El Barón Bermejo [Jornada LVIII. Posada]
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Caminaron sin tino ni destino, pues no atinaban camino, conduciéndose por laberinto de hito en estrechito. Al fin remontaron una loma o acirate, más allá del cual se veía huerto y más allá del hortal jardín donde aclaraba la floresta salvaje. Allí llegaron exhaustos los cuatro caballeros con sus dos escuderos (mejor servidos y servidores que serviles, a falta de IAs o androides). Ganaron sendero de raspa yerbera festoneada por raquíticas florecillas silvestres. Y fue descanso para pies, órtosis, rodamientos, bisagras, prótesis y carnales miembros. No tardaron en vislumbrar edificio de visaje acogedor con dos plantas. Parecía moldeado en arcilla y cocido como vasija cerámica y enorme rostro humanoide, con dos ojos como ventanas y una puerta acristalada cual bocota de “candiota” (antiguo tonel de barro para el vino). Aquel inmueble parecía sacado de un cuadro de El Bosco. En una placa se leía: POSADA DE CHIMPUNKAN (voz oriental para Galimatías o Guirigay).
Anduvieron con pies plomizos a paso de babosa… “Espero que Cervantes se equivocara y sea siempre mejor la posada que el camino”, murmuró Tordés el Recto. “La esperanza es más ancha que la imaginación y materializa sueños”, le susurró Bermejo. “Su dedo trémulo apunta al futuro… De esperanzas vive el dron, pero muere de desilusiones”, matizó Tor.
Sin más dialéctica decidieron entrar con rigorosa precaución a la posada cubriéndose unos a otros, Álex cerrando la fila indígena con el arco en su diestra, por delante el intrépido Artemio… Al fin, oyendo el guirigay del interior, entraron.
El salón principal de la posada rebosaba gente y gentuza: zánganos reducidos con pinta de lacayos que jugaban al calimocho. “¡Da dos, dados, marcados!”. Un gran reloj sobre la chimenea en que crujía y ardía la madera daba horas doloras: “Todas hieren, la última mata”. Una damisela sensible vigilaba detrás de un alto mostrador a un grupo de refundidas aladas y optimates estériles. Compartían bebidas y cartas en dos mesas redondas bajo grandes ventiladores. Algunas llevaban tatuado en la frente el logotipo de empresas de telecomunicaciones y firmas de moda. Vestían de rojo y verde como furcias antiguas. En la barra, un par de doulas privaban mostos, picaban en platillos y conversaban envueltas en uniformes pajizos.
Al fondo, una dama madura con cuerpo ancho de matrona y mirada intensa, obscura y ardiente, tomaba piscolabis de saltamontes y cucarachas fritas. Iba vestida con antiguas galas bordadas con animales de diseño reciente. Sobre su rostro lucía un impresionante pelucón azul añil. Un collar de falos de oro serpenteaba alrededor de su cuello sujeto por una cigarra de esmeraldas. En su velador de café andaban desperdigados los naipes del tarot.
Más allá de la dama, dos puertas: la de ASEOS y otra bajo el letrero ISAGOGE. Sin embargo, no era puerta, sino máquina (IA estática) que cerraba el paso y expendía permisos de residencia para una, dos o tres noches (número máximo de pernoctas). Para conseguir el permiso de un grupo de seis personas o unidades inteligentes había que resolver un dilema, una aporía y un enigma.
El DILEMA: ¿Si Pachamama no existe o ha muerto, de dónde la fertilidad y la belleza? ¿Si todavía existe, de dónde la esterilidad y lo feo?
LA APORÍA: Si el malo no tiene qué dar y el bueno no necesita nada fuera de sí, ¿cómo son moralmente los amigos?
EL ENIGMA: En rincones y entre ramas / mis sedas voy construyendo / para que moscas incautas / en ellas vaya cayendo.
– El enigma es adivinanza para infantes –dijo Artemio-: ¡Araña! Araña. ¿Araña? No, no es gato, es araña –añadió como recordando un chiste viejo.
