es comunicada a través de la naturaleza, del simbolismo de los colores, de las innumerables connotaciones, con las que aparecen cargados esos vocablos escogidos con sumo cuidado por López de Haro para despertar los sentidos del lector:
Veíala andar con el agua a la cintura, desnudos los brazos; al saltar de uno a otro cancho salía preciosa, adherida a su carne la ropa, en justeza de líneas. Su carne debía estar salada y curtida, curada por las aguas del mar; su carne debía ser dura como la de las anguilas. […] y luego magnífica, chorreándole perlas el cabello salía del mar limpia y jugosa y se tendía en la arena. El sol iba secando, iba tostando su piel. ¡Ah, la maravillosa estatua yacente! Su pecho era duro como torneado en mármol; […] se tendía oferente al sol su cuerpo. El sol gozaba dorándola, llegando caliente a sus entrañas. A través del hilo crudo de su traje de baño, la poseía el sol. La hija del mar sería en aquellos momentos esposa del sol. Como esposa enrojecía y se mostraba anhelosa; de esposa era, al fin, su largor; de amada, de saciada… (p. 38).
Considerado, no en vano, por Andrés González-Blanco como “el gran propugnáculo de las doctrinas del profeta Medán en España”[1], en más de una ocasión, López de Haro introduce en sus novelas escenas muy crudas, haciendo concesiones al naturalismo. Esta es una novela un tanto sombría, desarrollada en un escenario lúgubre, estremecedor, que por momentos causa pavor; y en la que la amante, de gran fortaleza física, asesina violentamente a su enamorado, débil y cobarde, que la engaña y se desentiende del fruto de su amor.
El escritor se recrea en describir cómo el cuerpo del fallecido iba desgarrándose, al caer violentamente desde el faro a las rocas del acantilado, cómo los huesos iban quebrándose, cómo el cadáver iba desmembrándose, pues “el huracán lo volteó como una pluma. Cayó en las aguas que lo cogieron, lo pelotearon, lo arrojaron contra las piedras, lo recogieron, lo volvieron a arrojar, lo machacaron, lo trituraron. Su cráneo se abrió y las olas se sorbieron sus sesos ávidamente” (p. 63). Semejante juicio nos merece la novela Un marido minotauro y sentimental (n.º 11), en la que Felipe Sassone muestra una prosa pulida y jugosa, muy musical y evocadora, con una epítesis que delata la influencia de Rubén Darío, llena de imágenes cromáticas que apelan al sentido del tacto, toda vez que la protagonista, Elisa, tenía la piel “de raso” (p. 16), eran sus “muslos suaves” y “su carne tibia” (p. 13). La singular mujer de esta novela, apasionada y ardiente, sedienta de voluptuosidades, provocaba con su sola presencia a todos los varones, los embrujaba. Los “aromas de Elisa, de su carne y de sus esencias, triunfaban femeninos y pecaminosos” (p. 15).
Vicente Díez de Tejada, en su relato De rositas (n.º 56), elige, como los autores anteriores, crear una atmósfera sensual con su prosa poética, dando rienda suelta a efusiones líricas, a imágenes embellecedoras y sugerentes, que aluden al exuberante cuerpo de la protagonista. En los pasajes en los que se refiere la unión amorosa, Díez de Tejada abraza el credo modernista, va relatando el encuentro entre los enamorados, derrochando elaboradas metáforas, seleccionando vocablos muy eufónicos:
Los labios de Paco, ardientes, cayeron sobre los temblorosos labios de Clarita como el gerifalte sobre la tórtola indefensa; y entre los rojos pétalos vivos de aquellas encendidas rosas de amor, cuajó como gotas de rocío la gema preciosa del primer beso, cálido, prolongado, apretado, lúbrico, quintaesencia de la vida […] Los cabellos de Clarita rodaron por su espalda, extendiéndose en cascada de oro, derramándose piadosos o avaros, sobre los rosados hombros, sobre las blancas palomas de Venus, que alzaban temerosas sus encendidos picos de coral, sobre el lirio de oro, en cuyo cáliz barruntaba el misterio… (p. 52). Muy modernista es, asimismo, el ambiente exótico y evocador que rodea a la sensual bailarina Tórtola Valencia en el relato autobiográfico, escrito por Federico García Sanchiz, acerca de su relación con esta famosa artista de principios del XX, con quien sostuvo un apasionado romance; y en el que habla abiertamente de su admiración por ella. En El secreto de Tórtola Valencia,n.º 80 de La Novela de Bolsillo, García Sanchiz refiere que todo en la bailarina era puro sensualismo. Sus poses sugerentes, sus rítmicos y provocadores movimientos, su vestuario oriental con esas sedas, con transparencias sugestivas, así como su exquisito gusto y sensualidad para perfumar su cuerpo y aromatizar sus espacios con fragancias arabescas, comportaban reminiscencias de “las mil y una noche, las trágicas y voluptuosas, las bárbaras y sutiles, con oro, terciopelo, sangre y brujería de los sentidos” (p. 10). El erotismo que emana de esta novela y de esta figura de los escenarios deriva, fundamentalmente, de la prosa sugerente del autor, de esa atmósfera tan envolvente que Sanchiz recrea, de las connotaciones de su léxico, de las descripciones tan sensitivas y voluptuosas sobre esta bayadera, que parecía extraída de un relato de la literatura oriental.
