Locura y Literatura. Reflexiones desde Michel Foucault
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En el presente artículo trataremos de revisitar uno de los temas más significativos planteados en la obra de uno de los filósofos contemporáneos más destacados, como es Michael Foucault. Se trata de la relación entre locura y literatura, tal y como la estudia este pensador en sus escritos de los años sesenta y principios de los setenta, antes de sus obras arqueológicas y genealógicas más importantes, dedicadas al saber, al poder y a la subjetividad.
La hipótesis de la que partimos es que, según Foucault, entre literatura y locura hay, además de un paralelismo visible y de casos concretos en que las dos se reúnen en la figura del escritor loco, una profunda comunidad de raíz ontológica. Literatura y locura son “experiencias del afuera”. Experiencias radicales en las que se juega o se abre el sentido del mundo.
Es importante atender al hecho de que la mayor parte de los estudios especializados en el pensamiento de Foucault han descuidado esta relación literatura-locura ; se dedican con más frecuencia, bien sea a la interpretación foucaultiana de la literatura moderna en general, bien sea a la historia de la locura en relación con el surgimiento de la medicina mental moderna, pero raramente han abordado la comunidad en que Foucault piensa ambas.
1. Literatura y locura
En la conferencia La folie et la societé, Foucault nos ofrece algunas nociones para pensar este problema, tomando como objeto de estudio lo que podríamos llamar “lo rechazado y excluido” frente a lo valorado y requerido en una sociedad.
La locura es desde siempre rechazada socialmente. El loco es aquel que se comporta de modo diferente al resto de la sociedad, en el trabajo , en la familia, en el discurso y en los juegos.
Así pues, cabe preguntarse ¿cuál es el estatuto del loco respecto del lenguaje? Pues nos encontramos ante la paradoja de que por un lado la palabra de los locos es carente de valor y, por otro, nunca es totalmente anulada, prestándosele una particular atención por su poder atrayente. En este sentido, el filósofo francés muestra como ejemplo el caso del bufón, reflejándose (desde la Edad Media hasta finales del Renacimiento) en esta figura la institucionalización de la palabra de la locura.
El teatro tradicional europeo es otra muestra de cómo se relaciona la locura con el lenguaje. El loco en el teatro es el personaje a través del cual aparece la verdad. Se produce una ruptura entre la voluntad y la verdad, es decir, entre los locos y los que no están locos. Además, la importancia del loco en el mecanismo teatral estriba en que se sitúa en ese “no-lugar” de estar excluido e integrado al mismo tiempo.
Tras estas pinceladas sobre la relación del loco con el lenguaje en un sentido general, cabe preguntarse ¿Qué ocurre con el lenguaje literario en concreto? Foucault al respecto nos proporciona una clave para entender que se produce una singular afinidad entre literatura y locura, su común carácter marginal.
Considera que la relación entre la locura y la literatura, en Occidente, está muy marcada por la época en la que se define y que ambas son un invento reciente. Se trata pues de indagar y establecer las condiciones de posibilidad que se dieron cita y convergieron en un determinado momento histórico para el surgimiento de éstas.
Foucault, en otra conferencia, Folie, littérature, societé (1970), desarrolla la idea de “elección original” mostrando que ésta se halla en la base de toda cultura. Entendiendo que es una elección que delimitaría todo un conjunto constituido por el saber humano, las ciencias humanas, la percepción y la sensibilidad.
Precisamente ésta es una de las razones por las que Foucault se interesa por la literatura, ya que es uno de los lugares donde nuestra cultura ha llevado a cabo algunas elecciones originales que configura nuestro sistema de pensamiento.
2. Concepción ontológica del lenguaje literario
Las reflexiones sobre una ontología de la literatura ocuparon un lugar privilegiado en los escritos foucaultianos de los años sesenta. Nos situamos en el contexto de los trabajos heideggerianos sobre la obra de arte y la verdad como ἀλήθεια. Además de las lecturas presentadas por Maurice Blanchot en sus escritos L`espace littéraire (1955) y Le livre à venir (1959).
Rastreando dichas lecturas podemos comprobar cómo existen importantes diferencias entre la concepción ontológica de Heidegger y de Blanchot, algunas de las cuales se sintetizan en tres rasgos fundamentales como son: el análisis de la dialéctica de Hegel y la noción de negatividad; la nueva concepción de la escritura literaria inspirada en Mallarmé y las reflexiones sobre el problema del ser de la obra de arte.
