Inolvidable Truffaut – Pedro García Cueto

Inolvidable Truffaut – Pedro García Cueto

Inolvidable Truffaut

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    Truffaut fue un director inolvidable que hizo posible la poesía en el cine, en este trabajo hago un repaso a tres películas muy importantes del director, donde el mundo de los sueños está presente, tan necesario en los tiempos actuales.

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Fotograma de Jules et Jim [François Truffaut, 1961]

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       Hay una película que demuestra una mirada a la felicidad de dos hombres y una mujer que entienden su historia de amor con toda la libertad y la independencia que muestra François Truffaut en esta bella historia que, sin embargo, no tiene final feliz, me refiero a la inolvidable Jules et Jim (1961). Quizá sea porque se ha gozado tanto con la alegría que inunda al trío formado por Oskar Werner, Jeanne Moreau y Henri Serre, que no podía durar la dicha eternamente. Fue el triunfo de la Nouvelle Vague y esta película nos ofrece un canto a la dicha de vivir, con su reverso siempre, pero el optimismo cala en la pantalla, hay una forma de ver la vida que se convierte en gran ejemplo para todos.

   La historia comienza en París en 1907, cuando Jules conoce a Jim, este último le pide que le facilite la entrada en los Quat-z´Arts, antes de ir al baile, ambos demuestran ya su espíritu jovial, disfrazando de varios personajes. La amistad de ambos va cimentándose, conocen a Catherine (Jeanne Moreau), una mujer luminosa, apasionada, que parece mirar todo como si fuera por primera vez. Nos recuerda, sin duda alguna, a los buenos lectores de Cortázar, a la Maga, la protagonista de Rayuela, la mujer independiente y libre, de la que se enamora Oliveira. En este caso, es Jules (Oskar Werner, un actor que volvería a coincidir con Truffaut en la muy interesante Fahrenheit 451 (1966), en la que interpretada a un bombero que se resistía a quemar los libros en ese mundo dictatorial que buscaba anular a la inteligencia), se casa con ella. Tras el final de la Primera Guerra Mundial, Jim (Henri Serre) les visita, ambos viven con la hija que han tenido, Sabine. Jim vuelve a mantener relaciones con Catherine porque sigue amándola, Jules lo sabe, pero no quiere renunciar ni a su mujer ni a su amigo. El trío amoroso sigue feliz, demostrando que no les importa nada lo que otros piensen. Catherine quiere un hijo con Jim, pero lo pierde. Ella no soportará la infidelidad de Jim que quiere casarse, como si ya no amase de igual modo a Catherine, con Gilberte, su vieja amante. Catherine decide estrellar su coche en un paseo que dan Jim y ella, ambos mueren y son incinerados. Jules cuida de las cenizas de ambos, porque quiso tanto a su amigo como a su mujer.

    La historia derrocha una alegría diferente a otras películas de Truffaut, porque el encantamiento reside en la relación triangular, en la forma de quererse, fuera de convenciones, en la libertad en la que viven su vida. La novela de Henri-Pierre Roché es la base de la película, el director francés la descubrió en una librería de ocasión situada en la plaza de Palais-Royal de París. La novela fue escrita por Roché a la edad de setenta y seis años, siendo la primera obra de su autor. El estilo conciso y directo de la novela le interesó a Truffaut, también el poso autobiográfico que hay en ella.

   La película ahonda en la felicidad que viven los personajes, en la ausencia de culpa que tienen ante la infidelidad de unos sobre otros. La relación atípica de la historia rompía los esquemas morales de la sociedad del momento. El personaje de Jeanne Moreau es fascinante, porque integra la mirada de una mujer compleja que vive, sin embargo, el amor de una forma libre y sin tapujos, una mujer moderna para la época en que transcurre la historia e, incluso, para los años en que se rodó la película. La verdadera Catherine existía, se llamaba Helen Hessel y se sintió entusiasmada por el retrato que hizo el director francés de ella y de la historia con sus dos amantes amigos.

