El Barón Bermejo [Episodio LXV. Círculo vicioso]
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Dos huecos, dos túneles, dos pasadizos. Cebras y asno les habían llevado tan lejos como sus ánimos alcanzaban (los brutales), hasta las entradas de dos corredores muy pobres en signos y faltos de puertas. Pues no era señal inequívoca que entre ambas oquedades figurase estereoscópica la imagen, copia de copias, meta-simulacro, de una amazona cabalgando a unicornio y armada con tijerona de dos manos en forma de Y pitagórica (penetra una entrada pura, otra impura), una de esas tijeras con las que el prior del rey Ramiro II el Monje le significó y aconsejó la poda de la hidalguía levantisca.
La amazona viste malla negra, sudadera blanquísima con gorguera de encaje, botas rojas de piel fina con una pluma enhiesta e irisada implantada en la cima de su frente. Cuando despide al unicornio sólo le falta sostener en una mano calavera de bufón para representar a Hamlet, cuyos motivos para la acción se neutralizan con morboso efecto de parálisis de Voluntad: Hacer o no hacer, esa es la cuestión. El héroe de la irresolución no logrará botín alguno, ni presa, ni premio ni castigo, es decir que el barón jamás liberará a Lynette si no acierta el camino; anclado como está en la duda, el personaje dejará escapar a Ofelia, que flotará por el arroyo lívida e inerte, entre flores marchitas, per saecula saeculorum.
¿Qué pasadizo escoger? El barón echaba de menos a las doncellas Helíades; sin ellas no lograrían abandonar la morada de la noche ni desprenderse de los velos de la ilusión y del engaño. ¿En qué galería le aguardaría la Diosa? ¿Sería de izquierdas o de derechas? ¿Sería cultista o naturista? Si era diosa –pensó Bermejo-, se desempeñaría ambidiestra, como las grandes jugadoras de fútbol. ¿Dónde le recibiría benévola? ¿En qué mina de metales preciosos moraría la Divinidad de abundantes penas, el Ama de llaves de todo fatum?
Bermejo sufre hebefrenia ocasional… queremos decir alucinaciones sin nexo temático, como el espejismo de una titánide convulsa con vulva inestremecible y de Verdad bien redonda. Por un momento no se reconoce a sí mismo: “¿Quién soy? ¿Soy o sólo parezco ser? ¿Soy o simplemente estoy? He aquí un personaje de carne y hueso cabalgando cebra transgénica; yo estoy en él, pero ¿quién es él?”. “Algo estará claro, neto o transparente –se dijo- si, y sólo si, lo mismo puede ser y pensarse”.
Había sido advertido por la maga cubana Haltamisa: estos sueños que acontecen en la vigilia son enigmas que la inteligencia no puede descifrar, tal lenguaje sagrado requiere la transformación del sujeto y dichas imágenes del destino exigen acciones trascendentes. Este tipo de sueños que se presentan en la vigilia como visiones fantásticas conforman un alfabeto jeroglífico, más allá del deseo y la esperanza, como némesis de la última justicia inapelable. Cabe que por no actuar tales revelaciones degeneren en obsesiones para un personaje sin fábula, incapaz de crear y por tanto inepto para padecerse a sí mismo.
En su trance oía Bermejo vidente-oyente a Mirlona de Guarrizas, locutora de Telemunda, hablar de su presunta gerontofilia por haber coqueteado el joven barón con su mentora y por haber tenido comercio carnal con la nonagenaria portera del santuario de Lohizo. Añadía Mirlona con saña las parafilias románticas de Radón, las ambigüedades quiméricas de Álex, el pasado escabroso de Ausonia… Sólo Artemio, por su diversidad funcional de dron eunuco se libraba de comentarios salaces y picarescos. Y en Telecruda, Churrete de Murmulandia repetía en eco parecidas infamias… Se cabreaba el barón cuando, por suerte, su amigo Tor le sacó del pasmo.
– ¿Habrá pasarelas intermedias de una cava a otra? –preguntó Tordés-. Me recelo que en esta acabaremos pringados o perdidos.
