Un prado en Sicilia – El rapto de Proserpina. Representaciones de un mito clásico – II – Santiago Blanco del Olmo

Un prado en Sicilia – El rapto de Proserpina. Representaciones de un mito clásico – II
***

***
Un prado en Sicilia – El rapto de Proserpina. Representaciones de un mito clásico – II
A continuación expondré en un esquema el número de plantas cuyos colores completan los del arco iris, escribiendo a la izquierda en columna el color, y a la derecha un signo más (+) por cada flor de las citadas por Ovidio que lo ostenta:
ROSA: + +
ROJO: +
MORADO: + +
AMARILLO: + + + + +
NARANJA: +
AZUL: + + + +
VERDE: + + + + + + + + + + +
BLANCO: + + +
A continuación seleccionamos las flores susodichas que ofrecen así mismo un aroma reseñable: tomillo, casia, meliloto, Jacinto y rosa.
Hagamos algunas consideraciones acerca de esta visión del mito guardando en la memoria las dos anteriores en el tiempo y aún una tercera como explicaremos más abajo.
El dios Plutón sigue apareciendo bajo nombres diversos que alejan así del miedo a pronunciarlos, pues los nombres tienen en sí una fuerza secreta que los hombres temen.
Las coordenadas espacio-temporales sitúan nuestro rapto en un tiempo mítico y en un lugar cambiante, el prado blando en Nisa pasará a situarse en Ovidio en Sicilia, en concreto en Henna o sus cercanías. Este lugar es conocido desde antiguo, mas el “locus amoenus” donde se encuentran “uallis” y “pratum”, permanece en la indeterminación velada de todo lo legendario.
Hay un himno a Deméter, obra de poeta de Cirene Calímaco del siglo III a. C., en donde se aporta algún acontecimiento mítico relacionado con Deméter, aun cuando no se alude al rapto de su hija. Pues bien, trata del castigo de Erisicton, que taló en compañía de otros compañeros un bosque sagrado de la diosa en Tesalia. Fue castigado con un hambre implacable, con una bulimia que dio al traste con su hacienda y a la postre con su vida, castigo, por cierto, que sería muy del agrado de ecologistas contemporáneos. Era típico de los poetas helenísticos el tratamiento del mito más desconocido u oculto, de manera que se procuraba cierta complicidad entre el poeta erudito y el lector culto. Esta forma particular y difícil de escritura pasó a Roma y fue imitada por los poetas neotéricos latinos y algún que otro elegíaco como Propercio, a quien Ovidio conoció, por cierto, en su juventud:
“Saepe suos solitus recitare Propertius ignes,
Iure sodalicii, quo mihi iunctus erat.” Vs 45 y 46 Tristia IV X
“Con frecuencia solió Propercio recitarme sus fuegos, por mor de la camaradería con la que habíase unido a mí.”
Pues bien citando Calímaco en un pasaje de su himno a Deméter (vs 29 y 30) aquellas ciudades preferidas de la diosa, en concreto:
“…thea d´epemaineto choroi
Hosson Eleusini, Triopai th´hoson hokkoson Enna.”
“La diosa perdía la cabeza por este lugar, así como por Eleusis, Triopa y Enna.”
Obsérvese que Enna figura con espíritu suave. Creo que la cercanía de Sicilia y tal vez la influencia de Calímaco, a quien Ovidio habría leído de seguro, hacen que nuestro poeta de Sulmona traslade el rapto mitológico a Henna, aquí con aspiración, pues el texto de Calímaco da fe de la existencia de un santuario o templo dedicado a Ceres en lo alto de la colina interior de Sicilia donde se alza la ciudad. Es de notar que ya no habrá otro lugar después de Ovidio distinto de Sicilia para localizar el mito, lo veremos en Claudiano.
