Convencer hasta la muerte [Una reseña crítica de «Mientras dure la guerra»] – José Félix Martos Causapé
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Convencer hasta la muerte [Una reseña crítica de Mientras dure la guerra]
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Debo reconocer que me dispuse a ver esta película con cierto escepticismo, dado el desafío que supone abordar un tema siempre tan espinoso entre los españoles como es el de la Guerra Civil, pero tras su atenta visión creo que el loable empeño de Amenábar ha merecido la pena. Y no porque estemos ante una obra maestra, que no lo es, pues a mi juicio adolece de un cierto esquematismo al mostrarnos una sucesión de escenas inconexas, a veces un tanto envaradas, que carecen de un hilo narrativo, de una continuidad que hubiera hecho la obra más atractiva desde el punto de vista formal.
El desarrollo de los acontecimientos se muestra de una manera lenta y premiosa, echándose en falta un ritmo más ágil, una mayor fluidez narrativa. Pero si el continente es irregular, el contenido me parece notable, con varios momentos emotivos que rozan o alcanzan la excelencia.
La película se centra en la reconstrucción de los hechos acaecidos en las semanas previas al conocido acto de apertura del curso académico celebrado el 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, ocasión aprovechada para exaltar el entonces denominado “Día de la Raza”.
Los inicios de la contienda bélica en la retaguardia son mostrados desde el bando sublevado en toda su crudeza de escalada de la tensión y paulatina aniquilación del adversario político. La ambientación histórica es creíble y veraz, con afán de cuidar el detalle, desde la indumentaria civil y militar hasta el aspecto de las calles y plazas de Salamanca como telón de fondo de aquellos tristes sucesos.
La intención de Amenábar es ceñirse a lo que se cree fueron los hechos que se relatan de acuerdo a la opinión de los historiadores más prestigiosos, intentando contar lo que pasó con criterios de máxima objetividad y alejándose de todo mensaje panfletario, de cualquier distorsión maniquea. Creo que el director chileno-español, lejos de pretender avivar la polémica y el enfrentamiento, nos envía un mensaje de esperanza y reconciliación a todos los españoles.
Esta mirada retrospectiva, 83 años más tarde, intenta ser un antídoto contra la furia cainita que condujo a nuestros abuelos a una guerra fratricida, y quiere situar a los más jóvenes ante el espejo deformante de aquella España del 36 convertida en una hoguera de odios, de modo que sean conscientes de lo que pasó e interioricen cómo tamaña tragedia colectiva nunca más debe volver a repetirse.
Amenábar expone los hechos sin pretender juzgarlos (eso le corresponde al espectador, en todo caso), con afán didáctico y exquisita ecuanimidad; lo que no significa ni equidistancia ni neutralidad, pues un creador comprometido como él no puede mostrarse indiferente ante tanta inhumanidad, ante tan desmedida barbarie.
La trama argumental intenta subrayar, aunque sea mediante breves pinceladas, momentos tan destacados como la ayuda prestada por la Alemania nazi a la España “nacional” y las disensiones surgidas entre los generales que integraban la Junta de Defensa Nacional, encabezada por Miguel Cabanellas, sobre cómo había que dirigir la guerra: mediante un mando único o por medio de una dirección colegiada; ahí aparece la figura en la sombra de Nicolás, el hermano de Franco, que junto al general Kindelán preparó un borrador del decreto por el que se nombraba a Franco Jefe del Gobierno “mientras dure la guerra”. Frase que justifica el título del largometraje.
Es destacable la dirección de actores, sobresaliendo sus tres principales protagonistas. Santi Prego da vida a Francisco Franco como un personaje frío, ambiguo, impasible y aparentemente anodino, quizás algo caricaturesco por mor de su inconfundible voz aflautada, pero que llega a resultar inquietante en su gris e inexpresiva apariencia.
Eduard Fernández dota de gran credibilidad al general José Millán-Astray: personalidad excesiva y vehemente, de una verborrea incontenible en su afán de protagonismo; firme e incondicional valedor de Franco ante los compañeros de milicia, muestra ante sus hombres un humor negro de tintes patibularios que le lleva incluso a reírse con truculencia de sus tremendas mutilaciones. Es un personaje al que este actor dota de ricos matices: a menudo histriónico, es capaz de pasar de la ira cuartelera a la facundia más castiza, no dudando en mostrarse dicharachero y fanfarrón ante sus conmilitones. Además, su caracterización causa asombro por su enorme parecido físico con el Millán-Astray real.
Mención aparte merece la extraordinaria interpretación de Karra Elejalde encarnando a Miguel de Unamuno; tierna y desgarrada a un tiempo, genial en mostrar de manera descarnada el desarraigo existencial y la zozobra intelectual de nuestro filósofo; atrapado en el ojo del huracán político, desbordado por la vertiginosa sucesión de acontecimientos que en un principio le cuesta asimilar y, dada su mente racional, no es capaz de comprender. Es un ser humano primero desconcertado, y con un desasosiego creciente que le lleva a caer en la desesperación cuando llega a ser consciente de la barbarie que le rodea.
