Alrededor de «À bout de souffle» – Estrella del Mar Carrillo Blanco

Alrededor de «À bout de souffle» – Estrella del Mar Carrillo Blanco

Alrededor de À bout de souffle

 

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El año del estreno de À bout de souffle (1960) nacían en España Antonio Banderas, José Luis Rodríguez Zapatero, Perico Delgado y Enrique Urquijo, alma y corazón del futuro grupo Los secretos. En tanto que, por Argentina, veía la luz Ariel Rot.

Fue un año denominado «de África», por las continuas independencias logradas en numerosas naciones de ese continente. Pero en el viejo mundo, una serie de nombres como Albert Camus, Gregorio Marañón o Clark Gable se apagaban para siempre mientras se comercializaban, en EEUU, las primeras píldoras anticonceptivas.

En Liverpool, un cuarteto hasta entonces desconocido, irrumpía con el nombre de The Beatles.

No era nuevo el  movimiento de la «Nouvelle vague» por aquel entonces. Ya en 1959 se había consolidado en el Festival de Cannes, gracias a directores como Truffaut o Alain Resnais, y la crítica utilizó la alegoría de «Nueva ola» para designar a un grupo de cineastas que, cámara en mano, reaccionaban contra las estructuras del cine más tradicional.

Libertad técnica, libertad de expresión, hay algo en Á bout de souffle (Sin aliento en Sudamérica y en España, traducida como Al final de la escapada) que la convertiría en el auténtico manifiesto del nuevo cine francés.

Y Godard, siempre Godard, el Emmanuel Kant de la cinematografía moderna, el que marca un antes y un después en el séptimo arte, el que provoca un giro copernicano en el lenguaje de la imagen.

Jean-Luc Godard había nacido en París allá por 1930, de padre médico y madre proveniente de una familia de banqueros franco-suiza, forja sus primeros años de formación cinéfila junto a Éric Rohmer. En Cahiers du cinéma, fundada en 1951, firma su primer artículo y denuncia ya «una mentalidad que tolera un cine mediocre, una crítica pacata y un público pasmado». Después de una serie de cortos, en el verano de 1959 comienza el rodaje de su primer largometraje, À bout de souffle, basado en un guión de F. Truffaut y en el que cuenta con la colaboración de Claude Chabrol. La película, protagonizada por Jean Paul Belmondo y Jean Seberg, supone una auténtica revolución dentro del proceso fílmico pues utiliza técnicas poco ortodoxas: rueda cámara en mano, introduce el formato del documental o salta de un plano a otro jugando con falsos raccords.

A pesar de no lograr ningún premio en el Festival de Cannes, ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín y el premio Jean Vigo.

Trabajos posteriores de Godard como Banda aparte, Pierrot el loco, Vivir su vida o Alphaville compusieron la más estrecha y brillante colaboración con otros integrantes de la Nouvelle vague, además de convertirle en líder y abanderado del movimiento.

En  la década de los 60, tras casarse con su segunda mujer, una estudiante anarquista llamada Anna Wiazemsky, Godard pone su cine al servicio del movimiento revolucionario adherido a la ideología maoísta y así, poco a poco, abandona sus métodos de trabajo anteriores.

En los años 70 y 80, todavía comprometido con la militancia de izquierdas, Godard filma películas dirigidas  a un público más heterogéneo. Con todo, rodará Yo te saludo, María en la que se avivará la polémica y generará cierta controversia religiosa, al tiempo que comienza a trabajar en una serie documental titulada Histoires du cinéma,  donde muestra su particular visión de la historia del cine.

Tras estrenar  Después de nuestra música (2004) y con seis años de espera, Godard ha lanzado su última película hasta el momento titulada Film socialisme (2010).

 

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Pero volvamos al inicio, cuando en la Nouvelle vague todo estaba por hacer.

La selección de Los cuatrocientos golpes de Truffaut para el Festival de Cannes de 1959, el éxito de público, el apoyo de varios productores y la insólita libertad con la que ruedan una serie de jóvenes es lo que lleva a Godard a afrontar su primera película.

Un leve argumento, un presupuesto recortado a un tercio de lo previsto, un equipo reducido, travelling en una silla de ruedas y cámara oculta en un motocarro, son los frágiles elementos sobre los que J. L. Godard comenzó a rodar À bout de souffle.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Michel Poicard (J. P. Belmondo), un ex-figurante de cine admirador de Bogart, roba un coche en Marsella y se dirige a París. En el camino, encuentra una pistola en la guantera y mata a un agente que le va persiguiendo. Cuando llega a su destino intenta cobrar una antigua deuda y, al no serle posible, roba a una vieja conocida para después ir al encuentro de Patricia (Jean Seberg), estudiante norteamericana que vende el Herald Tribune en los Campos Elíseos, y de la que está enamorado.