Para Blanchot el ser que habita la obra de arte no es el ser como verdad del mundo (como consideraba Heidegger) sino el ser del lenguaje mismo. La obra es independiente en sí misma. En este sentido, la obra para el filósofo francés, en su caracterización ontológica, se diferencia de la propuesta por Heidegger que hacía de la obra la única vía de alumbramiento de la verdad. Blanchot reformula este pensamiento considerando que “ escribir es hacerse eco de lo que no puede dejar de hablar ”, idea que posteriormente Foucault recogerá en su pensamiento con la expresión el murmullo que antecede a la obra.
En La mirada del poeta, Lévinas expone la diferencia ontológica entre Heidegger y Blanchot. Así pues el espacio literario al que nos lleva Blanchot nada tiene en común con el mundo heideggeriano que el arte hace habitable. Ambos consideran al arte como luz, pero en el caso del filósofo francés es luz negra que evoca a la noche, al afuera, al desierto, a la muerte, mientras que para Heidegger esta luz funda el lugar, crea el mundo.
La influencia que Blanchot ejerció sobre Foucault en la concepción ontológica del lenguaje y la literatura es incuestionable, ambos filósofos se profesan respeto y admiración mutua.
“Blanchot es el último escritor –expresa Foucault- , y es sin duda así como él mismo se define (…) No se sabe si el drama de la escritura es un juego o un combate, pero es Blanchot quien ha delimitado a la perfección ese << lugar sin lugar >> donde todo eso se desarrolla”
Ese lugar sin lugar es el espacio literario. Es un lugar de incendio eterno, único lugar donde pueden nacer las obras.
No será hasta 1964 con la conferencia Langage et littérature cuando definitivamente quedan unidos el ser ontológico del lenguaje y la literatura. Foucault considera que es en la pregunta misma ¿qué es la literatura? Donde se han fraguado las reflexiones acerca del ser ontológico del lenguaje. La paradoja estriba en que la literatura se aloja en la pregunta ¿qué es literatura?
Foucault sostiene la tesis del carácter reciente de la literatura. Considera que Dante, Cervantes, Eurípides, por citar algunos, no son literatura. Éstos forman parte de nuestra literatura gracias a las relaciones que nuestra época establece con sus obras, relación que sólo nos atañe de hecho a nosotros. Forman parte de nuestra literatura, pero no de la suya; pues la literatura griega o latina no existen en su contexto histórico, es decir, por ejemplo, en el caso de Eurípides, la relación de su obra con nuestro lenguaje es efectivamente literatura, pero la relación de esa misma obra con el lenguaje griego no era literatura.
Hay que distinguir – junto al filósofo francés- muy claramente el lenguaje, la obra y la literatura. De modo que el lenguaje es todo aquello que se dice, todas las hablas y el sistema mismo de la lengua. Mientras que, la obra es el conjunto de las palabras, el lenguaje detenido sobre sí mismo. A su vez, la literatura es algo parecido al vértice de un triángulo por donde pasa la relación del lenguaje con la obra y viceversa.
Foucault considera que cada palabra escrita en la página en blanco de la obra nos “hace señas”, es como si fuese un intermitente que parpadea hacia la literatura. Y es en este mismo momento cuando la literatura es conjurada y profanada. Serán precisamente estas dos características de seña y profanación las que nos permitan configurar dos modelos o paradigmas que nos aproximen a la pregunta ¿qué es la literatura?
El primer modelo es la transgresión, el habla transgresora que evoca a lo prohibido, al lenguaje en el límite, al escritor encerrado y su vinculación directa con la locura. Sade es el paradigma de la transgresión – según la interpretación foucaultiana- con él surge la literatura.
El segundo es “ la machaconería de la biblioteca” ( todas aquellas palabras que hacen señas a la literatura). El espacio de los libros que se acumulan apilándose unos a otros, donde la existencia de cada libro es repetida infinitamente en el ámbito de todos los libros posibles. La figura que representa este modelo es Châteaubriand. Este autor junto con Sade constituyen los dos pilares donde se fundamenta la literatura contemporánea.
La obra es la distancia que se da entre el lenguaje y la literatura, es como un espejo que muestra un “espacio de desdoblamiento” al que llamamos simulacro:
“Me parece que la literatura –expone Foucault- el ser mismo de la literatura, si se le interroga sobre lo que es, sobre su ser mismo, sólo podría responder una cosa: que no hay ser de la literatura, que hay sencillamente un simulacro; simulacro que es todo el ser de la literatura” [1]
La literatura moderna se fundamenta en el afuera; esto significa que el lenguaje escapa al modo de ser del discurso o de la representación, desarrollándose la palabra a partir de sí misma. y es precisamente la palabra la que nos conduce al afuera en el que desaparece el sujeto que habla y que designa un lugar no-mundano; el espacio ontológico. Se trata, en definitiva, de la ontología de la literatura como borramiento del sujeto.
