Lo que amamos permanece – María José Edreira Vázquez [Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta» – Ilustración de Gemma Queralt Izquierdo]

Lo que amamos permanece – María José Edreira Vázquez [Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta» – Ilustración de Gemma Queralt Izquierdo]

El habitante del Otoño – Número especial

Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta»

 

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Gemma Queralt Izquierdo – Acuarela [Ilustración para El habitante del Otoño]

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Lo que amamos permanece

 

Estar rodeado de los rostros familiares es muy importante para nuestro bienestar emocional. Son las raíces de nuestra estabilidad afectivo-emocional. No hay sensación más angustiante que la de olvidar el rostro de un ser querido al que ya no podemos ver, bien por estar lejos o por haber pasado a mejor vida. Me avisaron de esto cuando estaba haciendo preparativos para irme a vivir a Estados Unidos por una temporada larga. Me indicaron que llevase fotografías de familiares para poder ver sus caras a diario y así mantener viva sus imágenes en mi memoria. No le di mayor importancia y llevé sólo alguna foto de la familia. Entonces no había ni ordenadores portátiles, ni teléfonos móviles. Por supuesto, tampoco había videoconferencias. Por tanto, llevé las fotos impresas. No lleve fotos de todos mis seres queridos porque de algunos no había encontrado ninguna y no tuve la facilidad de ver a esas personas los días previos a mi viaje. Al poco tiempo de llegar a Estados Unidos, no sólo soñaba con las lentejas de mi madre, además necesitaba ver las fotos a diario. Había un rostro que recordaba sin foto todas las noches y me angustiaba la idea de olvidar esa cara porque cada día se desdibujaba un poco más. Llegó un momento en que casi no podía recordar su cara.

Sin embargo, hoy ya no siento esa angustia. Sé que no es así, los llevamos con nosotros adonde vayamos. Podemos acceder a estos rostros a través del inconsciente. ¡Y qué generoso es! Los dibuja siempre en su mejor momento, con sus rostros mas bellos, perfectos. Así es como te vi Maruja, en tu mejor momento, con tus casi 50 años. No lo esperaba, yo te miraba desde mi triciclo con la admiración de mis 3 años. Luego te he vuelto a ver detrás de mi acompañada de otras dos mujeres, mi yo joven y mi yo futuro. Sonreíais las tres al mirarme. Por eso ahora creo que llegaré a viejecita, porque me he visto en varias ocasiones y en sitios distintos en la vejez. La primera vez no reconocí mi cara, recuerdo haberme saludado de forma protocolaria en mi trabajo de entonces. Sin saber cómo, no podía olvidar la imagen de esa señora mayor que me había saludado, y entonces caí en la cuenta, era yo.  He dejado atrás también esa preocupación por si llegaré o no a la vejez. Soy un milagro, lo sé. Mi corazón también lo sabe y sigue latiendo desafiante, fuerte y feliz.

 

 

 

 

Tu has sido siempre la imagen más importante para mí, Maruja. Fuiste mi luz, mi guía, mi referente en una infancia feliz. Mi mirada vieja sabía que era a ti a quien tenía que seguir. Yo jugaba en tu era con gallinas y gatitos. Y me llevabas en el carro con la vaca a las fincas y a las huertas. Esperaba jugando mientras tu trabajabas. Me recuerdo tumbada en la yerba mirando al cielo y observando las nubes pasar, totalmente ensimismada, hipnotizada.

Uno de esos días estando yo jugando escuché una voz, un grito, y te vi caer desplomada al suelo. Mi mirada de niña de tres años te vio en el suelo como una gran muñeca toda vestida de negro, te vi muerta. No lo recordaba, mi mirada sabia lo ocultó. No habías muerto, cuando volví del estado de shock, tú me decías que estabas bien. Año tras año, otro sabía lo que yo no recordaba. Mi mirada vieja clavaba sus ojos en él, lo condenaba, extrañamente lo controlaba. Pasaron los años y tu dolor aumentaba. Mi mirada vieja te seguía, te sentía y te cuidaba.

Te ocultaron la verdad, nadie te dijo el diagnóstico, pero tu sabiamente decías que tenías el Mal. Tenías razón, fue el Mal. No te dejó en paz hasta enfermarte. Te quejabas de vivir tantos años, el Mal no podía contigo. Y sigues viva, muy viva. Dejaste una hermosa huella.

Sé que estaré contigo porque así lo he visto, pero vas a tener que esperar. Hay retraso. Al parecer tengo cosas que atender. No me quieren ociosa.

Ahora sé que es imposible olvidar tu rostro, abuela. Eres mi guía, mi ángel guardián. Aquellos a quienes amamos permanecen siempre como una huella en el alma.

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María José Edreira Vázquez

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Ilustración de Gemma Queralt Izquierdo