En el comienzo de esta nueva versión incluye Ovidio una serie de alabanzas a la labor civilizadora de la diosa, pues enseñó a los hombres a arar la tierra y a sembrar los cereales y así el humano dejó de alimentarse de yerbas y de bellotas. Pero esto implica también una maldición, y es que siguiendo el mito de las Cuatro Edades, cada una siempre peor que la antecedente, la Edad de Oro se caracterizaba porque la tierra sola ofrecía al hombre sus frutos sin necesidad de esforzarse por ellos. El nacimiento de la agricultura supone la violación de la tierra por los surcos que va trazando el arado, y a su vez el descubrimiento de los metales que yacían en su interior y que acabarán convirtiéndose en armas homicidas:
(vs 404-406) “Tunc primum soles eruta uidit humus.
Aes erat in pretio, chalybeia massa latebat:
Eheu, perpetuo debuit illa tegi.”
En español:
“Entonces por vez primera vio la tierra abierta la luz del sol.
El bronce era estimado, se ocultaba la masa de acero:
¡Ay! Debiera ella por siempre permanecer oculta.”
El paso de la Edad de Bronce a la Edad de Hierro lo resume Ovidio con el siguiente sintagma en el verso 191 de sus Metamorfosis: “Amor sceleratus habendi.” En Román paladino: “el deseo criminal de poseer”, o sea, la propiedad privada. Y es que la confianza en el progreso, que seguramente nació en el Siglo de las Luces con su optimismo y su confianza en la razón, creencia que nosotros hemos heredado acríticamente, no existía en la Antigüedad, donde, como estamos viendo, todo lo antiguo era “per se” mejor que lo nuevo.
En esta última visión del mito no hay aparentemente una razón para la comisión del rapto, como sí existe en sus dos anteriores modelos. Si ora la connivencia de Zeus y Gea con Hades desencadena el rapto en el himno homérico, ora la humillación de Venus, preterida por la castidad de Plutón, Proserpina y otras divinidades, ocasiona mediante un flechazo certero la furia de Plutón en las Metamorfosis, aquí no se aduce causa alguna, como no sea la pura concupiscencia, pero sencillamente sucede: el tío paterno la ve y se la lleva con celeridad (vs 445).
En ninguno de los tres textos se demora el autor en explicarnos cómo fue el rapto. Tal vez se busque así reflejar la velocidad, la subitaneidad del hecho en sí frente al apacible, despreocupado tiempo inmediatamente anterior: adviene la desgracia como un rayo.
Pero también en esta última versión del mito hay gritos, llamadas desconsoladas a la madre por parte de la niña y rasgadura de vestiduras, aquí voluntaria. El sufrimiento de la doncella en ningún momento se esconde.
La mayor diferencia del texto extraído de los Fastos con sus precedentes estriba en la prolijidad de las plantas enumeradas y de sus características. Cuando se nos dice que todos los colores de la naturaleza se hallaban en aquel ameno lugar, el poeta recurre a su paleta cromática del léxico botánico: en efecto, si conocemos las plantas y flores allí dichas, podremos reconstruir en nuestra mente todos los colores del arco iris desde el primero al último, sin que en puridad el poeta nombre explícitamente ninguno de ellos.
Debemos pensar que el lector o escuchante de Ovidio en la Roma de comienzos de era estaba más relacionado con el mundo vegetal y con la naturaleza en general de lo que lo estamos nosotros; a pesar de morar en la urbe, no había una separación tan abrupta entre campo y ciudad. Por ello creo que estos primitivos lectores de Ovidio, que serían sin duda urbanitas como el propio poeta, podrían recomponer mentalmente el prado mejor que nosotros, urbanitas del siglo XXI. Pero de todas formas el vate de Sulmona dejó escrita la clave, la “clau” a decir de los trovadores provenzales, para que lectores ignorantes en botánica pudiéramos descubrir la belleza sensorial de su narración, no sólo visual, sino también olfativa, que nos recuerda también la riqueza de olores, colores y sabores de la égloga II del Mantuano.
Leer este texto se convierte gracias a la clave, en un placer visual, olfativo y de la inteligencia sin precedentes entre sus modelos.
Por último se preguntaría uno si sería posible, aun cuando estemos hablando de un tiempo y un lugar míticos, que en tiempos de Ovidio pudieran tener acomodo en un prado de Sicilia caléndulas, violetas, adormideras, jacintos, amarantos, tomillo, casia, meliloto, rosa, azafrán y lirios.
