La raigambre cervantina de los relatos cortos de Pedro de Répide y la preeminencia de La Mancha como marco narrativo: «Un ángel patudo», su contribución a la Novela de Bolsillo – III – Gloria Jimeno Castro

La raigambre cervantina de los relatos cortos de Pedro de Répide y la preeminencia de La Mancha como marco narrativo: Un ángel patudo, su contribución a la Novela de Bolsillo – III
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La raigambre cervantina de los relatos cortos de Pedro de Répide y la preeminencia de La Mancha como marco narrativo: Un ángel patudo, su contribución a la Novela de Bolsillo – III
Personajes
Uno de los efectos que produce esta novela es que cuando hemos finalizado su lectura tenemos la sensación de que estos entrañables personajes del pueblo de Valflorido existen en algún rincón de la Mancha. Ello se debe a que el pergeño de sus caracteres está perfectamente realizado, con unas cuantas pinceladas Pedro de Répide crea unos personajes llenos de vida, muy realistas, perfila unos tipos que son imperecederos. Quizás lo que más llame la atención es que el personaje principal pertenezca al estamento eclesiástico, y que este sea visto con tanta amabilidad, sin malicia, algo bastante inusual en este tipo de relatos. Don Hilario Saldaña es un cura bondadoso, ingenuo, optimista, no en vano, su nombre etimológicamente significa “alegre”[1], amén de ser un clérigo preocupado siempre por el bienestar de sus feligreses, que se desvive con los forasteros, que acata sin pesar y con devoción los mandamientos divinos, porque su fe es auténtica y es un hombre bueno por naturaleza. El vicario acoge sin pensárselo a su sobrina huérfana, y sin amonestarla ni recriminarla por su desliz amoroso se hace responsable del fruto de los amores ilícitos de la joven. Completan esta crónica de un pueblo de la Mancha personajes como don Faustino, el galeno socarrón, “el médico zumbón y cultiparlante” (p. 63),quesiemprehacía chanzas de todo y se mostraba siempre contento, de ahí la elección de su nombre, que significa “feliz”[2].Este disfrutaba lo indecible burlándose del talento poético de su querido amigo el vicario, y poniendo en tela de juicio las doctrinas cristianas, tan solo para irritarle y sacarle de quicio.
Curioso personaje es también el ama, esa mujer trabajadora y diligente que pasó toda la vida junto al vicario sacando adelante la casa rectoral, y que recelaba calladamente de la presencia de la sobrina, a quien consideraba una rival. Temía que la joven le arrebatase el papel que durante tanto tiempo desempeñó, aunque María jamás le dio motivos para ello. Esto explica que esa rabia contenida, esa envidia que secretamente sentía el ama hacia María, saliese a la luz cuando la joven pasó por su embarazoso trance: “el ama, quien tomó pretexto de lo sucedido para mirar de alto a bajo a la sobrina, y dar salida al sordo rencor durante mucho tiempo recolecto” (p. 63).
María representa a la ingenua joven pueblerina, que, debido a su existencia monótona en una región aislada, y a causa de su desconocimiento de todo lo concerniente a la vida y al amor, se deslumbra ante la aparición del primer hombre que se cruza en su vida y le regala el oído con fingidas promesas y con falsos halagos. Se deja engañar por un desaprensivo militar, que se aprovecha de su inocencia, de su incultura, de sus románticos sueños de amor y de sus deseos de iniciar un futuro mejor lejos de Valflorido. El narrador culpa a la educación recibida por las jóvenes españolas de estos errores, que las marcaban de por vida. Para todas ellas, el matrimonio era una salida a sus muchos problemas, una posibilidad para acceder a una vida mejor. Se lanzan, por ello, a la desesperada a la busca de un marido que debía solucionarles la existencia:
A la chica, privada de todo trato masculino que no fuera con don Otilio el boticario, y con Agustín el sacristán, ambos sujetos casados y con hijos pequeños todavía, pareció la de perlas la llegada del aguerrido Carlos. Tres días estuvo en el pueblo el militar, y al segundo de ellos tenía ya relaciones formales con la chica, y proyecto de próximo matrimonio […] Aquellos justos y naturales deseos de amor, contenidos durante tantos años no podían por menos de hacer explosión violentísima. Así fue que al tercer día por la mañana, María llegó hasta a marcar la fecha para la boda (p. 30).
Carlos Quintanar es el forastero que irrumpe en el pueblo, que viene a alterar con su presencia la cotidiana monotonía de Valflorido, y que va a cambiar el rumbo de la vida de alguno de sus habitantes. Es la figura poética de moda en Madrid, todos quieren contar con él, no porque valoren su aportación a la poesía contemporánea, la mayor parte de los que decían ser sus admiradores ni tan siquiera habían leído sus versos, únicamente reclamaban su presencia en los grandes eventos por el prestigio social del que se había hecho merecedor entre las clases altas de la capital. Carlos, a pesar de estar orgulloso del triunfo obtenido, estaba cansado de la popularidad. Por ello, para Quintanar, la estancia en Valflorido y su anonimato es como un bálsamo, una experiencia inolvidable que le hará apreciar la vida reposada en el campo, la generosidad de los pueblerinos, las bondades de la vida humilde y sencilla en las tierras manchegas.
