Perché i sovranisti non possono dirsi fascisti – Una riflessione di Tommaso Tuppini -[Por qué no podemos llamar “fascistas” a los soberanistas – Traducción al español a cargo de Juan de Lara Vázquez & Francisco Miguel Torralba de Lara] – II
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Perché i sovranisti non possono dirsi fascisti / Por qué no podemos llamar “fascistas” a los soberanistas – Una riflessione di Tommaso Tuppini / Una reflexión de Tommaso Tuppini
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Perché i sovranisti non possono dirsi fascisti / Por qué no podemos llamar “fascistas” a los soberanistas – Una riflessione di Tommaso Tuppini / Una reflexión de Tommaso Tuppini
No es un momento fácil para Europa. Europa no es exactamente la misma cosa que la Unión Europea pero, por ahora, finjamos no saberlo y para simplificar digamos que a quién le importa Europa igualmente le importa la Unión. Así que debe ser defendida de sus enemigos políticos, ya sean externos –Putin, Trump– o internos: Salvini, Meloni, Ortega Smith, Le Pen, Baudet, Orban, Kaczynski, y sus votantes, a los que se les considera soberanistas. Aquello que diré está circunscrito a la situación italiana, la única que conozco un poco.
¿Es cierto que el soberanismo es el nuevo fascismo? Una vez que responda a esta pregunta me gustaría hacer otra: más allá del hecho de que lo sea o no, ¿es útil para la causa europeísta afirmar que estos soberanistas son fascistas? La primera pregunta es de carácter teórico, la segunda de carácter práctico: ¿De qué nos sirve a nosotros, los defensores de la Unión, acusar a los soberanistas de fascistas? Porque –lo admito- si esta acusación fuera falsa, pero útil para atacarles, yo también la usaría.
Paso a responder a la primera pregunta: ¿los soberanistas son fascistas?
Si fascista no es algo abstracto, pero tampoco un insulto como “mierda”, “bestia” o “charlatán”, sino algo más concreto, tiene que haber unas mínimas bases materiales de las que la palabra tome su significado. Estas bases son de carácter demográfico, anagráfico y económico. El fascismo nació en Italia durante un periodo de expansión demográfica en que toda mujer traía al mundo entre tres y cuatro hijos, y la media de edad de la población estaba por debajo los treinta años. Hoy en día hay un hijo por cada pareja, y la media de edad es de cuarenta y cinco años. Además, después de la Primera Guerra Mundial la situación económica de Italia había empeorado como consecuencia de la subida del déficit y de la inflación, dos fantasmas que la disciplina de la Unión Europea parece haber alejado con éxito. En los años veinte Italia es un país agrícola desde el que cientos de miles de personas son obligadas a emigrar, sobretodo a los Estados Unidos. Hoy en día somos la segunda potencia manufacturera del continente. El retorno de los soldados desde el frente produjo ejércitos de desempleados. Tras los años sesenta nuestra tasa de desempleo se sitúa en torno al 10% (no es para dar saltos de alegría, pero tampoco para rasgarse las vestiduras). Podría hablarse de fascismo porque -simplifico al máximo- hay muchos jóvenes privados de recursos, sin trabajo y con familias numerosas. No podemos hablar del fascismo sin las bases materiales que acabo de enumerar, y sin la condición emocional sobre la que nace: la desesperación. Hay fascismo sí y sólo sí es posible multiplicar la misma desesperada efervescencia para tantas mentes de veinteañeros que lo pasan verdaderamente mal. Los soberanistas son un poco al revés: hombres de mediana edad, con bienestar, sin hijos o con un hijo. Aunque exista una idea común según la cual los obreros y los trabajadores manuales son votantes de la Liga [1], nuestros soberanistas son más bien aparejadores, consultores, abogados, comerciantes, bancarios con poco pelo en la cabeza y barrigas prominentes que jamás han conocido la miseria. Trabajan mucho, entre bonos del Estado y acciones tienen los ahorros bien invertidos, van a restaurantes, en verano van a la playa, de vez en cuando -hablo de los vénetos, los que mejor conozco- van a los casinos de Innsbruck con moldavas para olvidar a sus mujeres. Sin embargo, y esta es la cosa interesante, están convencidos de vivir en el peor de los mundos posibles, dicen que la vida da asco porque hay impuestos, porque hay Unión Europea, porque hay Soros, porque hay globalización y porque hay negros [2]. Los soberanistas están a años luz de la efervescencia juvenil y desesperada del fascismo. Viven en un quietismo strapaesismo [3] y bienestar que se esconde bajo la máscara de la furia. Si están bebidos y cuelgan en facebook sus fotos con el brazo alzado, esto no es ser fascista, es -como Umberto Galimberti ha dicho de Salvini- hacerse los fascistas. ¿Y por qué los soberanistas se hacen los fascistas?
