El Barón Bermejo [Episodio LXXI. Casilla de la Calavera]
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Bermejo tenía sus motivos para sospechar que la Casilla de la Calavera fuese puesto de guardia de Salmanto, caballero torcido y versucio…
“¡Andemos por si acaso!”. “Ese ‘acaso’ es la cuerda de la que pendemos todos, fatum, hado, Moira kaké, Aisa la Inexorable” –dijo Radón-. “Marionetos” –añadió Álex con sonrisa animosa. “¡Marionetes, puaj, marionetillas, puaj!” –añadió Tordés dando varias arcadas secas. (Basqueaba arcadas cada mañana el Recto porque –según decía- su cuerpo se resistía a abandonar el mundo onírico).
¡Había razones para el nerviosismo, la inquietud, la angustia! “Siempre las hay”. “Puede”…
No sabían qué podrían encontrarse en la Casilla de la Calavera, último escollo para llegar al íntimo corazón del caracol, criatura hermafrodita, para alcanzar el núcleo o matriz de la espiral y salvar a Lynette del acoso vil del Salmanto malandrín.
‒ ¡Subamos. Las cumbres no cierran! –les conminó Bermejo. Y subieron.
Cuando desde la coronilla de un otero el Barón y sus compañeros tuvieron a la vista, abajo, en vallezuelo boscoso, la célebre Casilla, parecióles engendro de la Era Plastilonítica, cuando la última humanidad más osada y con posibles languidecía de aburrimiento y se exponía a transgenia glamurosa y a deportes de riesgo. En aquella era los ricos con esplín se sumergían en las profundidades del océano en huevos reventones para desaparecer al amor de las ruinas de pecios legendarios, o se lanzaban al espacio con el fin de admirar de cerca los fósforos de Titán, satélite de Saturno en el que la mayoría de las veces ardían contentos. En otras ocasiones corrían a clínicas biosintéticas para someterse a complicados programas de amelioramiento, de emulación transexual o de recombinación geniuda. Entonces se construían oficinas oficiales como esotra poliédrica y semitransparente: la célebre Casilla de la Calavera o Casona de Átropos, que también era llamada así. Tras tres guerras atroces se impuso un pragmatismo tecnológico sin dignidad ideal. Lo cool por lo hot.
Y es que hay impotencias fecundas y deleites tristes. Igual que la Princesa de Murrius ganaba créditos provocando descréditos, cárceles hay que valen por museos y museos que se vuelven cárceles con el paso del tiempo y el envejecimiento de las culturas que nunca logran establecerse como civilizaciones.
Muy probablemente el malvado Quejumbroso usase como aduana aquel edificio siniestro –mejor será decir “casona” que casilla, “Casona de la Calavera”-. Desde la elevación en que oteaban y aprovechando la hipertrofiada tele-visión de Ausonia la Marciana, se percataron nuestros amigos de que una batería de artillería no precisamente ligera y totalmente automatizada esperaba en la senda del castro de Salmanto contra quienes pretendieran Acceso sin cumplimentar los correspondientes trámites de cuatro áreas administrativas que se disponían como enorme centro de transformación energética bajo el blasón de la Calavera o de la parca Átropos, emblemáticamente consistente en una enorme polilla (Acherontia atropos)-. Las cuatro áreas eran: Energética, Sanitaria, Estética y Contingente o Imprevista.
Gracias a su mentora en el santuario de Lohizo la cabalista Asarina (cfr. Episodio IX), Ausonia contaba con un IARI (Implante de Acceso a Red Interplanetaria) en una de sus muñecas. La cobertura allí era limitada, así que necesitó varias horas para recopilar en cuatro directorios los informes preceptivos de idoneidad energética para los cuatro drones y sus dos escuderos: solicitudes y boletines, despachos y certificaciones que probaban la aplicación y desempeño de los créditos consumidos en acciones propias de su oficio caballeresco y en sus menesteres ocasionales, bien por lo público, bien por lo privado.
Una vez cumplimentados todos los trámites de la Sección Energética, penetraron nuestros amigos por la Puerta Sanitaria y Ausonia ofreció su muñeca al guante de un bot administrativo que comprobó los partes e informes. Tuvieron que esperar un buen rato hasta que un ciberenfermero reducido les ordenó desnudarse. Cerraron los ojos y controlaron sus vergüenzas mientras pasaban en pelotas y en fila india por una ducha de herradura repleta de sensores, editores de ADN y otros ingenios que calculaban la composición y tensión del fluido sanguíneo, el estado de los órganos principales, su disposición para la existencia y la esperanza de supervivencia de cualquier entidad automóvil en base a complejas tablas de probabilidades para contextos diversificados.
A Tordés le diagnosticaron sobrepeso, hipertensión y algo de azúcar (prediabetes). Y tuvo el caballeroso dron que recibir varios pinchazos y comprometerse a seguir una dieta hipocalórica ante un botministral. Todo ello lo soportó con estoicismo de paciente sumiso y gentilvarón cortés.
