A propósito de un verso de Virgilio – I
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A propósito de un verso de Virgilio – I
La escuadra de Eneas surca el mar Tirreno en la continuación de su particular Odisea, mientras la diosa Juno, enemiga de los troyanos y sintiéndose agraviada por haber sido preterida del pastor Paris, en el famoso certamen de belleza, y por el rapto del hermoso Ganímedes, arrastrado al Olimpo por las garras de su hermano y marido Júpiter para convertirse así en su copero favorito, decide sobornar a Eolo, rey de los vientos, con Deyopea, la más garrida de sus ninfas, a cambio de una tormenta perfecta que dé al traste con la armada frigia, o al menos lo intente.
Ya antaño Minerva, a causa del ultraje ocasionado por un solo griego, el brutal Áyax, había suscitado una terrible tormenta sobre toda la flota griega a su regreso de Troya.
Obedece el árbitro de la lluvia y de las tempestades y libera sus vientos encerrados en la cueva de la montaña para que revuelvan inmisericordes piélago y cielo. Y así el día se obscurece como la noche y las olas alcanzan tamaño de montes. Luces y relámpagos causan un miedo pánico sobre los fugitivos dárdanos y Eneas se lamenta con las palmas de las manos alzadas al cielo de no haber muerto en Troya, frente a las murallas patrias, víctima de Diomedes.
Las naves se rajan, quiébranse los remos y los marineros son tragados por la onda desatada y los torbellinos.
En esto Neptuno, que observa sorprendido tormenta tal en la parte del orbe que tuvo a bien la fortuna a él adjudicar, y cuyos trastornos se extienden hasta las profundidades del mar, lo que visto hoy parece una hipérbole del Mantuano, ordena malhumorado a los vientos que se retiren ipso facto con amenazas y que torne a ser visible el sol.
Cimotea y Tritón desencallan luego las naves varadas en las Sirtes, lo cual nos da una leve idea del cambio de escenario, y Eneas, al frente de siete naves, resto de la otrora numerosa armada, navega en busca de un fondeadero seguro en la costa de Libia, allí donde una isla amortigüe el oleaje proveniente de mar abierta y ofrezca un lugar tan seguro para el anclaje, que las naves no hayan menester de amarras.
El país es nemoroso y agua dulce mana de unas cuevas cabe la mar para los náufragos. Salen éstos con sus entumecidos cuerpos y se tienden sobre la playa. Acates es el primero en hacer fuego y poco a poco van sacando grano de las bodegas con que hacer pan, una vez molido, y saciar el hambre.
Eneas sube a una roca para escudriñar desde allí el horizonte por ver de encontrar sus naves extraviadas, mas es en vano. Descubre sin embargo un grupo de ciervos entre el bosque frondoso y abate siete de ellos con arco certero: uno por cada nave. Hace después llevar los ciervos a la playa donde aguardan sus compañeros y ordena desembarcar el vino que Acestes les regaló a la partida de Sicilia. Comen y beben en silencio.
Y es entonces cuando Eneas exhorta a sus exhaustos camaradas intentando levantarles el ánimo con un improvisado discurso en el que, además de otras razones, les dice:
(Eneida I 198 y ss.)
“O socii (neque enim ignari sumus ante malorum),
O passi grauiora, dabit deus his quoque finem.
Vos et Scyllaeam rabiem penitusque sonantis
Accestis scopulos, uos et Cyclopia saxa
Experti: reuocate animos maestumque timorem
Mittite; forsan et haec olim meminisse iuuabit.
Per uarios casus, per tot discrimina rerum
Tendimus in Latium, sedes ubi fata quietas
Ostendunt; illic fas regna resurgere Troiae.
Durate et uosmet rebus seruate secundis.”
Antes de comentar este discurso traslado aquí la versión española de Eugenio de Ochoa:
“¡Oh compañeros! –les dice-, ¡oh vosotros, que habéis pasado conmigo tan grandes trabajos! Un dios pondrá término también a lo que pasamos ahora. Habéis arrostrado la rabia de Escila y sus escollos, que resuenan profundamente; habéis probado también las rocas de los Cíclopes; recobrad el ánimo y deponed el triste miedo; acaso algún día nos será grato recordar estas cosas. Corriendo varias fortunas, atravesando los mayores peligros, nos encaminamos al Lacio, donde los hados nos prometen sosegado asiento; allí deben resucitar los reinos de Troya. Armaos de valor y conservaos para la próspera fortuna.”