El Unamuno de estos meses postreros de 1936 no es sino la continuación del pensador contradictorio y a menudo atormentado por las dudas y vacilaciones existenciales que le acompañaron durante toda su vida, pero de una lealtad insobornable en su lucha contra la injusticia y en defensa de la libertad de pensamiento. Llama la atención el hecho de que esta actitud ética de compromiso con la sociedad, no aparece al comienzo de la cinta, cuando don Miguel muestra escasa empatía (cuando no indiferencia o desdén) al enterarse de las primeras detenciones y condenas a algunos amigos y allegados, como el alcalde de Salamanca. Es más, intenta continuar con su inveterada costumbre de celebrar a diario la tertulia vespertina con sus amigos habituales en el Café Novelty, como si nada ocurriera, en un intento vano de fingir normalidad, de no querer ver la trágica hecatombe que se avecina.
El parecido físico de Elejalde con Unamuno no es total, aunque sí notable; pero aún lo es más el mérito de haberse imbuido de su compleja personalidad al dotarlo de esa fuerza y testarudez mezclada de cariño y aspereza que constituían una parte importante de su ser. Una muestra de esa delicadeza y afabilidad, de ese sentido lúdico de don Miguel que al director no le pasa inadvertido, es la afición de nuestro helenista por la papiroflexia, que dominaba con manos y mente de experto cocotólogo, como a él le gustaba llamarse.
Honesto hasta el final, no le pudo a Unamuno el miedo (tan humano) que sentía para decir lo que pensaba ante aquel auditorio tan hostil congregado en el Paraninfo de la universidad salmantina el día ya mencionado. Aun siendo consciente de que podía poner en peligro su vida, hizo un breve discurso en el que dijo lo que sabía que tenía que decir, sin callarse nada; con temor, pero con la convicción que había guiado su vida pública y su trayectoria intelectual: convencer hasta la muerte, persuadir mediante la razón apoyada en la palabra. Así lo exponen Colette y Jean-Claude Rabaté en su excelente biografía sobre Unamuno, recientemente publicada por Galaxia Gutenberg. En ella, los autores destacan la importancia del histórico acto aludido y que hirió de muerte al ilustre escritor y filósofo, pues a partir de ese momento “se siente solo, abandonado y sobre todo vencido…, vencido después de su último combate por la razón y la paz”.
No tengo la certeza de saber si antes de rodar esta secuencia, Amenábar tuvo noticia de la existencia del único documento escrito conocido hasta la fecha que atestigua lo que allí pasó; ese momento constituye el meollo de todo el largometraje y justifica su discurso ético y emocional. Es el testimonio redactado esa misma tarde, tras el incidente en el Paraninfo, por un profesor de la universidad salmantina que asistió a la ceremonia y que corrobora la existencia de “un enfrentamiento verbal entre dos hombres dispares”. A tenor de lo que sabemos, me da la impresión de que la trascendental escena está resuelta con la mayor verosimilitud. Pero lo que más me interesa es destacar la intensa carga dramática plena de emotividad a la que se llega cuando Unamuno se dispone a decir lo que piensa, sin cortapisa alguna, ante un auditorio enardecido y entregado a la causa “nacional”. El ambiente se va caldeando a medida que don Miguel pronuncia sus palabras acusadoras: “Vencer no es convencer (…), porque convencer significa persuadir…” En un tono coral de tragedia griega, entre gritos, amenazas y abucheos, la tensión va creciendo hasta desembocar en un clímax coincidente con las palabras finales del Rector, salvado de la furia falangista por Carmen Polo, la mujer de Franco. Resulta paradójico que Unamuno tuviera tan triste final, pero a la vez tan heroico al no plegarse ante la sinrazón de la fuerza bruta, al no renunciar a exponer la verdad, o al menos su verdad.
El desenlace de aquella tarde luctuosa es de todos conocida: Miguel de Unamuno fue puesto bajo arresto domiciliario, y en esa situación le llegó la muerte el 31 de diciembre de 1936, “en un estado de resignada desolación, desesperación y soledad”, en palabras de Fernando García de Cortázar.
Estos últimos minutos de metraje justifican, a mi juicio, la validez de una película que, si bien se mueve a veces por terrenos pantanosos, consigue captar el interés del espectador e ilustrar un fragmento de nuestra historia que a buen seguro muchos desconocían.
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José Félix Martos Causapé
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Nota
Mientras dure la guerra. Director: Alejandro Amenábar. Intérpretes: Karra Elejalde, Eduard Fernández, Santi Prego y Nathalie Poza. Mod Producciones / Movistar+ / Himenóptero / K&S Films. Distribuida por Buena Vista International. Año: 2019. Nacionalidad: española. Duración: 107 minutos
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