Carmen de Burgos: cronista del modo de vida y educación de las mujeres españolas del primer tercio del siglo XX [Su aportación a la colección literaria «La Novela de Bolsillo»] – Gloria Jimeno Castro
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Carmen de Burgos: cronista del modo de vida y educación de las mujeres españolas del primer tercio del siglo XX [Su aportación a la colección literaria La Novela de Bolsillo]
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Carmen de Burgos: cronista del modo de vida y educación de las mujeres españolas del primer tercio del siglo XX [Su aportación a la colección literaria La Novela de Bolsillo]
Una señal inequívoca de que han cristalizado en la sociedad española las reivindicaciones de escritoras e intelectuales de finales del siglo XIX, así como del primer tercio del siglo XX, sobre los derechos de la mujer a cursar estudios y a lograr su incorporación a las aulas universitarias, se observa en el nutrido número de maestras, profesoras de Educación Secundaria Obligatoria, de Universidades que en la actualidad ejercen estas labores, y que subrayan de modo reiterado en sus clases, en sus proyectos de investigación, el papel desempeñado por estas pioneras, gracias a las que actualmente podemos elegir una profesión remunerada, y en igual de condiciones que cualquier hombre.
Los manuales de Lengua castellana y Literatura de ESO reservan, por fin, un lugar destacado para nombres como el de Carmen de Burgos, que años ha únicamente se oía en las aulas universitarias y se reseñaba en estudios especializados en la literatura de la Edad de Plata.
Recientemente, en el instituto en el que ejerzo mi labor como profesora de Educación Secundaria Obligatoria, hemos celebrado el Día de las escritoras este 17 de octubre de 2022, haciéndonos eco de la loable iniciativa de la Biblioteca Nacional de España de trabajar el legado de nuestras predecesoras, eligiéndose siempre el día laborable más próximo a la festividad de Santa Teresa de Jesús, una de las más grandes autoras españolas, y una mujer que se dedicó con recreo de erudita al estudio y la lectura, a fin de cultivar su mente y su alma, pues ambas devociones, lógicamente, a esta insigne religiosa le resultaban compatibles, no pensaba que fueran en contra de las creencias religiosas.
Para celebrar este día, mis alumnos realizaron exposiciones sobre autoras españolas de todos los tiempos, aunque, conocedores del tema sobre el que versa mi tesis, y de mi predilección por las literatas finiseculares, investigaron sobre algunas escritoras, cuya nombre no estaba avezada a oír en este contexto educativo: Sofía Casanova, Concha Espina, Concepción Arenal, Victoria Kent, Carmen de Burgos…
Precisamente, Carmen de Burgos es una de las autoras sobre las que más se está investigando en los últimos tiempos, mostrando su aportación al género de la novela, aunque a mí, particularmente, me gustaría hacer hincapié en su papel destacado en las colecciones de novela corta del primer tercio del siglo XX.
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Vida y obra
Carmen de Burgos Seguí, una de las escritoras más interesantes del panorama literario español de principios del siglo XX, nace en Almería en el año 1867.[1] Era una luchadora, una adelantada a su tiempo, que trató por todos los medios, valiéndose fundamentalmente, de su pluma, de defender los derechos de la mujer.[2]
Desde muy niña gustaba del ejercicio de la lectura, sin embargo, su matrimonio a los dieciséis años con un periodista almeriense es lo que determinó el rumbo que tomaría su vida. Su esposo trabajaba en un periódico propiedad de su padre, que tenía del todo desatendido, dado su carácter de vividor, lo cual, a la postre, provocará que Carmen se marche de su lado. La escritora, consciente de que el periódico de su suegro era el sostén de la familia, toma las riendas de la publicación sin conocimiento alguno del funcionamiento de un periódico; mas como no era una mujer que se arredrase ante ninguna dificultad, logra sacarlo adelante con tesón.
Su experiencia en el periódico de su suegro le abre los ojos en muchos sentidos, se da cuenta de que ella sola era capaz de valerse por sí misma, de que podía mantener a su hija con su trabajo. Comprende, finalmente, que su marido le resultaba ya insufrible, y resuelve romper su matrimonio con él, para así marchar a la capital de España con la finalidad de labrarse un futuro y medrar en la vida.[3] Apenas con lo puesto, finalmente viaja rumbo a la Villa y Corte, se instala en Madrid, dispuesta a probarse a sí misma y al mundo hasta dónde podía llegar una mujer.
