El Barón Bermejo [Jornada XXXVIII. Extraños en la noche]
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Hernando, dueño del chiringuito, cobraba bien, no obstante, era convidador y una IA disfrazada de tifón dispuso gratis en el centro de la mesa un enorme grial con medio litro de Miura, licor de cerezas silvestres sobre rocas de hielo con cuatro largas pajitas. El copón tenía una forma irregular que simulaba un cráneo. A parte, una copa de licor de golosina sin alcohol para el escudero Artemio.
Acudió entonces Hernando a preguntar si los señores estaban servidos y vieron entonces los caballeros que Hernando lucía en su meñique un bonito nazar, esa pupila negra rodeada de azul turquesa con circular párpado negro que protege contra el mal de ojo. Al barón le costó sorber por su pajita como si una oscura culpa le escatimara el dulce. Sopló fuera del cáliz y de la estrecha caña saltó una piedrecita negra.
Probó luego a beber, sorbió, y el licor rojo como sangre sana soltó parlera la lengua de Bermejo, que animado cuenta a Tordés cómo, recién casados, sintió volcánica pasión por Misolinda, un sentimiento impropio hacia una dueña legítima, adulter in propia uxore, o sea, como quien comete adulterio con la parienta.
–Ya lo dijo San Jerónimo en el Adversus Jovinianum: «Es adúltero el que ama demasiado ansiosamente a la propia esposa» –confirmó Tordés-. No sólo el sabio traductor de la Vulgata, sino la misma tradición poética desprecia a un marido demasiado enamorado de su esposa, al vehemens amator, y eso por selecta que sea su compañía de celda o habitáculo. ¡Nada más ridículo que un marido vehemente y celoso! ¡Si siente celos, al menos debería tener la fortaleza de disimularlos! Así lo sentenció también Andrés el Capellán en su pionero y genuino tratado del amor como obra de arte.
–Pero por entonces, amigo Tordés, todos mis sueños iban a parar en caricias de sus manos y todos mis desvelos en poder apoyar la cabeza en aquellas deliciosas manzanas nevadas. Mientras ella me despulgaba, yo me dormía.
Siguió contando Bermejo que rebelándose contra las costumbres corteses, en aquellos tiempos ya lejanos, Misolinda y él fingían ser extraños en la noche. Quedaban en la Mota de Larry con amigos, cada uno por su lado, y actuaban como si no se conocieran. Se daban celos a posta, se metían mano en público por debajo de las mesas y jollamaban en los aseos como si fuese la primera vez o como si su encuentro fuese tan casual como imprevisto.
Aquello no podía durar mucho… Aunque vivían en un amplio cortijo en mitad de una ancha hacienda, en poco más de tres años se habituaron a la distancia corta, por esa misma rutina se volvieron insensibles a ciertos olores íntimos y a la respiración ansiosa, dejaron de espiar las obscenidades del otro y se dedicaron a velar por la paz y la tranquila convivencia del matrimonio útil, del consorcio austero. El ímpetu erótico perdió morbo y se redujo al suave y medio tono del maritalis affectus con su satisfactorio y cíclico debitus de relax o amansamiento y con su principal y legítimo propósito procreativo, pues mucho les había costado obtener el permiso para la reproducción artesana. ¡No era cuestión de no usarlo!, ¡sábado sabadete, bragas fuera, calzón limpio, y polvete! –ese era el lema-. Aunque resultaba placentero, el jollamamiento iba requiriendo cada vez más esfuerzo y una liturgia consciente. Ponerse a placer les fatigaba.
Poco después, Misolinda adoptó a Adán Tremolante como servidor y caballero. Mejoró con ello la humedad de sus calideces y la ternura de sus caricias. Creía, muy ilusionada por una falta, que podía estar embarazada de Bermejo. Pronto sintió antojos (en realidad fue lo primero y único que sintió, porque el embarazo fue psicológico, imaginario), por eso mandó a Adán, el caballero que la cortejaba, a buscar helados de mora al otro hemisferio ¡en pleno invierno de este!… Y el caballero cumplió con su dómina, aunque en su precipitación arrolló al Chato Ferrero que estuvo a punto de morir por una hemorragia incontenible de napias; le salvó Haltamisa con un parche de hierbas de cosecha propia.