Lamentablemente de pan no sólo vive el hombre y los soberanistas también se aburren en su fuero interno. Es decir, descubren que trabajo-casa-iglesia no les es suficiente. Ven en el fascismo una apología del arriesgarse, una forma organizada de nihilismo aventurero, lo que de hecho les falta. No es el fascismo institucionalizado el que les fascina, sino el fascismo como movimiento [4]. Sin embargo, si se les pregunta, afirman querer más patria, más orden, más disciplina. Un deseo casi siempre se expresa a través de palabras que dicen lo contrario de lo que afirman: si me gusta una chica inalcanzable, les digo a los amigos que tiene los tobillos gordos. Los soberanistas tienen una vida embalsamada a causa de la que sufren, pero dicen que Italia es un país anárquico, lleno de caos y criminalidad. Basta con mirar cualquier estadística para darse cuenta de que nunca en la historia ha habido tan poco robos y homicidios, nunca hemos sido tan conformistas y obedientes. Nuestro país es un jardín de la tercera edad donde la mafia ha dejado de ser cruel tras haberse reconvertido al mundo de los negocios. Si hubiera más orden y disciplina aún deberíamos quedarnos todo el día en una cámara frigorífica o a dos palmos bajo el suelo. Sin embargo el soberanista ve ladrones (¡legítima defensa![5]) y asesinos (¡pena de muerte!) y terroristas (¡túnicas islámicas de mierda!) y secuestradores de niños (¡habladnos de Bibiano![6]) por doquier. ¿Por qué esta distorsión de la realidad? Porque en la vida del soberanista todo marcha demasiado bien, por lo tanto necesita excitarse, busca con lupa noticias de crímenes regionales, nada lo atrae más que los robos en fincas hechas por cualquier banda del Este, para poder entregarse a aquel desprecio lleno de autocomplaciencia, al que nunca le falta una secreta e inconfesable simpatía hacia lo que desprecia. El triste e indolente soberanista se revitaliza inoculándose imágenes y fantasías tóxicas. Lo mismo vale para el resto: Bruselas, Soros, las ONG’s… para él son cosas muy fantásticas y de las cuales, en el fondo, no le importan mucho, pero son excelentes ocasiones para caer en una especie de trance competitivo para ladrar hasta ensordecerse.
Los maltrechos grupúsculos de soberanistas por mucho que pongan mala cara, enseñen los dientes y saluden a la usanza de la Antigua Roma, no son fascistas por actuar como fascistas. No tienen la edad, no son tan numerosos, y no tienen la desesperación necesaria para ser la fascistas. La rabia de los fascistas llega a posteriori. Ni tan siquiera es rabia, es la insatisfacción cotidiana hacia una existencia congelada y siempre igual, en la búsqueda obsesiva de pretextos para galvanizarse.