Una vez en Madrid, se propone realizar los estudios de Maestra superior, que completa satisfactoriamente, para luego ganar unas oposiciones, cuyos ingresos mejorarán ostensiblemente su situación económica. Durante todos estos años, además, se entregó al periodismo, fue cronista de El Heraldo de Madrid, donde firmaba sus colaboraciones como Perico el de los Palotes; empero, realmente Colombine es el pseudónimo con el que alcanzó más popularidad, con el que rubricaba los libros que versaban sobre temas de interés femenino. Bajo el pseudónimo de Colombine también aparecían escritos doctos, de gran valor documental, como eran sus biografías sobre Leopardi, Tolstoi, María de Zayas, Gertrudis Gómez de Avellaneda[4].
Desde su privilegiada tribuna, Carmen de Burgos se entregó a la defensa de la mejora de las condiciones de vida de la mujer, con brío defendió en sus artículos el divorcio, reclamó el derecho de las mujeres a votar, a participar en política.[5]
Una vez demostrada su valía, su madera de periodista, a Carmen de Burgos se le encomienda una misión más arriesgada: ser corresponsal de guerra en Marruecos.[6]
No por casualidad fue, además, una de las primeras colaboradoras de El Cuento Semanal, donde publicó El tesoro del castillo (1907); Senderos de vida (1908); En la guerra (1909) y El honor de una familia (1910). En años sucesivos no dejará de figurar en la nómina de colaboradores de las colecciones de novela breve, que siguen la estela de El Cuento Semanal.
En La Novela Corta presenta entre otros títulos: El hombre negro (1916); Los negociantes de la Puerta del Sol (1919)[7]. En La Novela Semanal hallamos El artículo 438 (1921); El extranjero (1923), El anhelo (1923)…
Infatigable trabajadora, la autora muere de un ataque al corazón en 1932, durante una conferencia que impartía en el Círculo Radical Socialista, ya que se hallaba vinculada a este partido político.
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Sorpresas
Sorpresas, n.º 8 de La Novela de Bolsillo, es el relato que Carmen de Burgos publica en esta colección el 28 de junio de 1914.[8] La novela consta de seis capítulos, cada uno de los cuales va encabezado por un título alusivo al contenido, y resulta ser una crónica de la vida de las mujeres burguesas españolas de inicios del siglo XX, un fresco de la vida en la capital, donde todo es mera impostura.
Las ilustraciones del relato son realizadas por Manchón, quien retrata la vida burguesa de su protagonista y la moda femenina, así como las tendencias que se imponían en la decoración de los interiores de las grandes casas de las clases pudientes. Sin embargo, es el teléfono, invento de reciente invención, que comenzaba por aquellos años a generalizarse entre los más ricos, la ilustración privilegiada en estas páginas, debido al papel que desempeña en el descubrimiento por parte de la protagonista de la traición de su prometido. Manchón, igualmente, perfila un elegante retrato de la autora en las páginas finales.
Tema y argumento
La traición del prometido y de la mejor amiga de la protagonista es el tema que articula esta historia de final amargo. Olga es una dama perteneciente a la alta burguesía madrileña, casada en virtud de su clase y de su rico patrimonio, con un militar prestigioso, cuya familia, originaria del Brasil, poseía en aquellas tierras lejanas una hacienda millonaria.
La mujer se desposa ilusionada con aquel caballero maduro, quien la introdujo en los más altos círculos sociales de la capital y le ofreció una vida muy holgada y deseable; pero con el paso del tiempo, Olga comienza a darse cuenta de la frialdad del esposo. Entiende que para él no era sino un trofeo que debía pasear por los distinguidos salones de Madrid, para así presumir de esposa joven y hermosa.