La respuesta la dejo en la boca del doctor de Luis, botánico, profesor y amigo, quien afirmaba hace ya algunos años que semejante colección de plantas y flores bien podía aparecer simultáneamente en un prado mediterráneo de hace dos mil años, como lo podría ser hoy.
Aunque así no fuera, el texto de Ovidio no mermaría un ápice en su calidad poética. Pero si la inferencia del doctor de Luis es verdadera, tendríamos en Ovidio un poeta realista además y buen observador de la natura. Dejemos, en todo caso, las flores que no tienen nombre, pero que también se encontraban en el prado: vs 441 “sunt et sine nomine flores.”
*

*
De Raptu Proserpinae de Claudio Claudiano
Cuatro siglos separan al alejandrino Claudiano del “lusor tenerorum amorum”, nuestro Ovidio, en sus propias palabras “poeta retozón de los tiernos amores”. En torno al año 396 o 397 tiene lugar la escritura de un poema épico titulado así precisamente, “el rapto de Proserpina”, que por desgracia quedó inconcluso. Su autor es un poeta greco-egipcio, posiblemente nacido en Alejandría, que escribió lo más granado de su obra en latín en torno a la corte de Honorio bajo la égida de Estilicón, el hombre fuerte de aquel momento.
En aquellos años finales del siglo IV d. C., y seguramente gracias a la fuerza y estabilidad del Imperio, que podía haber desaparecido en el caos político-económico del siglo III d. C., se produjo un nuevo renacimiento de las letras latinas conocido como teodosiano en honor al último emperador que sostuvo unida la carga del imperio antes de legarla a sus dos hijos: Arcadio en Oriente y Honorio en Occidente.
Dentro de los autores más notables de esta generación se encuentran tres nombres que delatan un origen griego de sus portadores, Macrobio, en propias palabras, “nacido bajo otro cielo” y posiblemente griego u oriental, aunque de patria desconocida, Amiano Marcelino, de origen antioqueno y Claudiano, como hemos visto, alejandrino. En cualquier otra etapa de la literatura latina hubiera sido raro que un autor de lengua materna griega escribiera, y escribiera bien, en latín; las más de las veces desconocían esta lengua o se preciaban de ello, como Libanio. Al contrario, escritores latinos que escribieron en griego hubo numerosos, por citar algunos, quede aquí el nombre de Claudio Eliano, Marco Aurelio o Juliano el emperador, siendo así mismo frecuente que todo hombre culto de Roma comprendiera y usara cuando menos la koiné posterior a Alejandro el Grande. ¿Por qué sucede entonces este tardío fenómeno? En primer lugar debido a las reformas de Diocleciano, que impusieron el latín, por primera vez, como lengua única de la administración y la justicia en todo el imperio. En segundo lugar por patriotismo, por el afán de mostrar, por parte de algunos funcionarios y escritores de lengua griega, su solidaridad con el imperio romano y su cultura, que se trata ya de una sola y que se expresaba en dos lenguas. En este momento histórico se había heñido una cultura común grecolatina anciana de cinco siglos, en la que las grandes religiones estaban también unificadas, ya fuera el Cristianismo, ya el Neoplatonismo, último brillo de la cultura pagana donde se sincretizaron todas las antiguas sectas filosóficas y que fue refugio de los dioses olímpicos.
La característica común más reseñable de estos autores arriba aludidos es su conservadurismo, es decir, su mirada hacia el pasado. A nadie se le ocurre pensar a estas alturas que el imperio goce de una salud similar a aquella de los antoninos, por no hablar de los doce primeros césares, pero sólo la posibilidad de la caída del imperio se torna impensable para esta generación de escritores. Piénsese en la turbación con que Agustín recibió la noticia del saqueo de Roma por los vándalos en 410 d. C., a partir de ahora se buscará una nueva Roma que no pueda ser destruída, porque será de carácter espiritual, la Nueva Jerusalén, y estos acontecimientos se sucedieron aceleradamente después de que los godos abatieran el corazón de las legiones romanas en Hadrianópolis, 378 d. C. Unos atribuían la luctuosa caída de la capital al abandono de los antiguos dioses y a la prohibición de su culto, otros en cambio, a la pecaminosa pasión de dominio y soberbia que había alcanzado la ciudad de Roma, y al no abrir los ojos y los corazones a la religión de Jesucristo.
