Poemas de amor
***
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Ven,
no quiero saber cómo, pero ven,
ven pronto, no tardes, no,
que no sé si las palomas alzarán vuelo
entonces como ahora lo están haciendo;
ven pronto, que no sé si la luz reverberará
entre los verdes del campo
tal como en estos instantes reverbera;
ven pronto que no sé si a tu vuelta
las abejas zumbarán con este sonido de mañana feliz,
ven pronto que no sé si para cuando regreses
el cielo habrá perdido estos azules
y luego cómo podría contártelo.
Ven,
ven deprisa,
que las montañas tal vez más tarde
no reflejarán ese denso brillo de nieve que las baña,
y que en la distancia parecerían flotar
suspendidas sobre el aire,
por encima del paisaje.
Ven pronto, sí,
que esta sobrecogedora sensación de belleza
requiere de tu mirada y de tu presencia,
requiere que la compartas conmigo
para que exista,
para que mañana, cuando tú vengas,
yo no vuelva a decir que soñaba;
estabas tú conmigo
y tus ojos podían confirmar lo que los míos:
la belleza inasible del mundo al alba.
*
Llueve
Llueve tu voz
llueven tus labios
y tu boca,
llueve tu pelo,
tus hombros
y tu espalda.
Llueves toda tú en mí.
Llueven tus brazos espigados,
llueve la cadencia de tu cintura,
llueve el delicado roce de tus manos,
el tacto de tus muslos,
la tersura de tu vientre,
la suavidad de tus senos,
la humedad de tus órganos,
tu olor.
Llueves
toda
tú
en
mí,
lentamente
me cala el agua,
empapándome,
y poco a poco me penetra
hasta la memoria de la piel
*
No, no es el amor el que es ciego;
Son los besos:
Los párpados bajan el telón
Y la lengua, muda, de repente
Penetra por entre unos labios desconocidos,
Y se encuentra, a tientas, con otra lengua muda,
Y ciegas se buscan mientras bailan,
Se anudan y se enroscan desesperadamente,
Como si pudieran escapar de la soledad
Que les cerca, esos muros de piel que las rodean.
Entonces de súbito los amantes
Abren los ojos y se descubren
Rostro frente a rostro,
Y como si no pudieran soportar
la luz cegadora de la realidad,
cierran de nuevo los párpados
en busca de la infinitud de otro beso.
Ella se ve a sí misma a través de mis palabras,
De modo que si mis palabras la pintan clara,
Ella, en cierta manera, se siente clara;
Y si trazo una estela de mar,
Ella, preocupada, busca en seguida dentro suya
Dónde se encuentra la barca,
Como quien se asoma a las aguas
Busca hallarse conforme a la imagen que tiene de sí.
Igual que si rozo las nubes,
Hasta ellas va en su búsqueda,
Que en el fondo es búsqueda de sí.
A veces entristece de repente junto a mí
Porque callo, porque no hablo,
Y entonces ellas no sabe qué pienso;
Otras veces se enoja conmigo porque mis palabras
No dicen o no aciertan a decir
lo que ella quisiera saber de sí,
cuando lo que yo sueño es sentir en mis manos,
concretada, la conjunción, feliz,
entre lo que mis palabras dicen de ella
y cómo ella, a través de estas, se ve a sí misma
como desearía verse, por fin.
Me pregunto cada cierto tiempo
Si todavía me quiere,
Y aunque eso no se puede saber
Ni quizá expresar definitivamente,
Puede que el único indicio que yo posea
De que me quiere
Sea la forma que tiene de responder
A mis palabras.
*
Tú quizá no lo sepas,
pero te estoy hablando
incluso cuando no te estoy hablando,
desde lejos, desde una estación
o un puerto que tú nunca has visto,
y no sólo cuando estás a mi lado,
te estoy hablando mientras
miro por la ventana del autobús,
mientras observo a esa niña pequeña
-¿cómo se llamará?- y me pregunto
si se parece a la niña
que algún día tendremos.