Es discurso digno de un orador y nos parece que el momento elegido para pronunciarlo es psicológicamente perfecto: se encuentran por fin en tierra firme, a salvo ya y en torno a un reconfortante fuego. Sabido es así mismo que las penas con pan son menos, y aquí disponen de carne de ciervo para resarcir las escasas fuerzas del cuerpo y también de tortas que ellos mismos cocinan; disponen además de vino siciliano, que supone una no pequeña ayuda para recomponer los espíritus y aflojar los miembros. Ahora es cuando el piadoso Eneas profiere este breve discurso de tan sólo diez hexámetros a sus hombres, afectados por un profundo cansancio y las más acuciantes de las incertidumbres: dónde estarán las restantes naves, en qué tierra se encuentran, si será amiga o enemiga, y cuántas pruebas más habrá que sufrir.
Versos 198-199. En estos dos primeros versos se dirige a ellos y les dice que son hombres no solamente conocedores de las desgracias y en ellas experimentados, sino que en el pasado han padecido casos más peligrosos. Con estas palabras pretende minimizar la gravedad de las actuales condiciones. Afirma después que un dios, sin decir cuál, pondrá también fin a estos males; se entiende que como también hizo en su momento con los males anteriores.
Versos 200-204. Cita a continuación algunos de esos graves peligros que han arrostrado en el pasado, a saber, el paso del estrecho de Mesina y Sicilia, que él nombra con terminología mitológica, la sede de los monstruos Escila y Caribdis, así como de los Cíclopes, o más bien, del más famoso de ellos, Polifemo.
Les pide luego, haciendo uso del modo imperativo, que recobren sus espíritus y se despojen del triste temor. Tal vez, dice, en el futuro nos agrade recordar estas cosas. (“Forsan et haec olim meminisse iuuabit”)
Esta frase, estas seis palabras, han sido el motor de este trabajo. En efecto, buscando aspectos positivos de una situación objetivamente mala, sólo se le ocurre a Eneas hacer una llamada a la esperanza de recordar estas penalidades cuando ya hayan pasado; que proporcionarán alegría, como suele suceder en estos casos, si, y sólo si, consiguen sobreponerse a ellas y sobrevivir, aunque esto último, el hijo de Venus, dándolo por hecho, no osa mencionarlo. Es esto algo que siempre se puede aducir en cualquier apretado trance, y por eso Eneas recurre a ello.
Versos 204-207. Termina su discurso añadiendo que es a través de estos riesgos y peligros como los hados han decretado su llegada al Lacio, aquí Eneas cree o finge creer en las profecías, y habla con confianza. Les recuerda así que están destinados a llegar al Lacio (palabra cruel en latín, porque parece proceder del verbo “lateo”, es decir, ocultarse, que es lo que ha venido haciendo los últimos años con los pobres y exiliados troyanos) y que allí encontrarán “quietas sedes”. Este adjetivo “quietus”, aplicado a una tierra o lugar estable, (“quieto, inactivo, en reposo, tranquilo, apacible”) es probablemente el mayor objeto de anhelo para los atribulados hombres de Troya, expatriados, desterrados, náufragos y peregrinos. Termina la arenga afirmando que está de dios que renazca el reino de Ilión y les pide que se salven a sí mismos para los tiempos propicios que están por llegar.
Por medio de este magistral discurso infunde Eneas en los corazones de sus hombres aquello que o no tienen o han olvidado, confianza en sí mismos, en los dioses y en el hado; esperanza de lograr sus objetivos, nombrándolos, y la seguridad de los tiempos que están por venir serán mejores.
Pero tal vez lo más notable de este comportamiento del capitán de los teucros, tan ajustado a las necesidades de la situación, tan eficaz, podríamos llamarlo, es que él no lo hace motu proprio, sino impelido por el deber y la responsabilidad que dioses y hados han depositado en él; su renombrada “pietas” religiosa y paterno-filial es el motor que lo convierte en un buen padre, un buen hijo y un buen caudillo de su pueblo, un pueblo vencido, un pueblo, recordemos, de supervivientes que se han convertido en juguete de las olas y de otros pueblos extranjeros con los que se van encontrando en el camino, por lo general, hostiles. Él hubiera querido, y así lo manifiesta abiertamente poco antes en mitad de la tormenta, haber permanecido allí hasta el final y yacer allí tras haber combatido con coraje por la defensa de su patria. Eneas es un héroe cansado, un héroe “malgré lui” que no hace nunca aquello que desea hacer, pero que cumple perfectamente con su misión, independientemente de su voluntad.
