Acerca de dos novelas de Fred Vargas, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2018 – Fuensanta Niñirola

Acerca de dos novelas de Fred Vargas, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2018
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Fred Vargas (pseudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau, París, 1957), arqueóloga de formación, es mundialmente conocida como autora de novelas policíacas. Ha ganado los más importantes galardones, incluido el prestigioso International Dagger, que le ha sido concedido en tres ocasiones consecutivas. También ha recibido, entre otros, el Prix Mystère de la Critique (1996 y 2000), el Gran premio de novela negra del Festival de Cognac (1999), el Trofeo 813 o el Giallo Grinzane (2006). Sus novelas han sido traducidas a múltiples idiomas con un gran éxito de ventas, alguna de ellas incluso se ha llevado al cine. El más reciente premio se lo acaban de conceder en España: el Princesa de Asturias de las Letras (2018).
Además de varias novelas policiacas singulares, Vargas tiene publicadas dos series: la del comisario Adamsberg, bastante más larga, y la llamada de “los Tres Evangelistas”, más breve.
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L’Homme aux cercles bleus, 1991.
[El hombre de los círculos azules, 2008] [1]
Esta es la primera novela de la serie del comisario Adamsberg. Genero policiaco muy especial, con un marcado sentido del humor, algo surrealista y absurdo, que desvía en muchas ocasiones la atención hacia digresiones hilarantes, saliéndose de la investigación policiaca y entrando en otros niveles de escritura. Sin los niveles de violencia de un Tarantino, por ejemplo, los diálogos entre los personajes traen un eco a los diálogos de Pulp Fiction.
Tanto el propio comisario como los demás personajes secundarios más importantes, tienen todos unos rasgos algo estrambóticos. Es como si en un psiquiátrico francés hubieran dado vacaciones a los pacientes mas tolerables, y los hubieran soltado juntos en París. Empezando por el comisario, personaje introvertido, absolutamente fuera de lo habitual en un comisario de policía, que se pasa el tiempo garabateando en viejos papeles, mientras recapacita sobre el caso que lleva entre manos, aunque no lo parezca. Procedente de los Pirineos, es trasladado por sus méritos a la capital, mirado como un palurdo por sus compañeros parisinos, hasta que les demuestra que sabe resolver casos mejor que muchos otros. Cuarentón, vive solo, aunque recuerda su pasado con una novia, Camille, que prefiere recorrer mundo a vivir junto a un policía. Otros personajes atípicos son la excéntrica Mathilde Forestier, el sarcástico ciego Charles Reyer, el inspector Adrien Danglard, la viajera incontenible Camille, y sobre todo, la setentona Clemence Valmont, con una sempiterna gorra cubriendo su cabeza.
En París, van apareciendo con nocturnidad y alevosía, uno o varios círculos dibujados con tiza azul en calles solitarias. Círculos de dos metros de diámetro, en cuyo centro aparecen los más diversos objetos, cuya única cosa en común, aparentemente, es su capacidad de permanencia, su estabilidad en el sitio donde han sido depositados. Esto, en principio, no es un delito, sin embargo, la intuición de Jean-Baptiste Adamsberg le dice que aquello es solo el principio, que habrá un final y no va a ser muy agradable. Efectivamente, pasado un tiempo empiezan a aparecer personas asesinadas en medio de los círculos, y la broma ya no es tal, movilizando a la policía parisina.
Adamsberg, a pesar de parecer un tanto abúlico y despistado, va tejiendo mentalmente una tela de araña para cazar al asesino, aunque la verdad es que resulta complicado y ha de ir descartando una serie de pistas falsas y sospechosos poco habituales.
Su colaborador más cercano, Adrien Danglard, bebedor compulsivo a partir del mediodía, también es un personaje curioso, abandonado por su mujer y cargado de hijos, con los que comenta por las noches los detalles del caso que le ocupa.
La oceanógrafa Mathilde resulta ser una madura dama llena de costumbres excéntricas… con esa manía de seguir a todo el mundo, a entablar contacto con desconocidos, incluso a introducirlos en su vida. Reyer, el ciego, es comprensible que sea un amargado, desde luego, y su comportamiento a veces es algo agresivo, a veces impreciso; Clemence también es un personaje muy controvertido, pero sobre todo, es el conjunto de Mathilde, Reyer, y Clemence el que resulta a veces desternillante y surrealista, aunque hay que leerlo con un especial estado de ánimo y no buscar demasiado realismo. Esta no es una novela que siga los cánones clásicos del género, aunque sí lo haga en esencia, pero se toma muchas licencias e introduce diálogos y descripciones de personajes cargados de ironía y humor, que es una característica que se mantienen a lo largo de las obras de esta autora.