–¿Te acuerdas, Tor, como nos hizo reír eso? Una risa verdadera, desde luego, discreta, pero es un consuelo que otro dron atienda y satisfaga los caprichos desenfrenados de tu señora mientras tú te la trajinas en el lecho una vez por semana. ¡Que otro le rasque la espalda y le cante versos!, mientras tú le hundes la espada (sea dicho esto figuradamente et sine animo dolendi).
–¡Pero Miso es tu amiga íntima, amiga con derecho a roce! (Tordés)
–Una amistad interesada e interesante, una alianza inteligente. Noté con satisfacción que algo le dolió mi tolerancia; pudo pensar que el consentimiento de su marido era prueba de desamor. No se lo reprocho, más bien me halaga. Una amistad pura como un amor puro revisten tales condiciones que son formas de vida raras, más raras que el manturón, gato osuno negro. Por eso dijo Kitaro que el amor es imposible de realizar, tal imposibilidad se sigue de la absoluta impenetrabilidad de la persona viviente. Desengañémonos: la absoluta compenetración de los amantes es irrealizable. De ahí el destino trágico que acompaña a todo amor, la inconstante intranquilidad que siente el amante, la duda incesante que le exige comprobar en cada momento del día si es amado, creyendo siempre dar poco y obtener poco, experimentando la angustiosa sensación de la no lograda compenetración. Por eso el auténtico amor es por fortuna extraño como noche iluminada, rara vez sentido, jamás vivido con plenitud y siempre irremediablemente trágico… Del todo pasa a la nada, del deseo al odio, de la ilusión a la frustración, del conforme al desconforme (Bermejo).
–Ya sabéis vos, mejor que nadie, como termina el gorrión de Trevijano, que empieza el día ufano, alegre, altivo, enamorado… Nunca cantéis victoria, pues al final todo es “breve bien, fácil viento, leve espuma”. Por eso se dolía Campoamor cuando atinaba:
¡Pérfido amor, y cual huye
tras los primeros momentos
del ardor!
¡Santa amistad, que concluye
por cumplir los juramentos
del amor!
̶ Claro, Tordés, sin embargo también se dan amores soterrados bajo el nombre de amistad.
–No os portasteis vos, amigo Bermejo, con el Adán Tremolante de vuestra Misolinda, como un otelo o un personaje trágico, sino como un buen amigo que desea sobre todo que los ojos de su amiga vuelvan a encenderse, aunque sea mirando a otro. Ni os comportasteis como aquel conde carente de humor y sensibilidad que asesinó al trovador que cortejaba y agasajaba con poemas y conversación a su esposa e hizo que ésta le devorarse el corazón (Tordés)
–¿Sabéis si la señora le comió la entraña al trovador con gusto? ¿O con asco? –pregunta Bermejo con curiosidad malsana.
–No tiene nada de extraño que en aquellos tiempos de escaseces lo hiciese con hambre –respondió Tordés con sonrisa de media luna.
–Confiésote, y confío a tu probada discreción, amigo Tor, el detalle de que por entonces, cuando Adán cortejaba a mi señora, yo la encontraba blanda y muy distraída en la cama, nuestra bella y educada Miso prefería la cocina o el saloncito antes que el lecho nupcial para ciertos femeniles desahogos, more caninum vel super virum, y eso a pesar del Consejo Real para la Procreación Regulada (CRPR) que recomendaba decúbito prono (Bermejo, sotto voce)…
–En el 342 después de Nuestra Señora, los emperadores Constance y Constancio sólo aceptaban la absorción vaginal en esa postura que luego no sé por qué se llamó del “misionero”, el varón sobre la mujer también acostada, en la superstición de que facilitaba la concepción.
