Una canción en el momento correcto
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Una canción en el momento correcto
«El momento «correcto» lo cambia todo» leo en un librito de mensajes de un ilustre “sanador tibetano”, un auténtico sabio oriental y universal, al que he tenido el gusto de conocer y abrazar en más de una ocasión: el Lama Gangchen Rimpoché (un sabio que ha fallecido el pasado mes de abril a manos del coronavirus que ha trastocado nuestros hábitos de vida). Y esta lectura intempestiva y oracular me ha hecho recordar una cita de Aristóteles de la Ética a Nicómaco que viene al dedillo (aunque no me gusta demasiado porque habla del «enfado» y el enfado tiene perniciosos efectos como son la explosión de violencia y el resentimiento que nos reconcome): «Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, ciertamente, no resulta tan sencillo». Aristóteles y el Lama Gangchen son sabios, no cabe duda. Porque, como escribe el filósofo español Xavier Zubiri en un artículo publicado en 1935, son capaces de hacer que se congreguen felizmente en la actividad cognoscitiva, las tres dimensiones que, según Aristóteles, implica “entender”: la necesidad apodíctica, la intelección de los principios y la impresión de la realidad (menudas palabrotas filosóficas, y proferidas en horario infantil). Gangchen y Aristóteles, entre otros, son capaces de “discernir” lo que es de lo que parece ser, deslindar la verdad de las apariencias, recordarnos que lo que consideramos real en el cosmos y en nuestras acciones depende, en gran medida, de nuestras interpretaciones subjetivas. Pero el conocimiento, el estado que nos libera de los peligros de la ignorancia nos exige ser capaces de “definir” con precisión lo que es, identificar con claridad, por ejemplo, las causas de nuestra desazón cuando bregamos con el sentido de nuestra propia existencia. Finalmente, el sabio aristotélico es capaz de “entender lo definido”. ¿Cómo se puede lograr dicho entendimiento que, al parecer, sólo está al alcance de mentes bien adiestradas? Para Aristóteles tres son las vías adecuadas para acceder a un fin tan loable: la “demostración” (medio en el que tiene un papel destacado la ciencia y la investigación y la argumentación lógica como instrumento), la “especulación”, captando el origen, las causas y el sustrato permanente que subyace a todos los acontecimientos y procesos del universo con el uso de la razón, y “la experimentación”, esto es, la impresión de lo real a través de nuestras vivencias en el mundo que nos descubren los sentidos. En cualquier caso, el sabio no se apodera del conocimiento para uso propio y exclusivo, sino que, como dice Aristóteles, “sabe enseñar”, tiene vocación de magisterio y pretende poner su granito de arena en la “salvación espiritual”, cognoscitiva, existencial o como quieran llamarla. No sirve aquí el famoso dictum del poema del cordobés Luis de Góngora: “Ándeme yo caliente y ríase la gente”. No me puedo resistir a recordarles aquí una estrofa de esta composición admirable: “Como en dorada vajilla/ el príncipe mil cuidados,/ como píldoras dorados,/ que yo en mi pobre mesilla/ quiero más una morcilla/ que en el asado reviente,/ y ríase la gente.” El sabio estaría dispuesto a compartir su morcilla, con perdón. Las viandas serán sabrosas para todo aquel que se atreva a degustarlas, o lo que es lo mismo, a seguir la escarpada senda de la “investigación”. La clave está en el “conócete a ti mismo” del oráculo de Delfos que Sócrates adoptó como divisa y de la que han vivido multitud de sabios, como Freud.
Espoleado por una disquisición tan sesuda, pienso que éste es el “momento correcto” para mostrar mis afectos, como sucede cuando saboreamos la miel de compartir la vida con personas extraordinarias, mientras suena, como telón de fondo, uno de los últimos cuartetos de cuerda de Beethoven, una obra que, con razón, veneraba mi padre, pues combina magistralmente la expresión de las emociones y el sesgo matemático de la música. A esa mujer que atesora la excelencia aristotélica va dedicada esta canción:
HOY QUIERO LLAMARTE LUNA
Hoy quiero llamarte luna,
aunque seas hija del sol.
Hoy quiero llamarte mar
y nadar en tu piel azul.
Hoy quiero llamarte árbol
y fundirme con tu tronco,
rugoso, alegre y perfumado.
Hoy quiero llamarte viento
y adorarte mientras bailas.
Hoy quiero llamarte fuego
y moverme con tus alas.
Hoy quiero llamarte luna,
aunque seas hija del sol.
Hoy quiero llamarte mar
y nadar en tu piel azul.
Hoy acariciar quiero
la miel de tu vientre terso.
Y seguir el rastro verde
y rojo de tu sangre, de tu risa,
cuando besas a los niños,
con el brillo inmenso de tus ojos
y el calor de tu voz cercana.
Hoy quiero llamarte luna,
aunque seas hija del sol.
Hoy quiero llamarte mar
y nadar en tu piel azul.
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Rafael Guardiola Iranzo
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