El Barón Bermejo [Jornada XLI. Ancló el Catarato]
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Al contrario que Radón, que tenía fama de lúser [perdedor], Gracián de Vasaltar aparecía señorito-dron de moda en Telemunda y, ¡encima!, amigo de Salmanto el Quejumbroso y de Guevar Treceño, teutón con cada ojo de diferente color, como ciertos perros siberianos. ¡Ay, todos quieren ser menos buenos que famosos y temen menos a la conciencia que a la fama! ¡Menos mal que todos se ríen del mono y él de todos!
Gracián había ascendido a la Orden del Penacho Gualda por concurso restringido para diversos funcionales. El aspirante a caballero sufría lesión en la entrepierna que le impedía montar a caballo, todo lo cual era tan paradójico por no decir contradictorio como el concepto de discriminación positiva por el que había conseguido escudo, lanza, espada y posición. Radón era otra cosa, él había logrado la membresía y el penacho por méritos propios, aunque su hija adoptiva Moira le había deshonrado y el fantasma de su hermano Aurelio, al que mató sin querer, le asustaba cada viernes a las doce y cuarto post meridiem. Aurelio había sido probador profesional de camas de lujo y como dormía por obligación de diez de la mañana a seis de la tarde, a la hora de las brujas estaba “parromperse”, según expresión propia. Cuando apretó el gatillo, Radón no pudo pensar que este animalillo le importara tanto a Aurelio y que tuvieran por él tan amarga disputa que acabase en tragedia… Pero no quería pensar en esto. Agua pasada no mueve molino.
Moira, hija adoptada por los dos hermanos, Aurelio y Radón, había vestido lana y vagaba por los caminos, las calles, los parques… Se dedicó a la mendicación viciosa o mendicidad disoluta, engañada por una secta que sostenía la impecabilidad del místico y la supremacía de la marifa (contemplación directa de Dios), sobre el ilf (razonamiento sobre prácticas externas). Lo peor no fue el lavado que le dejó el cerebro de un gris rosa, chocho de mona; lo peor fue cuando abandonó la secta, porque eso le produjo desgarro emocional, una llaga dolorosa e incurable que no dejaba de supurar, abierta, profunda, que reclamaba todos sus cuidados y muchos lametones. Entonces no importaba ya si para prolongar el éxtasis que la sacaba de sí misma era necesaria danza, sexo o droga, con su parafernalia de alucinaciones celestiales o infernales. Ella se abría en canal por si alguien estuviese dispuesto a navegarla. De tanto concentrarse en el Ser necesario y en lo Uno, una acaba adorando la Nada, y la caquita que somos acaba imponiéndose como el mal olor en el retrete. Aun queriendo reducirse a nada, una debe dividirse y diversificarse por un tiempo, y por otra parte necesitaría un espacio infinito para lograr su objetivo. Mucho antes de que esto suceda estarás lerda o muerta. De modo que el éxito nihilista ya está programado.
Y contando alucinaciones, fue Radón quien primero, cuando salió de la tienda a orinar en la madrugada, creyó ver a Moira, que había sido partida en siete pedazos por un tráiler, en la cubierta del yate de Chente Catarato, que se acercaba con la gracia triste del adagietto de la quinta sinfonía de Mahler al muelle del chiringuito y a la playa, como si ésta fuera la del Lido veneciano. El augur sefardita se restregó los ojos, pero entonces vio doble alucinación: a su hermano Aurelio, el probador de camas de lujo, abrazado a Moira con un brazo y a los dos saludándole con la otra extremidad. Se volvió a restregar los ojos y vio a su tutora Lady Violante junto a dos sombras: la de los padres que no había tenido, pues Radón era producto industrial, biotecnológico, un huérfano innato de un micro-renacuajo y un huevecillo sin rostro, como dos ceros. Atribuyó aquellas apariciones a los excesos de la noche con las mazodronas.
Tordés el Recto, mientras se desahogaba poco después, no vio lo mismo, sino a su amiga Larisa con los pechos al aire y agitando la camiseta colorada desde el púlpito de proa. Tomaba una ducha y se aseaba sin esponja, con las manos. Tordés recordaba que esa costumbre de su amada Larisa, episódicamente. Y pasó también con Bermejo. que salió de la tienda poco después buscando aliviar su vejiga y vio todavía de lejos el balandro del Catarato: ¡Le pareció que Misolinda se mostraba en la amura de estribor de perfil, fértil y henchido su vientre de energía, como una supernova! Por su parte, antes del desayuno, la marciana Ausonia vio sobre la nave a su padre Titonio, con el que se enlazaba cuánticamente.