–Y en la Edad Media creían que si la mujer no eyaculaba y orgasmaba tampoco se quedaba preñada. No extraña la proliferación de bastardos brillantes o vengativos…
¡–Más vale bastardo discreto que bien nacido insolente! –añadió Tor sin venir mucho a cuento, casi como un lapsus freudiano-. ¿No fue el sabio Salomón hijo de un horrible asesinato y de un regio adulterio?
–¡En fin, son rutinas de la carne! ¡Jamás digas esa boca no besaré ni este cura no es mi padre! Pero reconozco que Adán Tremolante, galán de tan cumplida barba vellida, mejoró nuestras costumbres; su antorcha de amor fino, no más que en grado de tentativa, iluminaba los besos que Miso me daba… ¡Ay! Cómo los echo de menos -suspiró Bermejo.
–No pudisteis entonces sentir lo que Felipe de Flandes, al que Chrétien de Troyes dedicó su Cuento del Grial, que pilló a su esposa con Gautier de Fontaines, lo apresó, lo azotó, lo apaleó y lo colgó de los pies hasta la muerte con la cabeza metida en una cloaca.
–¿Cómo se purificará de su intrínseca brutalidad el amor? ¿Sin dificultad? –preguntó Bermejo.
–De ninguna forma o sólo reconociendo que no es ni eterno ni infinito. Sólo puede conservarse puro si su baja realización animalesca resulta imposible o si se sacrifica voluntariamente su satisfacción y resolución. Entonces se vuelve mejor que finito, aunque no me atrevo a decir infinito. El vuelo del espíritu exigió y exigirá siempre el sacrificio de la carne, o sea, su sacralización –respondió Tordés.
–Engañar al deseo, como engañar a un mentiroso o robar a un ladrón…, como contrariar a un niño egoísta o desobedecer a un tirano ciego. ¡Sublime traición al destino mutante y combativo impuesto por el egoísmo de los genes! (Bermejo).
–Justificado engaño a su oscuro azar combinatorio. Recuerda las palabras de Andrés el Capellán: un dron entero no puede ser un verdadero amante si no ha cumplido los dieciocho, pues no sabe controlar su excitación y se ruboriza y se escandaliza por cualquier estímulo procaz o simplemente valiente. Además, una vez consuma su necesidad de deyección, el bisoño se apaga (Tordés)
–Sin contención, llámala si quieres represión, no hay erotismo, ars amandi, ese invento de nuestras antepasadas (Bermejo).
–Exacto. Sólo un animal salvaje se conforma con la cópula, el alivio de la evacuación, la plenitud de la preñez. Y digo más, la persona que se entregue por dinero o posición, que nadie la tenga por enamorada, sino por falsificadora del fin’amor y digna compañera de putos y meretrices (Tordés).
–¡Y de cuántos modos y maneras Amor burla a la sesuda decisión del CRPR y del CCD [Centro de Control Demográfico] dando rodeos o saltando tapias!, ¡atrevido tunante y persuasivo sofista! (Bermejo).
–Debemos engañar y vencer su racional, planificada y programada eugenesia evolutiva, transvírica, transvirtual… ¿Inhumana? (Tordés).
–O transhumana. Ya desde antiguo el diablo nos ofreció como incentivo el “Seréis como dioses”. Sabía de qué pie cojeábamos; jamás valdremos por lo que somos, sólo por lo que podemos llegar a ser (remató Bermejo).
–Pero podemos llegar a ser malísimos…, peor que animales.
–Peor que animales, mejor que animales, pero jamás sólo animales.
El rucio rebuznó fuera, como protestante. En ese preciso momento en que parecía que Tordés deseaba discutir con Bermejo, ambos quedaron pasmados y mudos viendo entrar en el chiringuito a Macías el juglar con la mesera de pelo añil y brazos tatuados a la que Bermejo tomó por hada glamurosa, pues le regaló tres frutos del Árbol de los cobres en la Aldea del Godo (v. I). Formando cuadrilla con ellos y armando follón saludaban a Hernando como si le conocieran de toda la vida otros dos: Ausonia la marciana y el poeta Salmón Macrinus, que remiraba atrás inquieto, como si le persiguiese la histeria asiática o un virus sinense.
Continuará…
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José Biedma López