Para sus hombres es un excelente gobernante que desempeña su función, aunque sea “à contre coeur”, de manera impecable. Pensamos en los “versos y oraciones del caminante” de León Felipe, donde dice: “solamente desconociendo los oficios, los haremos con respeto.”
Recuerda, así mismo, a la figura de aquel joven entregado en cuerpo y alma a la filosofía estoica que, adoptado por el emperador Antonino Pío, se vio de pronto constreñido a asumir la sucesión en el imperio romano y a ejercer un tipo de vida que, habiendo sido otras las circunstancias, él nunca hubiera elegido de buen grado; pero se sacrifica. Eneas es un héroe estoico. Eneas no conoce el ocio.
Su quehacer se acomoda cabalmente al mandato horaciano: (Carmina II, 3)
“aequam memento rebus in arduis
Seruare mentem.”
“recuerda conservar la mente ecuánime en las situaciones difíciles.”
Cuando no encuentra ningún otro subterfugio en la mente humana hábil para recobrar la entereza, en tiempos difíciles, pronuncia estas seis rutilantes palabras:
“forsan et haec meminisse iuuabit.”
Para terminar ya con este primer apartado, sólo nos resta decir que Eneas consagra su vida a la virtud. Pero la virtud no le proporciona felicidad. De vivir en nuestro tiempo a Eneas tal vez se le hubiera diagnosticado trastorno de estrés postraumático. Su actitud en todo el poema es un verdadero triunfo de la voluntad. Para nuestro héroe de nada valen expresiones como la siguiente de Aristóteles de Estagira: (Ética a Nicómaco X 1177b)
“Δοκεῖ τε ἡ εὐδαιμονία ἐν τῇ σχολῇ εἶναι· ἀσχολούμεθα γὰρ ἵνα σχολάζωμεν, καὶ πολεμοῦμεν ἵνα εἰρήνην ἄγωμεν.”
“Parece que la felicidad se halla en el ocio; pues nos ocupamos de nuestros negocios para disponer de tiempo libre, así como hacemos la guerra para firmar la paz.”
Para Eneas ya no hay “quieta sedes”.
Homero
Como para todo buen degustador de la literatura de la Antigüedad, el modelo principal de Virgilio al emprender su poema épico nacional romano se fundamenta en Homero, cuya obra conoce probablemente de memoria y cuyos temas imita e incorpora en su propia obra constantemente como un guiño a un lector erudito, y no apreciando lo más mínimo el concepto moderno de originalidad, que es en absoluto ajeno a los poetas griegos y romanos.
Se trata de recrear un universo viejo y otro a la vez, alejado del jovial y juvenil mundo de Homero (Sobre todo el mundo de la Ilíada), como si respetando los mismos temas musicales se buscara componer una sinfonía nueva, con los mismos dioses, o casi, en el mismo escenario: el mar Mediterráneo, y, en parte, con los mismos personajes.
Solamente un necio o un lector desavisado podría llegar a confundir las sagas de Aquileo y Odiseo versificadas en Homero con la epopeya virgiliana. Sucede igual que con los templos griegos en relación con los romanos, que son semejantes en apariencia, y es que los elementos ornamentales griegos se repiten y se reinterpretan de nuevo en el arte romano, sin embargo la carne y los huesos de esos templos romanos son totalmente diferentes: el “opus caementicium” u hormigón, la bóveda de medio cañón, el arco o el revoque de la fachada en ladrillo, o sea, lo que no se ve. El espíritu es otro.
Como se ha venido diciendo tradicionalmente, los seis primeros libros de la Eneida tienen como modelo a la Odisea, aunque no sólo, pues también contribuyen no poco a la creación de los libros I y IV del Mantuano los amores de Jasón y Medea tal y como los pinta Apolonio de Rodas, autor alejandrino, mientras que los seis últimos libros se deben a la Ilíada. Pues bien, en el canto XII de la Odisea, en ocasión del paso de Ulises en su última nave a través del estrecho de Messina (Escila y Caribdis), el Laertíada pronuncia el siguiente discurso a sus amedrentados compañeros que transcribo aquí primeramente en griego, y después en la versión rítmica española de José María Pabón: (Od., XII 208-221)
“ Ὦ φίλοι, οὐ γάρ πώ τι κακῶν ἀδαήμονές εἰμεν·
οὐ μὲν δὴ τόδε μεῖζον ἔπι κακόν ἢ ὅτε Κύκλωψ
εἴλει ἐνὶ σπῆι γλαφυρῷ κρατερῆφι βίηφιν·
ἀλλὰ καὶ ἔνθεν ἐμῇ ἀρετῇ βουλῇ τε νόῳ τε
ἐκφύγομεν, καὶ που τῶνδε μνήσεσθαι ὀίω.
