«La forma del agua» y el abrazo de la ficción – Sebastián Gámez Millán

«La forma del agua» y el abrazo de la ficción – Sebastián Gámez Millán

La forma del agua y el abrazo de la ficción

 

Ese hombre que posee el privilegio de seguir siendo un niño que sueña despierto con imágenes en movimiento, el mexicano Guillermo del Toro, ha sido el principal protagonista de la última edición de los Oscar al levantar dos de los más valiosos reconocimientos cinematográficos de la fiesta del cine: mejor película y mejor director por La forma del agua (2017), por encima de películas como Los archivos del Pentágono (2017), de ese clásico vivo, Steven Spielberg, que nos ha recordado lo imprescindible que es el buen ejercicio del periodismo para mantener y fortalecer las democracias, y de Dunkerke (2017), de Christopher Nolan, esa singular visión de la guerra, la supervivencia y la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial.

Se trata de una fábula moral que requiere un decidido pacto con la ficción para sumergirnos y descubrirnos ante su inocencia y su magia. Sabemos que la naturaleza no se corresponde apenas con la visión confortable, no digamos ya edénica, con la que se suele representar. Incluso domesticada, la naturaleza es más hostil de lo que acostumbramos a creer, como nos demostró el cineasta Werner Herzog con el documental Grizzly Man (2005).

Sin embargo, si renunciáramos a los encantos y a la fuerza inspiradora de la ficción se perdería uno de los grandes poderes del cine, de la literatura y de las artes. Al menos desde Aristóteles sabemos que la verosimilitud desempeña una función esencial a la hora de sostener los artificios, pero esta se puede lograr de muy diferentes formas. Y tan importante como la verosimilitud es entender que con las ficciones se apunta a realidades a menudo invisibles que acaso no sabemos descifrar sino por medio de símbolos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Entonces, cuando se acepta el pacto con la ficción, como si dijéramos: “yo te creo a cambio de que tú me seduzcas y cautives con la historia”, La forma del agua desvela su magia: Elisa (Sally Hawkins), una mujer muda que trabaja de limpiadora y que no tiene a nadie en el mundo salvo a un amigo, un viejo pintor homosexual tan solo o incluso más que ella; y a una compañera de trabajo negra que padece una soledad todavía peor, ya que vive con su marido, pero este ni le escucha ni le comprende… con lo cual padece la desgarradora soledad de dos. La otra criatura solitaria es un monstruo marino que han cazado en un río y al que llevan a un laboratorio norteamericano en el que experimentarán con él.

Elisa, la mujer muda, con una extraordinaria sensibilidad con los seres marginados, quizá porque conoce lo que es la exclusión, trata a la bestia de otra manera, con cuidado, primero con interés y respeto por sus gustos alimenticios, luego con la música, como si tuviera sentimientos… De modo sorprendente, la respuesta que recibe ella es que la bestia le devuelve recíprocamente, a su manera, este trato.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Observamos así la emocionante evolución de los personajes, cómo unas vidas apartadas y solitarias nos revelan por la llamada de la muda, que es un grito de amor debido a que se siente por fin única ante otro ser extraño que corre peligro, la necesidad de la alteridad para llegar a conocernos y ser quienes somos, la compasión, la amistad, el coraje, el amor… y nos abrazan, como si esos personajes de ficción estuvieran hechos de la misma pasta que nosotros. ¿Cómo estos seres marginados pueden hacer tanto por nosotros?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Estremece ver cómo esos dos seres carentes de lo que en principio es lo que distingue específicamente al ser humano, el logos, la razón, la palabra, se comunican, entienden y aman. Ella, que nunca ha vivido fuera de sí, experimenta la dicha de vivir en los pronombres, como diría uno de los poetas que más hondamente penetró en los inextricables laberintos de Eros y la voz a ti debida:

 

“Para vivir no quiero

islas, palacios, torres.

Qué alegría más alta:

vivir en los pronombres!”

 

“Tú y yo” dibuja ella en el aire en repetidas ocasiones sosteniendo esa frágil promesa de felicidad. Y así va manifestándose la fuerza de Eros, que todo lo que toca lo transforma. Desde otra perspectiva La forma del agua también nos habla de la necesidad de las ficciones para sobrevivir, tema que ya abordó Nietzsche, y de que sin estas ficciones, paradójicamente, tendríamos más dificultades para explorar y comprender la realidad.

Las poderosas y bellas imágenes de la última escena, con el memorable poema, nos abrazan:

 

“Unable to perceive the shape of you,
I find you all around me.
Your presence fills my eyes with your love,
it humbles my heart,
for you are everywhere”.

 

 

 

“Incapaz de percibir tu forma,
te encuentro a mi alrededor.
Tu presencia llena mis ojos con tu amor,
pone humilde a mi corazón,
porque estás en todas partes”.

 

Nos habla de nuevo del encuentro con la alteridad, con lo otro, con lo extraño, y de cómo, si sabemos recibirla adecuadamente, con compasión, adoptaremos una justa manera de estar ante el mundo, manera que de modo probable nosotros recibiremos recíprocamente. Es el abrazo de la ficción, que se solidariza con la parte marginal, incomprendida y solitaria que habita en cada uno de nosotros.

 

 

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Sebastián Gámez Millán

 

 

Categories: Cinematografía