Habrá más asesinatos, más círculos de tiza, y Adamsberg tendrá que tomarse muy en serio la investigación, lo que le llevará a la campiña francesa, siguiendo pistas que finalmente le harán esclarecer el caso de modo totalmente inesperado. El final resulta un tanto rocambolesco, quizá algo precipitado, en mi opinión, pero donde se atan los cabos sueltos y se explican detalles que habían quedado en el aire.
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Debout les morts, 1995
[Que se levanten los muertos, 2008] [2]
Publicada tras El hombre de los círculos azules, en esta novela de la escritora francesa Fred Vargas, inicia una nueva serie detectivesca sin detective: ahora los investigadores protagonistas de esta narración son tres jóvenes historiadores, antiguos compañeros de Facultad, ya licenciados y sin un euro, que tratan de sobrevivir agrupados en un viejo caserón de la parisina Rue Chasle. Los chicos se llaman Marc, Mathias, y Lucien, y ya en estas mismas páginas son calificados de “tres evangelistas” (San Marcos, San Mateo y San Lucas). Sin embargo, como elemento de unión o catalizador, aparece el padrino de Marc, Armand Vandoosler, ex policía. Cada uno de los jóvenes ocupa una planta del edificio y el padrino se reserva el ático. Vandoosler ha sido “retirado” del cuerpo policial por unos sucesos turbios, calificados como corrupción, aunque él asegura que todo fue un montaje. Guarda buena relación con algunos amigos en la policía, sin embargo. La especialidad de Mathias Delamarre es prehistoria, pero va saltando de trabajo en trabajo; Marc Vandoosler es un medievalista que trabajaba de negro en una editorial de novelitas rosa, pero ahora está despedido y, finalmente, Lucien Deverois es especialista en la I Guerra Mundial. Además, cada uno tiene unas costumbres peculiares y un carácter complicado, lo cual no parece que augure una buena convivencia. Lo resuelven ocupando plantas distintas en el viejo edificio.
Comienza esta novela con la aparición de un árbol –un haya- misteriosamente plantado en el jardín de los Relivaux, vecinos de los “evangelistas”. Ella es una conocida soprano de origen griego, Sophia Simeonides, ya retirada. Mientras que a la dama le inquieta la misteriosa aparición de el pequeño árbol en una esquina de su jardín, su marido no parece darle la menor importancia.
Juliette Gosselin y su hermano son otros vecinos de la calle, dueños de un restaurante, Le Tonneau. Juliette es muy amiga de Sophia, y acogerá a los tres “evangelistas” para sus comidas en el restaurante, incluso Mathias trabajará para ella como camarero.
Llegado un punto de la narración, y una vez presentados a los personajes principales, se produce la desaparición de Sophia y se disparan los interrogantes. Para embrollar aún más la historia, llega desde Lyon Alexandra Haufman, una sobrina de Sophia con su hijito, Cyrille, asegurando haber sido invitada por su desaparecida tía. Aquí comienzan a tejerse suposiciones, sospechas, investigaciones. Los tres “evangelistas”, más o menos dirigidos por el viejo Vandoosler, (digo “más o menos”, porque a veces alguno que otro de los jóvenes toma decisiones por su cuenta y se desmadra) y de modo indirecto en colaboración con la policía, inician investigaciones por distintas líneas.
Finalmente, aparece un cadáver calcinado, y la policía empieza a tomarse en serio el tema: el inspector Leguennec entra en acción: hay una maraña de pistas que no llevan a ninguna parte o que conducen a callejones sin salida. Y el árbol sigue allí plantado, creciendo…
En toda la novela, como es habitual ya en la escritora francesa, hay continuos recursos al humor, sobre todo jugando con los caracteres y costumbres de los “evangelistas”, y sus respectivas especialidades históricas, que influyen en su modo de investigar, generando conversaciones divertidas y desenfadadas, que relajan la tensión que por otra parte pueda generarse. El ritmo es siempre ralentizado por estos interludios de los inquilinos del viejo caserón, aunque conforme se acerca al final la narración va subiendo la tensión hasta alcanzar un punto álgido.
Dos novelas entretenidas, peculiares, muy en la línea de Vargas, tan personal, donde interesa tanto las rarezas de los personajes como la propia investigación.
Ambas, siempre dentro del mundo propio creado por la autora, es decir: sin tomarse demasiado en serio el género y buscando situaciones humorísticas, lo cual les da un toque muy personal. En suma, ambas son divertidas y atractivas, iniciando cada una dos series que darán mucho de sí.
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Fuensanta Niñirola
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Notas
- Fred Vargas. El hombre de los círculos azules. Editorial Debolsillo [Punto de Lectura], Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2008. ISBN: 9788466321402.
- Fred Vargas. Que se levanten los muertos. Editorial Debolsillo [Punto de Lectura], Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2008. ISBN: 9788466321396.
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