El Barón Bermejo [Jornada XLV. Caronta y Nautilus]
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La princesa Gallardona y el Catarato dirigieron las tareas de reconstrucción y calafateado de las heridas que la tempestad había causado a La Caronta. Sí, así se llamaba la navecilla. ¡Vaya nombrecito le pusieron! De mal agüero. Con razón este cronista, seguro servidor vuestro, de vos, amable y paciente lector, no recordaba el nombre de la nave del Catarato. Todo el mundo sabe que Caronte fue transportista oficial de almas de muertos, almas vivas que, algunas por lo menos, las de estrellados jóvenes en carreteras de noche, juerga y bacalao, echarán de menos las alegrías que les daban sus cuerpos. Los viejos, claro, son otra cosa y, por lo menos a ratos, desean abandonar sus cuerpos como exuvias podridas…, almas tristes son en cualquier caso las que atraviesan la aburrida laguna Estigia, porque, contra toda previsión, siguen doliéndose inseguras bajo el gruñido de Caronte, viejo gruñón gordofóbico.
Para salvar a La Caronta, los caballeros tuvieron que reconvertir su quijotesco oficio eventual: “desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables”, en faenas menos gloriosas y más continuas, pero más necesarias y mortales, como ya hiciesen en tiempos de Roma sus legionarios dejando la espada y cogiendo pico y pala para cavar trincheras, construir acueductos, atravesar ríos o abrir montes. O sea, que tuvieron que hacer de electricistas, carpinteros, fontaneros, herreros, pintores y friegasuelos. Robinsón y Viernes prestaron enseres y ayudaron. Robinsón, menos. Gallardona mostró unas dotes sobresalientes para la matemática, la ingeniería y el mando. En una semana tuvieron un paquebote capaz de atravesar las millas que separaban la isla de Robinsón de la Isla de Las Maravillas.
Pronto se vio que Gallardona, que resplandecía y gobernaba con fulgor, blancor y rubor de dos lumbres, no se consideraba arbitrariamente hijadalgo, sino legítimamente, porque descendía de un antiguo tronco de alertonas. Las alertonas fueron creadas por la ingeniera canadiense Alfreda Eltona a finales del siglo XXI. Quiso dar con ellas un paso adelante en la evolución del ser humano, por eso produjo dos ristras con capacidades telepáticas, con branquias y pulmones, dotadas con ultrasensibilidad y dos corazones, uno para los días soleados y otro para los nublados. Una serie incorporaba tres tentaculitos dorados disimulados por el pelo; y la otra casta, sendas antenitas rosadas emergiendo de los pabellones auriculares como el mucrón de las orejas de los linces. Cuando están enfermas o gravemente heridas, las alertonas entran en trance automático de sanación.
– ¡De eso me di cuenta cuando naufragamos, señor mío! Gallardona deshizo el nudo de algas con el que le até el pelo porque no quería que descubriese sus tentaculitos o porque se los tenté sin querer y por eso despertó airada.
– ¡Deja seguir al autor!, Ausonia, hija, ¡rubicunda prenda del planeta rojo! –Le instó su señor Radón a la marciana…
Lo mejor de las alertonas: que no engordan cuando pierden el menstruo ni sufren dolores de cabeza o ardores, ni violentos cambios de humor por faltarles la regla. En realidad, casi siempre están malhumoradas con o sin periodo y sin que venga a cuento; y en la vida civil se muestran muy reivindicativas. Sin embargo, ninguna de las dos castas de alertonas es casta; desean que otra criatura sea en ellas, pero su fecundidad es muy reducida y necesitan convivencia íntima y acople largo con tres drones viriles a la vez, queremos decir consecutivamente, para quedar preñadas con suerte. Son gatunas y de celo temporal, pero muy intenso y vehemente, en estaciones intermedias. Se dice que fue una ellas la que escribió la famosa Fenomenología de la maternidad, tratado que hizo época. Sus partos conllevan mucho riesgo y por su gran dificultad requieren asistencia anestésica y quirúrgica. Ni siquiera está garantizado que una alertona dé a luz a otra alertona y, si el fruto es nene, suele presentar rarezas físicas, anomalías psíquicas y pésimas disposiciones morales. Se comenta que Salmanto es bisnieto de alertona y cuando el río suena…
̶ ¡Eso parece chisme! –dijo Ausonia.