Es muy difícil aquí conocer las verdaderas creencias de Claudiano, Ausonio, Marcelino, Macrobio o Símaco, sin embargo su obra se manifiesta en un ambiente pagano, en donde, en el mejor de los casos, la religión cristiana sencillamente se silencia. Algunas de las mejores plumas cristianas en lengua latina son contemporáneas de los susodichos: Agustín, Jerónimo, Ambrosio o Prudencio, por citar algunos.
Así como Vegecio defendía para el ejército latino, tras la masacre de Hadrianópolis, la vuelta al orden cerrado y al armamento defensivo que tantas victorias otorgó a las legiones romanas, nuestros escritores patriotas van a escribir en un latín clásico en lo gramatical y a imitar a los mejores de entre ellos. Hay que considerar que ya se ha abierto una brecha considerablemente grande entre la lengua hablada y la lengua escrita, que van camino del divorcio, y con él, a la diferenciación del latín vulgar en las lenguas neolatinas. Volver a tratar los viejos temas y hacerlo en la vieja lengua latina equivalía a detener el tiempo y renovarlo con la ayuda de su prístina gloria.
Pero, ¿por qué el rapto de Proserpina? ¿Por qué no otro mito cualquiera de entre los muchos que los helenos nos legaron? No lo sé. Tal vez porque era del gusto de Claudiano, o tal vez por un encargo; quizá porque prometía una resurrección en la primavera, tras las tinieblas de la muerte, temática, como se ve, no ajena de cristianos ni paganos.
La realidad fue que en 476 d. C. las invasiones bárbaras en Occidente, sus estados y fronteras cambiantes, no dejaron otra patria a los intelectuales que la lengua latina o la República de las Letras, a decir de Fumarolli, y la Religión Cristiana, alegóricamente aludida en la Ciudad de Dios, de Agustín de Hipona.
Antes de proceder al comentario del poema de Claudiano, he de advertir aquí que la obra es mucho más extensa y prolija, a pesar de su final abrupto, que las tres muestras poéticas previamente repasadas, y es que el género épico, de largo aliento (1172 versos), permite trabajar la extensión en una medida que no deja el himno, el epilio o los dísticos elegíacos del calendario latino que conforman los Fastos.
Primer libro: en este primer libro comienza un breve proemio en el que se da idea, mediante una metáfora marinera, de la dificultad de la obra que va a acometerse. Dice así:
“Inferni raptoris equos afflataque curru
Sidera Taenario caligantesque profundae
Iunonis thalamos audaci promere cantu
Mens congesta iubet” (vs 1-4)
En español: “Mi mente repleta me ordena cantar con verso audaz los caballos del raptor infernal y las estrellas ofuscadas por el carro del Ténaro y el tenebroso tálamo de la Juno del inframundo.”
Justo a continuación: “gressus remouete profani”, que es una petición a los no iniciados o profanos para que se alejen. Asistimos a algo sagrado, entramos en el poema como quien entra en un templo. Poco después muestra su inspiración de origen divino diciendo que todo su interior está lleno de Febo, y él lo exhala nombrando al santuario de Eleusis, íntimamente relacionado con la diosa Ceres, las serpientes de Triptólemo, Hécate y Baco. Así mismo otros personajes o cosas relacionados con el mundo de los muertos: el Flegetonte, la Estigia y el inerte vulgo de los muertos. A estas divinidades nombradas les pide que le aclaren con qué antorcha doblegó a Dite el amor, a dónde fue conducida la “ferox” Proserpina (“ferox”, aquí orgullosa, altanera, en francés “fière”), por qué regiones peregrinó su madre en su busca y de dónde provienen las cosechas de trigo.
