La preeminencia del erotismo en la literatura del primer tercio del siglo XX. Desarrollo y cultivo del Ἔρως en las colecciones literarias de novela breve: el tratamiento del erotismo en La Novela de Bolsillo – III – Gloria Jimeno Castro

La preeminencia del erotismo en la literatura del primer tercio del siglo XX. Desarrollo y cultivo del Ἔρως en las colecciones literarias de novela breve: el tratamiento del erotismo en  La Novela de Bolsillo – III – Gloria Jimeno Castro

La preeminencia del erotismo en la literatura del primer tercio del siglo XX. Desarrollo y cultivo del Ἔρως en las colecciones literarias de novela breve: el tratamiento del erotismo en La Novela de Bolsillo – III

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La preeminencia del erotismo en la literatura del primer tercio del siglo XX. Desarrollo y cultivo del Ἔρως en las colecciones literarias de novela breve: el tratamiento del erotismo en La Novela de Bolsillo – III

Este artista de espíritu aristocratizante, al igual que los personajes de las novelas esteticistas, y del mismo modo que Françoise Chautebriand, desea convertir su existencia completamente en arte. Quería contemplar pasivamente la vida y la naturaleza que le rodeaba, como si fuera una función artística, tal como apuntara el filósofo Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación (1819). Para realizar este deseo contará con la ayuda inestimable de Belkis, que aparece misteriosamente en su vida, vestida con exquisitos ropajes, con “un manto de terciopelo color hoja seca […] que al desplegarse nos deslumbra, porque está forrado enteramente de un maravilloso brocado de oro recamado de perlas y grandes flores de plata, un manto de princesa de cuento de hadas” (p. 6).

En Las alegres chicas de París (n.º 88), Álvaro Retana presenta las aventuras de Floriana contadas por ella misma, tras “un acceso de spleen” (p. 56). Esta frívola jovencita, “amante de toda fiesta aristocrática” (p. 18) y “de costumbres depravadas” (p. 46), deseaba condenarse por cometer “los más escabrosos pecados femeninos” (p. 11) al lado de Carlos Mazariedo, cuyos ademanes evocaban “al Pierrot de la pantomima grato a Verlaine y a Teodoro Banville” (p. 18). En cuanto a las novelas de nuestra colección en donde se produce una agradable fusión del erotismo con el humor y la ironía [1], un buen ejemplo de esta clase de relatos lo constituye Un ángel patudo de Pedro de Répide, en el que el autor madrileñista conjuga diestramente las escenas costumbristas con lo erótico, destacando su socarronería, su elegancia e ingenio, a la hora de comunicar cómo se produjo la unión carnal entre la ingenua muchacha pueblerina y el avispado militar, protagonistas de estas páginas:

¿Qué aconteció en el trance aquel? Estaba tan oscuro que no se veía nada. Solo se sabe que al comienzo fue harto animada la conversación. Que el tiempo pasaba, y cada vez hablaban menos. Alguna emoción intensa debía embriagarles sin duda, porque más de un ¡ay!  Pronto ahogado podía percibirse, y después algún que otro suspiro completamente entrecortado (p. 34).

Carlos Miranda es otro especialista en urdir novelas de temática erótica, plagadas de elementos hilarantes, capaz de manejar con habilidad el lenguaje, de aprovechar la multivalencia de los vocablos para que de los equívocos y de las ambigüedades se derive el gracejo. En A puerta cerrada, Carlos Miranda presenta el proceso judicial al que fue sometido un sacerdote, acusado de haber intentado violentar a una feligresa, a una hermosísima joven sordomuda.

Las intenciones que guían la redacción de estas páginas, quedan ya al descubierto con el nombre que Carlos Miranda busca para este inmoral y decadente sacerdote: Pompilio Chasublier de la Poulette-Lisse. La ironía que el autor derrocha a raudales para sugerir tanto, sin decir en realidad nada ofensivo explícitamente, su lenguaje sencillo y cuidado a la vez, al que tanto partido es capaz de sacar, sin dudar, resulta meritorio. Sumamente sainetesco es el pasaje del relato, en el que se interroga al cura acerca de ciertas acusaciones, referentes a sus intenciones deshonestas con uno de los jóvenes a los que adoctrinaba:

EL PRESIDENTE: Diga: ¿Por qué, a su salida del seminario, trató cierta noche de introducir un miembro protestante en su círculo católico, según declaró el joven evangélico mister Webuchadnezzar Foxterrier?

