Tres postales de Praga – Sebastián Gámez Millán

Tres postales de Praga – Sebastián Gámez Millán

Tres postales de Praga

 

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I. El cementerio judío y las capas superpuestas de la historia

 

 

Praga – Viejo Cementerio Judío

 

Si bien la abrumadora belleza de Praga se nos reveló en la plaza de la Ciudad Vieja con sus torres asimétricas, y atravesando el Puente de Carlos, cordón umbilical que une la ciudad con el castillo, el cementerio judío es uno de los símbolos de la capital de la República Checa y, en cierto modo, como procuraré demostrar, de cualquier ciudad del mundo. Y no solo porque enterrar a nuestros muertos es un hito de la antropogénesis y, en particular, de la humanización.

Fundado en la primera mitad del siglo XV, la tumba más antigua, del poeta Avigdor Kara, data de 1439, y la más célebre es la del erudito y pedagogo rabino Löw, fallecido en 1609, a quien se atribuye la leyenda del Golem. Desde 1787 no se ha enterrado aquí a nadie más. Hay en torno a 12000 estelas funerarias, pero se infiere que el número de personas enterradas es bastante mayor, pues lo más característico de este singular cementerio es la superposición de capas, hasta 9 según algunos testimonios.

Lo considero un símbolo de Praga porque parte del incomparable encanto de esta ciudad reside en la variedad de estilos que conviven a lo largo y ancho de la ciudad, incluso en una misma construcción: medieval, gótico, barroco, rococó, neorromántico, modernista, cubista… ¿Y qué es una ciudad sino esta confluencia de estratos de la historia y la pervivencia de diversos estilos en un espacio común? Me pregunto cómo se podría elegir aquello que merece perdurar en beneficio de lo que debería olvidarse. De memoria y olvido se tejen nuestras vidas y la historia: ¿seremos lo suficientemente sabios para elegir cuándo nos conviene una y cuándo lo otro?

 

II. El caballero Dalibor en la torre del castillo

 

 

Praga – Castillo de Praga -Torre de Dalibor

 

Antes que la leyenda del Golem, que sedujo la imaginación de Jorge Luis Borges, quien le dedicó un conocido poema, a mí me emociona más la del caballero Dalibor de Kozojedy, posiblemente porque me parece más verosímil, más humana. El caballero Dalibor fue encerrado en una torre del castillo de Praga debido a que apoyó a los campesinos en contra de los intereses del rey. En esa torre, que actualmente se llama Daliborka en honor a su nombre, el caballero fue torturado y pasó muchos años, hasta que aprendió a tocar un instrumento musical con tal destreza que los campesinos se acercaban a la torre y le llevaban comida.

Es una historia sobre la justicia recíproca, quizá la única que pueden darse los seres humanos. Pero también sobre cómo la necesidad agudiza el ingenio, y cómo el hombre, ante la infinita soledad de una cárcel –y aquí cárcel pueden entenderse en una multitud de contextos diferentes, pues nada mitiga para siempre la soledad de la vida–, tiene que levantar un mundo que le ayude a sobrevivir. Pienso en Kafka y su mundo. ¿No la habría experimentado el escritor cuando, entre 1916 y 1917, vivió en la casita número 13 de la pintoresca calle del oro, considerada la más pequeña de la ciudad? Sin embargo, su obra, su apellido, convertido en un adjetivo universal, “kafkiano”, su mundo, es ya nuestro mundo.

 

III. Glosa escéptica a Jan Hus: “la verdad triunfará”, en una estatua de la Plaza Vieja

 

 

Praga – Grupo escultórico Monumento a Jan Hus [Centro de la Plaza de la Ciudad Vieja de Praga]

Puede que la verdad llegue a triunfar
en este mundo de tarde en tarde,
no lo neguemos.
Pero antes, quizá, deja cientos de muertos
en las cunetas, las calles, las hogueras,
como te acabó llevando a ti.

Me pregunto si al fin y al cabo
vale la verdad tanto o más que la vida.
Permíteme dudarlo, porque ni siquiera está claro
que tras el paso de los acontecimientos
asome la verdad, tantas veces oculta
a la sombra de la verosimilitud.

 

 

 

 

 

 

 

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Sebastián Gámez Millán