Un prado en Sicilia – El rapto de Proserpina. Representaciones de un mito clásico – I – Santiago Blanco del Olmo

Un prado en Sicilia – El rapto de Proserpina. Representaciones de un mito clásico – I – Santiago Blanco del Olmo

Un prado en Sicilia – El rapto de Proserpina. Representaciones de un mito clásico – I

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Peter Paul Rubens & Taller – El Rapto de Proserpina [1636 – 1637 – Museo Nacional del Prado – Madrid – España]

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Un prado en Sicilia – El rapto de Proserpina. Representaciones de un mito clásico – I

El rapto de Proserpina es tal vez uno de los mitos de la Antigüedad clásica más admirados y queridos a lo largo de los tiempos. El motivo de esta predilección radica probablemente en la calidad de los textos de la Grecia y Roma clásica que nos han legado algunos de sus mejores poetas, sin olvidar las obras maestras que este mito ha inspirado en artistas notables del barroco y del clasicismo francés como Bernini, Rubens o Lully.

Pero al margen de su representación en las Bellas Artes, el tema de la doncella que sufre de manera inesperada un violentísimo rapto que la sume en el país de la tiniebla y priva para siempre de madre, amigas y juegos, sigue atrayendo nuestra atención: siempre el sufrimiento de la joven, su miedo, su inútil resistencia frente a la fuerza bruta envuelta en calígine, ese Plutón de enloquecida mirada cuyos ojos se salen de sus órbitas, el contraste en suma entre lo blanco y lo negro.

Es mi intención comentar en este escrito el tratamiento que dicho mito ha tenido en la pluma de algunos excelentes poetas de la Antigüedad e ilustrarlo con otras representaciones en el ámbito de la escultura, la pintura y la música.

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Relieve votivo o cultual encontrado en Eleusis en el que aparecen Deméter, Triptólemo y Perséfone [ca. 440 a. C. – Εθνικό Αρχαιολογικό Μουσείο / Museo Arqueológico Nacional de Atenas – Αθήνα / Atenas – Ελλάδα / Grecia]

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Himno homérico a Deméter

Englobado en la leyenda de Deméter, la Ceres latina, la madre de la tierra, la diosa rubia como las espigas  que regaló a los mortales los dones de la agricultura, el mito de Proserpina o Perséfone en griego, siempre se encuentra en relación a su madre en un vínculo muy estrecho. Tal es así que en la religión de Eleusis madre e hija eran conocidas como “Las Dos Diosas”.

En el tiempo mítico en que sucede el rapto, tan sólo Plutón o Hades de los tres hermanos olímpicos que se han repartido el mundo permanece sin compañera. Para subvenir a este problema Júpiter, o sea Zeus, se avendrá a entregar a su propia hija Perséfone, habida de su hermana Deméter, a su soltero y solitario hermano Hades, rey del inframundo. Sin el consentimiento del dios más poderoso nada sería factible. Es así como Zeus deviene alcahuete, mediador, mudo testigo y sabedor del sórdido acto que vamos a relatar.

El primer texto que voy a consultar es probablemente el más antiguo y está atribuido a Homero, se trata del Himno a Deméter. Los himnos homéricos son poemas dedicados a los dioses escritos en hexámetros dactílicos y en el mismo dialecto épico en que componía Homero. Éste en concreto tiene 495 versos y su datación es de en torno al año 600 a. C. Sólo los primeros versos guardan relación con el rapto.

Los himnos poseen una extensión indeterminada cuya utilización nos es desconocida. Posiblemente servirían de preludio a los ritos religiosos que tenían lugar en los días festivos para honrar a los dioses. Tal vez eran pronunciados por el colegio sacerdotal que custodiaba sus templos o sus santuarios. En un principio latía en ellos un sentimiento de religiosidad sincera que fueron perdiendo paulatinamente con el paso de los siglos. A mi parecer, los himnos de Calímaco, poeta helenístico del siglo III a. C., pretenden más la excelencia estética de su propia obra que la veneración de los viejos dioses. Aunque la obra del Cirenaico no está incluída en los Himnos Homéricos, nos consta que en el citado compendio hay himnos de una edad tardía embebidos de neoplatonicismo, la última gran filosofía sincrética de la Antigüedad anterior a la imposición del cristianismo.