¿Sin embargo -se le ocurre a alguien- el peor sector del soberanismo no es racista, ni por tanto fascista? No, los soberanistas no son racistas. La tienen tomada con los negros [7], lo que no es lo mismo. Intento explicarme. Italia es un país donde la modernización ha llegado tarde con respecto a la Europa del Norte. Nuestra conversión a una economía industrial se remonta a los años sesenta. La economía financiera y la susodicha terciarización llegaron en los años ochenta. Los negros son el espejo en el que los italianos, hijos y nietos de campesinos, reconocen la miseria de antaño. Los negros no son “el otro”, no es una raza diferente: nosotros mismos hace unas décadas. Y el soberanista sabe dentro de su corazón, de lo contrario no se enfadaría tanto. El negro -che por definición es pobre, orina en público, canta a voces, pega a su mujer y a su hija- es un paradigma de la anarquía y del machismo que la modernización del país seguramente ha barrido, pero desde hace poco tiempo, y es por esto que puede convertirse en el ídolo polémico de nuestros miedos y nostalgias. La hostilidad contra los inmigrantes se da más en la provincia y en el campo porque allí permanece más viva la memoria de lo que eramos, y no perdonamos a los inmigrantes que nos lo recuerden. En Italia hay mala conciencia, pero no hay racismo. Hay un problema, y serio, que tenemos con nosotros mismos, no con los otros. Los episodios de “racismo” son raramente violentos. A pesar de que las proclamas de que los exaltados de turno, por suerte no hay bandas de cretinos que dan caza a los inmigrantes. Generalmente, la violencia italiana contra los inmigrantes es verbal, y no por ello menos estúpida, pero desaparecerá a medida que perdamos la memoria del pasado anárquico-agreste del que tanto nos avergonzamos y los inmigrantes no nos lo recordarán porque se habrán hecho tranquilos y obedientes como nosotros. Hace falta una generación.
El Fascismo eterno no existe, es un mantra del tipo Tecnocracia funcionalista o Neoliberalismo totalitario [8], un repertorio rancio que entonamos por la noche para no asustarnos de nuestra insensatez, ideas platónicas que llueven como granizo para que se cumplan nuestras plegarias de descarriados. El fascismo existe si se dan las bases objetivas y emotivas que hemos dicho. Puesto que en este caso las bases no existen, en lugar de fascistas tenemos que quedarnos con estos viejos rechonchos y deprimidos de armas desgastadas, ineptos para la guerra y demasiados ricos para ser peligrosos. A menos que aquellos bobos de la izquierda sigan avivando la paja mojada del fueguito soberanista. Una de las maneras preferidas por la izquierda para descalificar al adversario llamarles fascistas. En Italia es una acusación dirigida sistematicamente, por ejemplo, contra el presidente del gobierno que permanece en el cargo más de seis meses. Un buen “¡fascista!” no se le niega a nadie, mucho menos al soberanista que en carnaval se coloca en la cabeza un fez y se rebaja la edad.
Partiendo de esta premisa intento responder a la seguna pregunta: para debilitar políticamente a los iracundos soberanistas de panzas llenas, ¿es o no útil decir que son fascistas? Para responder se necesita preguntarse ante todo: ¿quién es el interlocutor cuando decimos que un soberanista es un fascista? ¿A quién nos dirigimos? Hay tres alternativas: quien piensa como nosotros, como los soberanistas, o como los indecisos, los jóvenes [9]. Comencemos por estos últimos. Desde un punto de vista propagandístico, ¿es útil decirle a un joven que en un soberanista es un fascista? Si “fascista” es un insulto -con razón o sin ella- digo que alguien es fascista, entonces lo estoy desacreditando y le hago perder votos a su partido. Por tanto es útil hacerlo. Pero así razonan los profesores de asignaturas humanísticas porque en el colegio y en la universidad el fascismo siempre es un punto en el orden del día. Después los profesores escriben en periódicos, o van a la televisión, o si se hacen elegir en el parlamento, o seducen a algún diputado que también va a la televisión, y todo termina conque tenemos a todo el mundo hablando como el profesor. Para darse cuenta basta con escuchar la jerga existente hoy en día en todos los puestos de trabajo: criticidad, modalidad, potencialidad, relacionarse, sinergia. Aristóteles transformado en una profesora de primaria con bolígrafo rojo [10]. Tengo miedo de que tampoco el lenguaje de cuartel sea el de antaño. Pero vamos a centrarnos en el profesor de verdad, aquel que, animado por las mejores intenciones, habla desde la cátedra: hoy tiene la misma edad del soberanista, cuarenta y tantos, está formado intelectualmente en el periodo del désengagement absoluto, entre la segunda mitad de los años ochenta y el principio de los noventa [11]. Se jacta de ser comprometido, al contrario de los de su edad, e intenta transmitir su pasión a sus alumnos. Dice que en ellos encuentra terreno fértil pero en realidad es porque conoce solamente a los más voluntariosos y vistosos que organizan grupos de estudio y otras cosas. No frecuenta la legión de estudiantes apáticos hacia los cuales profesa un soberano desprecio, y ni tan siquiera conoce a los estudiantes más serios, a los que es muy fácil confundir con los apáticos porque no se hacen notar, en clase no piden la palabra y no van a las plazas enarboladas de banderas porque prefieren leer a Homero. Los apáticos y los serios conforman el 95% de los estudiantes italianos y cuando oyen hablar del fascismo ninguno tiene la reacción pavloviana que el profesor recibe del 5% de los voluntariosos y vistosos. No sé si es bueno o malo, pero es así. El “fascismo” no excita a casi nadie, ni en un sentido ni en el otro. Será difícil que se lo digan al profesor en la cara: los apáticos porque no saben de que se está hablando; los serios porque se imaginan como terminaría la cosa y no tienen ganas de tragarse la riña de los viejos.