Tras de la invocación, en vs 42, encontramos un Plutón enfadado, aunque nunca se le llama Plutón, sino con múltiples nombres, aquí, por ejemplo: “Jefe del Érebo”, porque es el único gran dios soltero que pasa sus días en infecundo celibato, sin conocer los atractivos del lecho nupcial, y está deseoso de tener descendencia. Fruto de esta rabia es la movilización de un ejército alzado contra el Tonante. En este punto las Parcas, vs 50-51, y este pasaje recuerda el célebre pasaje homérico de Tetis ante Zeus, lo convencen para que no inicie una guerra contra sus familiares y contra la luz del día; le aconsejan que hable con Júpiter, que se le dará una esposa, vs 67: “Posce Iouem. Dabitur coniunx.”
El dios cede. Mercurio es hecho venir y se presenta ante Plutón, que le dice (vs 89) que ya basta, que regrese ante Júpiter y que le diga que él acepta el reparto triple que lo ha convertido en rey del inframundo, pero que si Neptuno tiene ya a su Nereida y él a Juno, a Temis, a Ceres y a otros amores adúlteros, “Iouis furta”, él amenaza con hender las tierras y hacer aflorar el mundo de abajo en caso de continuar célibe.
Júpiter considera la demanda de su iracundo hermano y piensa en Proserpina, ya madura para el tálamo, mas desdeñosa de sus pretendientes Apolo y Marte. La llama “hija única de Ceres Hennea”, vs 122,. La madre, temerosa de un rapto, “heu, caeca futuri”, encomienda su alegría ocultamente a las tierras sicilianas. Se describe Sicilia a continuación: antaño unida al continente, hoy isla. Triangular, describe sus tres mares y sus tres cabos, mas ya no es Tifeo el mitológico ser que yace bajo sus fundamentos, sino el gigante Encélado, vs 155 “Enceladi bustum”. El Etna comparte el ardoroso aliento del Gigante y la nieve sobre su cumbre.
Entre vs 171 y 178 se nos ofrecen razones técnicas acerca de las causas de los terremotos y erupciones. Nos recuerda el poema “Etna”, del apéndice virgiliano.
Ceres deja a su hija en Sicilia y torna a Frigia a hacer una visita a Cibeles. De camino va fecundando las tierras de los hombres, ella que, salvo Proserpina, es infecunda. No obstante Ceres se teme lo peor y sufre, “praesaga mali”, invoca a Tellus (¿ Gea?). Al fin se encuentra con Cibeles.
Es ahora cuando Júpiter, que lo ha visto todo, llama a Venus y le abre su pensamiento diciéndole que es urgente que Proserpina se una en matrimonio a Plutón y que a ello se ve urgido por Temis y por la parca Átropo. Ahora que la madre es ida, es tiempo de actuar.Le pide que acuda a Sicilia y conduzca a la niña por sus anchos campos, “patulis inludere campis”, el verbo latino “inludo o illudo”, de donde viene el español “ilusión”, significa en latín “engañar, ultrajar, burlarse de”. Le da permiso para ir al inframundo y hacer sentir allí también sus poderes: que arda el pecho de Plutón como tantas veces le ha ocurrido al propio Júpiter; acaba su discurso en vs 228.
Venus, acompañada de Palas y Diana, se apresura a cumplir sus órdenes ( vide Rubens). Llegan al palacio donde la joven Proserpina teje una labor que cuenta la historia del caos y del orden, regalo para su madre. Claudiano aprovecha para describir esta obra de arte, como con frecuencia sucede en Homero, deteniendo la acción. La niña se da cuenta al cabo de la presencia de las diosas e interrumpe su actividad. Anochece, vs 276 “Merserat unda diem.”, “había sumergido la ola al día.”
Es entonces cuando Plutón se apresta a salir a la superficie protegido por las tinieblas de la noche, siguiendo el consejo de su hermano. Son descritos a continuación los caballos de la cuadriga de Plutón, en vs 278 aparece “Pluto”, sic, y también los lugares y aguas donde pastan y abrevan: Nicteo, Alástor,Orfneo y Etón comparten la expectación de su amo.