νῦν δ´ἄγεθ´, ὡς ἂν ἐγὼ εἴπω, πειθώμεθα πάντες.
ὑμεῖς μὲν κώπῃσιν ἁλὸς ῥηγμῖνα βαθεῖαν
τύπτετε κληίδεσσιν ἐφήμενοι, αἴ κέ ποθι Ζεῦς
δώῃ τόνδε γ´ὄλεθρον ὑπεκφυγέειν καὶ ἀλύξαι·
σοὶ δέ, κυβερνῆθ´, ὧδ´ἐπιτέλλομαι· ἀλλ´ἐνὶ θυμῷ
βάλλευ, ἐπεὶ νηὸς γλαφυρῆς οἰήια νωμᾷς.
τούτου μὲν καπνοῦ καὶ κύματος ἐκτὸς ἔεργε
νῆα, σὺ δὲ σκοπέλου ἐπιμαίεο, μή σὲ λάθῃσι
κεῖσ´ἐξορμήσασα καὶ ἐς κακὸν ἄμμε βάλῃσθα.”
*
“¡Oh queridos! No somos de cierto novatos en males,
Ni este caso es peor que el encuentro del fiero Cíclope,
Que con fuerza sin par encerronos en cóncava gruta;
Aun de aquello escapamos merced a mi arrojo, mis trazas
Y mi ingenio. Lo mismo de ahora será con el tiempo
Un recuerdo y no más, pero haced lo que voy a deciros:
Los remeros los remos coged, afirmaos en los bancos
Y, calando en las aguas, remad con vigor, por si Zeus
Nos concede salir de este paso y rehuir la desgracia.
Por tu parte, piloto, pues riges aquí el gobernalle,
Oye atento mi orden e imprímela bien en tu mente:
Ve teniendo a la nave alejada de aquel torbellino
Y sus nieblas; acércate al risco y vigila no escape
De tu mando el bajel y nos lances en masa a la muerte.”
Aquí el versátil Ulises intenta animar a sus compañeros diciéndoles que no son éstos los peores peligros que han superado, no son novatos y en el pasado arrostraron trances más peligrosos como la aventura del Cíclope Polifemo (curiosamente Eneas también menciona a Polifemo y a Escila y Caribdis). Vemos cómo las palabras de la Odisea: “οὐ… κακῶν ἀδαήμονές εἰμεν” se reproducen tal cual en el latín de Virgilio: “neque ignari sumus…malorum”. Podemos apreciar la figura llamada lítote, que viene a ser una cierta atenuación en el significado, consistente en sustituir por un enunciado la negación del enunciado contrario, y tiene lugar por lo general, cuando de niega lo contrario de lo que se quiere afirmar; también se da la lítote cuando no se expresa todo lo que se quiere dar a entender, permitiendo, al mismo tiempo, que quede bien clara la idea del que habla. A diferencia del romano, que no es hombre de vanaglorias, el itacense se jacta de sus dotes personales de mando, arrojo e inteligencia, que al igual que hace en el episodio del Cíclope Polifemo, una vez a bordo de la nave supérstite y alejado de la costa, bajo la lluvia de rocas del desaforado y por fortuna enceguecido monstruo, Ulises le revela en voz alta su verdadero nombre y su patria, orgulloso como un griego de su gesta y reivindicando la parte de gloria que le corresponde. No así Eneas.
A continuación (al contrario del discurso de Eneas, que se pronuncia cuando ya ha cesado la tempestad, el discurso de Ulises se pronuncia en mitad de la acción), expresa la posibilidad y su confianza de que Zeus, no un dios cualquiera, les ayude a superar la prueba sin daño alguno. Afirma luego que todo el sufrimiento presente será en el futuro tan sólo un recuerdo; nada dice, sin embargo, de que la remembranza de esos peligros, cuando ya hayan pasado, les produzca placer. Por último es imposible no ver simbólicamente dentro de las instrucciones que Ulises da a su timonel y a sus hombres, instándoles a mantenerse igualmente apartados de Escila como de Caribdis, los dos monstruos mitológicos que se ciernen sobre ellos, una indicación grata a la filosofía de Aristóteles, quien posteriormente también abogaría por la μεσότης, es decir, el término medio, donde mora la virtud, entre dos males como son la ὑπερβολή y la ἔλλειψις, el exceso y el defecto.