Los caballeros de su círculo pronto notan el cambio de actitud de la esposa del militar, su deseo de ser admirada por su belleza y por su porte elegante, de descollar entre aquel grupo de mujeres burguesas frívolas con las que debía relacionarse:
Aquel sentimiento la llevó a perderse, a pesar de su carácter grave y dulce, en una frívola ligereza entre sus amigos. Se vio bien pronto rodeada de galanteadores que la asediaban (p. 9)
Esta era su venganza contra un marido distante e insensible, un mero juego, con el que se resarcía del poco tacto de su esposo, ya que a Olga aquellos galanes frívolos no le interesaban, ni tampoco aquel ambiente hipócrita en el que se movía diariamente. Sin embargo, entre aquella gente superficial y ególatra descubre a Andrés, un joven atento siempre con ella, sensible, culto, y que aborrecía también a esa burguesía en la que nació y con la que debía convivir.
Andrés conquista a Olga con su amistad desinteresada, con su conversación amena e interesante, con opiniones siempre bien sustentadas y compartidas por la inquieta dama.
Josefina, su gran amiga, casada con el general Ginardt, compañero del esposo de Olga, la anima a mantener una relación con aquel caballero apuesto e inteligente, se ofrece a facilitar los encuentros de la pareja, a ayudarles a esconder su amor al esposo. Olga disfruta sin remordimientos de este amor, puesto que aquellas relaciones ilícitas estaban a la orden del día entre los miembros de su grupo social, únicamente, se pedía discreción, saber guardar las apariencias con distinción.
Muere el marido de Olga sin darse cuenta del engaño de su esposa, con lo que la relación entre los dos amantes sigue adelante sin los obstáculos hallados hasta entonces. En estos amores clandestinos, el teléfono desempeña un valor relevante, facilitaba la comunicación de los amantes, podían concertar sin intermediarios sus secretas citas, hablaban durante horas, intercambiándose confidencias íntimas sin miedo a ser descubiertos por nadie:
El aparato parecía transmitirle un beso con aquella pregunta. Y hablaban largamente como si estuviesen el uno al lado del otro. Los hilos les transmitían con fidelidad sus temblores apasionados de voz, sus risas, sus estremecimientos (p. 14).
Un imprevisto viene a alterar la placidez de aquellos amores, Olga debe viajar a Brasil para tomar posesión de los bienes que su esposo le había legado, entre los que se encontraban numerosas propiedades en aquel próspero país americano. Se marcha muy a su pesar, pero muy esperanzada, porque a su regreso iba a casarse con Andrés.
Tras su larga ausencia, regresa ansiosa a los brazos del amante, quien la recibe poco entusiasmado, por lo que extrañada, visita a su amiga Josefina buscando alguna explicación lógica a aquel cambio. Su confidente niega sus sospechas, y le enseña el teléfono que había instalado siguiendo su ejemplo. Olga se retira a su casa, y, desconcertada por la actitud de su prometido, le llama por teléfono; pero desde la centralita le advierten de que el número de Andrés comunicaba, porque estaba hablando con otro abonado: con Josefina.
La protagonista comienza a atar cabos, y descubre que su íntima amiga y su prometido mantenían relaciones, por lo que decide enfrentarse a ambos. Acude sin dilación a casa de Josefina para delatarla ante su esposo, pero en el último momento desiste, únicamente, comunica al general Ginart que abandonaba el país para establecerse en Brasil, puesto que su prometido le había engañado con otra mujer.
Con este gesto, Olga humilla a su falsa amiga: “Josefina lloraba. Libre del miedo se sentía llena de vergüenza y humillación ante su rival, deseaba rechazar el perdón a que se acogía” (p. 59). Olga se marcha, después de haber recriminado a su amiga su proceder, su traición, asumiendo aquel revés del destino como una especie de castigo a su adulterio.
Tiempo del relato
La acción de esta narración se desarrolla durante la segunda década del siglo XX, tal como apuntan los indicios aparecidos en estas páginas. La historia no está narrada linealmente, se aprecian saltos temporales, necesarios para aclarar el pasado de la protagonista.