El poema comienza con una invocación a la diosa a la que va dirigido, así pues la primera palabra es  “Deméter”. A continuación cita a su hija y la incluye en su himno diciendo de ella que tiene “bellos tobillos”, que es un epíteto homérico. En breve se nos destripa el desenlace diciendo en el verso 3 el verbo “raptó”, cuyo sujeto es Aidoneo, es decir Hades, a quien Zeus concedió la susodicha doncella.

Perséfone jugaba en compañía de las Oceánides y cogía flores en un prado fresco: “λειμῶν´ἀμ μαλακόν” (verso 7).

Allí había:

“ῥόδα καὶ κρόκον ἠδ´ἴα καλὰ

… καὶ ἀγαλλίδας ἠδ´ὑάκινθον

ναρκισσόν θ´”.

Es decir: “rosas, azafrán, bellas violetas, gladiolos, jacinto e incluso narciso”.

Había sido Gaya, Gea, una divinidad primigenia que Hesiodo cita inmediatamente después del Caos: “Γαῖ´εὐρύστερνος»,  la Tierra de ancho seno y que a instancias de Zeus coloca esta amarilidácea de flores blancas y amarillas y muy olorosa ante los ojos de las muchachas con objeto de que se olviden de cualquier otra cura o afán que no sea recolectar tan exótica belleza. Cuando la muchacha sobreestimulada se lanza sobre el fatal narciso, se abre la tierra en Nisa, topónimo mitológico de localización indescifrable, y emerge el dios de las tinieblas con su carro dorado tirado de yeguas inmortales.

La coge y se la lleva, pero ella se lamenta y profiere chillidos agudos. La muy ingenua invoca a su padre el Cronida, verso 21: “κεκλομένη πατέρα Κρονίδην  ὕπατον καὶ ἄριστον”, pues ignora que el Tonante tiene bastante de arte y parte en lo que sucede. Ironía trágica, diríamos hoy, aunque entonces la tragedia aún no había nacido. Mas nadie la oyó, ni mortal ni inmortal, ni siquiera “los olivos de espléndidos frutos”, «οὐδ´ἀγλαόκαρποι ἐλαῖαι». Esta personificación de un árbol tan importante para la civilización mediterránea me parece preciosa.

Pero a pesar de lo dicho hubo dos deidades que sí fueron testigos de la oprobiosa acción: Hécate y Helios, véase el contraste, la obscuridad de la noche, la luna nueva, y el resplandeciente sol. Mientras tanto, lejos y apartado de todos, Zeus recibía el humo de sus sacrificios y ofrendas.

Por lo tanto Hades, a quien nunca se le llama así, sino “Aidoneo”, “El de muchos nombres” o “El que a muchos acoge”, seguramente por motivos eufemísticos o apotropaicos, se lleva a su presa en su vehículo contra su voluntad, verso 20: “ἀεκαζομένην».

Si el de muchos nombres se hubiera dignado preguntar a la doncella, es evidente que la respuesta hubiera sido “no”, pero no mezclemos historias, pues de sobra sabemos que los dioses son absolutamente ajenos a la moral de los mortales, que están, como diría Nietzsche, más allá del bien y del mal.

Finalizo mi comentario en el verso 30, donde la desdichada Perséfone aún alberga un ápice de esperanza, pues todavía contempla la luz, las tierras y el mar.

El rapto traerá como consecuencia la pérdida de su virginidad, algo que aunque no se halla en el fragmento estudiado, sí se encuentra aludido en la actividad de las muchachas, coger flores, o anthologia  (ἀνθολογία), que es y ha sido símbolo de la pérdida de la doncellez.

