El Barón Bermejo [Jornada XXVIII. Torneo]
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Jornada XXVIII. Torneo
Los satélites iluminados de Fourrier tal que enormes lámparas orbitales trocaban la noche en día. Tamboríes, flabioles, grallas, chirimías, cascabeles y trompetas despertaban los sentidos y elevaban los ánimos en Galaqués. Cuando la alcaldesa y el resto de las autoridades ocupan sus asientos en el estrado de la gran plaza un coro de ninfas optimates canta: “Hierven terribles conflictos, bullen encerrados en nuestros genes como emociones contrarias, el Pésimo cruel raptó a Cuerpo”.
El torneo principal consistía en una escenificación del triunfo de las Virtudes. Las Excelencias u Óptimas se hallaban excitadas porque los Vicios o Pésimos habían secuestrado a Soma, el Cuerpo. Soma aparecía sometido a Vicios, apresado por ellos en una gran jaula dorada del tamaño de una cómoda habitación, apoltronado entre cojines con bebidas, manjares, analgésicos, antidepresivos y psicodélicos a mano.
“¿Armada con qué labores la Mente puede expulsar las Culpas del antro de nuestro pecho?” -cantaba el coro-. “Animam morborum rixa fatigat!” (¡La disputa de la pasiones fatiga el alma!”, tradujo el comunicador de Radón).
En la plaza cubierta de amarillo y fino albero, Fides, Pudicitia, Patientia, Iustitia, Sobrietas y Humilitas luchan a muerte contra Culto Malorum, Rijo, Furor, Orgullo (representado por un macho alfa), Exceso y Avarito. Las Óptimas intentan liberar a Soma, el Cuerpo, que aparece arrebatado y ensimismado tras los Pésimos. Machos no reducidos y gigantescos representan Vicios. Las optimates que figuran Virtudes no son titanes, pero se muestran fantásticamente armadas; lucen mortales rejones, tersos aguijones, baubellis espinetas y oses clitoridis lustrosas; marchan al encuentro de los Pésimos, pero esperan el ataque de los Vicios acompañadas de apuestas escuderas y fieras emblemáticas. Todos y todas sudan sentimientos ambiguos.
En el escudo de la óptima Fides puede leerse la máxima senequista: ‘Animum debes mutare, non caelum’. Su atuendo es rudo, ella muda y agitada, hombros desnudos, largos cabellos revueltos, al aire sus brazos desnudos, como sus tres robustos pechos, en cuyo jugo nutricio confía plenamente. Pudicitia luce lema en su fagín de combate, rojo sobre verde fosforito: “ATARAXIA”. Sus armas también brillan como luceros. Humilitas pasaría desapercibida si no fuese por la rara belleza de su frente, párpados, nariz y boca, ornada por un hoyuelo en cada uno de sus encantadores pómulos. Estimula el deseo de ver sus ojos. Ella mira donde pisa.
Por su parte y en la tropa Pésima, Culto malorum porta cetro de patriarca, casco con agudas astas de toro díscolo y los ornamentos propios de una víctima señalada para la inmolación. Se hace el silencio en la plaza cuando Culto embiste, pero humillado por las capas, que Fides y Sobrietas usan como engaño, cae de pechos boca ayuso, muge y pega al suelo su boca atrevida, entonces Fides arquea el abdomen entre los cuernos del casco del morlaco y le aguijonea en el cogote. Tras el descabello largos estertores fatigan su muerte difícil. La negra sangre del machirulo embarra la arena.
Cuando Sobrietas acomete a Avarito, arácnido monstruoso, de la espalda d’este engendro saltan nuevas miniaturas de la alimaña, en cortejo de hijos octópodos de padre tóxico. El coro denuncia sus nombres: Desvelo, Anhelo, Miedo, Agitación, Desazón, Perjurio, Temor, Corrupción, Sofisma y Enredo. Uno a uno van cayendo esos protervos bichos ante el látigo radiante de Sobrietas que, austera en su equipaje, adopta forma de Erinia favorable o de Euménide benevolente, personificando con ello la justa venganza que muchas llaman “Karma”. Sin embargo, aún lacerados, vulnerados o muertos todos sus retoños, Avarito pare de sí dos últimos fenómenos: Disenso y Follón. Avarito, después que araño, semeja ahora lobo viejo y despeluchado, cuando acomete ayudado por Follón y Disenso, pero queriendo morderlo todo su larguísima lengua se maltrata y la negra baba le escurre por el pecho como plasma pringoso. Toma entonces su verdadera forma Avarito, le da al regazo de su vestido la forma de un cazo, las manos ganchudas para agarrarlo todo, boca abierta de par en par para tragar naderías. Oculta un saco tras el velo de su costado izquierdo que le impide caminar sin cojear, pero rapiña veloz con la hoz de la diestra ejercitando en los despojos de sus víctimas sus uñas de bronce.