Libro Segundo:
Comienza con un preámbulo algo más extenso que el del libro primero donde habla del canto de Orfeo, que atrae y detiene la naturaleza toda. Se canta asimismo a Hércules y sus trabajos, incluyendo algunos de sus “parerga”. Recuerda a Séneca en su tragedia “Hercules Furens” y a no pocos de los mosaicos coetáneos de Claudiano en donde tales trabajos son representados. Hércules y Diónisos o Baco son muy frecuentes en la obra musivaria de la Antigüedad Tardía, quizá porque ambos son hijos de Dios, Zeus, y alcanzan la inmortalidad merced a su esfuerzo; otrosí Orfeo.
Hace el poeta una dedicatoria a “Florentinus”, a quien llama segundo hércules, sin que tengamos más datos de él.
Los tres primeros versos son un amanecer en el mar, verdaderamente brillante:
“Impulit Ionios praemisso lumine fluctus
Nondum pura diez; tremulis uibratur in undis
Ardor et errantes ludunt per caerula flammae.”
En castellano: “No habiendo del todo amanecido el día empuja la luz del alba sobre las olas jonias; en las trémulas ondas se ve vibrar el ardor y las llamas errantes juegan a través de los azules.”
Proserpina abandona el palacio y se dirige a los húmedos montes, bien regados “riguus”, pues así lo quieren las Parcas. A Proserpina le acompañan sus hermanas, Diana y minerva, y la artera Venus, que ya saborea su próximo triunfo sobre el inframundo. También las náyades acompañan al grupo. Se describe a Diana con la melena al viento.
En el verso 72 es citada Henna, madre de las flores, que invoca al Céfiro para que disponga unos prados y campos donde nada hermoso falte. Céfiro es llamado “pater gratissime ueris”, “Gratísimo padre de la primavera”. Pide luego que Henna sea la envidia de Hibla, del Hidaspes, de Egipto…
A continuación cita tres flores distintas: “rosae, uaccinia, uiolae”, rosas, arándanos y violetas, las primeras dotadas de un esplendor sanguíneo, las segundas de negro y las últimas de un azul oscuro. Recurre luego el vate a varias comparaciones que dan pie a que nos imaginemos la policromía del lugar, vs 97 a 100, tantos colores como no tiene el ave de Juno, el pavo real, ni el invierno incipiente con el arco iris entre las nubes, esto recuerda al Ovidio de los Fastos.
Aquí, sin embargo, Claudiano aprovecha para desviarse del camino emprendido por Ovidio en su descripción del “locus amoenus”, tal vez porque sea insuperable, y nos lleva al verso 101 donde dice: “Forma loci superat flores”, es decir, ”la belleza del lugar supera las flores”; se entiende: “ Igual que mi poema épico supera al poemita de Ovidio, si éste trataba sobre todo de las flores, yo me centraré en el paisaje”. Es insólito ser poeta épico y humilde al mismo tiempo.
Se nos enumera a continuación once árboles distintos, once, igual al número de flores citadas por el de Sulmona en sus “Fastus”. Los va a calificar rápidamente con ajustadas pinceladas, a saber: el abeto adaptado a las olas, el cornejo útil para las guerras, el roble amigo de Júpiter, el ciprés que cubre los sepulcros, la encina llena de panales, el laurel présago de lo por venir, el boj rizado en su densa melena, las serpenteantes hiedras, el pámpano que viste los olmos.
Todo esto sucede en las cercanías del lago Pergo, mientras Citerea exhorta a las muchachas del grupo a la recolección, verso 119.
En vs 121 hay un detalle astronómico muy interesante. Primero vamos a verlo en latín, son palabras de Venus:
“Dum meus umectat flauentes Lucifer agros
Roranti praeuectus equo.”
En español:
“Mientras mi Lucero de la Mañana humedece los amarillos campos
Precedido de un caballo chorreante de rocío.”