Algo le quedaba a Hernando de pitanza en el chiringuito, manducatoria que había sustraído al ansia devoradora y saqueadora de las mazodronas, porque nada más amanecer a todos sorprendió el olor a torreznos y a zarangollo. En la pantalla encendida por encima del mostrador aparecían Guevar y Gracián, entrevistados por Mirlona de Guarrizas, cronista de actualidades que se había hecho famosa por una crónica sobre la resurrección del Preste Juan.
Cuando Ausonia, marciana afable y comunicativa, le dijo a Hernando que había visto a Asarina colgada por el cuello de un palo y a su padre Titonio en una chalupa acercándose a la playa antes de amanecer y resplandeciendo a la luz de la luna como si fuese albino, Hernando les aclaró el asunto y les dejó tranquilos: La Cala del Caimán tenía ese encanto o propiedad que nadie sabía si era buena o mala, pues a algunos confortaba y a otros desesperaba: los días de plenilunio y a ciertas horas próximas al rayar del día cada quisque que se asomaba al mar veía en él lo que deseaba, con tal de que no supiese antes que iba a ver lo que quería ver y no lo que había, así que para él y la uruguaya que trabajaba en la cocina, que también lo sabía, la playa había perdido ese encanto, aunque le quedaban otros… Y a continuación Hernando se puso serio y les enseñó un fusil automático que utilizaba de vez en cuando contra intrusos de la gruta marina vecina y contra huéspedes pesados, pues se sabe que el huésped a los tres días apesta, como el pescado. Luego, cuando Bermejo pagó la cuenta, Hernando se mostró más dicharachero comentando las fotos que adornaban la pared de poniente del chiringuito: una servilleta enmarcada en la que Akiro el filósofo había tomado unas notas en tironiano, escritura rápida inventada por un secretario de Cicerón que precisamente se llamaba Tirón un siglo antes de la Era de la Magdalena. El tironiano todavía se enseñaba en los monasterios medievales, donde el sistema se extendió a trece mil signos.
– ¿Sabes, Hernando, que antes de Marco Tulio Tirón, Jenofonte ya inventó un sistema taquigráfico para escribir sus Recuerdos de Sócrates mientras tajaba cabezas y cuellos en Persia? –esto preguntó y enunció Tordés, que se había formado taquígrafo para aprender todo lo que pudiera sobre el sí mágico de Stanislavski en la Facultad de Representación, Escenificación y Dramaturgia, a la que acudió joven y que constituyó su segunda desilusión, después de que Tabita la gacela le reprochara su exceso de peso y se fugara al bosque con Salmanto de picnic, que tenía moto.
– Pues no, no lo sabía –respondió Hernando complaciente y socrático.
̶ ¿Y qué dicen las anotaciones de Kitaro el filósofo, las de la servilleta?
̶ Dicen que en el Espejo de la sabiduría se reflejan todas las cosas del cielo y de la tierra excepto el rostro de quien mira en él y que todo lo demás son opiniones; Kitaro añadió a eso “…y no fe verdadera”, pero luego lo tachó. El filósofo escribía con tinta azul nomeolvides que es como el violeta de los pensamientos, y con pluma de ala de cisne, en aquella época en que se fabricaban maquinetas de fer punta para dos vegadas y luego se tiraban y había que comprar otras o sacar punta al lápiz con una navaja clandestina.
Hernando también mostró orgulloso un grabado antiguo de la diosa del ajedrez Caissa [la patrona del juego de los sesenta y ocho escaques es Teresa de Ávila], firmado por los dos grandes jugadores del siglo XXI: Estilpón el sofista, jugador combinativo, y Copelipona la tartésica, jugadora posicional. Más allá tenía Hernando enmarcada la flecha luminosa de Zenón de Elea, que por un extraño juego óptico parecía salir del marco para ser donde no estaba y estar donde no fuera. También contaba el establecimiento de Hernando con la portada enmarcada de uno de los quince ejemplares del Guijarro número 0001 de LA GRAVERA (septiembre 2000), obra rara de VBZ o del ballestero Vicente Zaragozá, Señor del http://Islote Surrealista, perteneciente el género diarístico, que trataba en aquella época, anterior al virus sínico, del imaginario cotidiano, cuando lo cotidiano se volvió inimaginable. Por último, Hernando protegía en un cofre una reliquia muy antigua de santa Madona, que antes de ser elevada a los altares ejerció como piltraca global y se hizo famosa por sus rápidos, rítmicos y violentos movimientos de cadera. No quiso decirnos de qué se trataba, pero debía de ser algo íntimo y carnoso.
Todos estaban absortos en estas maravillas cuando sonó la sirena del barquito del Catarato. Tres pitidos largos que les sacaron a todos de sorpresas y espantos, disponiéndoles en marcha ilusionada hacia la aventura.
Continuará…
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José Biedma López