EL PROCESADO: Eso de la introducción del Nabucodonosor en mi círculo, fue nada más por hacerle que abriera el ojo y advirtiese los extravíos de la Reforma (p. 25).

Plagada de momentos llenos de humor se halla la novela de Joaquín Belda Un quince de éter (n.º 87), en que, merced al efecto narcotizante del éter aspirado por Eduardo, este logrará gozar en sueños de la mujer por la que siempre suspiró:

La mujer tanto tiempo codiciada estaba ya junto a él […] Y entonces comenzó para el joven una forma nueva de martirio delicioso, de goce impotente y quintaesenciado, pues la diabólica mujer, aligerada la ropa, comenzó a pasear por su cara y otros escondrijos de su cuerpo, todos los encantos de que la naturaleza la había dotado pródigamente […] Primero fue el busto de diosa, dos repujados hemisferios de alabastro, los que rozaron su frente, su rostro, su cuello… Más tarde la cimera de sus cabellos azulinos […] Pero el furor de su carne, ése, por dentro, no se estaba quieto y anunciaba un final próximo, que ella pareció adivinar, porque con malicias extremadas fue acoplando su cuerpo al del joven, y cuando la unión fue perfecta, dejóse caer como muerta sobre él, con todo el peso de su hermosura… (p. 41). 

Del mismo tenor es la historia de uno de los novelistas españoles más pornógrafos y festivos, Álvaro Retana. Entre otros títulos, el literato publica en La Novela de Bolsillo, El último pecado de una hija del siglo (n.º 32), donde se reproducen las epístolas que una aristócrata de vida licenciosa dirige a su confesor, detallándole sus innumerables pecados de la carne.

Pese a ser feliz con su esposo, la Duquesa de Cienfuegos, María Magnolia de Alba y Martín de Carrizosa, tuvo infinidad de aventuras, resultando imborrable para ella la mantenida con su ayuda de cámara, quien al sorprender a la aristócrata saliendo de la bañera, “impetuoso como un toro, en aquella ocasión se olvidó de su clase, y creyéndose un príncipe o cosa por el estilo, me hizo princesa en menos que se lo cuento […], nada más natural que abra un lacayo la puerta por donde tienen que pasar sus señores” (p. 17). La sarcástica María Magnolia continuamente hacía acto de contrición y encomendaba su alma pecadora a San José, acudiendo tras cada aventura amorosa a rendir cuentas ante el santo, así como a encenderle una vela para que la protegiese y evitase en lo sucesivo que cayese en la tentación:

Para tranquilidad de mi conciencia, bien sabe usted, que cada vez que un nuevo Ulises penetraba en la cueva de Calipso, llevaba yo una vela para San José Bendito. Gracias a mí ha podido contar durante muchos años con una iluminación esplendorosa y como jamás la ha tenido ninguna imagen de ese templo (p. 21).

Estos relatos de talante erótico, redactados al modo de las rememoraciones autobiográficas, y en que se debate sobre la licitud del amor venal, reflejándose asimismo el mundo de la demi-mondaine, muy probablemente pudieran hallarse influidos por los escritos de Guy de Maupassant, por títulos tan emblemáticos como Un día de campo y otros cuentos galantes, La casa Tellier y otros cuentos eróticos [2].

Cargadas de sutil ironía surgen también las novelas tituladas El reservado de señoras (n.º 43) y El círculo vicioso (n.º 4), que tienen en común el que el tren surge como escenario propicio para que nazcan aventuras amorosas [3].

En El reservado de señoras de Vicente Díez de Tejada se nos refiere cómo la protagonista, Paz, en compañía del fiel amigo de su esposo, atraviesan toda España en tren para asistir al marido de la dama, que cayó gravemente enfermo. Durante el largo trayecto, Paz y el gentil caballero intiman, hasta el punto de que la mujer le confiesa que su esposo Luis le fue siempre infiel. El hombre se conduele de su situación y busca consolarla; y tanto se afana en esta labor que acaba seduciéndola, conduciéndola a “la fronda de Cupido”, en la que se internan “un macho y una hembra que no se conocen, y que van a eso, a conocerse y a olvidarse” (p. 58). [4]