Los mayoes de cuarenta dicen siempre que las nueves generaciones son postideológicas pero no se lo creen del todo. En cambio sucede así: los veinteañeros son postiedológicos de forma radical. Che Guevara y Jünger, la Comuna de París y Fiume, son igualmente indiferentes para los apáticos e igualmente interesantes para los serios. Los serios pueden conmoverse de la misma manera por un Lenin que danza sobre la nieve de San Petersburgo y un Ezra Pound recluído dentro de una jaula de animales de Pisa. Lo que apáticos y serios tienen en común es que tocan las etapas de la cultura europea con desenvoltura, sin la teleología policial o el resentimiento de los profesores, sin nuestras edificantes preocupaciones. Los profesores son muy modernos (en el sentido de Latour: “quitadle a un moderno la indignación y lo privareis de todo el respeto a sí mismo”), los estudiantes están más aquí o más allá. Si alguien les dice que tengan cuidado porque hay fascistas alrededor, se toman un copa. Por tanto, si se quiere convertir a un joven (al que definís como “fascista”) en soberanista, estáis fallando.
¿Quiénes son los otros que, sacando de la chistera la acusación de fascista, podemos convencer para no votar a los soberanistas? No a aquellos que piensan como nosotros, porque están ya convencidos. ¿Sería quizás un soberanista al que queremos convertir? Si es así, tenemos que estar muy atentos porque llamándole fascista no le “hacemos reflexionar”, como nos habíamos propuesto con un celo pedagógico propio de las grandes ocasiones, al revés, le dejamos que se hunda cada vez más en sus arenas movedizas. Ya lo he dicho, me repito: el soberanista no sufre por los inmigrantes o por la crisis económica, pero porque lleva una vida que no le gusta. Todos llevamos una vida que no nos satisface, nos la imaginábamos un poco más esplendorosa y heroica, en cambio es la que es. Pero la mayor parte tiene la lucidez para entender que si no ha ido como queríamos, si no hemos seducido a Christy Turlington ni nos hemos hecho multimillonarios, la culpa no es de los inmigrantes ni de la Unión Europea: no hemos sido capaces de esto, punto y suficiente. El soberanista, en cambio, no se da tregua, y grita, llora y patalea que alguien va contra él, pero no es tonto: de alguna forma sabe que, si ha ido como ha ido, es porque le ha faltado el valor de tomar entre sus manos su propia existencia. Está enfadado consigo mismo antes que con los demás, y esto también lo irrita. Sabe que es un rostro irreconocible entre la multitud, pero no lo acepta. No hay nada que desee más que olvidarse de los hechos, y encontrar una identidad subrogada y mitológica. Quiere endurecer su propia cáscara alrededor de un germen cristalino y entonces llegan y se lo dan: querido soberanista, tú no eres un don nadie, eres un fascista. El soberanista siente todo el prestigio trágico que deriva del epíteto: “¡¡por lo tanto, soy un héroe lanzado a la muerte, un centinela erguido sobre el último bastión de la nación, yo, el soberan-fascista, io, el defensor fidei e Italiae, yo, el paria de una sociedad blandengue e inmigracionista!!”. Llamarle fascista corrobora el proceso de identificación histérica que el soberanista persigue noche y día y que nosotros los europeístas deberíamos contribuir a frenarlo y no apoyarlo.
Amigos europeístas, progresistas y liberales, recordadlo, cada vez que llamáis fascista a un soberanista: primero, estáis mintiendo; segundo, no persuadís a nadie sino a vosotros mismos; tercero, estáis haciendo un favor a los soberanistas. Intentad evitarlo.
