Una resonancia articulada [Relato]
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Una resonancia articulada
No sé si alguno de mis escasos lectores alguna vez ha sufrido una resonancia magnética. A mí, en mis cinco décadas y media de vida, me han realizado varias. La última fue la semana pasada. En esta ocasión la toma de imágenes se centraba en mi hombro izquierdo. Conozco a más de un amigo que no han aguantado ni cinco minutos la sensación claustrofóbica que produce. Otros no soportan el ruido a pesar de los cascos que te facilitan para amortiguarlos.
Yo, normalmente no tengo estos problemas, pero la que me realizaron hace unos años en el hombro derecho me resultó agobiante. Quiero pensar que fue porque me la hice justo después del almuerzo y la digestión hizo que no lo pasara muy bien, así que en esta ocasión pedí la cita a las doce, además me propuse abstraerme por completo, para ello imaginé un folio en blanco como en el que escribo ahora y comencé a redactar este artículo.
Recordé que desde el verano no enviaba a Café Montaigne ninguna colaboración y que ya estarían alegrándose de mi olvido. Pensé en el lugar donde aparqué, algo alejado del centro médico, junto a una mansión que me sorprendió por su grandiosidad y a la que saqué algunas fotos para averiguar algo sobre ella. Temí que el resultado que tenían que darme en unos días fuera grave. Que el traumatólogo evaluara mi lesión como importante. Que me dijera que había que operar.
El muchacho que me recibió en la habitación me ofreció una bata oscura de hospital que me puse en el habitáculo destinado a tal efecto y donde dejé mis pertenencias de las que eché en falta el reloj o el móvil para saber el tiempo que iba trascurriendo, por cierto, muy lentamente. Aunque difícilmente hubiera podido usarlos en aquel lugar tan estrecho. Sí me entraron ganas de apretar el llamador que me dio para casos extremos. Obviamente, no lo hice.
En la soledad de la sala, dentro de ese tubo angosto con los ojos cerrados escuchaba unos golpecitos fuertes. Los auriculares que el técnico me había facilitado solo reducían una parte de esos ruidos, al menos eso me parecía a mí y me desconcentraban del magnífico escrito que yo creía estar redactando mentalmente. De hecho tengo que asegurarles que no se parece en nada a lo que están leyendo pero difícilmente alguien puede retener ideas en la situación que yo me encontraba, intentando mantenerme totalmente quieto y sintiendo cómo cada vez me costaba más no mover el hombro en cuestión.
Así que ya en casa, delante del ordenador intento dar sentido a estas líneas. Para ello aprovecho las ideas surgidas en esa media hora larga de resonancia, los comentarios en la sobremesa de la comida de una celebración familiar sobre esa enorme vivienda que encontré al aparcar, las fotos que hice de ella y que mi cuñada, en una de ellas, descubrió al ampliarlas, era el busto cerámico de Nuestro Padre Jesús Cautivo. Si hubiera sido devoto de este Cristo seguro que pensaría que era una señal de buen presagio, es lo que me ha dicho mi sobrino Javi, cofrade hasta la médula.
Al menos, estos pensamientos me están ayudando en esta colaboración que va llegando a su final. No tengo título definido, solo que debería ser original. ¿Sobre mis dolencias del hombro izquierdo? ¿Sobre la mansión? ¿Sobre el joven que me hizo la resonancia? Desde luego, esta palabra debería aparecer en este artículo.
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Antonio Villalba Moreno