El capítulo I nos hace ver cómo la novela arranca en el preciso momento en que Olga regresa del Brasil. Sorprendida, advierte que ni su prometido ni su amiga habían acudido a la estación a recibirla. La emoción la embargaba, puesto que después de meses de separación iba a reencontrarse con Andrés y a unirse a él en matrimonio. Es entonces, cuando la protagonista echa la vista atrás para recordar cómo se inició aquel amor que vino a colmarla de felicidad. A partir de este momento, comienza una analepsis, con la que se suministran al lector todos los antecedentes. Se refieren las nupcias de Olga con el esposo militar, el despego de este hacia ella, lo que motivó que la protagonista buscase el cariño de otro hombre. El pretérito pluscuamperfecto remarca que se realiza una retrospección, un tiempo verbal este, que alterna con el indefinido, cuya función es hacer progresar la acción del relato:
A pesar de su amor por Andrés no había dejado de amar a su esposo […] Pero el buen coronel murió sin saber nada […] Desde su viudez Olga se había entregado por entero a aquel cariño que no era un secreto para nadie. (p. 12).
En el capítulo II, una vez que ha acabado la analepsis del anterior capítulo, con la que se ha recuperado el pasado de la protagonista, se retoma el presente del relato, tal como señala el adverbio de tiempo “ahora”. Se vuelve a ese punto inicial, con el que comenzaba la novela, al instante en que Olga puso sus pies en la estación, después de su travesía por mar:
Y ahora, a la vuelta, creía encontrar a Andrés y Josefina en el andén, saludándola con los pañuelos con que le habían dicho adiós. Como si el tiempo no hubiese transcurrido (p. 23).
La dama, sin embargo, se equivocaba, los meses habían pasado, el tiempo sí que había transcurrido, y este corría en su contra. El tiempo es el elemento fundamental de esta narración, el factor que determina todos los padecimientos de la protagonista, este lleva aparejado grandes cambios en la existencia de todos los implicados en esta trama. No por casualidad, este capítulo lleva por título El tiempo distinto y vario.
Olga se dirige hacia su casa, y pocas horas después llega a visitarla Andrés, a quien le relata las aventuras de su viaje, y con quien recupera los días de amor y pasión desaprovechados por la inoportuna separación. Amanecen juntos en el lecho, pero “la luz del alba les obligaba a separarse” (p. 25). La enamorada se despide de su prometido, esperaba verle más tarde, aunque él sentencia misterioso:
¡Oh, querida! –interrumpió él vivamente– por muchas ilusiones que nos hagamos, es lo cierto que el tiempo continúa su obra. Cada vez se adquieren nuevos compromisos (p. 26)
A la dama le confunden esas palabras de su prometido, le asusta que los meses transcurridos hubiesen apagado el fuego de la pasión, y decide ir a visitar a Josefina para ponerse al corriente de todo lo sucedido en su ausencia.
En el capítulo III se refieren los hechos vividos por Olga en aquel día posterior a su llegada a España, así como la visita a Josefina a hora muy temprana, que calma sus temores y la tranquiliza.
Los capítulos IV, V y VI sitúan la acción a los dos días de la vuelta de Olga a Madrid, se resumen las intensas vivencias de la protagonista en aquel día que cambió el rumbo de su existencia definitivamente. “La luz de la mañana la trajo el optimismo de su paz” (p. 34),por lo cual corrió, deseosa, al teléfono para oír la voz de su enamorado; pero la central avisa a esta de que aquel número comunicaba, porque se hallaba hablando con otro abonado. Olga pregunta por el número con el que Andrés estaba hablando, y la telefonista le informa de que este pertenecía a su amiga Josefina, con lo que sus sospechas iban tomando forma. Decide esperar para ponerse en comunicación con su amiga, con la intención de pedirle explicaciones.“Transcurrió media hora de angustia mortal” (p. 38),tras lo cual, la protagonista se puso en comunicación con Josefina, quien no le oculta su traición.
Olga, despechada, se encamina hacia la casa del general para poner en su conocimiento el adulterio de su esposa. Frente a él, Olga no es capaz de denunciar a su amiga, se limita a hablarle del engaño de su prometido y a despedirse. Necesitaba huir, romper con el pasado y con su presente:
Es preciso cortar de un hachazo toda la existencia y poner entre la vida y el recuerdo toda esa inmensidad del océano… (p. 58).
Olga se da cuenta de que el tiempo se había convertido en su peor enemigo, puesto que su larga ausencia favoreció la pasión entre su amiga y Andrés, dio lugar al olvido de su amor. El tiempo lo cambia todo, altera su vida, su felicidad, le arrebata el amor por el que tanto luchó, y la mueve a la reflexión, a concluir que el pasado había regresado, le había hecho recordar su propia traición y pagar, por lo que ella creía, su pecado del ayer.
