Volviendo a Los santos inocentes
***

***
Volviendo a Los santos inocentes
Con motivo del quinto aniversario de Historia de nuestro cine, los colaboradores del programa de la 2 seleccionaron 30 películas, y los espectadores eligieron, por encima de El verdugo, Plácido, Viridiana o El espíritu de la colmena, Los santos inocentes (1984), dirigida por Mario Camus. Transcurridas más de tres décadas y media desde que se vio en los cines tal vez se pueda juzgar con esa cierta distancia y perspectiva que sólo ofrece el paso del tiempo. Y se confirma que es un clásico, es decir, una de esas obras que generación tras generación no cesan de interpelarnos, no dejan de descubrirnos, quizá porque ahonda de una singular forma en la condición humana.
Empezaremos deshaciendo un manido tópico. Según un lugar común, las obras literarias acostumbran a ser mejores –mejores en qué y para qué, se pregunta uno– que las obras cinematográficas, sobre todo si se las ha leído. En el caso de Los santos inocentes me atrevería a decir que está a la altura de la obra literaria de Delibes, uno de los más destacados narradores españoles de la segunda mitad del siglo XX.
Y no porque se trate de una obra menor dentro de la obra del autor castellano. Al contrario: Los santos inocentes (1981) puede considerarse, junto con Cinco horas con Mario (1966) y El hereje (1998), una de sus obras maestras, si bien no dudo que algunos preferirán otras. Aparentemente cuenta una historia rural, pero consigue elevarse a símbolo de la interminable lucha entre los oprimidos y los opresores.
*

*
¿Por qué me atrevo a afirmar que esta adaptación cinematográfica está a la altura de esta obra maestra de la literatura española del siglo XX? Primero, porque es profundamente fiel a la obra y al mundo literario de Miguel Delibes. Con ello no queremos decir que la película intente trasladar a lenguaje cinematográfico, a imágenes en movimiento, el texto de Delibes al pie de la letra, cosa que en cierto modo hace y consigue, a pesar de que el autor creía que este libro era inadaptable.
Se puede ser fiel a la obra y al mundo de un escritor sin por ello tratar de adaptar al pie de la letra su obra. A veces aquí reside uno de los errores de los cineastas, en querer trasladar la obra literaria al pie de la letra. Pero hay que reconocer que la literatura y el cine, por muchas afinidades que mantengan, poseen distintas puertas de acceso a la realidad o, lo que equivale a lo mismo, diferentes lenguajes artísticos, y es conveniente aprovechar los medios de cada modalidad con el fin de llevar a cabo obras memorables.
Digo que es fiel a la obra y al mundo de Delibes porque logra recrear con sincera y profunda emoción, así como con verosimilitud, dicho mundo; que es el mundo que Delibes experimentó, conoció, amó y recreó memorablemente a través de la literatura. Piénsese en otras obras suyas, como Las ratas (1962), que hasta cierto punto puede considerarse un esbozo previo, aunque muy bien acabado, de Los santos inocentes (1981). De hecho, Delibes declaró a propósito de esta adaptación: “Mario Camus logró una obra de arte (…) Acertó a impregnar de poesía el aire y las criaturas de la novela, una novela que yo concebí como un poema en prosa”.
Y para que la adaptación logre estar a la altura de esta obra maestra de la literatura de finales del siglo XX han de conjugarse certeramente una serie de aspectos, como el guion, las interpretaciones, la filmación, la fotografía, el montaje y la música, entre tanto. Respecto a esta última, las excelentes piezas de Antón García Abril levantan una atmósfera de incertidumbre en la que se presagia la tragedia y tensa nuestras emociones. ¡Cuántas veces nos indignamos a lo largo de la película, y casi todas por causas justas!
Por lo que se refiere al guión, ciertamente, no era fácil adaptar la novela de Delibes, ya que esta contiene una serie de aspectos formales bastante experimentales e innovadores, como la omisión de guiones en los diálogos, que exigen mayor colaboración al lector. Pero el trabajo de Antonio Larreta, Antonio Matji y Mario Camus logra salvar con acierto estas y otras dificultades.
Conviene recordar que otro de los aciertos del guión se debe a Miguel Delibes, pues según recordara Mario Camus, el escritor le insistió en que “Deberían incluir más las palabras `milana bonita´, que repite el viejo Azarías”. Hasta tal punto es así que a medida que transcurre la narración audiovisual, cada vez que escuchamos al Azarías pronunciar estas dos palabras, junto con el –“¡quia, quia, quia!”– nos emocionamos, pues en estas pocas palabras se condensa vívida y estremecedoramente el incomprendido personaje del Azarías, así como la particular concepción de la novela de Delibes: “un hombre, un paisaje, una pasión”.
En cuanto a los personajes, si Delibes es un maestro a la hora de trazar personajes, en la adaptación de Camus no se muestran menos humanos, complejos y hondos. Se diría que Delibes es, antes que un novelista de ideas, un novelista de personajes, pues sus novelas giran en torno a ellos: “Yo no he sido tanto yo –reconocía en un momento de su discurso de aceptación del Premio Cervantes de 1994–, como los personajes que representé en este carnaval literario. Ellos son, pues, en buena parte, mi biografía”.
*

