Actualidad de Maurice Merleau-Ponty – Benito Arias García

Actualidad de Maurice Merleau-Ponty – Benito Arias García

Actualidad de Maurice Merleau-Ponty

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Maurice Merleau-Ponty [1908 – 1961]

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Actualidad de Maurice Merleau-Ponty

Con la perspectiva que dan los años, se podría decir que la filosofía francesa de la postguerra fue existencialista, así como la de los sesenta y setenta habría de ser postestructuralista, de la diferencia y otras singularidades. En los ochenta irrumpe el postmodernismo de Lyotard, y desde entonces… lectores que leen libros (lo veremos al final). En cada momento ha de asimilarse la filosofía de las últimas décadas, pero si es tan rica y extrema como la francesa, puede que se tarde bastante. Uno de los que está siendo rescatado es Maurice Merleau-Ponty (1908-1961), que murió sin llegar a ver publicadas más que las primeras obras de Foucault, Derrida o Lyotard. Todos ellos partieron, por cierto, de la lectura merleau-pontyana de la fenomenología de Husserl, aunque tomaran después distintos rumbos.  A medida que pasan los años, resulta que el malaimé de la filosofía de la postguerra en Francia va a terminar interesando más que sus contemporáneos. No dejan de aparecer inéditos (están anunciados dos volúmenes con más de mil páginas del periodo de los 40 para este marzo de 2022), estudios, revistas, libros monográficos o que lo destacan dentro del periodo. Uno de estos lo tenemos incluso traducido, y es magnífico: El Café de los Existencialistas (2016), una obra perfecta para empezar a conocer ese tiempo y a su “héroe intelectual” que, según Sarah Bakewell, no es otro que el profesor, el filósofo a tiempo completo, el que parecía menos ambicioso.

Ahora bien, decir existencialismo es apuntar a Sartre, Beauvoir, Camus… ¿También Merleau-Ponty era existencialista? Desde luego que no, y no sólo por la célebre ruptura política con Sartre en Les Temps Modernes, sino porque no compartían más que la idea de hacer una filosofía concreta. Por lo demás, la ontología sartriana es deudora tanto del Hegel de la Fenomenología del Espíritu pasado por Kojève como del Husserl que a Merleau-Ponty le decía menos, el del tomo primero de Ideas. En cuanto a la política, Merleau-Ponty somete a Sartre en Les Aventures de la Dialectique (1955) a una crítica demoledora que, como suele ocurrir, sólo logró radicalizar al arrogante intelectual del compromiso.

¿Dónde situar entonces a Merleau-Ponty? ¿Tal vez en la fenomenología? Así lo sugiere el título de su obra más célebre, Phénoménologie de la Perception (1945). Sin embargo, basta leer el prólogo para comprobar que la relación con Husserl es muy extraña, que interpreta a su manera los conceptos básicos de ésta, que no entienden lo mismo cuando hablan de “reducción”, “cuerpo propio” o “intencionalidad”. Es verdad que el autor de La crisis de las ciencias  ha cambiado, y que el de los últimos escritos (inéditos en la época y que Merleau-Ponty busca y atesora con pasión de coleccionista) abre unas puertas insospechadas si se los lee con libertad. Pero sería absurdo concluir que la filosofía del primer Merleau-Ponty surge por ejemplo del tomo segundo de Ideas. Sencillamente no es así, aunque el “cuerpo vivido” se pueda relacionar con el Leib husserliano y aunque las escasas referencias a la “intencionalidad operante” (fungierende Intentionalität) den para redactar una tesis de doctorado. La filosofía de la encarnación en Merleau-Ponty desborda todas las intuiciones que apuntaba Husserl al final de su carrera, y da lugar a un pensamiento nuevo que sólo equívocamente podemos seguir situando dentro de la fenomenología.

Por lo demás, en su última época Merleau-Ponty se acerca a Heidegger y parece elaborar una novedosa ontología (de la chair, de lo visible y lo invisible) para la que utiliza términos heideggerianos y husserlianos en sus crípticas notas de trabajo. El libro quedó inacabado, pero a la postre poco tiene de Heidegger. Es verdad que parece dirigirse a una filosofía del “ser en-el-mundo” que se sitúa fuera de los dos polos tradicionales, el sujeto y el mundo objetivo, si bien no hay aquí nada de ontología directa en línea con el famoso Giro, un camino sin llegada para Merleau-Ponty. Aquí, como siempre, el francés sigue leyendo a los demás pero interpretándolos a su manera.

La filosofía de Merleau-Ponty parece tener un aire más hermenéutico que existencialista o fenomenológico, pero no es una hermenéutica al modo de Gadamer o Ricoeur, loables por su valiosa comprensión y uso de los textos, pero tal vez demasiado constreñidos por ellos. Puede que los tres autores que están más cerca de Merleau-Ponty, vamos a arriesgarnos, podrían ser otros tantos espíritus independientes: el primero es Michel de Montaigne, que inaugura la filosofía de los libros sobre libros en un tono similar al que encontramos en Merleau-Ponty, tomando y reinterpretando ideas del pasado como quien pavimenta una calle con bouquins ya citados ya interpretados;  en segundo lugar, Paul Valéry, que reniega de la filosofía pero que no puede evitarla, y que ha dado las más luminosas ideas sobre el cuerpo que ha visto el siglo XX. Las citas y los reconocimientos de Merleau-Ponty a Valéry son múltiples y siempre expresan una sintonía profunda. Tienen además un estilo afín en su manera de hablar y ensayar, especialmente si comparamos la serie de Variétés de Valéry y las dos recopilaciones de Merleau-Ponty (Sens et Non-Sens, de 1948, y Signes, de 1953). Por último, y con todas las precauciones que se quiera añadir, cabe apuntar una afinidad electiva, la de un autor que no llegó a conocer pero en el que se puede percibir un tono y un estilo también familiar: Hans Blumenberg. Los dos reinterpretan más que interpretan, los dos tienen una cultura inmensa, los dos han quedado ocultos bajo una filosofía coetánea de menor entidad, los dos serán alimento para el método que aplicaron a tantos otros.