̶ ¡Quieres dejar al cronista que termine?
̶ Sí -dijo Ausonia afectando humildad.
… Cuando se les pasa el periodo fecundo, las alertonas inventan fundaciones, crean asociaciones filoginias, fundan sectas secretas; a veces, raramente, cárteles criminales cuyos miembros sólo son alertonas y siervos de alertonas, igual que ciertas amebas acrasiales que viven independientes hasta que se unen para formar un organismo pruricelular. Se dice que entonces las alertonas se acolmenan bajo el símbolo estético de una reina, pierden del todo su alma individual para convertirse en meros instrumentos de un alma colectiva, al servicio por completo de un fin común.
– Entonces, ¿pocas alertonas conciben voluntariamente? –pregunta Ausonia-. Es natural, ¡tienen que estar enamoradas, o por lo menos gustosas y a la vez de tres tipos que sean tan amigos y liberales que no se destruyan en el acto por intensos celos. Ni que decir tiene que la reina Semerina era alertona. Seguramente sus antepasadas se exiliaron en la Isla de las Maravillas cuando las persecuciones contra transhumanos.
– ¿Fueron perseguidas? –preguntó Radón.
– Sí. En la Tierra se ocultó el hecho, pero en Marte es comidilla –siguió Ausonia-, porque allí se refugiaron bastantes. Durante décadas las alertonas encarnaron la otredad, el inquietante ser que es y no es humano, superior a nosotras las humanas o metahumanas y por ello tan temido como vilipendiado y perseguido, con un odio tan ferozmente absoluto que aún hoy, a siglos de distancia, puede generar escalofríos…
̶ En cualquier caso, forma parte de la obligación de un caballero el socorro de doncella, sea genuina, metahumana, dominatrix, generatrix o alertona, mayormente si huérfana –dijo Radón, que aún se relamía del conocimiento infructuoso de Gallardona.
Como lo que saben tres, sábelo toda res, pronto toda la tripulación comentó que Gallardona era una chica muy especial, que necesitaba la colaboración de tres drones viriles para quedarse preñada y que dominaba la telepatía. Al afecto unieron miedo, y el resultado fue que la trataban con respeto, es decir, obedecían sin rechistar sus órdenes.
La despedida de Viernes y Robinsón resultó muy emotiva. Viernes le confesó a Álex que de buena gana zarparía con ellos y dejaría a Robinsón, quien lo mangoneaba, pero que también le daba pena dejar al inglés solo a merced de su soberbia y su locura. Por lo menos, al jesuita le quedaban plantas e insectos por descubrir y describir, endemismos de la isla Stablespring. ¡Y era como hacer de dios, eso de regalar nombres! A Viernes le encantaba y le ponía inventarlos, como a Eva, hasta que conoció a Serpiente y quiso algo más que jugar con nombres.
Libres de arena y a flote en el Mar Ilusionante, a nadie se le ocurrió pensar que habían desaprovechado la ocasión de beber de la fuente de la eterna juventud en Stablespring. O pensarían que fuera de la isla de Robinsón y Viernes aquellas aguas carecían de efecto.