En la poética narración de Rogelio Buendía, La casa en ruina (n.º 99), el erotismo es sugerido a través de la naturaleza fecunda y colorista, de los jardines vinculados al matrimonio, de la visión sensual del paisaje y el simbolismo cromático de las flores, así como a las imágenes frutales relacionadas con el cuerpo de la mujer; y que despiertan los sentidos de Enrique. Los esposos se instalan en una casa con “alcobas perfumadas y saloncitos con suaves muebles laqueados, con hondos divanes y profundas butacas, donde los cuerpos se hundían muellemente como en lechos de flores” (p. 26), y donde daban rienda suelta a su pasión. El caserón estaba circundado por un jardín con rojos “claveles de Sevilla que se abrían orgullosamente como bocas de mujer” (p. 27) que reclamaran un apasionado beso, con rosales llenos de flores de color carmesí, entre los que el esposo perseguía a la esposa en actitud amorosa, cayendo “los pétalos de los rosales […] en la cabeza y en el pecho” (p. 23), encima de Maravillas, como una colorista y fragante lluvia que encerraba –claro es– connotaciones de fecundidad y juventud. Los árboles frutales del entorno de la pareja se mostraban “cargados de una fruta sana y olorosa” (p. 10), que tentaba al paladar del observador, de frutos aterciopelados tan agradables al tacto; imágenes todas ellas que aluden realmente a Maravillas, que para Enrique es una tentación, porque esta era “jugosa y fresca como una fruta”, todo su cuerpo era rosado y suave como “los melocotones aterciopelados” (p. 11) [2].
Dentro de la categoría de novelas eróticas de base naturalista, pero en las que destacan las notas cercanas al decadentismo esteticista, cabría clasificar El martirio de San Sebastián (n.º 49), escrito por Antonio de Hoyos y Vinent. Esta historia tiene por objeto demostrar la concepción de la novela de este autor, tan partidario de un erotismo torturado, tan amante de la literatura practicada por Huysmans, Rachilde, Jean Lorrain o Barbey d´Aurevilly. Muestra a unos personajes que gozaban con “la sordidez, la grosería, la bestialidad y la estupidez, para ofrecer un fondo lamentable a la lujuria, algo así como esos caprichos obscenos y repulsivos” (p. 42).
Vemos así, a personajes como Crisanto, aficionado a los ambientes prostibularios, que se entretenía con Mari Cruz, y tras “reducir sus ropas a la mínima expresión, vomitaba sobre ella” (p. 46). Luego animaba a los clientes del lupanar a flagelar a Silverio, a golpearle hasta la muerte con cristales punzantes, tan solo por el placer de ver sufrir al prójimo, de contemplar a un ser humano agonizante [3].