A esto, Sobrietas llama a su asistente: Concordia. En la armadura transparente de Concordia resaltan costuras y trabazones. Pronto Disenso padece los efectos de su naturaleza, pues su brazo derecho no se lleva bien con el izquierdo, ni el pie izquierdo secunda al derecho, por eso inarmónico se desmiembra, da un traspiés y Concordia aprovecha y le fulmina, como rastro suyo al disgregarse del todo Disenso deja en el suelo un enorme y rojo fragelo, semejante al que lucía en la Antigüedad Tisífone, una de las peores Furias del Tártaro. Mientras tanto, Sobrietas arroja una granada de racimo cargada de diatribas a Avarito y a su paje Follón, que todavía ileso arruinaba el aire con gritos destemplados, y el gigantón follonero se disuelve en una humareda fétida. Menos mal, porque podría haberse hecho canalla multitudinaria. Sin embargo, su jefe Avarito resiste incansable, despeja las diatribas a saque de esquina y usa su última estrategia…, adelgaza, se hace vegano y proclama que ahora es una de las Excelentes y se llama “Frugalidad”. Sobrietas sospecha, duda, pero lo deja estar y Concordia lo pone a prueba encerrándole en la jaula con Soma, al que ahora rodean tanto Vicios como Virtudes pugnando a muerte por la hegemonía, los Pésimos queriendo mantener a Cuerpo como propiedad, las Óptimas queriéndolo espiritualizar al liberarlo de sus malos hábitos.
Cuando Pudicitia y Patientia encaran a Furor y a Rijo (también llamado Osolibidín) el coro entona muy alto: “¡Que te volteen allá abajo las olas de llamas, que te hagan rodar con sus crestas amarillas y el torbellino de azufre por sus estruendosas corrientes! ¡Ya no tientes más a los úteros fértiles ni a las optimates más que humanas, oh tú, el mayor de los brujos y el peor de los locos!”. Rijo mira a tres optimates a la vez, incapaz de concentrarse en una sola. Su perfume marea, sus tres bocas, rodeadas de labios prominentes y golosos, pronuncian sin parar arrullos encantadores, piropos procaces y gemidos obscenos. Pudicitia aprovecha su dispersión y nada más cortarle las tres gargantas, grita triunfal: “Has perecido por tus mismos excesos. ¡Purificaré la hoja vencedora en el Río del Olvido! ¡Ay, que el paso de Vicios siempre deje rastro!”.
Furor acometió enseguida a Patientia y llegó a golpear su yelmo, permitiéndose ironizar con estas palabras que aparecieron en una pantalla gigante sobre el estrado de las autoridades: “¡Recibe este mortífero hierro y no te duelas, que estaría feo en ti gritar de dolor!”, pero forzado a lanzar yerros sin ton ni son, enloquecido por su cólera, Furor descuida su defensa. Aún con seis patas poderosas, cuatro ojos y seis brazos, no puede con Patientia. Iracundo va a por ella, pero Virtud de la Espera taladra el suelo y se hunde en la arena convirtiendo su aguijón en berbiquí, y cuando Furor desconcertado ya está de espaldas, acierta a penetrarle por el ano. Se retuerce el pésimo muy rabiado, pero su frenesí queda en nada. Todas aplauden el detalle. A Álex le parece morboso, pero aplaude igualmente. Y dice Patientia celebrando su victoria: “Hemos vencido a este Vicio soberbio sin peligro de sangre ni de vida. Nuestra norma es aniquilar a energúmenos malignos y sus rijosos furores mediante la resistencia activa hasta que el insensato se destruye a sí mismo y cae bajo sus propio estrés”.
Iustitia, que sostenía sobre su espléndido turbante un haz de pueblos, marchaba guardada por tres hermosísimas mastinas blancas: Sensatez, Fortaleza y Prudentia, que afectaban una gran serenidad y gravedad. No eran ladradoras, sino que mordían; sus colmillos como puñales justos contra Exceso. Pudo Azerilla, que así se llamaba la mastina valiente, con cinco lobos denodados que la acosaban feroces. Manteníase quieta y segura y hería veloz al que se le acercaba. Azerilla no era fuerte por vergüenza ni por que Iustitia su jefa le animase, ni por que estuviera marcialmente entrenada ni por rabia ni por esperanza de victoria. La fuerza de Azerilla provenía del conocimiento del enemigo y del desprecio de la muerte.