En este pasaje se echa de ver que ya Claudiano sabía que el lucero de la Mañana y Venus eran el mismo cuerpo celeste, la misma errante. Parece ser que ya en Babilonia se habían identificado ambas apariciones celestes.
La doncellil compañía es comparada a un enjambre de abejas que se precipita tras su reina hacia las hierbas. Es despojado el honor de los prados, una entreteje lirios con oscuras violetas, a otra adorna la blanda mejorana, aquella camina constelada de rosas, ésa, blanca de alheña.
También a ti, Jacinto, que plañes en lagrimosas figuras, te siegan, y a Narciso, hoy famosas plantas de primavera, antaño brillantes mancebos.
Vs 131 y ss. “Te quoque, flebilibus maerens, Hyacinthe, figuris
Narcissumque metunt, nunc ínclita gramina ueris,
Praestantes olim pueros…”
La que más arde en deseos de coger flores es Proserpina, ora las deposita en cestas de mimbre, ora trenza guirnaldas de flores y se corona , fatal e inconsciente signo nupcial que se añade a la desfloración arriba reseñada; este comportamiento es insólitamente de Palas y Diana imitado.
En el verso 151 empieza el temblor, el ruido muge, las torres entrechocan y las ciudades colapsan. Aún no se sabe la causa, sólo la diosa de Pafos reconoce la incierta alharaca y se alegra con una alegría mezclada de miedo. La razón de todo este estrépito es el afán de Plutón por surgir de entre las tierras hasta el reino de la luz con su cuadriga hasta la superficie. Y sale.
Ahora ocurre el rapto, pero Claudiano no gasta demasiadas palabras en relatárnoslo, sólo dice:
Versos 204-205, “Diffugiunt nymphae: rapitur Proserpina curru
Imploratque deas.”
Lo cual en español es:
“Las ninfas huyen; Proserpina es raptada por el carro y ruega con lágrimas a las diosas.”
Al igual que pasaba en Homero, y también en las dos versiones de Ovidio, la escena del rapto se soluciona con tres palabras: “rapitur Proserpina curru”. Novedoso es que aquí llama en su socorro a las diosas, que se aprestan a defenderla en vano:
“Iam Gorgonis ora reuelat
Pallas et intento festinat Delia telo
Nec patruo cedunt: stimulat communis in arma
Virginitas crimenque feri raptoris acerbat.
Que expresado en castellano es:
“Ya Palas descubre el rostro de la Gorgona y apremia Delia apuntando con su jabalina y no ceden ante su tío paterno: la común virginidad las estimula hacia las armas y las exacerba el delito del fiero raptor.”
(Podríamos fijar esta escena en nuestra memoria para cuando contemplemos el cuadro de Rubens)
*

*
Ambas diosas pugnan con palabras y con armas para impedir el secuestro, y casi lo consiguen, si no es por Júpiter, quien, cual “deus ex machina”, se aparece con un lanzamiento de rayo y se confiesa suegro, “confessus socerum”, vs 230.
Es entonado el himeneo en un cielo de nubes rasgadas y son testigo las llamas de las bodas. Las diosas se apartan de mala gana: “inuitae cessere deae”, vs 232. Diana se da por vencida con las siguientes palabras: “imperio uinci maiore fatemur”, o sea “reconocemos ser vencidas por un poder mayor”, verso 236. En las palabras de impotencia y de despedida de Diana se nos muestra abiertamente que Proserpina ya se había inclinado en su juventud por una vida de cazadora y casta en medio de la naturaleza, remedando el paradigma de Delia(hasta el verso 246).
Quéjase ahora Proserpina a su padre. Tiene la cabellera al viento y se golpea los miembros mientras grita: ¿Por qué? Ella se declara inocente. Su pena es peor que la del resto de las mujeres raptadas, guiño a Helena, en los siguientes versos:
“O fortunatas alii quascumque tulere
Raptores! Saltem communi sole fruuntur.” (versos 260-261)
En español vertidos suenan así:
“¡Oh afortunadas aquellas a quienes os llevaron otros raptores! Al menos gozan de la luz del sol”.