La experiencia del afuera es experimentada como abertura hacia el lenguaje, en la que no hay sujeto. “El ser del lenguaje no aparece por sí mismo más que en la desaparición del sujeto”
Podemos concluir que el ser del lenguaje es la desaparición visible de aquel que habla.
3. Concepción ontológica de la locura
Una vez analizada la ontología del lenguaje pasemos a cuestionar y estudiar qué lugar ocupa la locura en el pensamiento de este filósofo y cuáles son sus principales líneas de investigación que enlazan con su concepción literaria.
La hipótesis que defendemos en este artículo es la señalada por Fréderic Gros, a saber, que la literatura y la locura se pertenecen una a la otra, ajustándose a una experiencia única de lenguaje, lenguaje sin origen que está patente tanto en la escritura literaria como en el delirio de los locos.
Partimos de la idea de que cada época otorga a la locura una acepción determinada de sentido, locura como: obsesión imaginaria, sinrazón, o enfermedad mental. Así pues, en el Renacimiento se produce la fragmentación de la conciencia trágica de locura (estrategias de exclusión). En la Edad Clásica (s. XVII-XVIII) internación de los locos, -aprehensión de los locos como otros). Época moderna (s. XIX- XX) se pretende encontrar la verdad de la locura.
La locura no es nada, y es precisamente la manifestación de esa nada donde reside la paradoja. De modo que para los clásicos la locura no expresa otra cosa que la nada del Ser (experiencia ontológica).
Foucault señala como “ hoy las cosas son igualmente reversibles, pero la locura se ha reabsorbido en una presencia difusa, sin signo manifiesto, fuera del mundo sensible y en el reino secreto de la razón universal. Es al mismo tiempo, plenitud y ausencia total: habita todas las regiones del mundo, no deja libre ninguna sabiduría, ningún orden, pero escapa de toda captación sensible; está allí, por doquier, pero jamás en aquello que la hace ser lo que es”.
4. Locura y Literatura como ausencia de obra
Foucault se centra en la reflexión sobre el carácter central de la experiencia de la locura en la modernidad y busca la definición del lenguaje de la locura desde sí mismo, dejando a un margen la figura del autor.
Nuestro filósofo publica Qu’est-ce qu´un auteur en 1969. La reflexión comienza con una pregunta ¿qué importa quién habla?, concluyendo que en definitiva se trata de darle la vuelta al problema tradicional, y despojar al sujeto de su papel de fundamento originario, y estudiarlo como una función variable y compleja del discurso. En otros términos la función autor es una de las especificaciones de la función-sujeto.
Pero si ya no importa quién habla, cabe preguntarse entonces, ¿importa la obra? ¿por qué decimos que la locura y literatura son ausencia de obra?. En este sentido Foucault nos muestra en su texto publicado en 1964 La folie, l´absence d´oeuvre las claves para interpretar esta ambigua relación entre literatura y locura como ausencia de obra.
Un carácter de la hermenéutica importante para las cuestiones que estamos considerando en el presente artículo es que, la interpretación se interpreta ella misma hasta el infinito, lo cual conlleva dos consecuencias. Una es la cuestión del “quién”: ahora la importancia reside en el sujeto (autor) que plantea dicha interpretación, es decir, el principio de la interpretación es el intérprete.
La otra: es el hecho de que la interpretación no debe dejar de interpretarse ella misma, el tiempo de la interpretación es circular, frente al de la dialéctica que es lineal.
Por tanto, una hermenéutica que se repliega sobre sí misma, entra en el dominio de los lenguajes que no dejan de autoimplicarse, constituyendo así el lugar del afuera, de la exterioridad donde situamos la experiencia ontológica de la locura y literatura.
En este lugar – llamémoslo el afuera, el espacio de lo neutro, el desierto, la noche, la nada, la ausencia de obra- es donde confluyen el saber de la literatura y la experiencia de la locura.
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María del Carmen Nieto Carrillo
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Nota
- Michel Foucault. De lenguaje y literatura. Traducción de Ángel Gabilondo. Paidós Ibérica, Barcelona, 1996, p. 73.
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