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Ovid – Metamorphoseon libri XV [Joannes Gryphius – 1556 – Collection of Hayden White and Margaret Brose / Source: The Hayden White Rare Books Collection]

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El rapto en Ovidio

A continuación, mediante un salto temporal de seis siglos, voy a presentar dos versiones del rapto de Proserpina salidas del cálamo del mismo poeta, Publio Ovidio Nasón (43 a. C.- 17 d. C.) El primer fragmento pertenece al libro V de las Metamorfosis, compuestas a juicio de Bayet entre 1 a. C. y 3 d. C. Se entreveran en esta magna obra mitos griegos, aunque no sólo, usando del verso hexámetro, adaptado ya a las letras latinas desde hacía al menos dos siglos. La obra consta de quince libros y es su extensión lo que fuerza a Ovidio a reducir los temas tratados a simples rasgos y trazos generales escritos con arte y con buen gusto. El elemento unificador del poema es que todos los personajes mitológicos tratados terminan sufriendo una transformación, de ahí el nombre griego con que es conocido. Me imagino que el gusto por el epilio alejandrino introducido en Roma por los neotéricos y la moda neopitagórica del momento, con su hambre de metempsícosis, no fueron ajenos al éxito de la obra.

Veamos el tratamiento del mito por el de Sulmona. En el verso 332 del libro V la musa Calíope se dispone a interpretar un canto acompañándose de la cítara ante la diosa Palas y el resto de sus hermanas. Canta en honor de Ceres, quien aparece nombrada en la segunda palabra del primer verso: “Prima Ceres…” Después de narrarnos sus dones y su ámbito de actuación, las tierras y las cosechas, pasa a describirnos la isla de Sicilia, la de tres extremos (Trinacria) nombrando sus tres cabos: Lilibeo, Paquino y Pacoro, y al enorme volcán Etna. Atribuye al gigante Tifeo, bajo él sepultado y esforzándose por zafarse constantemente de su tumba, los frecuentes movimientos de tierra de la isla y sus sacudidas. También las llamas y las arenas impulsadas hacia arriba desde el cráter del volcán provienen de la boca del jayán.

El mismísimo rey del inframundo, aquí llamado por vez primera “rex silentum”, o “rey de los que guardan silencio”, decide investigar personalmente el fenómeno muñido de su carro de caballos negros, por temor a que al henderse la gleba pueda derrumbarse la luz del día sobre sus obscuros reinos. Así el tirano, como se le nombra ahora, “tyrannus”, recorre solícito la geografía de la Trinacria.

El divinal viajero es observado por la diosa Venus, que desde su templo famoso en Eryx, el monte Érice, exhorta a su hijo Cupido a clavarle en el pecho una de sus amorosas saetas, para convertirlo así en súbdito de su ámbito amoroso, pues para la diosa despechada, la ya extendida en el tiempo soltería de Plutón es un insulto a su jerarquía. Asimismo Diana y Minerva se le muestran esquivas, ajenas del todo a los himeneos u otros casorios; Venus , teme que Proserpina, la hija de Ceres, siga también por su mismo camino, hacia el que, según el parecer de la diosa de Chipre, ya apunta. Para Venus toda opción por una vida casta y alejada del tálamo conyugal es un ultraje personal; llega a decir en el verso 374 que “somos despreciadas” (spernimur).

No desobedeció Cupido el mandato de su madre y, seleccionando una flecha apta, la tiró contra el corazón de Dite de forma certera. Aquí la forma de referirse al dios es “el Rico” (Dis) en relación a la abundancia de sombras que puebla sus reinos.

A continuación asistimos al escenario del suceso, se nos describe un “locus amoenus” no muy distante de Henna, ciudad siciliana del interior. En el lago Pergo, que no envidia al famoso Caistro por el melodioso canto de sus cisnes, hay un bosque que ciñe todas sus orillas y que con su fronda empece los calores del sol. Sus ramas dan frescura y su húmedo suelo  muestra diversas flores: perpetua primavera; como en la Edad de Oro, Met. I 107: “uer erat aeternum”. Allí Proserpina coge violetas y lirios de resplandeciente blancura en competición con sus compañeras y los transporta en cestas y en los pliegues de su túnica.