– Más complicado es el dilema -dijo Radón-. Tal vez quieran que nos pillemos los dedos inclinándonos hacia una posición naturista o hacia otra cultista. Esa divinidad quechua, diosa de la Madre Tierra, representa un mundo periclitado, aquel en que las mujeres cumplían con su “destino biológico” sometidas cual hembras de cría. El Centro de Control Demográfico de nuestra Cibernación es Pachamama reencarnada. Las autoridades que lo dirigen aplican funciones axiológicas no saturadas a las posibles acciones reproductivas optimizando el crecimiento o mengua de las distintas especies y sexos según la situación, recursos y circunstancias. Fertilidad y belleza son bienes relativos como sus males contrarios: esterilidad y fealdad. Bienes y males son resultados de la aplicación de funciones axiológicas. Lo que vale y es bello para una intelectual o una ingeniera optimata no es lo que vale y es bello para una agente paridora o una dueña reproductora, no es lo mismo transformarse en doula, criadora, refundida o dama; ni es lo mismo devenir reducido, zángano, paje, dron o caballero. Además, a la reproducción de los sexos hay que añadir la doble naturaleza del diseño de los quince géneros hasta ahora establecidos, si no son ya más. También eso ha de ser tenido en cuenta por Pachamama.
– ¡Pachamama vive! ¡Ella rige todos los valores! –exclamó Radón-. Pero ¡maldito sea quien dice mal de lo bueno y bien de lo malo!
– ¡La amistad es una dulce esperanza de los que aspiran a mejorarse mutuamente! –añadió Tor-. Mas, por bueno que sea el yunque, siempre saltará de él la escoria. Sin embago, como eslabón y pedernal, así surge de las conversaciones de los amigos la centella de la verdad.
Antes de que Tordés culminara su última frase, se encendió en la IA una luz verde. Habían conseguido pase. La IA giró hacia atrás como bisagra bien engrasada, pero la dama de peluca añil parecía ejercer de recepcionista y anfitriona:
– Este santo y seña os doy por algunas mercedes que de vos espero –dijo a Bermejo y suspiró-. ¡La primera!: Si vencéis a Salmanto el Quejumbroso debéis hacerse saber que fue Cliturga la Reconocida, vuestra servidora, já, já, quien os franqueó la entrada de la pensión que os permitirá restaurar fuerzas para poder llegar a la Torre aún no herida por el rayo. ¡Otro favor!: ¡No le recicléis sin hacerle padecer primero! ¿Por qué? Quiero que sienta la mucha sinventura que sufre por no haberme querido sufrir. ¿Pensaís que es trabalenguas lo que os digo, Bermejo? ¡Pues no! El Quejumbroso despreció mis encantos y oficios maduros. Una vez le predije el futuro y le rasqué los vellos de sus tibias y él, que desairó mi vaticinio, me desdeñó, me apartó despreciativo, indiferente. Peor todavía, me llamó zorrastrón cumplido en un interviu de Churrete de Murmilandia e insinuó en una entrevista de Mirlona de Guarrizas que andaba dando hospedaje en mi posada a capulinas nostálgicas, currutacas gastadas, vulpejas chuchumecas y colétidas rabizas y desmirladas. ¿Os lo creéis? ¿Merece Cliturga semejantes injurias, esas infamias?
– ¡No! Dijo sin titubeos Bermejo que se hacía pis, tenía hambre y andaba muy cansado para discutir.
– ¡Jamás! –corearon sus compañeros.
Mientras hablaba, Cliturga barajaba y echaba cartas en su mesa con velocidad pasmosa. “¡Ah, caballero Bermejo! –señalaba una carta con una de sus larguísimas uñas esmaltadas de plata y azul-. Vos ganaréis honra y alegría en la prueba de bien amar. Esta es profecía general e inconcusa. Para augurar más concretos aconteceres futuros necesito vuestro ADN…
Entonces Cliturga la Reconocida se levantó con agilidad inaudita y agarró de los hombros al barón, que parecía que bailaba. Lo atrajo hacia así e introdujo su larguísima lengua acanalada de esfinge macroglossa en el cáliz bucal de nuestro protagonista… Bermejo estaba demasiado ajetreado y confundido para reaccionar y además –recordemos-, se hacía pis… Luego, la maga, que le agarraba de las dos mangas, cerró los ojos y tembló en trance. Con una voz particularmente grave anunció: “Harás, apuesto Barón, de la soberbia buen talante y habrás crudeza de corazón contra quienes lo merecieren y amarás en las alturas como vencejo de luz, pues eres flor de caballerosidad”.
– ¡Así sea! –exclamó Bermejo y saltó corriendo al aseo hasta conseguir aliviarse.
Continuará…
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José Biedma López