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Fotograma de Jules et Jim

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    La película goza de un lirismo que, para algunos, ha envejecido mal, pero que, en mi opinión, sigue ofreciendo destellos de luz, de un aire moderno que nada tiene que ver con las críticas a la película. Hay muchos planos maestros, el uso de cámaras grúas, de los planos aéreos, del travelling. La depuración de la escritura fílmica nos ofrece una obra maestra que derrocha la alegría de tres seres que viven la realidad de otra manera, como si todo fuese un juego, sus correrías por la ciudad, su obsesión por los cambios de vestuario y las memorables escenas que ofrece esta película se quedan en nuestra memoria para siempre: la importancia del espejo en el que se reflejan Catherine y Jim, como si la vida fuese un sueño, como si la existencia de ambos estuviese envuelta en la irrealidad de las imágenes oníricas de Truffaut. También la idea de la mujer como estatua, un claro homenaje a la belleza, porque el clasicismo de Jeanne Moreau dota al personaje de esa luz que nos ofrecen las figuras esculpidas, la escena de Jim esperando a Catherine en un café, sin que ella acuda a la cita, nos recuerda a esas películas americanas, como ejemplo la maravillosa El apartamento de Billy Wilder, donde Lemmon espera a Shirley McLaine, sin que ella acuda a la invitación que aquel le hacía para ver un musical. Hay ese aire triste que toda historia de amor contiene, pero también un derroche de alegría, la que vivió el director, en su plenitud creativa, cuando se rodó la película.

   La película está llena de ese fetichismo de los objetos, tan habitual en el cine de Truffaut (recordemos la cantidad de libros que aparecían quemados en Fahrenheit 451 (1966), pero también los carteles de cine que aparecen de películas en la inolvidable La noche americana (1973)), aquí el reloj de arena  o el retrato de Jules  como Mozart o las cartas que es necesario quemar porque acumulan mentiras (en el cine de Truffaut siempre ha habido una referencia continua a la palabra, a su poder hipnótico cuando los personajes leen las cartas que se envían). Me gusta especialmente la presencia de Marie Dubois, la cual imita el sonido de una locomotora con la boca, mientras fuma un cigarrillo. Todos los personajes viven su libertad, su deseo de ser lo que quieren ser sin que nadie les recrimine por su ausencia de moral.

   La acogida de la película fue muy positiva, siendo celebrada por el mismo Jean Cocteau, también les interesó la película a cineastas tan interesantes como John Cassavettes o Arthur Penn, ambos directores de un cine independiente (más en el caso de Cassavettes) que dejará huella en la cinematografía americana actual (como Jim Jarmusch o los hermanos Cohen, por ejemplo).

   La censura sí estuvo presente en algunos países, como en Italia, donde la cinta fue considerada inmoral por la relación a tres bandas que plantea, gracias a una campaña que lideró Dino de Laurentiis, junto a Roberto Rossellini, entre otros, ayudó a que la película se estrenase en septiembre de 1962.

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Jeanne Moreau como Catherine en Jules et Jim

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   Nos queda la mirada de Truffaut, la felicidad que transmiten los tres personajes, la belleza de Jeanne Moreau (con gorra y con bigote al estilo muchacho), las imágenes de París, las correrías de los tres por la ciudad, los cafés, la lluvia, la forma dichosa de entender la vida, como si cada día fuera el último. Enmarcada en la Nouvelle Vague, la película no ha envejecido, sino que nos regala el mejor Truffaut, el que siempre me emociona en películas como La noche americana, La sirena del Mississippi (1969), La mujer de al lado (1981) y una de mis favoritas, Los cuatrocientos golpes (1959), donde la infancia, sus sinsabores y sus alegrías cobran toda relevancia, hasta hacernos reír y llorar al mismo tiempo. Un gran maestro y una gran película, sin final feliz, pero rica en momentos de dicha, donde el amor entre tres personas no es motivo de culpa, sino de admiración. Toda una demostración de buen cine, una obra maestra de Truffaut y de la Nouvelle Vague.

   Y nos queda Jeanne Moureau, maravillosa como siempre, en esta historia inolvidable, ahora que ha muerto esta gran actriz a los ochenta y nueve años. Se nos van las grandes del cine, qué triste es el paso del tiempo, pero queda para siempre su rostro en un mundo mágico, el cine.

El Cine dentro del Cine

    Pocas películas han llegado tan hondo en el tema del cine dentro del cine como La noche americana. La cinta nos cuenta el rodaje de una película con los matices que han hecho al director francés uno de los grandes referentes del buen cine de los sesenta y setenta.

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Fotograma de La nuit américaine [François Truffaut, 1973]

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   Truffaut filma con La noche americana la película que debía al mundo del cine, un homenaje muy sentido a ese mundo que tanto amaba, que había despertado desde su niñez el deseo de soñar y de ser feliz. El hotel Martínez de Cannes vuelve a ser el lugar elegido para perfilar el guión de la película, junto a Jean Louis Richard. Fue en enero de 1972, en la idea del director late el deseo de hacer una película que no fuese intelectual, con una trama sencilla donde se viera cómo se desarrolla un rodaje y los problemas entre los actores y el director al rodar una película.