Dite la ve, se enamora de ella y la rapta, vs 395:

  “Paene simul uisa est dilectaque raptaque Diti.”

Todo esto sucede en un solo verso, a tal extremo se apresura el amor. La muchacha asiste al rapto atemorizada y con su triste boca llama a sus compañeras y ante todo a su madre. El poeta urbano de las fiestas galantes de Roma añade aquí un gesto que se corresponde bien con su conocimiento de la psicología femenina: la niña ve cómo, en el tira y afloja de su rapto, se le ha rasgado la túnica y han caído al suelo las flores acumuladas; esto le hace incrementar su dolor y es, a su vez, una premonición de su posterior violación mucho más patente que en el Himno a Deméter, en que se alude a ella en el mero hecho de coger flores.

Llévase por tanto el secuestrador a la doncella en su carro apremiando los caballos, a quienes llama por su nombre, antes de regresar al reino de la negrura. En el camino se encontrará con Cíane, que reprochará el secuestro al Saturnio y condenará de una manera sensata que concuerda con nuestra sensibilidad, el acto que acaba de suceder, vss 415-16: “Debiste pedirla, no raptarla.” (“roganda, non rapienda fuit”) Una cosa es entregarse a un varón de manera voluntaria, habiendo sido previamente solicitada (“exorata”), y otra muy distinta hacerlo como Proserpina, aterrorizada (“exterrita”). Pero el dios de los infiernos no cede ante las admoniciones de Cíane y con un golpe de su cetro sobre la tierra, se abre camino hacia el Tártaro. Cíane, por su parte, queda metamorfoseada en fuente.

En general hay varias diferencias entre el relato homérico y el de Ovidio. La primera de ellas reside en la extensión, el griego es más parco en palabras, Ovidio se explaya.

La segunda de ellas y no menos importante es que Zeus y Gea pasan completamente desapercibidos en el relato del latino y no desempeñan ningún papel en la trama. La connivencia de Zeus con el raptor y la complicidad de Gaia son substituidas en las Metamorfosis de Ovidio por el orgullo herido de la diosa del amor, que es causa eficiente del desarrollo de la trama y en parte exculpa del rapto brutal a Plutón, pues, ¿quién puede oponerse al amor? Por esto la niña excluye el nombre de su padre entre los gritos y exclamaciones que profiere en el momento del rapto, según el de Sulmona, cosa que proporcionaba al griego una muestra de ironía trágica.

Otra diferencia reseñable aquí es la ubicación del mito, de la legendaria Nisa nos vamos a la cercana y conocida Sicilia, suministradora de trigo a Roma desde tiempos de la Segunda Guerra Púnica, bien descrita por Cicerón en sus Verrinas. Pero el “locus amoenus “aquí descrito sigue siendo tan irreal como cualquier otro, especialmente cuando la estación primaveral es constante o eterna. En el himno a Deméter no se hace referencia a la estación del año.

Las flores citadas en el texto griego son siete, en cambio en Ovidio sólo aparecen citadas dos, a saber, el lirio y la violeta. Solamente la violeta aparece nombrada en ambos textos. De todos modos no sabemos exactamente a qué planta equivaldría el griego “agallis agallidos (f)”, que aparece en el himno. El profesor Bernabé traduce “gladiolo”, pero no está seguro. Apunta que tal vez sea la “iris attica boiss”, en cualquier manera, pertenece a las iridáceas, distinta del lirio. El profesor Torres Guerra traduce “iris”.

En común mantienen ambos relatos la ocultación del nombre de Hades o Plutón mediante otros eufemismos, si el griego decía Aidoneo (“Aidoneus”), “Anax Polydegmon”, “el soberano que a muchos acoge”, o también “el de muchos nombres hijo de Cronos” (“Kronou polyonymos hyios”), “el hermano de su padre”, (“patrokasignetos”) o “el que comanda un gran número de gentes” (“Polysemantor”).