Este erotismo que se recrea en detalles morbosos, y en el que se exalta la perversidad y la lujuria, surge igualmente en Cuarenta y un grados de fiebre (n.º 85), relato de Manuel Antonio Bedoya. En una atmósfera tétrica, delirante y decadente, deudora de Allan Poe, un personaje enfermizo y lujurioso llamado Lázaro, lector entusiasta de Lorrain, una criatura diabólica que gritaba “con una valentía de Luzbel macabro” (p. 46), con gesto de “crueldad satánica” (p. 45), y que parecía sacado de las novelas de Barbey d´Aurevilly [4], llega a cometer los peores delitos. Asesina a una dama que por error llama a su puerta, y comete necrofilia, buscando dar rienda suelta a sus instintos, reprimidos en el internado católico en el que es recluido y apartado del cariño de un hogar. En el relato de Álvaro Retana Sí, yo te amaba, pero… (n.º 26), se presenta una aristocrática y refinada dama, Claudina, que guarda relación en su espíritu con los protagonistas de las novelas decadentistas. Claudina fue desdeñada por su enamorado, un joven frívolo e insensible con “el aspecto de un galo decadente” (p. 9), que se entretenía en seducir a muchachas inexpertas en materia amorosa. Por esta razón, la protagonista, al igual que hiciera Jean Des Essaintes en la novela de Huysmans A contrapelo, se encierra en su decadente y artificioso castillo, “un cómodo refugio para abismarse en el recuerdo, olvidando lo que nos conviene olvidar” (p. 4), y esperando como el aristócrata retratado por Huysmans “colocar el sueño de la realidad en lugar de la realidad”. La joven se siente dominada, asimismo, por el spleen, por ese malestar existencial del que hablara Baudelaire en Las flores del mal, y en claro conflicto con la llamada del ideal [5]:
Esta tarde la he pasado en el hall, sepultada en un comodísimo sillón, divagando por supuesto, sin conseguir burlar el formidable spleen que se ha adueñado de mí, mientras veía deshacerse el humo azul de un cigarrillo turco, tan abominable con su sabor a hierba vieja, y que soportaba únicamente porque hay quien asegura que tiene opio (p. 21).
Princesas de aquelarre es una novela de José Zamora de gran belleza formal y de filiación claramente esteticista, y en la que como si fuera un poeta simbolista, trata de desvelar cuáles eran las realidades que ocultaba el mundo sensible, esas estampas otoñales que contempla una y otra vez, su abúlico protagonista, Jorge Almanzora. Este aristócrata pintor, poseído por el spleen, hastiado por su monotonía existencial, se muestra partidario del escapismo, de la evasión a través de los paraísos artificiales, por lo que busca consuelo en la morfina (p. 4) [6]. Se aísla del mundo y de la realidad dentro de su mansión, puesto que quería buscar la inspiración para sus cuadros en aquel lugar pomposo y decadente, lleno de obras suntuarias.
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Gloria Jimeno Castro
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Notas
[1] Andrés González-Blanco, Historia de la novela en España desde el Romanticismo hasta nuestros días, Madrid., Sáenz de Jubera Hnos., 1909, p. 1.004 (<http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id= 0000192691&page=1>-).
[2] Recordemos cómo Lily Litvak (op. cit., p. 103), al tratar de un célebre poeta nacido en las mismas tierras de Rogelio Buendía, Juan Ramón Jiménez, deja claro que las flores, el cromatismo de la naturaleza, el agua en Jardines lejanos, Ninfeas, Almas de violetas apelan al sensualismo, están ligados al eros.
[3] Sobre este tipo de personajes, véase Antonio Cruz Casado, Flores de meretricio: La prostituta en algunas novelas españolas de principios de siglo, ed. cit.,pp. 233-243.
[4] Para comprobar cómo la influencia de este autor decadentista francés era relevante desde tiempo atrás, revísese Juan Ventura Agúdiez, “La sensibilidad decadentista de Barbey d’ Aurevilly y algunos temas de La Regenta”, en Revista de Occidente, n.º 99, 1971, pp. 355-365.
[5] Véase Emilio Olcina, “Presentación”, en Charles Baudelaire, El Spleen de París, Barcelona, Fontmara, 1981.
[6] Sobre este tipo de personajes masculinos y su filosofía de vida, inspirada en la literatura de Baudelaire, cabe consultar: Ernest Raynaud, Baudelaire et la religion du dandisme, París, Mercure de France, 1918; Jean Paul Sartre, Baudelaire, Barcelona, Anagrama, 1999; César González-Ruano, Baudelaire, Barcelona, Austral, 2016.
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