El erotismo, amén de ello, se potencia en estas novelas, merced a las ilustraciones sugerentes trazadas en sus páginas por la nómina de dibujantes de La Novela de Bolsillo. Como decimos, en los relatos de corte erótico, los ilustradores, además de optar por presentar desnudos femeninos en sus portadas, escogen los colores más llamativos y encendidos para pergeñarlos, con una clara preferencia por el rojo escarlata, que simboliza la lujuria, la pasión. Este es el caso de la portada de La novela de la Fornarina (n.º 70), con dibujos de K-Hito, que elige un vistoso fondo rojo, emplea la tinta roja para perfilar el bello y sugerente rostro de Consuelo Bello, la sensual y atractiva estrella de los escenarios que encandilaba a tantos caballeros de la época. El color carmesí prevalece, asimismo, en la ilustración con la que se abre La Casablanca (n.º 59), y con la que Aguirre pone rostro a esta meretriz sentimental de vida desdichada, protagonista de estas páginas.

Un naranja chillón con matices rojizos es el que Aguirre busca para dar color a la portada de Un quince de éter (n.º 87), relato de Joaquín Belda, donde el dibujante da forma a los sueños eróticos del protagonista, mientras que las portadas de José Zamora son las más coloristas, las más barrocas, en las que las gamas de tonalidades parecen agotarse, en las que el color púrpura parece resplandecer más. De todo lo dicho se colige, que en colecciones de relatos cortos como La Novela de Bolsillo, a lo erótico se le concede una importancia primordial, en relación con la erotización dominante en el panorama editorial y en la sociedad finisecular española. Se atiende, por tanto, a los gustos literarios predominantes entre el público lector que demandaba este tipo de publicaciones en el primer tercio del siglo XX.

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Gloria Jimeno Castro

Doctora en Lengua española y sus Literaturas

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Notas

[1] Señalaba Alberto Sánchez Álvarez-Insúa cómo la clave humorística, “coartada” con la cual “el género se parodia a sí mismo y consigue ser aceptado […] será general en el tratamiento popular de la sexualidad en los grandes especialistas del género en novelas largas y cortas: Belda y Retana; en el teatro, la canción y en las revistas y publicaciones seriadas de novela corta” (“Colecciones literarias”, loc. cit., p. 389).

[2] Para comprobar como la atmósfera de estos relatos guarda relación con el espíritu y el ambiente de las obras de Guy de Maupassant, atiéndase a los sendos prólogos de Esther Benítez a sus ediciones de La casa Tellier y otros cuentos eróticos y de Un día de campo y otros cuentos galantes, Madrid, Alianza, 2005 y 2007, respectivamente.

[3] Luis Antonio de Villena (El ángel de la frivolidad y su máscara oscura. Vida, literatura y tiempo de Álvaro de Retana,Valencia, Pre-Textos, 1999, p. 36) subraya cómo una década después triunfó una novela francesa, en la que el tren se perfilaba como el marco perfecto para el desarrollo de amores galantes: Madone des Sleepings (1925), obra de Maurice Dékobra.

[4] Al escribir sobre el ferrocarril en relación con la sexualidad en el siglo XIX, Ángel J. Gordo López y Richard M. Cleminson observan que el tren abría y cerraba nuevos horizontes eróticos para los pasajeros de esa época. Como espacio de viaje a medio camino entre diferentes localidades geográficas y etapas vitales, el tren parecía abrir un paréntesis suspendiendo las normas sexuales vigentes en otros lugares más estables como el hogar burgués (Techno-sexual landscapes: changing relations between technology and sexuality, Londres, Free Association Books, 2004, pp. 77-96). El elemento añadido de peligro, que acechaba experiencias heterosexuales socialmente aceptadas como el viaje de novios o más o menos prohibidas como el sexo extramatrimonial, el adulterio o el acoso, servía aún más –apunta Jeffrey Zamostny– para que las subculturas homosexuales “hicieran de la gran estación urbana un espacio de búsqueda del placer. Entre otros elementos propicios al «ligue» destacaban el flujo constante de personas; la sensación de anonimato; las oportunidades para ejercer la mirada y para desaparecer en la muchedumbre; y el riesgo de descubrirse, de toparse con la ley o con la violencia” (“Entre vigilancia y subversión: ferrocarril y homosexualidad masculina en la otra Edad de Plata”, en José Miguel González Soriano y Patricia Barrera Velasco (eds.), Dinamitar los límites. Denuncia y compromiso en la literatura de la otra Edad de Plata (1898-1936), Madrid, Ediciones Complutense, 2017, pp. 116-117).

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