Sueño – Gemma Queralt Izquierdo [Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta»]

Sueño – Gemma Queralt Izquierdo [Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta»]

El habitante del Otoño – Número especial

Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta»

 

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Franz Marc – Drei Pferde [1912 – Private Collection]

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Sueño

Estoy sentada bajo un árbol justo a uno de los lados de un camino de tierra, llano y despejado. Es de esos caminos perfectos para caminar mientras el sol se despide tras una larga jornada. Es de esos caminos que ofrece uno de los sonidos que más me gustan: el rechinar de las piedras cuando las piso al andar.

Hay una calma que me reconforta, ese silencio que tanto necesito para situarme en un mundo que gira demasiado rápido.

Noto el suelo en mis nalgas: hierba, piedras pequeñas y finas ramas que han caído del árbol. Alzo la vista para contemplar de modo global el paisaje. Suspiro. Siempre lo hago cuando me abruma tanta belleza. Me siento parte del campo en el que estoy; por unos momentos soy una flor, una hoja, un insecto que construye con hojas su hogar para cuando lleguen las lluvias. Soy todo eso y a la vez, no dejo de ser yo.

Me doy cuenta de que estoy sola, no ha pasado nadie por el camino desde que estoy aquí. Alguien, sin embargo, ha pasado, puede que hoy mismo unas horas antes, o puede que ayer. Lo sé por las huellas de sus zapatos que han quedado impresas en la arenilla. De una manera u de otra, siempre dejamos rastro.

Me doy cuenta de lo grande que es el árbol por la sombra que da. Percibo que le gusto y que me acoge en sus faldas como si fuera suya.

Giro la cabeza hacia la izquierda, y a lo lejos, veo un caballo que brinca, da vueltas y se alza sobre sus dos patas traseras. Está contento. Por fin es libre. Siento su energía alegre y tengo la certeza de que su alma está tejida de bondad. Miro la escena embelesad, mientras que se me eriza la piel. Pienso que dado su color, su nombre debiera ser Canela.

Reflexiono. Mi nivel de consciencia se eleva. Llego a la conclusión de que la naturaleza siempre nos ofrece obras de arte. El secreto para verlas consiste en ser bosque, campo, mar o montaña. Formamos parte de ellos y a la vez somos ellos. Sólo así me doy cuenta de las distintas vidas que tiene la vida.

Junto a Canela hay otro caballo: es alto, de oscuro y brillante pelaje, su apariencia que impone respeto. Su porte es erguido, su energía poderosa. Le adjudico el nombre de Café.

Empiezo a estar inquieta, no quiero que se acerque. Temo que pueda hacerme daño. Se me acelera el corazón al ver que avanza, junto a Canela, al ritmo de trote.

Ambos se paran delante de mí y, unos segundos después, Canela decide ponerse detrás guardando mi espalda mientras se refresca el hocico en la hierba.

Sigo medio tumbada. No me atrevo a levantarme por si hacerlo provoca una reacción inesperada en Café. Se acerca tanto que sólo puedo ver su morro encima de mi pecho. Es tan hermoso que por un momento fantaseo en tocar su cabeza, pero esa idea se desvanece al sentir su húmeda nariz cerca de mi cuello.

Me huele durante largo rato y entonces entiendo que es su preciosa manera de saber quién soy.

Mis músculos empiezan a relajarse, sé que no me hará daño. Aun así, tengo presente que sigue siendo un animal imprevisible y que su potencia puede ser arrolladora.

Café ha dejado de olerme e inclina medio cuerpo para tumbarse a mi lado.

Parece que me da el visto bueno para ser parte de su vida. Tengo la sensación de que está dispuesto a escucharme y que también tiene mucho que contar.

Al igual que él, sólo me hace falta olerlo.

 

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Gemma Queralt Izquierdo