*
Los humanos, complejos y hondos personajes de la obra de Delibes son encarnados de manera soberbia por los actores, de modo especial Paco el bajo y el Azarías por parte de Alfredo Landa y Paco Rabal, que merecieron el premio a la mejor interpretación masculina en el Festival de Cannes. Y casi semejante grado de excelencia alcanzan Juan Diego y Terele Pávez, encarnando al señorito Iván y la Régula. A veces no necesitan ni hablar: basta con sus miradas para que comprendamos sus deseos e intenciones.
Los santos inocentes (1981) se compone de seis libros, cuatro de los cuales llevan por título el nombre de un personaje: “Azarías”, “Paco, el bajo”, “La milana” y “El secretario”. Mientras que los otros restantes son acciones: “El accidente” y “El crimen”. Esta es una de las diferencias de la adaptación con respecto a la obra literaria, si mi memoria no me traiciona, pues aunque ambas están construidas como si fueran presentaciones de los personajes –personajes, por lo demás, que no se comprenden sin sus circunstancias–, en la adaptación cinematográfica aparecen en tales presentaciones Quirce y Nieves, los hijos de Paco y Régula.
*

*
A diferencia de sus padres, y como miembros de otra generación, estos hijos no consienten las relaciones de poder e incluso subordinación de su padre con el señorito Iván, hasta el extremo de rebelarse y no estar dispuestos a seguir la vida de sus padres, sometida a menudo a los abusos de poder de las clases sociales dominantes. Quirce, que debido a la torcedura de pata de su padre, lo sustituye en las cacerías del señorito Iván, no acepta los gestos de caridad de éste, a lo que el señorito Iván responde, irritado: “Todos tenemos que aceptar una jerarquía. Es ley de vida”.
Como ha señalado el crítico literario Santos Sanz Villanueva, “Los santos inocentes se inserta en la tradición del drama rural, un género cuya meta consiste en presentar la injusticia y la existencia primitiva en lugares apartados del progreso en los cuales todavía rigen relaciones de corte feudal”. Esta observación acerca del género en el que se adentra coincide con una de las principales motivaciones reconocidas por Delibes a la hora de escribir: “La idea de redimir a los oprimidos impulsó mi pluma”.
Por último, podemos preguntarnos en qué consiste el arte de Delibes y el de Mario Camus al recrear cinematográficamente Los santos inocentes. Realmente es muy difícil dar cuenta de todos los entresijos que ponen en juego tanto uno como otro para suscitar los efectos que nos suscita el arte de cada uno, y por los que no deja de interpelarnos, emocionarnos y descubrirnos. No obstante, válganos a modo de síntesis el siguiente botón de muestra.
*

*
Desde el comienzo nos identificamos con la profunda humanidad del Azarías, que llora la enfermedad y la muerte de la primera milana. Incapaz de separarse de ella, la lleva consigo muerta. También es el que mece a la niña chica. Más adelante vemos al Azarías encerrado en una habitación, embobado con el zigzagueo de una cruz. No sabemos por qué. Luego por medio de un flashback lo comprendemos. Su hermana, la Régula, le había enviado a través de su hijo la cruz con la que jugaba con la niña chica.
Desesperado porque no mata ningún pájaro, el señorito Iván acaba disparando a la milana bonita. El Azarías, que sustituía a Quirce, que no complace al señorito Iván, se queda consternado, hasta el punto de que se vengará. Es muy difícil que nosotros sintamos más compasión por un pájaro que por un ser humano. Pero tras comprender cómo son el Azarías, Paco, la Régula… Sentimos que el destino, entendido no como aquello que ya está escrito, sino que está escribiéndose tan rápidamente que es imposible evitar la tragedia, no ha sido desproporcionadamente injusto.
*

*
Parece ser que Delibes temió que los lectores primero y los espectadores posteriormente aprobaran la muerte del señorito Iván. La preocupación de Delibes es razonable, puesto que aunque él procurase mostrar las injusticias de unas clases sociales sometidas por otras, no estaría ni entre sus intenciones ni entre sus fines justificar la muerte de una persona, por inhumana o deshumanizada que esta fuera.
Sin embargo, uno de los logros más impresionantes y conmovedores tanto de la novela como de la versión cinematográfica es conseguir, no que los lectores-espectadores deseen la muerte del señorito Iván, pero sí que la comprendan y no la desaprueben después de lo ocurrido. Pues, a pesar de que Delibes era cazador, muestra que no se debe matar a una milana de manera arbitraria, y sobre todo cuando esa milana significa lo que significa para un santo inocente como el Azarías.
*

*
Es como si por medio de sus diferentes artes lograran mostrarnos que lo injusto no es tanto matar a un pájaro o a una persona, sino la intención con la que se actúa y el fin que se persigue. Y en este sentido el señorito Iván, que posee más formación y conciencia, actúa de una forma harto más caprichosa e injusta que el Azarías, aunque uno mate a un pájaro y el otro a un ser humano.
Así tanto Delibes como Camus logran que adoptemos, siquiera por unos momentos, una perspectiva que va más allá de la lógica antropocéntrica de la que raras veces salimos, quizá por especismo. Hay en ello una comprensión más profunda de la naturaleza, incluida la humana. ¿No es esta una de las funciones del cine en particular y las artes en general? Educar la mirada, y con ella, sentir, pensar, valorar, actuar de otro modo.
***
Sebastián Gámez Millán