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Tommaso Tuppini
Università degli Studi di Verona
[Traducción al español, con notas, a cargo de Juan de Lara Vázquez & Francisco Miguel Torralba de Lara, supervisada por el autor del artículo y el editor]
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Nota del Editor
La imagen que acompaña al texto es una copia extraída de una fotografía que aparece en https://www.askanews.it/politica/2019/05/18/qui-non-ci-sono-estremisti-n%c3%a8-razzisti-o-fascisti-salvini-a-milano-top10_20190518_171702/
Notas
[1] Se refiere a la agrupación política anteriormente conocida como Lega Nord. En el 2018, bajo el liderazgo de Mateo Salvini, sucesor de Umberto Bossi en la dirección del partido desde el 2013, se eliminó la palabra Nord. Ideológicamente esto supuso pasar de posiciones prevalentemente independentistas a posiciones abiertamente nacionalistas. [N. de los T.]
[2] El autor ha escrito la palabra italiana negro. En italiano nero (negro) deriva del latín y tiene dos significados: cuando se escribe sin “g” (nero) se hace referencia al color en sí; mientras que cuando se escribe con “g” (negro) se refiere al color de la piel. A día de hoy, en algunas zonas de italia, la palabra negro no se usa debido al componente peyorativo que ha tenido en algunas épocas. [N. de los T.]
[3] El Strapaese ha sido un movimiento cultural que se produjo en Italia hacia la mitad de los años veinte. Sus miembros propugnaban un retorno a las tradiciones regionales locales, criticando el proceso de urbanización masiva que se producía paulatinamente según se vaciaban los pequeños centros urbanos. Según el historiador Ismael Saz esta corriente llegó parcialmente a España a través del pensamiento de Giménez Caballero.I. Saz, Fascismo y franquismo, Publicaciones Universitat de Valencia, Valencia, 2004, pp.35-36. [N. de los T.]
[4] En el ámbito histórico e historiográfico, los estudiosos del fascismo han llevado a cabo una distinción entre los conceptos “fascismo movimiento” y “fascismo régimen” (el autor en este caso habla de “institucionalizado”). Sobre este tema basta citar a uno de sus máximos autores: Renzo de Felice, Le interpretazioni del fascismo, o la entrevista que le hizo el joven alumno de George Mosse, el historiador estadounidense Michael Leeden publicada en italiano como Intervista sul fascismo. [N. de los T.]
[5] El autor del artículo hace referencia a las numerosos polémicas que han incendiado a la opinión pública italiana durante los últimos años. Como ejemplos podríamos citar los casos de Graziano Stacchio, que disparó a uno de los atracadores que estaba asaltando una joyería; o el de Franco Birolo, que mató a un moldavo que estaba atracando su negocio. https://www.ilmessaggero.it/italia/legittima_difesa_casi_rapinatori_uccisi-4214729.html [N. de los T.]
[6] En italiano se traduce como “Parlateci di Bibiano” y se refiere al caso judicial “Angeli e Demoni”, que investiga las presuntas irregularidades que implicarían a algunos menores de edad convencidos para que denunciasen a sus padres biológicos, con el objetivo de hacer un negocio millonario en el que estaban implicados una red de entidades privadas y publicas que se lucraban con las adopciones de los menores. [N. de los T.]
[7] Ver nota 4.
[8] El italiano hace una distinción taxativa entre liberale y liberista para marcar la separación que hay entre dos formas de pensamiento, el liberalimo clásico de corte político, y el capitalismo neoliberal de corte económico. [N. de los T.]
[9] El autor ha usado ggiovani y no giovani. En italiano giovani significa “jóvenes”, pero ggiovani se usa como un término displicente con aquellos jóvenes que a los que se tiene por inocentes e ingenuos. [N. de los T.]
[10] “Maestrina con la penna rossa” forse va lasciato in italiano con una nota di spiegazione: è un personaggio del libro Cuore di E. de Amicis, uno scrrittore socialista-umanitario che l’ha pubblicato nel 1886 e in cui tutti gli insegnanti di scuola sono bravi e pieni di buoni sentimenti [Nota del autor]
[11] En estos años se agota gradualmente el compromiso de los jóvenes con la política, y llegan las modas urbanas que siguen un discurso anti-ideológico. [N. de los T.]
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