Espacio
En esta novela se aprecia cómo al espacio le dan sentido las personas que habitan en él. El espacio lo configuran los personajes con sus vivencias, se convierte, ya en prisión; ya en paraíso de amor, dependiendo de los sentimientos de quienes se mueven por él. [9]
El espacio fundamental de la novela es la casa burguesa de Olga y su esposo. Durante los primeros años de su matrimonio, la protagonista se esforzó por hacer de aquel caserón un hogar confortable, por imprimirle un estilo elegante, en el que quedase reflejada la personalidad de sus dos moradores. Personalmente, y cómo mandaban los cánones de la educación de la mujer burguesa, realizaba los arreglos florales de los búcaros que adornaban las estancias, recorría las tiendas de antigüedades para hallar las obras de arte más valiosas, para que sus ilustres invitados pudiesen admirar y envidiar su buen gusto y gran fortuna, toda vez que el hogar había de ser el escaparate del vivir cotidiano de una familia.
En los salones burgueses, en sus interiores, por tanto, tal como se veía ya desde las novelas de Benito Pérez Galdós, transcurría la vida social, y ellos eran definidores de la idiosincrasia de sus habitantes, se identificaba el espacio narrativo burgués, ineludiblemente, con sus moradores.
El esposo carente de sensibilidad y de sentido estético menospreciaba los esfuerzos de Olga por mejorar la casa, por intentar darle un toque de exquisitez. Entonces, la casa a la que tan apegada se sentía, pasa a ser para ella un entorno hostil, en el que se veía“aislada, envuelta en una atmósfera de frialdad aterradora” (p. 7).
Sale de ella para dejar atrás su monotonía existencial y entretenerse en los salones burgueses más distinguidos de la capital. Estos eran espacios de lucimiento, de vanidad, de apariencias, y de “ambiente frívolo y mundano” (p. 10),donde conoce a Andrés, quien salva a esta de su hastío y le devuelve la sonrisa y las ganas de vivir. Con él, y una vez fallecido el esposo, la casa vuelve a ser para ella un lugar de felicidad, especialmente, su espacio predilecto, su alcoba.
La alcoba era el paraíso de la pareja, en ella la doncella de Olga introducía disimuladamente a Andrés para evitar las habladurías del nutrido grupo de sirvientes de la casa. Pasaban horas allí encerrados, aislados del mundo, entregados a sus pasiones, pues allí todo lo tenían, “la mesita del té, dispuesta para sus cenas íntimas, sin llamar a los criados” (p. 46). Andrés se esforzaba en hacer suyo aquel espacio, en proporcionar momentos imborrables a Olga para que olvidase a su esposo, para que borrase de su recuerdo al militar, cuya presencia aún se dejaba sentir en aquel rincón, que durante años fue solamente suyo:
Eran noches de amor en que Andrés dejaba algo de su alma en aquella alcoba, la hacía suya como una cosa necesaria para implantar allí el derecho de dominio de su espíritu y desalojar al muerto (p. 15).
Todos y cada uno de los elementos decorativos de la alcoba se hallaban íntimamente relacionados con su historia de amor, encerraban un significado especial, un recuerdo único, porque habían sido testigos y partícipes de su amor. De ahí que, cuando Olga sepa de la traición de Andrés, la alcoba se muestre como un espacio de tortura y de muerte. Todo le hablaba de su prometido, cada objeto de la habitación le traía a la memoria la pasión vivida con Andrés, le recordaba que todo era ya pasado:
En aquella habitación acababa de morir algo […] Veía su lecho de viuda, en el que parecía marcada la huella del cuerpo que no reposaría más en él. Las cortinas, los bibelots, las flores de los búcaros ¿de qué servía todo aquello en la habitación mortuoria? […] Cada una de aquellas cosas adquirían un valor desesperante; se convertía en instrumento de tortura. Todo aquello había muerto. (p. 46).