Carlos, cuyo nombre significaba “varón fuerte y viril”[3], se ve gratamente sorprendido por aquella Dulcinea castellana, cuyo nombre, María, el mismo que el de la Virgen, le hizo pensar que era una casta doncella; pero, para mayor satisfacción suya descubre que sus conjeturas eran erróneas. Tras su fatigosa jornada a lomos de su bicicleta halla con esta el tipo de reposo que un guerrero caballero como él tanto deseaba, contribuyendo a que su estancia en la Mancha resultase una aventura imborrable.
Narrador
En Un ángel patudo se opta por un narrador omnisciente, que, por otra parte, es el que conviene a una novela de carácter realista-costumbrista como esta. El narrador, tal como es habitual en este tipo de novelas, interrumpe el fluir de la acción para introducir digresiones sobre las que quiere hacer reflexionar al lector y emitir sus juicios acerca de los personajes, los hechos… El narrador critica en varias ocasiones, y valiéndose de las digresiones, a los escritores aficionados. En la primera de las digresiones introducidas censura la actitud de todos aquellos poetas advenedizos, sin talento, que acostumbraban a perseguir a las figuras literarias de nombradía en demanda de la soñada oportunidad, en busca del halago y de la opinión especializada del autor consagrado, que pensaban podían abrirles las puertas de la fama y del éxito:
Por regla general esta clase de genios ignotos suelen presentarse bajo dos formas. La de un muchacho imberbe e intonso, tan sobrado de vanidad como falto de cacumen, y tan repleto de tontería como vacío de cultura. Este tipo se quejará de una suerte, que después de todo no ha sido puesta a prueba todavía y harto sabedor de las maldades de los hombres, cuando estaría muy en su lugar acudiendo a un colegio para imponerse en el conocimiento de las primeras letras. La otra especie de los tales, es más amarga y más molesta. Constituyen esa clase de hombres, unos ya talludos que andan, cuando menos, por cerca de los cuarenta años, han vivido en la ciudad o en la Corte algún tiempo, y han tenido que retirarse a su nativa insignificancia, no sin una constante protesta contra el destino que así los zahiere tan injustamente, según ellos (p. 40).
Aparentemente, el narrador muestra una gran modernidad, sobre todo, al presentar a María, quien rechaza el clásico papel de doña Inés, le aburre el que las damas hayan de ser siempre las víctimas de un mendaz donjuán. Cree que había llegado el momento de que cambiasen los papeles, deseaba que los hombres pasasen de burladores a burlados, buscaba la revancha. La suerte le brinda su oportunidad para vengarse del género masculino, un turista, un famoso poeta que se aloja casualmente en la casa rectoral, se convierte en su víctima. Lo seduce sin remordimientos, por puro placer, para emular a tantos y tantos varones que se burlaron de jovencitas románticas como ella.
Sorprende, pues, la actitud de la joven, la modernidad del pensamiento de María y del narrador, que, en principio, parece aplaudir la actitud de esta, quien nueve meses después de ejecutar su represalia contra los varones da a luz un hermoso retoño. La realidad es que Répide, merced a este personaje, ironiza sobre las mujeres que reclamaban la igualdad, equipararse a los hombres en las conductas amorosas, dado que las consecuencias que en unos y otros acarreaban eran harto diferentes.
Estilo y lenguaje
Un ángel patudo es una novela que sobresale por el acierto de forma, puesto que su autor está retratando la vida de un pequeño y humilde pueblo de la Mancha, y por ello huye de una prosa retórica, con un excesivo recargamiento adjetival y metafórico. Pedro de Répide prefiere la llaneza expresiva, el lenguaje sencillo, adecuado al tono de la historia, a sus entrañables personajes pueblerinos, lo cual no es óbice para que el relato esté bien escrito. Es una novela que muestra una gran frescura, un estilo fluido, sencillo y directo; refleja, en definitiva, la vida tal cual es. La trama novelesca es simple, aunque llena de incidencias menudas que hacen que el interés no decaiga, merced a la amenidad de los hechos y a esa sutil ironía de la que el autor hace gala a cada paso.
La espontaneidad y agilidad expresiva de Répide favorecen ese humor tan agradable e irónico que le caracterizaban. Sirva a guisa de ejemplo, la teoría que defiende acerca de que la delgadez es una cualidad física que predispone para el ejercicio de la poesía:
Don Hilario Saldaña tenía una cualidad altamente simpática dentro de su condición sacerdotal. Era delgado y esbelto. Y como se las daba de poeta, este aspecto suyo le ayudaba notablemente. Un cura gordo no puede ser espiritual, y un señor obeso no puede ser poeta. Un hombre de vientre esférico, ancha papada, hinchados mofletes y cerviguillo capaz para seis pares de banderillas, no sirve en la vida para otra cosa más que para molestar cuando entra en un tranvía lleno de viajeros. Y don Hilario Saldaña era flaco. El médico solía decirle que eso era lo único que tenía de parecido con Horacio (p. 7).
