Rosa es mi color
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Rosa es mi color
Mi nombre es Manuel, trabajaba como administrativo jefe en una empresa de informática, no tenía muchas inquietudes y me consideraba un hombre afortunado por el lugar que ocupaba en ella. Me llevaba bien con mi superior inmediato a pesar del carácter algo estridente y sus continuos consejos sobre mujeres que impartía a sus empleados, pero sobre todo a mí, el único sin pareja.
— Tienes que pensar en buscarte una buena hembra —decía con un tono lascivo y machista, ladeando su boca de una forma muy peculiar y desagradable en él.
— Ya aparecerá, no se preocupe —le hablaba de usted a pesar de la infinidad de veces que me había repetido que lo tuteara. Confianzas las precisas.
— Hay que buscar. El hombre tiene que vivir en pareja.
— No se inquiete, cuando encuentre mi media naranja no la dejaré escapar.
Aquel día mi jefe estaba especialmente alterado y aproveché un descuido para escaparme a pasear. Estuve andando un buen rato, disfrutando de una mañana primaveral. Hacía frío, había llovido durante semanas y no me importó demorar la caminata matutina. Respiraba el aire fresco saboreándolo, inspirando con fuerza, sintiendo como mi cara se iba congelando y mi nariz enrojecía. Miraba al horizonte observando el cielo azul intenso y entonces la vi: con su pañuelo rosa rodeando el cuello y su boina blanca, esperaba con paciencia un semáforo eternamente rojo. Mientras cruzaban los coches entre nosotros, aprovechando el anonimato de un peatón cualquiera reparé en detalles: el pelo recogido, el perfil refinado y un aura especial que me hacía seguir sus movimientos: se miraba continuamente los zapatos y a veces sacaba una mano del bolsillo del abrigo para acariciarse el lóbulo de la oreja izquierda, tenía unos guantes rosas del mismo tono que su pañuelo. El semáforo cambió a verde, cruzó pasando junto a mi lado y pude olerla, usaba un perfume embriagador que permaneció en mí durante horas.
Esa belleza que transmite me deja clavado, mirándola y luego viendo su caminar, se aleja lentamente. Ahí va esa mujer a la que intuyo se le escapa una mirada de reojo, quiero imaginar que hacia mí. Mi corazón palpita cada vez más fuerte, más rápido y con cada latido me habla.
— Ahí la tienes, es la que buscabas. ¡Enhorabuena!
— Gracias.
— Ahí la tienes, te aviso, lo demás corre de tu cuenta— me dice mi corazón. Siguen los latidos y yo me quedo petrificado. Soy una estatua de mármol. Estoy inmóvil ante mi destino. Mientras ella se pierde al llegar a una esquina.
Estoy varios semáforos en el mismo lugar, por fin decido cruzar. Vuelvo a la oficina. Quedan varias horas para la salida, poco antes de finalizar la jornada me descubro escribiendo estas líneas, preguntándome si volveré a verla. Oigo a mi jefe hablar con alguien y acercándose a mi despacho.
— Manuel, te presento a mi novia, Reme—. Dice de forma altiva.
— Encantado—. Me levanto para estrecharle la mano y ahí está ella, la mujer del pañuelo rosa.
Al ver mis intenciones me sugiere que la bese.
— Dale dos besos, hombre. Que no muerde.
Lo hago encantado y sorprendido. Ella me sonríe, estoy seguro que me ha reconocido. Nos miramos. Él sigue hablando, pero no prestamos atención a sus palabras, creo oír algunas frases sueltas “una joven como la mía” “decídete” “no seas cobarde”.
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Ya he encontrado a mi compañera. Le hice caso a mi jefe, pero sobre todo a mi corazón porque aquél día acertó. De pleno. Era ella, Reme, mi media naranja.
Ahora tengo un problema: busco empleo.
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Antonio Villalba Moreno