    Hay dos escenas (la primera y la última) donde vemos el esfuerzo que significa rodar, en la primera y en un solo plano vemos a una multitud de gente que es dirigida por un director (el mismo Truffaut) al aire libre. En la última, todo ha terminado y vemos a los actores diciendo adiós para seguir su vida.

   El título de la película que están rodando se llama “Os presento a Pamela”, la actriz que encarna a Pamela es Jacqueline Bisset, la bella actriz inglesa que hace en la película de Julie, el director va a buscarla al aeropuerto, el argumento de la cinta lo cuenta Julie cuando narra a los periodistas que se trata de una joven inglesa que se enamora del padre de su marido y se fuga con él.

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François Truffaut dirigiendo a Jacqueline Bisset y Jean-Pierre Léaud en La nuit américaine

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    La noche americana mezcla ficción y realidad, con un reparto muy interesante, la Bisset, Jean Pierre Aumont, Valentina Cortese, Jean Champion y el alter ego del director, Jean-Pierre Léaud. Este último venía de rodar con Bertolucci El último tango en París, ya era un actor muy querido por Truffaut, desde su aparición de adolescente en Los cuatrocientos golpes.

   La película está llena de guiños al cine, la escena en que Ferrand, el director de la cinta, interpretado por el mismo Truffaut, lleva un bastón y arranca carteles de la película Ciudadano Kane de Welles. Se puede ver en la escena, rodada en blanco y negro, su admiración por el genial director norteamericano, también hay un homenaje en otra escena a Jean Vigo, ya que aparece en una calle de Niza su nombre. Aparecen libros de cine, los que Ferrand ha recibido por correo, porque para el director francés el cine es narrativo y los libros son muy importantes en su vida. Aparecen en esa escena libros sobre Dreyer, Bergman, Lubitsch, Buñuel o incluso Godard. Ya sabemos la difícil relación que Truffaut tendrá con Godard en los años en que ambos triunfaron en el cine.

   Lo más importante de la película es la radiografía del mundo de los actores y de las actrices, su forma de pensar, sus diálogos, sus nervios ante las escenas, esa vida que se debate entre la realidad y la ficción continuamente. Hay personajes secundarios memorables, como la que interpreta Valentina Cortese, haciendo de una actriz alcohólica y neurótica, actriz que trabajó con Fellini, ahora tiene dificultades para aprenderse los diálogos, destruida por la bebida. También el papel que interpreta Jean Pierre Aumont, el galán seductor de otra época, una vieja gloria del cine y que morirá de accidente de tráfico mientras rueda la película y que trastocará todo el guión, obligando a cambiar el final.

    La noche americana fue estrenada fuera de concurso en el Festival de Cannes y recibida muy positivamente por la crítica, aunque se señalaron algunos defectos que merman la perfección de la misma. Estos defectos se basan en el narcisismo que se puede ver al interpretar a un director el mismo Truffaut, en algunos diálogos sensibleros que fueron motivo de crítica por parte de algunos.

    Aún así, la película es muy interesante, refleja la trastienda del mundo del cine y está muy bien rodada, con gusto y amor por el mundo de los actores, por sus vidas y por ese afán de contarnos una historia de tantas con su habitual lirismo y sentido poético de la vida.

    Confirma esta cinta que Truffaut fue un gran enamorado del cine, que vivió y soñó con él toda su vida, dotando de afecto y amor a sus personajes siempre, lo que hace que su cine sea recordado para siempre.

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Amor en el París ocupado. El mundo del teatro

     Muchas veces creemos que la felicidad la dan las grandes cosas, pero puede que no, un simple día festivo, un encuentro con amigos que hace mucho que no vemos, hay tantas razones para ser feliz que debemos cambiar nuestra mentalidad y disfrutar del momento, sacar partido al mundo que nos rodea, no hay más que verse en una situación difícil para valorar lo que se tiene, para encontrar en lo cotidiano motivos de felicidad.

   Pero también hay motivos de felicidad en aquello que nos ha dado la vida, como puede ser para los protagonistas de El último metro (1980) , el mundo del teatro, son personajes que lo han vivido en sus entrañas y que tendrán que sufrir las consecuencias de un mundo difícil y adverso.

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Fotograma de Le dernier métro [François Truffaut, 1980]

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    El actor Bernard Granger (interpretado por Gérard Depardieu) se dirige al Teatro Montmartre donde se va a representar la obra del director de la compañía Lucas Steiner, judío, que tiene que abandonar el proyecto por la presencia de los alemanes en el París de la Segunda Guerra Mundial. En esos años de ocupación ya late el deseo de enfrentarse al destino adverso, de luchar por la libertad frente al autoritarismo que imponen los alemanes.

