Carmen o la profundidad de una mirada – Rafael Guardiola Iranzo

Carmen o la profundidad de una mirada – Rafael Guardiola Iranzo

Carmen o la profundidad de una mirada

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Cartel de la ópera Carmen [2016 – Opera Santa Barbara – Santa Barbara – California – USA – https://www.operasb.org/2016/09/2312/]

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Carmen o la profundidad de una mirada

Los dictados del tiempo y la implacable posmodernidad han convertido en obsoleta o, cuando menos, evanescente, la figura de “Don Juan”, sea en la versión musical del “Don Giovanni” de W.A. Mozart y Lorenzo da Ponte de 1787, en el personaje D. Félix de Montemar, “El estudiante de Salamanca” de José de Espronceda, o el mismísimo “Don Juan Tenorio” de José Zorrilla o “El Burlador de Sevilla y Convidado de Piedra” de Tirso de Molina. El seductor impenitente ha caído en desuso, ya no resulta creíble sino como reliquia mitológica de nuestra cultura, y no creo que seamos muchos los que nos hayamos atrevido últimamente a batirnos en duelo con la prosa del Don Juan del filósofo danés Søren Kierkegaard. El “playboy” del siglo pasado da risa, más que otra cosa, o se ha llegado finalmente a identificar con los siempre erectos protagonistas del porno patriarcal. Pero no me parece que ocurra lo mismo con las herederas del mito de “Carmen”, la Circe europea prototipo de la “femme fatale”.

Para especialistas como Carlos García Gual, siguiendo a Steiner, “Carmen”, a diferencia de “Don Juan”, tiene un lugar asegurado en la mitología moderna como prototipo de una “mujer fatal” muy completa: es gitana, tramposa, ladrona, cigarrera y aúna dos condiciones muy dispares, la de seductora y la de víctima. La protagonista de la novela corta que alumbró Prosper Mérimée en 1845 y que alcanzó gran notoriedad gracias a la ópera que estrenara G. Bizet en 1875 (una obra idolatrada por el filósofo F.Nietzsche, tras su sonada ruptura con R. Wagner) es una pieza clave dentro del pensamiento romántico y se ha filtrado sutilmente entre los intersticios de la modernidad y el aliento de la vida cotidiana. García Gual nos recuerda en su Diccionario de Mitos, que en Carmen late “un juego de fondo entre la pasión fatal y el ansia de libertad de la gitana, figura más seductora que bella” y exhibe una “arrogancia casi demoníaca en defensa de su libertad, que la lleva a la muerte fatídicamente”.

Carmen se llama la mujer con la que comparto la vida desde hace más de treinta y dos años y confieso, ahora que no me oye, que hace honor a su nombre mitológico debido a su coraje telúrico y el relámpago de su seductora inteligencia y su inagotable sed de amor y justicia, capaces de provocar más de un terremoto en los espíritus mejor cimentados. Y Carmen se llama, asimismo, una singular vecina de Churriana-Málaga que me honra con su amistad y honra también con una elegancia aristocrática a la etnia gitana. Los ancestros de mi amiga proceden del norte (como le sucede al personaje de Mérimée) y la sabiduría heredada de su madre y de su tía, maestra en Ojén, y su infancia marbellí, han perfilado la profundidad de una mirada limpia y penetrante, difícil de olvidar, que nada tiene que ver con cigarreras, ladronas y tramposas.

Mi amiga Carmen es capaz de sonreír con sus ojos kilométricos y seducir con su arte, con la belleza de su baile milenario, con ese oleaje racial que le hizo visitar, siendo muy joven, numerosos rincones del mundo, con su vitalidad desbordante, con la vitalidad portentosa de una niña que juega con el movimiento, la música y el viento. Carmen me habla de la frialdad de Belgrado, la sencillez y el calor de la gente de Marruecos, las ventanas abiertas de Dinamarca o de Noruega, de cómo no pudo ir a Osaka, de mil y una anécdotas engarzadas en un inmenso collar de afecto. A Carmen le gusta pensar que sus raíces están en la India. Y yo pienso que comparte con la gitana sevillana de Mérimée y de Bizet su porte seductor y su vocación libertaria, no así su pasión fatal. Carmen se da cuenta de que hoy estoy triste, aunque trate de disimularlo, me ofrece un huevo de gallina recién puesto para que disfrute del calor que desprende, me invita a saborear el hinojo silvestre como si se tratase de un experimento científico, se alegra por todo y por todos, y es capaz de reconocer el imperceptible embarazo de una joven, por el simple brillo de los ojos, a pesar de las innumerables prendas que ocultan su estado. Carmen venera espontáneamente y sin tapujos la sabiduría de los mayores y es la viva imagen del “carpe diem” del poeta romano Horacio, dos rasgos del pensamiento gitano, según nos recuerdan los antropólogos, que valoro especialmente.

Como si de la bandera gitana se tratase, mi amiga Carmen se mimetiza con ella cuando no deja de repetirme que el azul del cielo es su techo (aunque siempre ha porfiado por que sus hijos tuviesen un techo firme y sin fisuras), y que Dios está en todas las cosas, como reza el panteísmo que profesan en la India. Carmen entona también a mi lado una constante oda a la naturaleza, se embriaga con el verde casi irreal de un prado, a los pies de una escarpada montaña, cerca del Torcal de Antequera, todavía con el sabor a fresco del hinojo en nuestras bocas, compitiendo con las meditadas palabras de Schiller que inspiraran a Beethoven en su Novena Sinfonía. Y con una elegante sencillez y la espontaneidad de su arte es capaz de atrapar un pensamiento nómada confesándome uno de sus secretos más queridos: sueña con que la vida le permita comprarse una sofisticada y cómoda caravana que le permita, cuando deje a un lado las fatigas del trabajo, recorrer todos los prados de la tierra con la inmensa fuerza que da a la sangre el ansia de libertad.

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Rafael Guardiola Iranzo

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