Había un objeto que le angustiaba, el que antes le trajera la dicha: el teléfono. A través de él, supo del engaño, del fin de su amor; este causó su desgracia, toda vez que fue ella quien, cautivada por la utilidad del nuevo invento, aconsejó a Josefina instalarlo en su casa. Su recomendación propició que, a la postre, esta intimase con el prometido de Olga. Ello explica que mirase “con terror el auricular del teléfono mudo, colgado de su horquilla metálica, como un cuerpo muerto, inerte, sin voz” (p. 46).
Olga tenía ya la certidumbre de aquel teléfono jamás volvería a sonar para traerle la voz de Andrés. Todo es muerte, todo le recuerda la ausencia de su marido, la desaparición del amor de su prometido, se siente sola en el mundo. El espacio de esa alcoba, de esa casa, de esa ciudad y de ese país, en consecuencia, le resultan ya ajenos, y los deja atrás para poder seguir adelante.
Al espacio de esta novela, en definitiva, le dan forma los personajes, ellos lo transforman en virtud de sus actitudes, de sus sentimientos. El espacio es, irremediablemente, una prolongación de estos personajes.
Narrador
Se advierte que una mano femenina es quien conduce el relato; pues en estas páginas, en las que predomina un narrador omnisciente, se aprecia una gran delicadeza en las observaciones y en la expresión. Solo una mujer puede abordar la psicología femenina del modo que vemos aquí, únicamente, una mujer es capaz de resaltar cómo la frustración de Olga se produce, a causa de que su marido no era capaz de apreciar “todos sus esfuerzos de casadita amorosa y romántica” (p. 8), de que “no tenía tiempo para atender a su esposa en esas mil nimiedades, que él llamaba pueriles, de las mujeres” (p. 6); menudencias como no alabar “aquellos cuidados, nimios y encantadores, que la llevaban a embellecer una estancia, adquirir un nuevo objeto de arte, colocar una flor en el búcaro de su marido o condimentar por sí misma un plato, para halagar el paladar goloso y proporcionar un placer nuevo. Eran todo cosas que pasaban inadvertidas o merecían un reproche” (p. 9).
Son muchos los indicios que delatan una escritura femenina, la capacidad de plasmar la psicología de la mujer, las reacciones y comportamientos tan bien definidos de la protagonista, sobre todo, con el uso del indirecto libre, o la mirada atenta a los pequeños detalles, y que llevan a la narradora a detenerse a valorar “aquel comedorcitorisueño, decorado con el brillo limpio, alegre, amoroso de las porcelanas de Talavera y de Limoges” (p. 14), o los “preciosos solitarios de brillantes negros” (p. 28). Precisamente, los diminutivos, tan afectivos, caracterizan la escritura de Carmen de Burgos, rasgo que suele destacarse siempre y señalarse como común a buen parte de las mujeres que se aventuran en el mundo de la literatura: “casadita” (p. 8), “comedorcito” (p. 14); “linda muñequita” (p. 36); “orejita” (p. 37); “mesita” (p. 46)… Epítetos como “linda” (p. 36); “preciosos” (p. 28), “amoroso” (p. 14), apuntan en el mismo sentido, traslucen la sensibilidad femenina de quien relata estas páginas.
Personajes
Todos los personajes de la historia pertenecen a la alta burguesía de la capital de España. La protagonista, Olga, es una burguesa insatisfecha, a quien la vida de casada llega a aburrirla y desilusionarla, debido al carácter rudo del militar.
Desencantada y hastiada de estar enclaustrada en su hogar, se introduce en las fiestas de alta alcurnia para liberarse, luciendo modelos atrevidos, incluso, para estar a la moda se toma la licencia de fumar, y coquetea frívolamente con todos los caballeros, tan solo para reclamar la atención de su esposo; una empresa esta que resulta infructuosa. En cambio, atrae a Andrés, quien “le prodigaba sus cuidados, su ternura, sus atenciones, […] sabía notar el cambio el perfume, el pliegue variado en el traje o el nuevo rizo del peinado” (p. 10).