– No lo sé. Ojalá pudiera un zángano abrirse o, mejor, duplicarse, vivir dos vidas a la vez o tres, dividirse en juego, replicarse en identidad y multiplicar en diversidad sus almas o avatares, en vuelos diversos, como en el juego de naipes de las Siete y Media. Servir a tres amantes sólo satisfaría si uno pudiera triplicarse. ¡Pero no, abres una puerta y se cierra otra!, como quien escoge destino –lamentó Radón.
– No hay vuelta atrás. Golpearemos el yunque de Thor con el martillo y gritaremos con el Bigotudo: «¡Así fue porque así lo quise!»; aunque duela. ¡Werden, Werden! El voluntarioso se encuentra siempre consecuente. Se mira en sus acciones y cuando se mira en un espejo se dice: “Así soy yo, no puedo ser de otro modo”. El pusilánime se niega a sí mismo, física y moralmente, se desprecia por farsante y se obsesiona, dando vueltas sobre sí como una cuerda de procesionarias del pino (Thaumetopoea pityocampa) –arguyó el barón.
– Como dijo Anita Fin –intercedió Ausonia-, siempre encontramos motivos o excusas para elegir, porque la alternativa a sacrificar una opción es sacrificarse una… Y eso ya sí que no está al alcance de cualquiera. Una siempre sacrifica lo que menos le importa. Eso cuando una elige entre un mal menor y otro mayor…
– Pero, ¿y cuándo uno ha de decidir entre dos bienes similares? ¡Y sucede a menudo! –replicó Radón.
Miró Tordés a la marciana deferente y luego a Radón cabe sí, esperando de él un vaticinio por indicios, pero el Augur ni se inmutó, así que el Recto, decidido, tomó el túnel de la izquierda y el resto siguió al Recto en fila india. Las bestias, incluido el borrico de Ausonia, se mostraron reticentes, rehusaban dolientes, negándose claustrofóbicas a caminar. Aunque era alta y firme la galería y Tordés incorporó una potente linterna, no hubo manera de forzarlas a entrar por aquel fosco pasadizo, así que, considerándolas suplicantes, las abandonaron a su suerte.
Nada más recorrer unos pasos de la galería, sobre los caballeros y sus escuderos, como “voces que ruedan desde el cielo” -que cantó Arturo- llovieron variopintos flyers: trípticos publicitarios, programas electorales, credos políticos reducidos a consignas, tópicos, frases hechas, volantes de ofertas comerciales personalizadas.
A Ausonia le cayó en una mano la sugerencia de una mascarilla facial depurativa de colágeno de oro, marcada con 0,09 créditos PVP; y en la otra palma, la invitación a probar un cepillo de fibras sedosas alargadoras para la aplicación del rímel. A Artemio lo rociaron con un tríptico de productos aconsejados para dieta de zánganos reducidos, con regalo de una recopilación ilustrada de epigramas de Kitaro, su filósofo favorito. El escudero de Tordés se entretuvo con la propuesta de un puesto de monitor que le brindaba la Academia de danza Merengona. Álex recibió una oferta de magníficos cigarros habanos, de Vuelta Abajo, liados con las ingles de camaradas criollas…
No sabemos con qué panfletos comerciales o políticos fueron golpeados los restantes caballeros. Bermejo se los sacudió con cierto asco. Nada de lo que él ansiaba podía comprarse. “Non mi bisogna e non mi basta!” – gritó nuestro barón, profiriendo el lema que escogió la reina Cristina de Suecia el día que abandonó el poder para rodear su corona en el exergo de una medalla. “El gusto de lo que se tiene se pierde con lo que se desea”, se dijo.
Vieron que por varios tubos anchos del techo se colaba el caudal sugerente y utilista de la plaza de abastos social, acompañado de cantinela pertinaz: “¿No lo vas a probar?” “¿Te lo vas a perder?”, “¡Porque tú lo mereces!”. “Consúmete consumiendo”… Sabemos que nuestra tropa aguantó aquel turbión que les arrastraba hacia una pasividad satisfecha, pero inane:
“Seguiré buscando mis amores – se animó Bisejo- ni cogeré las flores ni temeré las fieras, y cruzaré túneles y fronteras”.