Te estoy hablando mientras desde la azotea
me detengo a observar la montaña
que sólo tú y yo conocemos,
te estoy hablando mientras camino
solo por las calles y llueve,
te estoy hablando incluso cuando permanezco callado,
desde mis silencios, que también te imaginan,
te estoy hablando mientras leo
-¡Eres tú! ¿Lo ves?-,
mientras abro el periódico,
mientras escucho ciertas canciones
que sólo tú y yo conocemos,
te estoy hablando desde cualquier lugar,
incluso desde estas palabras
-¿las escuchas?-;
te estoy hablando desde el día en que cumpliremos
veinticinco años,
te estoy hablando mientras tiendo la ropa,
mientras rezo, mientras me baño,
me visto, miro la hora,
te estoy hablando cuando los pasajes te recuerdan
-y yo les digo: “¡qué pena que ella
no esté aquí ahora para veros!”-.
Te estoy hablando cuando sonrío
y afirmo la vida,
cuando me siento feliz
-desde la infelicidad también te hablo,
pero se sobrelleva mejor desde uno-,
te estoy hablando desde cada uno de los lugares
que he recorrido contigo,
porque sin ti, los podría haber recorrido igualmente,
mas nunca los hubiera conocido:
antes estaban ahí como las nubes o los árboles;
ahora forman parte de eso
que no sin pretenciosidad llamo “mi vida”.
Te estoy hablando mientras contemplo el cielo,
te estoy hablando desde tantos lugares,
y al mismo tiempo,
que se entiende que a veces guarde silencio
cerca de ti:
llevábamos todo el día hablándonos sin saberlo.
Ahora bien, nunca me digas: “Ya no tenemos nada más que contarnos”,
porque ese inesperado y fatal día
que ahora anticipo imaginariamente
mientras te estoy hablando,
habremos dejado tal vez de ser cómplices,
de ser, en la distancia, nuestros interlocutores secretos,
aquel que, mientras tú estás sola,
resolviendo un problema en el trabajo,
te estaba recordando, a pesar del espacio que nos separa,
que anoche estabas bellísima;
ese día, sí, en el que dejemos de hablarnos
será como si yo no estuviera ya en ti
ni tú en mí.
*
Últimas tardes contigo
Te quiero como ausente, como distante,
Como si nunca fueras completamente mía,
Como si algo de ti se resistiese a la llamada de mi cuerpo.
Haz como si todas las tardes fuesen las últimas tardes contigo,
Que en el aire, que en la luz que declina,
No deje yo de presentir tu marcha, nuestra sigilosa despedida,
Que el sosiego de los árboles del camino
No olvide recordármelo a cada instante,
Porque acaso no es incierto que todas las tardes,
Desde que nos conocimos, son las últimas tardes contigo.
*
“In which being there together is enough.”
Wallace Stevens
Quizá en una casa solitaria, cerca de un río
cuyas aguas ensimismadas no alteren la soledad,
el sosiego del campo en la quietud incendiada del mediodía,
donde al alba la tierra nos aguarde y se nos ofrezca,
donde podamos recoger los frutos sembrados
y cocinar los alimentos proporcionados,
donde quizá no haya relojes ni calendarios, sino estaciones.
Algún almendro habrá próximo que en invierno
de blanco esplenderá,
donde estemos sobre los días
como la alondra o las hormigas,
que prosiguen los días sin que nada parezca aturdirlas,
en la eterna inmediatez del tiempo.
Donde a la tarde podamos sentarnos cansados y tranquilos
en el poyo a contemplar la serena caída del crepúsculo,
el ascenso de la noche, entre nubes y estrellas,
en un lugar donde nos sean prescindibles, por fin,
tantas vanas necesidades,
donde el lento discurrir de las horas no importe
o importe porque estás tú.
Donde a ti te baste con mi presencia y a mí con la tuya.
Donde estar allí juntos los dos sea suficiente.
***
Sebastián Gámez Millán