En la Sección Estética se propuso a Tordés el comentario de las frases: “El olvido tiene la melancolía de las cosas que mueren; nuestros corazones son grandes cementerios sin epitafios”…
La cita contenía palabras arcaicas como “melancolía”, “cementerio” y “epitafio”. Tuvo dificultades el Recto para comprender la relación entre ambas frases: la que tiene por sujeto a Olvido (gorda prosopopeya) y la que tiene por sujeto los “corazones” (metáfora manida y tonta para el ámbito de las emociones; el músculo tonto que bombea sangre, por los sentimientos, que también pueden ser necios como pasiones insensatas), pero al fin El Recto fue capaz de redactar un escolio en el que subrayaba la expresión “lo que se olvida, muere”, con licencia expresiva para separar el sujeto, mediante pausa gráfica, de su predicado “muere”.
“Sobre nada, muere”, quiso añadir, pero se contuvo. Como corolario del razonamiento conclusivo de su escolio, Tordés añadió el hecho de que la rancia melancolía de un espíritu inquieto y desasosegado bien podría convertirse en un poderoso aguijón crítico –dicho sea esto del “aguijón” con perdón de optimatas aculeatas que portan el suyo muy dignamente-, cual aguja capaz de inyectar el más letal de los venenos a base de sarcasmos feroces, epigramas satíricos e hipérboles despiadadas.
Por su comentario, Tordés obtuvo un apto sine laude.
La Sección Estética bajo el blasón de Átropos la Inexorable resultaba engañosa porque en realidad incluía también, de través o a traición, un examen ético. Aquella oficina más bien había sido diseñada como recepción de un antiguo manicomio. El examen hasta conseguir la nota para cualquier Acceso podía durar días…
“No mires como come el buitre; mira como vuela. – Cada hormiga da su sombra; se pierde cuando le han crecido alas”…
Radón tuvo dificultades para resolver la contradicción que leía en estas dos frases, que aparecieron para él en el monitor del pabellón de Estética sobre un fondo opalino que se aceraba como el iris de un gigante…
“¿Será que lo que llamamos vida tiene dentro mucha más muerte que vida? La ausencia de evidencia de la presencia de la muerte no es evidencia de su ausencia. Aquí está la calavera por debajo de la máscara de pellejo, fibra y músculo. ¡Que a nadie extrañe que sea esta la última bien nombrada ‘Casilla de la Calavera’” –pensó el Sefardita, y hasta las comillas las pensó, ¡tal y como os lo cuento! Ustedes harán bien en creerlo-.
Y vio a Aisa en el gran monitor fascinante, a la fatuosa y también -en cierta acepción infrecuente, fastuosa, la parca Átropos, a la que los hiperbóreos llaman Skuld, la Inevitable, la que corta el delicado hilo vital de la gente con sus aborrecibles tijeras… Aisa, hija de la diosa del Orden, es decir, resultado imprevisto de la dinámica de fluidos que se organiza por disipación. Aisa preside en la pantalla una procesión, una fila de calaveras, hilera de restos óseos desvinculados de todo equilibrio o de toda uniformidad, cada cráneo es distinto, esqueletos con pelvis anchas o estrechas bailan la danza de lo aleatorio que produce necesidad y el tango patético de la necesidad que se deshace en fenómenos contingentes, que se muestra en un pasar y morir frenéticos, donde el azar irrumpe impuro y sin embargo muy creativamente. Como en una fuga de Seba Bach, en la que surge la belleza bajo el dominio de una obsesión.
‒ Sólo hay pureza donde nada crece –explicó una voz en off- y apena, y contrista saber que notamos cuáles son los méritos que nos faltan ¡justo cuando más los necesitamos!… La creatividad nace de la voluntad de sentido, no del sentido de la verdad. De ahí se explica que soñemos con alas de alúa (hormiga alada, hormigo) para elevarnos al Cielo, dispuestos a fracasar cada vez mejor, siguiendo el imperativo del juglar Lombardo, pues todo lo que es mundo y pesar de la carne es mentira verdadera -decía Lombardo acostumbrado a hacerse el Duro.
Radón quiso comprender que el principal oficio del Ángel de la Guarda (Enby or NB) es conocer al Diablo (Enby or NB), el Patillas que llevamos dentro, aunque la vida sea algorítmicamente incomprensible, pues si crees que has comprendido algo bien es que no lo has pensado a fondo; pero si el mundo fuera perfecto, o inteligible, no sabría a nada y, como somos tiempo, todo en la vida es compás hasta el chimpón…
Torero de Virtud, émulo de Elegancia, ¡Radón sabía confundir a la máquina!
A Bermejo preguntó el Maquinón llamado Átropos por el motivo principal de sus aflicciones. El Barón cerró los ojos para abrir los de su espíritu, meditó en silencio durante un buen rato y luego dijo:
‒ Sufro porque la Justicia divina, en cuya existencia creo, no es visible en este mundo. Confío en que, como los neutrinos, la ecuanimidad lo atraviese todo y en que sea como la luz, que todo lo aclara, como la gravedad que modela el espacio-tiempo. Mi principal pesar nace de un anhelo hacia lo sobrenatural que convierte mi peregrinación de caballero en romería de solicitante, en busca del paraíso de lo invisible, impulsado por una luz interior. Me consuela pensar que ese pesar es también un poder, porque al fin es más poderoso quien confía completamente en lo invisible que quien deposita su esperanza en bienes efímeros, palpables, visibles…, mientras que lo invisible e imprevisto perdura, pues el Espíritu será en el fin más poderoso que la fuerza y la fuerza solicitante espiritual someterá a la fuerza solicitada por lo material, y obedecer y regir serán en la consumación de los tiempos lo mismo, abandono, colmo y cierre…
Continuará…
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José Biedma López