El Barón Bermejo [Jornada XXXV. De liberalidades]
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Lynette había sido diseñada según un añejo canon de hermosura, con cinco cualidades en tres cataduras: blanca en tres, colorada en tres, negra en tres, ancha en tres, larga en tres. Blanca en rostro, tarsos y garganta; colorada en labios, mejillas y palpos; negra en cabellos, pestañas y antenas; ancha en caderas, pronoto y muñecas; y larga en talle, tibias y garganta. Con el tiempo se había rediseñado a sí misma varias veces y entrado en plástica cirugía. Alteraciones menores: un pulmón Smokeresister Mun14 holandés, un incruste en el oído izquierdo que le permitía escuchar el sonido de una pluma al caer o la intensidad del pálpito rítmico del corazón de su amante (desconectable), también una córnea Longops4 que pagaba a plazos. Su cabello seguía siendo liso, pero se elevaba en panal de trabajados crinales sobre su frente. Su piel se había esclerotizado enriquecida con melanina, pues amaba tomar el sol en perla. Como sus pechos no tenían más fin que el estético y sensual, se mantenían firmes con sus botones ligeramente espinosos apuntando hacia arriba, tal que los cuernecillos de un añojo o los brotes nuevos de una oliva. Carecía de élitros.
Misolinda nació trigueña, muy rubia. Había enriquecido con implantes su cabello ralo, al principio un brillo dorado en su pubis angelical –según recordaba Bermejo- y ahora una mata densa en ondas de oro se deslizaba por su espalda casi hasta los órganos bulsátiles de sus caderas. Tenía permiso pero no había podido hacer valer su condición de infanta productiva, mas su inquietud no se enranciaba en melancolía. A veces, muy pocas, se preguntaba si estaba triste por no tener descendencia o no engendraba vástagos por andar triste. Descontenta por no haber generación de Bermejo, se había propuesto estimular la relación y apasionarla con retorcidos amoríos. De virtudes muy bastecida y dueña de gran consejo, Misolinda igual se ponía a veces en oración que entregaba sus créditos y actividades a obras solidarias: sostenía a una huérfana salvaje, contribuía a plantar escuelas en el inframundo, donaba al fondo de colonización marciana y cotizaba para la redención de cautivas en el Califato. Los raros momentos en que languidecía mohína, el iris de sus ojos semejaba el azul del cielo poco antes de la atardecida.
Los caballeros abandonaron a Elica, avatar de Juliana, satisfechos de su trabajo en la reconstruida morada de su retiro espiritual, no sin haberla oído antes decir y hablar durante tres horas de lo que no puede hablarse ni decirse: lo místico, que algunas llaman “lo ético”. La abandonaban bien provista, a ella y a sus siete gatos (cinco machos, una hembra esterilizada, Guiri, y otra reproductiva, Negri), con una parte considerable del abundante pescado que atraparon mientras les llovía. Elica sólo pudo referir a dos de sus visiones y completar una revelación, mientras remataba la segunda entró en una especie de trance, por un momento los ojos parecían querer salírsele de las órbitas, pero el hecho fue que Elica se dormía, el sueño se apoderaba de los jardines verdes en que nadaban sus pupilas como si los párpados necesitaran abrazar a la niña de sus ojos. “Los quemados también somos hogar… Nadie invierte en nubes y siempre están al alza”, musitó, antes de caer rendida. Los caballeros la acomodaron en su jergón y la arroparon.
Poco después, Bermejo y Tordés respetaron el potente ronquido de la monja euskárica y la dejaron abandonada en sincopado silencio procurando no hacer ruido con el fin de reunirse con Radón, que pasaba frío fuera porque era alérgico a los ácaros de gato, y con Álex que fumaba culpable, culpable de fumar, no de haber fumado. Disimularon con unas ramas la entrada de aquel extraño agujero en la montaña. En el exterior, el pollino Sin-nombre rebuznó. Parecía contento, ora porque ya no cargaba agua, arena y piedras, ora porque había cedido parte considerable de su impedimenta.
̶ ¿No marcha el borrico Sin-nombre demasiado ligero? ¿Tal vez hemos cedido a Elica la Abandonada demasiados víveres? –preguntó Álex el Morado.
̶ Todo caballero es liberal –sentenció Bisejo, refiriendo a la generosidad de todo caballero.
̶ ¿Todo? Ese cuantificador global me suena a chino. No todos los cuervos son negros, he visto a uno albino. Jamás podrás verificar tu aserto. ¿Acaso has conocido a “todos” los caballeros que fueron, que hay y que serán? Además, te recuerdo que tal tesis categórica, universal afirmativa, no es contradictoria de “Algún caballero no es liberal”. Sigo en esto al maestro Abelardo –razonó Álex mientras su rostro brillaba con matices púrpuras.
̶ ¿Quieres decir que “O bien no hay caballeros o bien hay un caballero que no es liberal”.
̶ Probablemente –confirmó el Morado.
̶ Lo que yo digo es que un caballero que no es liberal ¡no es un verdadero caballero!