Andrés era joven, tolerante, un hombre libre de prejuicios sociales y morales, educado y caballeroso. Su marido, coronel, era un militar vinculado a una familia de rancio linaje, un hombre muy respetado socialmente, a quien le importaba mucho su reputación, por lo que censuraba constantemente a su esposa, cuando esta quería hacer algún alarde de modernidad o destacar en algún aspecto. Odiaba profundamente, como caballero conservador que era, que su esposa le eclipsase, que se mostrase más inteligente y locuaz que él, ya que estaba convencido de que las mujeres eran inferiores a los hombres. Según el credo vital del coronel, era necesario que las mujeres se mantuviesen en un segundo plano, pues así no podrían dejar en ridículo a sus cónyuges:
Era aquel un juego que satisfacía su vanidad. Algo de inocente venganza del marido que parecía satisfecho de sus triunfos de salón, como si secretamente tuviese la creencia de la inferioridad de su mujer. En las grandes fiestas la seguía receloso con la mirada, como si temiera que le pusiese en ridículo, más de una vez llegó a decirle:
-Ese adorno no te sienta a ti bien. Eso es para las mujeres muy elegantes. (p. 9).
Josefina no resulta ser la amiga perfecta que pensaba, casada como ella con un militar, con un anciano general, abominaba la vida de casada, soñaba con vivir un apasionado romance con un hombre de su edad; mas se declaraba cobarde para dar tal paso. En todo momento obra con doblez, auspicia los secretos encuentros entre Olga y Andrés, se muestra cómplice de su historia de amor, pero, en el fondo, la alegría que mostraba por la felicidad de sus amigos era falsa, pura envidia, puesto que ella deseaba a Andrés, quería vivir lo que estaba experimentando su amiga.
Llega un momento en que Josefina es incapaz de disimular su envidia e intenta rivalizar con Olga, atraer con sus juegos de seducción a Andrés, y aunque este se percata de la rabia desatada de la amiga, Olga no se da cuenta de nada:
Josefina sentía demasiado la sugestión de la anormalidad. Se ponía más nerviosa, más aturdida, más locuaz que de ordinario. Iba de un lado para otro, lo miraba todo, lo tocaba todo, curioseaba y hacía preguntas incesantes. Tomaba todo el aire de la demimondaine, que va a un almuerzo de confianza. Cantaba al piano, reía, bebía champagne haciendo brindar con ella a Andrés. Encendía cigarrillos egipcios (`p. 16).
Cuando Olga viaja a Brasil, Josefina no deja pasar la ocasión, lucha para hacerse con la felicidad de su amiga, ocupa su lugar, se lo arrebata todo. Josefina resulta ser una hipócrita, como todos los integrantes de aquella sociedad a la que estaban vinculados. Todos mantenían amores ilícitos, negocios oscuros, proclamaban moralidad y decencia en público, pero en sus vidas privadas hacían, precisamente, todo lo que censuraban.
La autora pinta una sociedad burguesa que se declaraba conservadora y amante de las buenas costumbres, pero también descubre que, tras esa aparente fachada de respetabilidad, muchos de sus miembros ocultaban demasiadas miserias, y que su consigna era aparentar decencia, ser discretos, puesto que las apariencias lo eran todo. “Era por eso, por su prudencia, por lo que todos admitían aquel sistema convencional, y la buena sociedad toleraba de grado aquellas relaciones, como una liasson sancionada por el tiempo” (p. 13),por ello, y porque todos los miembros de aquella burguesía vacua y sin valores estaban cortados por el mismo patrón.
La marquesa de Balsalobre, por ejemplo, a la que cita Josefina, era amante del duque de Bermar, y pese a haberse casado con otro hombre, continuaba manteniendo relaciones con él, aceptando sus valiosas joyas, pero nadie se atrevía a criticarla, fundamentalmente, debido a que su dinero sellaba muchas bocas.
Carmen de Burgos se vale de sus personajes para escenificar el modo de vida de las clases altas y mostrar el día a día de las mujeres pertenecientes a esta clase social a principios del siglo XX.
Estilo y lenguaje
Sorpresas es una novela que posee muchos ingredientes del folletín, tiene mucho de melodrama lacrimógeno por la tragedia amorosa de la protagonista, incomprendida por su esposo, engañada por su prometido, traicionada por su mejor amiga, viuda y con una inmensa fortuna, que no le proporcionaba la felicidad, al estar sola y no tener ya a nadie para compartirla y gastarla.