Mas vayamos ahora al canto XV de la misma epopeya. Nos encontramos aquí al taimado y disfrazado Ulises, que disfruta de la hospitalidad del buen Eumeo, el porquero de palacio. Intenta averiguar datos acerca de la familia real de Ítaca, disimulando siempre su verdadera personalidad, y a un tiempo se informa e interroga al propio Eumeo por su vida. Transcribo a continuación en griego los versos 390-401 que son palabras del anfitrión, y luego ofrezco la versión rítmica castellana nuevamente de Pabón:
“ξεῖν´,ἐπεὶ ἂρ δὴ ταῦτά μ´ἀνείρεαι ἠδὲ μεταλλᾷς,
σιγῇ νῦν ξυνίει καὶ τέρπεο, πῖνέ τε οἶνον
ἥμενος. αἵδε δὲ νύκτες ἀθέσφατοι· ἔστι μὲν εὕδειν,
ἔστι δὲ τερπομένοισιν ἀκούειν· οὐδέ τί σε χρή,
πρὶν ὥρη, καταλέχθαι· ἀνίη καὶ πολὺς ὕπνος.
τῶν δ´ἄλλων ὅτινα κραδίη καὶ θυμὸς ἀνώγει,
εὑδέτω ἐξελθών· ἅμα δ´ἠοῖ φαινομένηφι
δειπνήσας ἅμ´ὕεσσιν ἀνακτορίῃσιν ἑπέσθω.
νῶι δ´ἐνὶ κλισίῃ πίνοντέ τε δαινυμένω τε
κήδεσιν ἀλλήλων τερπώμεθα λευγαλέοισι,
μνωομένω· μετὰ γάρ τε καὶ ἄλγεσι τέρπεται ἀνήρ,
ὅς τις δὴ μάλα πολλὰ πάθῃ καὶ πολλ´ἐπαληθῇ.”
*
“Pues así de estas cosas, oh huésped, preguntas e inquieres,
Presta oído en silencio, disfruta la historia y sentado
Ve apurando ese vino. Estas noches sin fin nos dan tiempo
Al reposo y al gusto de buenos relatos; no tienes
Para qué antes de hora marcharte a acostar; también cansa
Demasiado dormir. De los otros, que aquel a quien venga
Ello en gana se marche a su lecho; y al alba que almuerce
Y se lleve las cerdas del dueño a los campos. Nosotros
Seguiremos aquí en la cabaña comiendo y bebiendo
Y gozando en contar uno a otro pesares y lutos:
Referir desventuras dejadas atrás es alivio
Para aquel que sufrió largamente vagando en la tierra.”
Además del tema que aquí nos atrae, es de notar la acendrada práctica de la hospitalidad que se refleja en estos versos, así como el intenso atractivo que la palabra guardaba entre estos pueblos desconocedores del reloj y otros dispositivos tecnológicos que hoy, con el mejor de los propósitos, tiranizan nuestra existencia. El gusto de hablar, de contar historias y de escuchar historias; la palabra entendida como solaz y alivio de las penas, la palabra sanadora, la palabra liberadora.
Ejemplo clásico de hospitalidad es también de Virgilio este fragmento de la primera bucólica, donde Títiro hospeda en su humilde cabaña a su desdichado amigo Melibeo:
“Nunc tamen mecum poteras requiescere
Nocte … sunt nobis mitia poma castaneaeque
Molles…”
“Ahora con todo podrías descansar conmigo esta noche… tenemos blandas manzanas y tiernas castañas…”
Volviendo al tema que nos ocupa, las seis famosas palabras que Eneas dirige a sus hombres, aquí se encuentra perfectamente plasmado el mismo pensamiento: en un ambiente tranquilo, con comida y bebida, ya sea carne de ciervo o tasajos de cerdo, vino en ambos casos, el consuelo de la palabra en la esperanza de que las desventuras pasarán, y que, recordadas, habrán de convertirse en objeto de gozo.
Virgilio resume el valor de esta idea homérica que figura en los dos pasajes citados de la Odisea en tan solo seis palabras, y las acomoda a su circunstancia.
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Santiago Blanco del Olmo
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