En Ovidio es llamado “rey de los silentes”, (“rex silentum”), “tirano”, (“tyrannus”), “el rico o Dite” (“Dis Ditis”), “el secuestrador”, (“raptor”), o “el saturnio”, (“Saturnius”).

Como punto final a esta comparación de textos separados por tantos siglos, y teniendo en cuenta que Ovidio dispuso de la obra hímnica como modelo, podríamos añadir que el mito tratado por Ovidio es más prolijo, con más matices, tal vez con amplificaciones y con una mirada algo más burguesa y moral, mucho más próxima a nuestro gusto veintiún siglos después.

Con todo hay un aspecto que ninguno de los dos textos describe: ¿cómo la rapta? Tal vez se baja del carro y la ase de la cintura, la coge por los brazos o quizá tirando del vestido rasga sus vestiduras. Acaso ni siquiera bajó del carro, sino que la sorprendió tan de repente como para auparla al carro y llevarla consigo. No lo sabemos. No lo dice. Hemos de imaginárnoslo tal y como siglos después hicieran el escultor del sarcófago de Aquisgrán, Bernini o Rubens.

El texto griego sólo dice “a la que el Aidoneo raptó” entre el segundo y el tercer hexámetro (“ἣν Ἀιδωνεὺς/ ἥρπαξεν”) y luego, en el verso 19 “tras haberla raptado a ella, que no quería”(“ ἁρπάξας δ´ἀέκουσαν”)

El latino tampoco nos ayuda gran cosa si queremos hacernos una idea sobre cómo fue el rapto: en el verso 395 se nos dice de una vez lo que aconteció:

   “Paene simul uisa est dilectaque raptaque Diti”

   “Casi al mismo tiempo fue vista, amada y raptada por Dite.”

Su velocidad y rotundidad nos recuerda, con asíndeton, el célebre informe de Julio César: “ueni, uidi, uici”.

Lo que sí queda explícito en ambas versiones es que la muchacha fue raptada contra su voluntad, que fue entre el horror, gritos y exclamaciones como fue raptada, privada de todo auxilio. Se cuida mucho en ambas versiones el contraste entre la placidez y la furia, la inocente diversión de las doncellas en el prado y el terror del rapto y su inmediatez, un giro de la escena de 180 grados.

Por ello es de rigor establecer una distancia con el otro y más famoso rapto de la mitología clásica, el de Helena, y es que ya desde la Antigüedad lo de la bella Helena se entendió más como un adulterio voluntario de la espartana que como un rapto “stricto sensu”, a pesar de la palinodia de Estesícoro y del discurso apologético del muy renombrado Gorgias, por cierto, ambos sicilianos.

Continuamos este ya por lo demás prolijo escrito haciendo referencia y leyendo atentamente otro texto del poeta de Sulmona que versa sobre el mismo asunto del rapto de Proserpina. Probablemente después de la finalización de las Metamorfosis, en 3 d. C., en cuyos últimos nueve versos se consagra a sí mismo como poeta inmortal que será leído en todos los tiempos por venir:

   “ore legar populi perque omnia saecula fama,

    Si quid habent ueri uatum praesagia, uiuam.”

En traducción del profesor Ruiz de Elvira:

“La gente me leerá de viva voz y gracias a la fama, si algo de verídico tienen los presentimientos de los poetas, viviré por todos los siglos.”

Pues bien, a partir de la terminación de las Metamorfosis, nuestro vate se plantea escribir en dísticos elegíacos (un verso hexámetro más un pentámetro) un calendario nacional romano que incluya todas las fiestas romanas. Pretendía reunir en cada libro todas las efemérides religiosas de cada mes, y, por desgracia, sólo tuvo tiempo de escribir los seis primeros libros. La orden de destierro del año 8 d. C. cayó sobre él como el rayo. Ya no pudo acabarla, pues la labor del poeta erudito requería de bibliotecas especializadas que ya no pudo frecuentar en la lejana, fría e incivilizada Tomi.