Los cuatro coinciden en su manera de leer, de usar los libros. Ya desde el Renacimiento, ni el ensayo ni la filosofía pueden desentenderse de lo que se ha escrito anteriormente. Pero el erudito llega a los libros como el Roquentin de La Náusea, buscando la confirmación de sus ideas (y por cierto que, aun siendo irónico Sartre con este personaje y esta elección, no se nos debe ocultar que es así como lee su creador en tantos artículos, a veces brillantemente equivocados, de Situations). La manera de leer de Montaigne, Valéry, Merleau-Ponty o Blumenberg es la del que lo hace no para confirmar sus ideas previas, sino para comprender más, mejor y de otra manera. Por eso es tan natural reinterpretar lo leído y ser al mismo tiempo tan infiel a la letra como fiel al impensado de los libros.

Para mostrar esto, más que para demostrarlo, tomemos un artículo de Merleau-Ponty. Se llama “Lecture de Montaigne”, y es de 1947. Un experimentado lector de libros lee al primero de su estirpe, y se lo traduce para su uso personal como aquél se tradujo a Sócrates, Plutarco o Séneca. Desde el principio se nos derriba un tópico, cuando asegura que si Montaigne es escéptico lo es en el sentido de que no ve ninguna necesidad de seleccionar una verdad (como verdad única) entre otras, es decir, diríamos nosotros, que Montaigne sería  pluralista o liberal antes siquiera de que existan esos términos. Nos habla Merleau-Ponty de un Montaigne que piensa desde su conciencia, no desde el espíritu cartesiano, ¿podríamos decir, entonces, que es un fenomenólogo antes de la fenomenología? A condición de que se trate de una fenomenología aún no pensada, en el límite, no aquella calificada por su fundador de cartesiana. ¿Un postfenomenólogo del siglo XVI? Y bien, ¿por qué no?  Montaigne es todo eso y más en la original lectura de Merleau-Ponty. Los libros de hecho tienen todo lo que somos capaces de ver en ellos, por eso no es absurdo encontrar en Montaigne la superación de Descartes y hasta la de Husserl. A nadie se le ocultará que Merleau-Ponty está interiorizando a Montaigne y mostrando su actualidad: no se puede respetar más a un autor. Así, Montaigne es también el primer filósofo de la ambigüedad o de la unión alma-cuerpo, no una u otro, sino los dos en entrelazo, ése es “el dominio de Montaigne”. Se habría adelantado a Nietzsche, a Valéry, al propio Merleau-Ponty. Sigamos. Por su interés por los sueños, Montaigne apunta a Proust, al surrealismo, al psicoanálisis. Por sus críticas a la religión (si ésta nos obligase como suele a desprendernos de nuestra encarnación y nuestra atadura a la tierra) nos prepara para la Ilustración, por su elogio del retiro y el desprecio de la sociedad nos consuela desde la habitación estoico-epicúrea, pues al cabo la pasión “somos nosotros”. Hay en Montaigne un pensamiento de lo negativo inspirado en Sócrates que Merleau-Ponty estuvo interrogando toda su vida: las certezas no pueden suspender la duda de la que surgen, no pueden superarla como la síntesis de la mala dialéctica pretende dejar atrás la negatividad que la ha incubado. Lo que llegamos a saber se encuentra bajo amenaza y limitado. Sólo los idealistas del saber absoluto y las verdades únicas hablarán de Montaigne como un simple “escéptico”. Hermanándose con Montaigne, Merleau-Ponty se defiende a sí mismo, tantas veces ha tenido que escuchar que su filosofía linda con la literatura o con el “protagorismo”.

Maurice Merleau-Ponty es un filósofo que está hoy presente en los coloquios y seminarios de todo el mundo, en la revista Chiasmi International, en las ediciones ampliadas de sus cursos en el Collège de France, de sus charlas radiofónicas (magníficas las Causeries de 1948), en la obra de Marc Richir, en la psicología de la encarnación y la intencionalidad americana, en las teorías sobre la IA (empezando por André Robinet), en las últimas tendencias de la fenomenología y por supuesto en la condición postmoderna. Pero de un modo menos patente se halla también en la legión de lectores que se leen a sí mismos a través de sus lecturas, allí donde la filosofía y la literatura se confunden en busca de otro género, desde Maurice Blanchot y Jean Starobinski a Jean-Luc Nancy, Jacques Bouveresse, Jean-Pierre Cometti o Antoine Compagnon. A través de ellos, y especialmente tras las pistas que dejó Merleau-Ponty, llegaremos a Stendhal, Proust, Valéry, Claudel, Musil, Michaux o Simon en tanto escritores que filosofaron (puede que sin ser muy conscientes de ello) para descubrir lo que piensan. Es una vía que propicia la confluencia de filosofía y literatura no ya en la figura del intelectual, pensador, escritor o hermeneuta, sino en la del lector que escribe. Este podría ser el hilo invisible que une a Merleau-Ponty con lo más estimulante de la filosofía y la literatura recientes, con Hans Blumenberg, Allan Bloom, Martha C. Nussbaum, George Steiner, Milan Kundera, J. M. Coetzee o Stanley Cavell.

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Benito Arias García

Categories: Filosofía

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