La perra prudente y mejor entendida se llamaba Ventora porque barruntaba de lejos y por el rastro preveía peligros, inconvenientes, redes, señuelos, añagazas…, y mayormente delataba bestias robadoras que acechan a su Señora Excelencia Iustitia, la más fina entre las Virtudes. Era gustoso de ver con qué gracia esquivaba Ventora los golpes de Orgullo y de Exceso, que la atacaban con sus cinco lobos compinches, sin pronunciar ladrido siempre elegía Ventora la mejor ubicación, como si fuese gato viejo y no mastina madura. Orgullo se había trenzado el pelo en la cabeza figurando torre, aparatosa cima que prolongaba hacia el cielo una frente altiva. Lanzaba afilados discos de grandilocuencia. Humilitas alcanzó a coger uno, que revertió hacia su lanzador golpeando su cuello hasta casi estrangularle. Al fin casi toda la verborragia gratuita que Orgullo usaba como arma la encerraba Humilitas en un bocadillo de texto que dibujaba a distancia con su dedo corazón, como globo o burbuja de diálogo insincero sobre la cabeza de Orgullo, hasta que Ventora, la mastina de óptima Iustitia saltó, mordió el rabillo del bocadillo y las palabras cayeron por ese caño abierto sobre la cabeza de Orgullo como granizo gordo y lenguas de fuego, quemándole los rizos y atontándole.
“¡La crápula sañuda os arrastra al hediondo Lupanar del infamante Rijoso, una extraordinaria bailarina os ha doblegado!” –celebró el coro-. “Aquí también, Engracia, reposan los huesos de tus excelencias, con las que despreciaste, brava doncella, el espíritu de un mundo embrutecido”.
No hubo que pelear mucho contra Exceso porque sus propias extravagancias y exageraciones le aniquilaron; sin embargo, Orgullo no cesaba en su actuación, no cedía la libertad de Cuerpo, voceando intolerante y engreído que sólo él era perfecto y que Soma sin Autoestima (uno de los disfraces de Orgullo) estaría perdido, pero entonces, ante un gesto prodigioso de Humilitas que le apuntó con su dedo índice, quedó congelado el super-pomposo y fue despojado de sus plumas por los canes de Iustitia… ¡Mirad como allí se suelta el oro de su cuello y se desparraman sus gemas! Hasta el peplo ligero que cubre sus vergüenzas cae, viéndose en su bajo vientre la cicatriz propia del dron reducido. No soporta Orgullo el ridículo, se tapa la jeta que el maquillaje ensucia, y tras vomitar calientes vaharadas de espesa bilis, se suicida estrangulándose.
Eliminados los Vicios, liberado Soma que marcha ahora de la mano de Frugalidad, sus Excelencias, Virtudes con sus adláteres, saludaron a las autoridades y se despidieron alegres entre vítores, recogiendo y besando pañuelos y flores que las optimates les arrojaban.
Álex tomó arco y carcaj para acudir al torneo de la manzana de Adán. Los demás caballeros se retiraron para descansar en las cuadras, cerca de sus caballerías.
Ya con las primeras claras Radón el Augur enfebreció. Deliraba. Puede que en el Pozo del Rayo la visión de Moira su hija difunta y el anhelo de Ausonia su señora, perdida en la Meseta Alta, le hubieran causado una Dolencia de Modorrio -eso conjeturó Álex-. “El que padece Modorrio como eventual efecto de emociones fuertes no puede dar juicio cierto de lo que le cumple y tiene o se le queda, por decirlo con expresión de @PiliCarrington, la balanza tiritando” -adujo el Ballestero.
En esto, y como jugada providencial, acudió a las cuadras donde los caballeros se hallaban la tercera perra de Iustitia llamada Tempera, y buscó mansa la caricia de Radón y este le pasó una y otra vez la mano por el sedoso pelo de la cabeza rascando con cuidado la parte posterior de sus orejas, hasta que ambos se durmieron.
Ya el sol provocaba violentos contrastes y achicaba sombras cuando el Augur sefardita despertó. Olía a mar. La mastina Tempera había desaparecido y con ella también los pesares y la fiebre de Radón.
Camino de la Cala del Caimán, los caballeros partieron debilitados y silenciosos. Habían disfrutado de fuertes y nobles emociones en Galaqués, pero habían soñado poco para lo que es menester soñar en una noche entera.
Continuará…
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José Biedma López