El verso 393 del libro IV de los Fastos, que así se llamaba el empeño, trata de los juegos de Ceres, los Cerealia, y como no podía faltar, se nos describe el estado de nuestros primitivos antepasados que se alimentaban de hierbas y bellotas, y el progreso que supuso para ellos el descubrimiento de la agricultura, don de la diosa rubia.

A partir del verso 417 nos narrará no obstante el “rapto de la virgen”: mientras Ceres se reúne con otras divinidades sicilianas, cerca de Henna, su hija, acompañada de otras doncellas, vagaba por los prados con pie desnudo. En un valle umbroso y húmedo por la abundancia del agua, Proserpina se va a dedicar con sus compañeras a recoger flores en los pliegues de sus túnicas. Ovidio nos anuncia previamente:

   “Tot fuerant illic, quot habet natura, colores.”

   En español: “Había allí tantos cuantos naturaleza tiene colores.”

Este verso leído con presteza no me aportó gran cosa al ser leído por primera vez, sin embargo, en lecturas posteriores, lejos ya de ser una mera hipérbole poética, motivó y justificó la escritura de este artículo.

El verso siguiente reza como sigue:

   “Picta dissimili flore nitebat humus.”

Es decir: “y la tierra pintada con flor no igual  brillaba.”

Es inevitable para un lector de poesía latina antigua no recordar el fragmento de Horacio en su Arte Poética: “ut pictura poesis”, “así como en la pintura, también en la poesía”.  La paleta cromática del pintor se torna en el poeta Ovidio en mostración y alusión de plantas cuyos colores (y aromas) despliegan los del arco iris, como veremos.

A continuación Proserpina exhorta a sus amigas a coger flores atraídas por un estímulo invencible que las incita y que hace que no sientan cansancio en su labor. Recuerde el lector el narciso que Gea dispuso en el camino de Perséfone, por su belleza y olor, a todas luces irresistible.

Síguese una enumeración de plantas florecidas que las doncellas van recolectando alegremente, valiéndose de cestas de mimbre y de los pliegues de sus peplos: “calthae”, caléndulas, “uiolaria”, violetas, única flor que coincide con los tres textos estudiados, “papauer”, adormidera, “hyacinthus”, jacinto,”amarantus”, amaranto, “thymum”, tomillo, “casia”, cañafístula, “melilotos”, meliloto, “rosae”, rosas, “crocus”, azafrán, “lilium”, lirio.

Hasta once plantas son nombradas en esta parte del poema, muchas más que las siete del himno a Deméter o las dos citadas en las Metamorfosis. Añade el poeta que hay flores que no tienen nombre (vs 441).

El atractivo de tan bellas flores mueve a Proserpina a alejarse, inconscientemente, de sus compañeras, “casu” o “carpendi studio”, como en los dos primeros relatos. El rapto se sucede nuevamente en un solo verso, al raptador se le llama simplemente “tío paterno”:

   “hanc uidet et uisam patruus uelociter aufert”

 En castellano: “Su tío la ve, y vista, rápidamente se la lleva.”

Luego, gritos, exclamaciones dirigidas a la madre y rasgamiento de vestiduras, aquí voluntariamente por parte de la joven. Se abre un camino a Dite, a quien se sigue privando de su verdadero nombre, y sus caballos huyen de la luz a que no están acostumbrados. Ya está. Sus compañeras llaman a gritos a su desaparecida amiga y llenan los montes con sus chillidos; hieren los pechos desnudos con sus manos.

Pero retrocedamos un momento y analicemos someramente el elenco de las plantas citadas en los Fastos de Ovidio:

Caltha –ae: caléndula, maravilla (planta de las compuestas), la maravilla es una especie de enredadera originaria de América, que se cultiva en los jardines y tiene la flor azul con listas purpúreas. Dondiego de noche, planta de la familia de las nictagináceas, con flores blancas, encarnadas, amarillas o jaspeadas de estos colores. Es originaria del Perú y sus flores se abren al anochecer y se cierran a la salida del sol.