A duras penas Tordés se contenía: sabía que comer y rascar, todo es empezar, y se conocía insaciable y con tendencia a la obesidad; se sujetaba repitiendo mantras: “Las almas grandes se contienen, aman y recuerdan; las pusilánimes desean, consumen y olvidan”; “la lección más indeleble la imparte Maese Sufrimiento, padrastro del Ser”; “el amor se cocina a fuego lento porque en un instante se quema”; “Señora, haz de mí un instrumento de tu paz, donde haya avidez, ponga yo frugalidad”. Repetía el Recto estos mantras para sí sotto voce, no quería contagiar ansiedad, aunque sabía que pegarla a los demás disminuye el estrés. Negociaba con sus instintos y apetitos, que tendían a desbocarse como caballo díscolo de carro platónico; según los pascalianos «Sprit de finesse et raisons du coeur«, imponíales a regañadientes cordial mesura a sus deseos.
Superado aquel chaparrón de ofertas comerciales, al cabo de media legua saltaron de los laterales unos perdigonazos, que no eran bolillas de plomo sino octópodos mecánicos dispuestos a alcanzarlos rápidamente para conseguir anidar en algún recoveco de sus mangas, de sus bolsillos o de sus cuerpos. Descubrieron que los mandaba un consorcio de compañías aseguradoras para que hiciesen morada y hasta colmena o enjambre en los depósitos de créditos de los descuidados, quienes por afán de cuidarse consintieren en sangrar sus finanzas ambicionando inútilmente dudosas seguridades.
Todos aquellos bichos viciosos lucían quelíceros poderosos y pedipalpos sensibilísimos con los que testaban la situación del presunto inquilino o huésped: edad, condición, estado, sexo y prospectiva de accidente o muerte. Aquellas falsas arañas lucían variados tintes y lustres en sus opistosomas y prosomas, con dibujos de instrumentos musicales o frutos del bosque, con siluetas de calaveras y de piezas óseas de vertebrados en cefalotórax y abdomen. Nuestros protagonistas comprendieron que los octópodos verdosos aseguraban pensiones de jubilación, mientras que las arañas rojizas pretendían asegurar vidas, las de color castaña viviendas y otras amarillas servían para recomposiciones formales y ortopedias.
Corrieron adelante, pero cuerda y media más allá fueron deslumbrados por destellos de oportunas operaciones quirúrgicas de rejuvenecimiento y bombardeados por iconos luminosos de implantes de todas clases. Ausonia quedó absorta contemplando una reconstrucción de himen con liposucción de grasas pandémicas, lo cual le permitiría lucir las formas olímpicas de sus bellos músculos abdominales y la turgencia de los tres vientres musculares del culo: glúteo mayor, mediano y menor. Una voz de su caballero amante Radón la sacó del estupor estupidizante. El prócer sefardita ordenaba a grito pelado despertar y marchar a la marciana: “¡un dos, un dos, paaso, paaso, maarque!”
– ¿Qué marchedes, digo mercedes, de apariencias esperas, querida? Te lo pregunto, señora amiga, porque con ellas no podrías agradarme más de lo que me agradas ya. Adoro tus ojeras, tus lunares, tus arrugas, tus cartucheras, tus michelines y todos tus defectos, si es que los tienes, que yo no los veo – le dijo.
– Andaré con vos hasta el final del parque…, hasta el cero, digo el Cerro de la Horca, y hasta la nube de Öpik-Oort y, si vos me lo pedís y consentís, hasta Proxima Centauri. ¡Anda ya, so mulgallón! – respondió Ausonia.
No sabemos qué quería decir la marciana, si refería lo de “mulgallón” a sí propia, en cuyo caso tendría que haber dicho “mulgallona”, o si refería al caballero; ni sabemos qué quiere decir esta palabra, sin duda un marcianismo. Sabemos que Covarrubias la da como protogenia de “mogollón”, del latín ‘mulgeo’, ordeñar. Mogollón pudo significar el corderillo que queda sin madre y acude a mamar la leche de otras ovejas. Hubimos visto al borracho legendario Genares hacer gestos obscenos elevando rítmicamente la bragueta al grito de “¡toma mogollón, toma mogollón!” en un vídeo arqueológico anterior a la época en que, cansados de meter la pata, los humanos eligieron convertirse en electrodomésticos.
Continuará…
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José Biedma López