En el verso 263 se nos indica que la van a despojar de su virginidad en el mundo tenebroso:
“Eripitur cum luce pudor”.
“Se le roba, al tiempo que la luz, el pudor.”
A continuación invoca a la madre: (verso 271)
“Exitio succurre meo! Compesce furentem.”
En romance:
“¡Socórreme en esta ruina! Detén al enloquecido.”
Así de trágicas andan las cosas cuando resulta que el raptor, oyendo a su raptada en los versos 273 y 274, ¡se enamora!
“Talibus ille ferox dictis fletuque decoro
Vincitur et primi suspiria sensit amoris.
En español:
“Él, feroz, es vencido por tales palabras y por su hermoso llanto y siente los suspiros del primer amor.”
Estos versos nos recuerdan varias lecturas latinas y no latinas. Este fragmento, para empezar, nos recuerda los primeros versos de Propercio en su elegía primera:
“Cynthia prima suis, miserum me cepit ocellis
Contactum nullis ante cupidinibus.”
Es decir: “Cintia fue la primera que me capturó con sus ojitos, a mí, que no había sido tocado antes por ningún deseo.”
Recuerda así mismo a La Bella y la Bestia, no tanto al cuento francés del siglo XVIII como a Amor y Psique del africano Apuleyo, donde la protagonista, condenada a casarse con un monstruo al que no puede ver, acabará enamorándose de él. Por no remontarnos a la canción de Gilgamés y Enkidu, donde el amor civiliza y calma al amante, que hasta ese momento venía comportándose como una bestia. Todas estas historias tienen, como la de Claudiano, final feliz
A partir del verso 277 vamos a asistir al discurso de Plutón dedicado a Proserpina, muy hermoso, dadas las circunstancias. Entre otras cosas le dice, mientras enjuga el lloroso rostro de la niña con su herrumbroso manto, plácidas palabras que atenuarán su dolor, y es que Amor torna en buen orador hasta al soberano de los muertos:
(Versos 277-289)
“Desine funestis animum, Proserpina, curis
Et uano uexare metu. Maiora dabuntur
Sceptra nec indignas taedas patiere mariti.
Ille ego Saturni proles, cui machina rerum
Seruit et inmensum tendit per inane potestas.
Amissum ne crede diem: sunt altyera nobis
Sidera, sunt orbes alii, lumenque uidebis
Purius Elysiumque magis mirabere solem
Cultoresque pios; illic pretiosior aetas,
Aurea progenies hábitat, Semperque tenemos
Quod superi meruere semel. Nec mollia desunt
Prata tibi; Zephyris illic melioribus halant
Perpetui flores, quos nec tua protulit Henna.
Lo cual, vertido al castellano, queda aproximadamente: “No vejes tu ánimo con funestas preocupaciones, Proserpina, ni con el miedo vano. Se te darán cetros mayores y no sufrirás unas nupcias con un marido que no te merece. Yo soy aquel hijo de Saturno a quien obedece la máquina del mundo y cuyo poder se extiende por el vacío inmenso. No creas que has perdido la luz, tenemos otras estrellas, tenemos otros mundos y verás una luz más pura, y admirarás más el elíseo sol y sus piadosos inquilinos; allí habita una eternidad más valiosa, la generación de oro, y tendremos en nuestro poder siempre aquello que los de arriba merecieron sólo una vez. Y no te faltan allí blandos prados, perpetuas flores son aireadas con mejores céfiros, flores que no ha producido tu Henna.”
***
Santiago Blanco del Olmo
About Author
Related Articles

La iluminación poética de Antonio Enrique – Acerca de «Los cementerios flotantes» – Una reseña de José Sarria

La literatura que nos acompaña e ilumina – Estudios de Teoría y Literatura Comparada. De Goethe a Machado y de las vanguardias a la poética actual, de Enrique Baena Peña – Sebastián Gámez Millán

El influjo de Goethe en la literatura finisecular española. Las resonancias de «Die Leiden des jungen Werthers» y las huellas del Romanticismo en los relatos de las colecciones de novela corta del primer tercio del siglo XX – II – Gloria Jimeno Castro