Violarium –i: sitio donde nacen violetas, uiola –ae: violeta, planta herbácea, vivaz, de la familia de las violáceas, con tallos rastreros que arraigan fácilmente; hojas radicales con pecíolo muy largo, ásperas, acorazonadas y de borde festoneado; flores casi siempre de color morado claro, y a veces blancas, aisladas, de cabillo largo y fino y de suavísimo olor, y fruto capsular con muchas semillas blancas y menudas. Es común en los montes de España, se cultiva en los jardines , y la infusión de la flor se usa en medicina como pectoral y sudorífico.

Papauer –eris:  adormidera, planta de la familia de las papaveráceas, con hojas abrazadoras, de color garzo, flores grandes y terminales y fruto capsular indehiscente. Es originaria de Oriente; se cultiva en los jardines, y, por incisiones en las cápsulas verdes de su fruto, se extrae el opio.

Hyacinthus –i: quizá el martagón. Jacinto: planta anual de la familia de las liliáceas, con hojas radicales, enhiestas, largas, angostas, acanaladas, lustrosas y crasas; flores olorosas, blancas, azules, róseas o amarillentas, en espiga sobre un escapo central fofo y cilíndrico, y fruto capsular con tres divisiones y varias semillas negras, casi redondas. Originaria de Asia Menor.

Amarantus –i:  amaranto, planta anual de la familia de las amarantáceas, de ocho a nueve decímetros de altura, con tallo grueso y ramoso, hojas oblongas y ondeadas, flores terminales en espiga densa, aterciopelada y comprimida a manera de cresta, y, comúnmente, según las diversas variedades de la planta, carmesíes, amarillas, blancas o jaspeadas, y fruto con muchas semillas negras y relucientes. Originaria de la India.

Thymum –i:  tomillo, planta perenne de la familia de las labiadas, muy olorosa, con tallos leñosos, derechos, blanquecinos, ramosos, de dos a tres decímetros de altura; hojas pequeñas, lanceoladas con los bordes revueltos y algo pecioladas, y flores blancas o róseas en cabezuelas laxas axilares.

Casia –ae: canelo, Dafne, lauréola, cañafístula, casia: arbusto de la India, de la familia de las papilionáceas, de unos cuatro metros de altura, con ramas espinosas, hojas compuestas y puntiagudas, flores amarillas y olorosas, semillas negras y duras.

Melilotos –i: meliloto: planta de la familia de las papilionáceas, con tallo derecho de cuatro a ocho decímetros de altura y ramoso; hojas de tres en tres, lanceoladas, obtusas y dentadas, flores amarillentas y olorosas, de cáliz persistente y fruto en legumbre oval, indehiscente, que contiene de una a cuatro semillas. Planta espontánea en los sembrados.

Rosa –ae: rosa, flor del rosal, notable por su belleza, la suavidad de su fragancia y su color, generalmente encarnado poco subido. Con el cultivo se consigue aumentar el número de sus pétalos y dar variedad a sus colores. Ofrece múltiples colores, por tanto.

Crocus –i: azafrán, planta de la familia de las iridáceas, con rizoma en forma de tubérculo, hojas lineales, perigonio de tres divisiones externas y tres internas algo menores, tres estambres, ovario triangular, estilo filiforme, estigma de color rojo anaranjado, dividido en tres partes colgantes y caja membranosa con muchas semillas. Lilium –i:  ( gr. leirion) lirio, azucena: planta herbácea, vivaz, de la familia de las iridáceas, con hojas radicales, erguidas, ensiformes, duras, envainadoras y de tres a cuatro decímetros de largo; tallo central ramoso, de cinco a seis decímetros de altura; flores terminales grandes, de seis pétalos azules o morados y a veces blancos; fruto capsular con muchas semillas y rizoma rastrero y nudoso.

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Santiago Blanco del Olmo

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