Lo que sigue se deshace en una auténtica deconstrucción de las relaciones humanas y de los finos lazos que entretejen el amor, la vida y la muerte.

Poicard sueña con ser Bogart, tal y como se plasma en uno de sus gestos característicos: un movimiento del pulgar sobre los labios, en la admiración del film Más dura será la caída y en querer alcanzar el sueño americano entre los brazos de la Seberg.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Pretende afrontar el instante sin cobardía aunque con pueril amoralidad pide a Patricia, a cada instante, que huya con él a Roma. Pero la indecisión y posterior traición de la americana le revelan la realidad como «asquerosa» o «vomitiva» («dégaulasse» según el término original) provocando en la propia Patricia que ella misma asuma el gesto del pulgar y termine preguntándose, con Poicard muerto en el suelo, Qu’est-ce que c’est dégueulasse?

 

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Los continuos juegos de cámara manifiestan la pluralidad de puntos de vista, entretejiendo y solapando el constante enfrentamiento entre hombre y mujer: desde el paseo de los dos protagonistas por los Campos Elíseos, y en el que ya la americana declara su interés por estudiar en París, hasta el intento de ocultamiento, huyendo de la policía, en un estudio fotográfico, nos habla de los envites incansables del enamorado que son respondidos por ella con tozudas digresiones y cambios de registro en la conversación.

Una de las mejores secuencias, la que transcurre en la habitación del hotel, nos muestra a un Poicard celoso y encaprichado pidiendo acostarse con ella porque es bonita y por el brillo que tiene en los ojos, mientras Patricia le habla de Faulkner, de Dylan Thomas y se compara con una lámina de Renoir colgada en el cuarto de baño. Poicard rodea su cuello con las dos manos y le exige que sonría para él. Patricia aguanta las ganas de reír hasta que, en un primer plano de su rostro, sonríe abiertamente y él la llama «cobarde».

-«¿Piensas en la muerte?», dice él.
-«Michel, dime alguna cosa bonita», responde ella.
-«Quiero volver a acostarme contigo porque eres guapa».

Un primer plano de Poicard mirando directamente a cámara aparece poco después cuando Patricia juguetea con la lámina de Renoir utilizándola a modo de catalejo.

La sutil colisión entre la espontánea incultura que muestra él confesando que no pasó de la primaria en sus estudios mientras hojea revistas eróticas, y las referencias artísticas que intercala ella con vehemente seriedad nos habla de un abismo infranqueable donde hasta las distintas marcas de cigarrillos que fuma cada uno separa a la pareja.

Traicionar, en Godard, es amar y viceversa.

Así como ella confiesa a Poicard que quizá esté embarazada, al tiempo declara su voluntad por comprarse un vestido en Dior y su miedo a envejecer. Y se observa en los escaparates  mejorando su look para encaminarse a hacer una entrevista al Sr. Parvulescu, escritor de moda al que inquieren sobre Rilke, la mujer en la sociedad moderna, ambiciones ocultas, erotismo y amor. En una breve transustanciación de Patricia en Michel ella se retira las gafas negras y un primer plano coqueto nos la muestra con una patilla en la boca.

El trágico final se anuncia poco a poco. La policía se ha presentado en el Herald Tribune y previene a Patricia sobre su situación y su pasaporte. Posteriormente, los amantes intentan zafarse de la vigilancia que están sufriendo pasando la noche en Montparnasse gracias a la ayuda de unos amigos pero, tras enterarse por la prensa de que Michel Poicard está casado, Patricia le denuncia.

-«Como he sido mala contigo eso demuestra que no estoy enamorada de ti»-confiesa la americana mientras dibuja, alrededor del amante, palabras entrecortadas y un suave giro recorriendo todo el estudio.

La última secuencia se precipita con mano maestra. Michel sale del edificio y entabla conversación con un conocido que le ofrece escapar, pero él se muestra remiso y revela su cansancio, quizá su decepción. El diálogo, sin embargo, es interrumpido por la policía que dispara a Michel y le alcanza por la espalda. A pesar de ir mortalmente herido, un largo travelling se sucede con la cámara siguiendo su angustiosa huida. Dos contraplanos de Patricia nos la muestran de frente corriendo hacia el enamorado. Curiosamente, la secuencia resulta más acusadora hacia la joven que hacia los policías que han ejecutado a Poicard.

Cuando, finalmente, éste cae abatido en medio de la calzada, Patricia observa la exhalación de las últimas muecas que Michel realizaba como figurante y escucha la frase recriminatoria hacia ella.

-«¿Qué significa `asquerosa´?»- se pregunta mientras dibuja sobre sus propios labios el gesto que él había tomado de Bogart.

 

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Estrella del Mar Carrillo Blanco

Categories: Cinematografía