No estoy solo
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No estoy solo
Es un día frío de invierno. La nieve cubre los pastos que en primavera brotarán con fuerza vigorosa; ahora no, en esta época invernal el bosquecillo que rodea mi casa está inundado del gélido blanco que lo envuelve. Para soportar esta noche tan helada, enciendo la chimenea con el fin de dar calor a mi envejecido cuerpo, inmerso en la soledad que desde hace bastante tiempo me acompaña día tras día. El crepitar del fuego calienta poco a poco las piedras de esta casa, que me acoge desde aquella fecha en que me quedé solo en este mundo, animando la habitación con una musiquilla cálida que agradezco.
Presiento que esta noche va a ser diferente y no sé por qué. Una extraña inquietud invade mi pensamiento, como si alguien o algo fuera a hacerme compañía. El silencio del entorno sólo se interrumpe con el chisporreteo de los troncos de leña que se van consumiendo en la hoguera. El ambiente del interior, cada vez más templado, es sereno y se respira una paz agradable. Pero la inquietud permanece en mi estado de ánimo.
Después de una cena ligera, me siento en mi querida mecedora, envejecida como yo por el tiempo que lleva acogiéndome entre sus brazos arqueados. De vez en cuando, las chispas del enrojecido fuego semejan los artificios graciosos de una traca de feria. Me encuentro bien, sereno, tranquilo. En este ambiente mágico, el pensamiento trae consigo imágenes que unas veces me hacen sonreír y otras producen alguna que otra lágrima de tristeza. Aunque mantengo los ojos abiertos, mi mirada parece perderse en un horizonte no definido, pero sí muy luminoso, de un resplandor que compite con la brillantez de la nieve que me rodea, de un blanco azulado y transparente. Suena el murmullo de un arroyo que se acerca lentamente hacia mí. Luz y sonido se mezclan en mis sentidos creando un bienestar extraordinario, multiplicando las sensaciones de un mundo nuevo, desconocido y, sin embargo, me parece familiar.
Percibo que mis ojos se van cerrando lentamente, y esa luz, con ese dulce susurro que le acompaña, se adentra en mi interior suavemente, sin prisa. Mi cuerpo parece transformarse en un espíritu capaz de elevarse hasta las alturas celestiales en este invierno tan áspero. Pero no siento frío, más bien me abraza la calidez de una atmósfera que me envuelve con su manto caliente. Mis ojos siguen cerrados y ahora, poco a poco se abren como ventanas que descubren una primavera florida, deslumbrante, con los prados verdes y frescos rodeando mi casa de piedra. El bosque se llena de pájaros y se alimentan de sus hojas y frutos carnosos, y mi cuerpo, transformado, se mezcla con ellos en juegos y alegrías sin fin.
¿Qué está ocurriendo? Nunca me había sentido de esta manera tan especial. Sin notar la pesadez de los años, ni los achaques acumulados en el tiempo, invadido de sensaciones agradables, me siento sonriente y capaz de sentir la ligereza de un cuerpo sin fatiga y vigoroso. ¿Qué me está sucediendo? Sin darme cuenta, una mano suave me coge del brazo y me acompaña no sé a dónde. Miro a mi acompañante que me sonríe, con su otra mano acaricia mis mejillas con la suavidad de unos pétalos de rosa, con sus labios besa los míos con la ternura de alguien que reconozco cuando me besaba en otro momento de mi vida. Su semblante me recuerda a cierta persona que ha convivido conmigo muchos años. La pasión que me transmite me lleva a un mundo diferente, aunque la casa, el bosquecillo y los prados se encuentren en el mismo lugar de siempre. Y ya no siento la soledad que me ha acompañado estos últimos años. Ahora ya no estoy solo y soy feliz.
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José Olivero Palomeque