La narración se caracteriza, tal como se aprecia en los párrafos hasta ahora expuestos, por su estilo conciso, por sus oraciones cortas, mas sumamente ingeniosas y sentenciosas. Pedro de Répide muestra precisión y exactitud en la elección de cada vocablo, con pocas palabras, con oraciones sencillas, breves, sólidamente construidas, y sin necesidad de abusar de ningún recurso retórico, es capaz de comunicar todo lo que desea y de manera muy efectiva. Una muestra del dominio narrativo de Répide surge, por ejemplo, cuando mediante la enumeración de sintagmas nominales describe de manera sintética las sensaciones que invaden a Carlos Quintanar al ser invitado a las fiestas del pueblo:
[…] y al día siguiente podría marchar en busca del tren, o si quería podía quedarse en el pueblo con ocasión de la fiesta que en él había de celebrarse. Este anuncio que el cura y el sacristán creyeron que era una invitación, surtía por el contrario en el recién venido el efecto de una amenaza: ¡Función de pueblo! ¡Procesión, pólvora, y otros excesos! Bailoteo, canturrias y griteríos. Antes la muerte (p. 18).
Destacable es el sagaz ingenio y el sarcasmo que exhibe Répide al narrar el encuentro amoroso entre María y el gallardo militar. El autor parodia a San Juan de la Cruz para este fin, introduce y hace suyo los versos del santo abulense, pertenecientes a su composición Noche oscura del alma, en la que se describe la unión mística del Alma con Dios. En la novela de Pedro de Répide es María, la pura ingenua doncella, la que aprovechando la tranquilidad reinante en la casa rectoral se escapa, guiada por el amor y las ansias de casarse, para así poder abandonar aquel pueblo perdido de la Mancha. Amparada por la oscuridad, María se une a un cristiano, que sabe aprovecharse de su inocencia y desesperación:
La casa tenía tales recovecos, harto conocidos por María, que pudo quedamente salir de su aposento sin ser notada, y acudir a la cita, estando ya la casa sosegada. Era una noche oscura, no como la del alma que cantó el clásico, pero sí lo suficientemente parecida para que una amada y un amado pudieran decirse sin que se enterara nadie, todas las lindezas apetecidas y alguna más (p. 33).
Si bien el autor no requiere de muchos recursos retóricos para construir su relato, no quiere esto decir que prescinda de ellos y que no sepa utilizarlos con acierto. Destaca, por ejemplo, el inteligente empleo que Pedro de Répide hace del polisíndeton, de la reiteración de la conjunción copulativa “y”, que junto con los abundantes verbos de movimiento revelan el desasosiego, el nerviosismo que invade al cura ante la inminente llegada de la festividad de la Virgen. Este anafórico uso de la “y” crea un ritmo un tanto angustioso, acrecentado por las constantes pausas impuestas por las comas, reflejo del sin vivir del cura, quien tanto miedo tenía al ridículo:
Y se paseaba de noche a la luz de la luna por su huerto, y no dormía pensando en los cuartetos, y se marchaba a ver amanecer desde una colina, y en la misa rogaba al Altísimo implorándole un poco de inspiración, y después de la misa íbase a ambular lentamente bajo la grata umbría de las olmedas. Y los versos seguían sin hacer […] Y su sobrina María que era una gran madrugadora, veía cómo al pobre le había llegado la hora del alba, sentado a su mesa y ante el papel… (p. 10).
En la prensa de la época se subrayan parecidos aspectos a los referidos aquí, al anunciarse su publicación:
Este mago de la prosa, verdadero príncipe de las letras castellanas, publica en el número de esta semana de La Novela de Bolsillo un admirable cuento, titulado Un ángel patudo. Llena de ingenio, de fina gracia y picardía, esta narración lleva el sello característico del estilo incomparable del maestro. La personalidad de Répide nos releva de extendernos en elogios acerca de esta interesantísima producción suya, que será un nuevo y grande éxito para el escritor y La Novela de Bolsillo.[4]
En resumidas cuentas, decía Miguel de Cervantes, a quien Répide homenajea aquí, concretamente, en el capítulo XXV de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha, que “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Sin duda alguna, conocer gentes, pueblos, maneras diferentes de interpretar la vida, enriquece al ser humano. Yo, por mi parte, sigo recorriendo las tierras de España, para investigar, hallar inspiración poética y entender mi propia existencia. Continuaré dando cumplida noticia de ello, a través de mis escritos, disfrutando de la belleza y riqueza cultural de nuestra España única.
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Gloria Jimeno Castro
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Notas
[1] Gutierre Tibón, Diccionario etimológico comparado de nombres propios de persona, Fondo de Cultura Económica de España, México, 2003, p. 47.
[2] Ibid., p. 22.
[3] Ibid., p. 12.
[4] “Pedro de Répide”, Heraldo de Madrid, 29-8-1914, p. 5.