Del Consultorio Emocional de Claudia Prócula
Como Claudia jamás cultivó la infamia ni la maledicencia, tenía pocos seguidores en Twitter y en Facebook, ni siquiera había colgado su perfil profesional en LinkedIn, pero contaba algunos amigos con los dedos de una mano. Tal vez yo fuese como su índice o su dedo gordo, el caso es que Claudia me había nombrado albacea testamentario.
Emocionado, agradecí a los dioses su confianza. Por eso visité una pequeña quinta que había comprado a las afueras, cerca de donde Coco la atropelló aquella noche aciaga y sin luna.
Allí encontré el archivo de su consultoría metafísica. Meteré en La Caja del Entomólogo algunas de sus epístolas con sendas respuestas, quizá puedan servir de confesión para aturdidas o de guía para azorados.
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Primera carta
Estimada doctora:
Me llamo Isis. Me dirijo a usted perpleja, en la confianza de que su probado buen sentido podrá, si no disolver del todo el proceloso horizonte de mis dudas, sí seguramente orientar mi barca a un puerto seguro, al abrigo de la tormenta que conmueve y pone en peligro mi tercer matrimonio.
Creo que el tercero de mis esposos es, como su antecesor en la carga, un poco bruto. Fíjese que le ha prohibido a mi niño Javierín hacerse píldoras tanto en público como en privado, en dos ocasiones con sendos tozolones, mientras a mí me consta que él, mi tercer marido, se las hace impúdicamente, las píldoras, tanto en el baño como en el dormitorio. Me pregunto, horrorizada, si este disgusto -pues el muy terco de Aniceto se empeña en mantener la inconsecuente prohibición y ha hecho de ello cuestión de contradictorios principios- enrarecerá el clima doméstico o enviciará nuestras relaciones para siempre… La verdad, ya no sé si mi psique aguantaría un tercer divorcio, pero temo sobre todo por mi Javierín.
No puedo dar más de mí: me siento perdida, agotada, deprimida, irritada, cual histérica ama de casa que empieza a desmerecer… Dígame, Claudia, aconseje a esta madre y esposa confundida, con el corazón dividido:
De mantener su padrastro, Aniceto, la represión de las maniobras nariciles de mi Javierín, ¿le supondrá al niño un trauma psicológico insuperable?, ¿será por ello por lo que se sigue haciendo pis en las sábanas de Holanda casi todas las noches?, ¿buscará luego en las drogas o en las parafilias una compensación al pildorismo frustrado?, ¿acaso no será más saludable para el desarrollo del alma tierna de un pimpollo como el mío, mi Javierín, hurgarse francamente en público, antes que tocarse las napias a hurtadillas y como si hacerse píldoras fuera el mismísimo acabose?
Espero ansiosa y angustiada su inestimable consejo.
Respuesta:
Querida Isis:
¡No te contristes, cielo! La vida opone a nuestra dicha estos dilemas: una no sabe entonces con qué narices quedarse para conservar la alegría.
Porque, si tú admites la autoridad de Aniceto, tendrás que aguantar el berrinche de tu Javierín, y si consientes las maniobras indecorosas de Javierín, entonces tal vez tendrás que soportar la bronca o el mal aire de Aniceto. San Jerónimo llamó a estos argumentos «cornutos», porque los dos cuernos del dilema te envisten que no veas, y como no sepas darle una larga cambiada al morlaco del dilema acabas en la Unidad de Cuidados Morales de Claudia Prócula.
Pero no todos los dilemas son tan tristes. Observa éste, que le debo a mi padre:
«Si la vida es alegre, ¿por qué entristecerla?; y si es triste, ¿por qué no alegrarla?»…
Sin embargo, los humanos somos tozudos y hacemos de casi todo cuestión de narices. Eso sucede por no hacer de tripas corazón y de corazón prudencia.
Recuerda que está hecho de vanidad masculina el collar con que tiramos de los hombres para que, enredilándolos, no se hagan daño a sí mismos ni nos toquen las narices. Ellos están hechos para morir pronto de cirrosis o de herida de caza o guerra. Nosotras los domesticamos si es posible para que aguanten riñas y duren más, pero también porque nos resultan útiles a veces y aptos para abuelos bonachones.
Mi recomendación es que no le regatees a tu actual pareja sentimental estos pequeños desquites, ni a tu hijo los desahogos si quieres conservar a los dos sanos y dóciles. Y si el nene se queja demasiado por un par de tozolones de nada, pues adelante, haz la vista gorda y déjale que se hurgue a gusto. ¡Pero con ello no le harás más fuerte ni conservará mejor el equilibrio!
O sea, déjale a Aniceto que gobierne en lo menudo, mientras tú tomas sin dar voces las grandes decisiones. Y hazte cómplice de Javierín animándole tácitamente a que juegue con sus mocos cuando Aniceto esté ausente. En la sociedad del espectáculo la sinceridad como la visibilidad están sobrevaloradas y el disimulo menospreciado. No descubras jamás cuál es tu dedo malo. Disimula tus flaquezas, Isis. Incluso vela lo que te pone.
Ya lo decía Gracián: “no se ha de descubrir, ni lo que mortifica, ni lo que vivifica; uno para que se acabe, otro para que dure”.
Más: recuerda que «peseta» era el diminutivo catalán del peso castellano. Luego, negocia con quien tengas que negociar como solían hacer los catalanes, que más vale ser dueña, mejor que vivir de media pensión o de subvenciones.
Besos de gnomo.
C. P.
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Por presentación y transcripción, José Biedma López, para el Café Montaigne.