El Catarato, que había salvado de milagro su motocicleta náutica (¡Dios mío, por qué casi siempre se pierde lo que más se necesita!) entretenía sus ocios patinando con ella sobre las aguas como un guérrido. Le gustaba saltar sobre las olas. “La naturaleza siempre está procreando y parece que en el mar los principios germinales se enredan más fácil”, pensaba. Y, mientras hacía saltar espuma efímera, comenta de la mar, seguía pensando: Los océanos ofrecen como en espejo la estructura de muchos vivientes terrenales y fenómenos celestiales, hasta de instrumentos y enseres: medusas, esponjas, sierras, espadas, cohombros, estrellas…
Luego de su excursión motorizada contaba el Catarato:
̶ Todo es posible en los mares y océanos. No te extrañe que de la concha de un caracol salga la cabeza de un caballo en miniatura o un ermitaño. Pero en el fondo de los océanos también se hallan engendros monstruosos que brillan con luz propia. En los tiempos antiguos vivían en el océano gaditano animales tan grandes que no podían cruzar el estrecho de Gibraltar y en la costa lusitana bullían nereidas escamosas que emitían un dulce canto al morir. Se pasaban la vida reclamando abrazos, pero el exceso de escamas ásperas resultaba repulsivo y las frustraba… Turranio Grácil, naturalista hispano al que consultó Plinio para su estudio de los animales marinos del occidente romano, da noticia de una gran bestia con ciento veinte dientes, algunos como piñones y los mayores del tamaño de un pie humano. Pensaron sería leviatán de la misma especie que secuestró a Andrómeda porque, por encima de los dientes afilados, presentaba jeta de viejo verde y autoritario.
– ¡Ay! En antiguas edades –siguió el contramaestre Alejo- muchos niños cabalgaban sobre delfines. Algunos de estos inteligentísimos mamíferos acuáticos se hicieron psico-pedagogos y montaban niños y niñas en sus lomos y hacían del juego escuela, un día sí y otro también. Hay delfines que se vuelven adictos al veneno del pez globo, sacuden al pececito con el morro, esnifan lo que expulsa y se colocan boca arriba para alcanzar euforias místicas. ¡Y todavía hay idiotas que confunden delfines con tirsiones! Pero habéis de saber, damas y caballeros, que estos bichos acuáticos, me refiero a los tirsiones, tienen un carácter triste, y no alegre y cachondo como los adorables delfines. Cuando los tirsiones se deprimen demasiado no dudan en morder al amigo traicionando su confianza, como terribles lobos de mar. Lo tirsiones nunca se hacen amigos de los niños salvo para abusar de ellos, porque en general ligan menos que el chófer moderno del Papa.
̶ Y sin embargo es sabido que los disgustos y la mala conciencia predisponen a la rija, como también se dice de las habas de san Ignacio –añadió Álex el morado y miró a Tordés por si le quedaban las que regaló la maga Haltamisa.
̶ ¡Semillas de cabalonga (Strychnos ignatii)!, las famosas pepitas de san Ignacio, planta alucinógena que fue descrita por el jesuita Georg Kamel en las islas que Legazpi dominó y dedicó al emperador Felipe tras derrotar al pirata chino Limahong. Alguna me queda, sí –respondió Tordés. Y añadió con malicia-: En pequeñas dosis también se recomiendan en caso de histeria o hipocondría, mi querido ballestero.
Estaban en estas menudencias y pullas, cuando pareció emerger lentamente de las aguas a estribor un cachalote azul-gris, mientras se oía en estereofonía la Tocata y fuga en Re menor de Juan Sebastián Bach interpretada al órgano: ¡Lásilá, solfamirredo-rre!, Lasilá, mi-fa-do-rré!…
– ¿Qué extraña criatura es esta? -preguntó Bermejo al Catarato-, cetáceo que canta con singular y cuadrafónica aplicación barroca.
– Hace nido en la Isla Misteriosa. Lo extraño es verla bogando y voceando por aquí. No es peligrosa si no llevas la bandera del BREXIT. Si la llevas, puede mandarte un misil a la línea de flotación.
– ¿Cómo?
̶ Ese enorme batiscafo es el famoso y anacrónico Nautilus. Fue diseñado por un espíritu indómito para aislarse en mitad del fragor del océano social, porque rumia curiosidades y problemas extraños, totalmente carentes de actualidad. Su ingeniero y capitán es inventor de futuros. Se llama Nemo, nombre que, como sabéis, se dio Ulises para librarse de Polifemo. Navega vengativo y amargado por la herida familiar que le causaron los piratas de la Pérfida Albión y vive obsesionado con un misterio que no desvela y trae cola.
No transcurrió ni una hora cuando lo mismo que emergió perezoso, el Nautilus se sumergió ligero, pero ya no con música de Bach, sino con un tema de Folk Metal costarricense.
Continuará…
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José Biedma López