̶ En tal caso “tu caballero” sería como esos regüeldos que siguen a la ingesta de cerveza, un universal opinabilis, un flatus vocis.
̶ El tabaco te ha mareado… Suppositio materialis simplex, non formalis; la tuya es una suposición grosera. Quiero decir que la formalidad de todo caballero exige liberalidad.
̶ ¡Bah!, uno puede ser formal caballero sin ser liberal, de hecho un caballero, como cualquier otro ente real o de razón, no tiene más remedio que estructurarse con forma… Y cuando dices “todo”, ¿te refieres a cualquier caballero o a cada caballero?
̶ Nada de eso, Álex, “todo” no es aquí lo que Prisciano llamaba ‘nomen apellativum’. Claro que “Ningún caballero es Todo caballero” es oración verdadera; la caballerosidad, como la culpa, está muy repartida, aunque algunos son tan codiciosos de culpa y se sienten tan angustiados por la caída en el tiempo que se entregan prematuramente a la eutanasia, por puro amor propio.
̶ ¡Ya! He conocido a una enferma terminal de Responsabilidad Crítica. Es como si tuviera que cargar en sus corbículas con todo el mal del mundo, se llamaba Simona. Si hubiese dado con un especialista en la patología de Responsabilidad Crítica y éste la hubiese curado, no habría curado a “todos” los enfermos de dicha patología, sino a Simona. Son los enfermos particulares los que se curan o la espichan.
̶ ¡Al decir “todo caballero”, certero Álex, también yo refiero a la colección de los verdaderos caballeros con nombre propio, sin carga existencial, de modo que ninguno de los que existieron, existen o existirán, reales o imaginarios, quede excluido. Por ejemplo, ¡y atiende a esto!, un caballero no generoso, incapaz de amar el bien común por encima del propio, resultaría excluido de mi colección por no ser liberal, mientras que “algún-caballero” es nombre compuesto que representa indeterminadamente a este o aquel incierto caballero.
̶ Sin embargo, honrado Bermejo, tu clase de los caballeros no es ella misma un caballero, el conjunto no pertenece a tu “colección”, luego es absurdo atribuirle la propiedad de liberal a la clase lógica de “todos tus caballeros”. Sería absurdo sostener que el conjunto de todos los caballeros es generoso o liberal. ¿Admites o no admites la posibilidad, o mejor dicho la contingencia, de la existencia de un caballero no liberal?
̶ Álex, querido amigo, ¡saltas con demasiada facilidad de la lógica categórica a la modal! De las clases a los conjuntos. La conjunción “Es un caballero y es no-liberal”, o “hay un N tal que N es un caballero y es no liberal”, me parece definitivamente contradictoria. Tal vez las hipotéticas “O es un caballero o no es liberal” y “Si es un caballero, es liberal” te ayuden a comprender lo que quiero decir. Las tengo a las dos por verdaderas, siempre que se entienda la disyunción en un sentido excluyente.
̶ O sea, que para vos, la proposición “es un caballero y es no-liberal” es una contradicción, un absurdo lógico… Por lo tanto, de ella podría seguirse cualquier otra proposición, tanto verdadera como falsa…
̶ Por supuesto, Ex falso sequitur quodlibet! De lo falso se sigue lo que quieras…
̶ Es decir que si yo soy una tábano morado, entonces Salmanto el Quejumbroso es un caballero.
̶ ¡Salmanto! ¿Salmanto? ¿Por qué metes a nuestro archienemigo en esto? ¡Ningún razonamiento que incluya una hipótesis falsa podrá ser concluyente!
̶ ¿Crees que el caballero Salmanto, nuestro archienemigo, es liberal?
̶ ¡No, de ningún modo! ¡Es un cantamañanas, un energúmeno, un codicioso de honores, un abusador de damas, un monstruo!
̶ Pero, Bermejo, la idea no siempre encarna en la materia una forma adecuada… ¡Por eso los monstruos existen!
̶ Y los malos sofistas como vos, también… La posibilidad de que se dé en el mundo un caballero no-liberal es de dicto, ¡pero no de re! –dijo Bermejo desesperándose y apurando el realismo de su argumento.
̶ ¿Quieres decir que Salmanto sólo es caballero de boquilla, de nombre, pero no en realidad?
̶ Exacto.
̶ ¡Acabáramos! Los caballeros acostumbran a ser liberales. Eso es todo, es decir algo habitual, acostumbrado–concluyó Álex caritativa e hipotéticamente, apaciguando con ello a su amigo, aunque no del todo, mientras desaparecían las vetas purpúreas de su rostro.
En estas curiosas menudencias y justas racionales se entretenían y ejercitaban nuestros campeones mientras bajaban hasta la Cala del Caimán por una empinada cuesta que zigzagueaba entre dos acantilados. Ya desde lejos percibieron el rústico tejado de un chiringuito y, más allá, lamido por el mar baboso, un embarcadero de tablas.
Continuará si la Señora lo consiente…
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José Biedma López