En la prosa que Carmen de Burgos luce en estas páginas hallamos muchas reiteraciones sintácticas y léxicas, que aparecen en el momento adecuado, cuando trata de crear un ritmo un tanto angustiado, acorde con el sufrimiento de Olga, al empezar a sospechar del engaño de su amiga y de su prometido. Las anáforas, los paralelismos, las series binarias y ternarias se suceden en esta parte del texto: “[…] era todo mentira, todo farsa” (p. 45); “sensación de abandono, de soledad” (p. 47); “más vehemente, más absorbente, más tiránica” (p. 21); “el aparato inerte, muerto, sin un sonido, sin una vibración” (p. 37); “sin aquella confusión, sin aquella promiscuidad” (p. 45)…
Las tripletas de adjetivos y de verbos surgen en reiteradas ocasiones en estas páginas de la autora: “Vestirse, arreglarse, presentarse” (p. 44), “lleno, sincero y grave “(p. 35).
El estilo con todo, es sencillo, clara su expresión y nada recargada, puesto que la autora trata de hacerse entender, de llegar a todos los públicos, especialmente, a las lectoras, quienes durante estos años fueron incorporándose, cada vez más, al proceso de lectura.
Como vemos, Carmen de Burgos surge como cronista de los círculos selectos de la capital, del día a día de las mujeres burguesas, de su educación, de su mentalidad, en definitiva de lo que veía a su alrededor.
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Gloria Jimeno Castro
Doctora en Lengua Española y sus Literaturas
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Notas
[1] Sobre la biografía y obra de Colombine es de obligada lectura la tesis y estudios de una de sus mejores conocedoras, Concepción Núñez Rey: Carmen de Burgos, Colombine (1867-1932). Biografía y obra literaria, Madrid, UCM, 1992; Carmen de Burgos “Colombine”, en la Edad de Plata de la literatura española, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2005; “La narrativa de Carmen de Burgos, Colombine. El universo humano y los lenguajes”, en Escritoras españolas del siglo XX (1), Carmen Simón Palmer (ed.), Arbor, vol. CCLXXXII, n.º 719, 2006, pp. 348-61; Carmen de Burgos Colombine. Periodista universal, 2 vols., Almería, Junta de Andalucía/Consejería de Cultura, 2018.
[2] Concepción Núñez Rey, Carmen de Burgos Colombine (1867-1932): biografía y obra literaria, ed. cit., p. 65.
[3] Sobre sus primeros años en Madrid, resulta muy ilustrativo todo lo recogido en Federico Utrera, Memorias de Colombine. La primera periodista, Madrid, HMR, 1998, p. 11.
[4] Concepción Núñez Rey, Carmen de Burgos, Colombine (1867-1932): biografía y obra literaria, ed. cit., p. 74.
[5] Consúltese sobre este aspecto los estudios de Helena Establier:Mujer y feminismo en la narrativa de Carmen de Burgos (“Colombine”), Alicante. Universidad de Alicante. 1997; África Cabanillas: “Carmen de Burgos Colombine, crítica feminista de arte, en Espacio, Tiempo y Forma, serie VII, Historia del Arte, 18-19, UNED, Madrid, 2005-2006, pp. 385-406.
[6] Concepción Núñez Rey: Carmen de Burgos, Colombine (1867-1932): biografía y obra literaria, ed. cit., p. 98.
[7] Véase el estudio que sobre esta novela realizaÁngela Ena Bordonada, Novelas breves de escritoras españolas. (1900-1936), Madrid, Castalia, 1990, pp. 7-59.
[8] Consúltese mi tesis sobre la mencionada colección, Gloria Jimeno Castro, La Novela de Bolsillo (1914-1916): una colección literaria de “transición”, leída el 1 de febrero de 2021 en la Universidad Complutense de Madrid, concretamente, las páginas 273-281, dedicadas a este asunto.
[9] A este propósito, consúltese Ricardo Gullón: Espacio y novela. Barcelona. Antoni Bosch. 1980
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Tener una ilusión [Con motivo del World Poetry Day / Día Mundial de la Poesía 2023] – Un poema de Gloria Jimeno Castro

El influjo de Goethe en la literatura finisecular española. Las resonancias de «Die Leiden des jungen Werthers» y las huellas del Romanticismo en los relatos de las colecciones de novela corta del primer tercio del siglo XX – I – Gloria Jimeno Castro