    Hay una historia de amor latente entre la bella Catherine Deneuve (Marion en la película) y Depardieu. Marion es la mujer de Steiner pero sufre el influjo de ese hombre rudo que interpreta Depardieu, un actor que siempre ha mostrado, desde los tiempos de Novecento, su aspecto varonil y rudo, la historia se centra en ese momento histórico (la ocupación alemana de Francia) en la ciudad de Paris como escenario y el mundo del teatro, hay un claro debate entre el arte y la vida, presente en la película, donde el deseo y la ilusión de interpretar choca con la adversidad que supone tener a unos enemigos enfrente, unos invasores que condicionan la vida de los franceses.

    Lucas Steiner se esconde en el sótano del Montmartre, Marion decide hacer una obra que agrade a los alemanes y elige como director sustituto a un hombre del agrado de los nazis, Jean-Loup Cottins (Jean Poiret). Pese a las adversidades, la ilusión de los actores por no perder totalmente su identidad, les lleva a representar, de una forma que sobrepasa la censura, sus propios ideales, sin que los alemanes se percaten de ello.

    La película termina con un canto a la vida, porque París es liberado y Bernard y Lucas pueden salir a celebrar tan buena nueva, cuando el público les ovaciona en escena al acabar la obra, sin duda Truffaut creía en un final feliz, hay una ilusión latente en la película, que no elude la presión, pero que se vive por dentro, está en los personajes, en sus miradas, en sus diálogos.

     También hay enemigos dentro de los propios franceses, no hay que olvidar que en Vichy se formó un gobierno aliado de los nazis, con el mariscal Petain, en la película el crítico de extrema derecha Daxiat (interpretado por Jean Louis-Richard), hace todo lo posible para poner trabas a la obra, para censurarla, etc.

      Hay citas en la película a grandes escritores como Montherlant, Chéjov, Ibsen o Thomas Mann, ya que los personajes aman profundamente la literatura y el teatro y quieren manifestar su libertad de alguna manera, mientras París vive toques de queda, refugios, reuniones clandestinas, etc. Hay una escena cuando Marion y Bernard se besan que representa la mayor libertad, porque los alemanes pueden condicionar la vida de los franceses, pero no el amor que sienten y que expresan en su intimidad.

    Una canción que suena en la radio ya puede ser un espejo de la libertad, una mirada entre Deneuve (en esta película refleja su belleza, su elegancia y su distinción) y Depardieu (en un papel muy agradecido que interpreta  con soltura), es suficiente para que viva la libertad de los dos personajes, donde late un amor especial, el que nace de las dificultades, siendo Marion la mujer de Lucas, como ya cité antes.

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Catherine Deneuve como Marion Steiner y Gérard Depardieu como Bernard Granger en un fotograma de Le dernier métro

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     Truffaut no se olvida nunca de los homenajes, Marion le dice a Bernard que se parece a Jean Gabin, el gran actor francés, también hay una deuda a La regla del juego de Jean Renoir, en Truffaut vive el mejor y más apasionado amante del cine, que creció viendo películas, que sufrió una adolescencia difícil, un hombre que tuvo que crear ilusiones desde su interior porque el exterior era muy difícil.

    En definitiva, bella película, hermosa imagen de unos seres que tienen que enfrentarse al dolor de la ocupación, pero que sabrán huir de sus fantasmas y llevar a cabo la representación de la obra, lo que nos hace felices a los espectadores, una película realmente notable, donde brilla el gran François Truffaut.

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Catherine Deneuve como Marion Steiner en Le dernier métro

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Un homenaje necesario

   Murió muy joven y nos dejó una huella porque su cine sigue enamorando a generaciones, donde la nostalgia nos recuerda que hubo un tiempo donde los sueños podían suceder, ahora, envuelto en la sombras de una época incierta y llena de temor, cierro los ojos y veo a las grandes bellezas del cine francés, a la Deneuve, a Jeanne Moreau o me imagino rodando una película con esa bella actriz inglesa llamada Jacqueline Bisset.

   Al recordar a Truffaut, sabemos que el cine y la poesía tienen un eslabón común en las imágenes de este gran director, tan añorado por muchos de nosotros.

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Fotograma de Les quatre cents coups con Jean- Pierre Léaud como Antoine Doinel [François Truffaut, 1959]

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Pedro García Cueto

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Nota

Pedro García Cueto. Solos ante el Cine. Grupo Anaya [Anaya Multimedia], Madrid, 2020. ISBN: 978-84-4154-224-2.

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