El Barón Bermejo [Jornada XXIII. Diéresis]
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A la intemperie durmieron lo que pudieron los cuatro caballeros y el escudero Artemio, antes Armenio. Bermejo se comía el coco con las revelaciones de Pedro Lino. ¿Querría o no querría Lynette que la liberasen? ¿De verdad estaba secuestrada contra su voluntad? ¿Qué participación tendría ella en las apuestas patrocinadas por Telemunda en “Corazón de Hastío”? ¿Donna voluble o pluma al viento? La nueva imagen que no conseguía desechar de una Lynette cómplice de Salmanto contrastaba con la de su dueña Misolinda en traje esmeralda con la espalda al aire: leal, tolerante, sabia de cuentas y amiga del zumo fermentado de uva palomino, que tomaba a sorbitos, muy fríos, en catavinos, por su boca tan bien trazada que valía lo mismo para libar que para hablar que para guardar silencio, y por su cuello, ¡ay su cuello!, que se erguía fino, libre, engreído, con nuez tierna y escasa, solicitando labios si no dientes. ¿Querría Lynette ser rescatada?
En dirección norte, Bermejo sabía que descendían hacia el mar. Su yegua Isabela marcaba el paso a gusto, las demás bestias le seguían. El Eve Moon de su muñeca parpardeó en azul indicando cobertura limitada para el comunicador. La CSA (Asociación de Solidaridad Caballeresca) proporcionaba las coordenadas de la finca Esnaar.2, bajo la posesión (no la propiedad) de Nicolaï y Aloï, estancia próxima a la costa. Allí habían duplicado su famosa residencia y original galería, ampliada, isomorfa a su original paradigma en la remota Polinesia.
Nicolaï Michoutouchkine, descendiente de una larga saga de cosacos, les recibió con una camisa multicolor y un papagayo en el hombro, los brazos abiertos, los labios estirados en amplia sonrisa. Se veía que devolvía con gusto la hospitalidad que recibió en la Aspericula del Santo Reino de Vandalia por parte de Bermejo, en aquellos viejos tiempos en que los caballeros pasaban todos por valientes y las damas, su más fina mayoría, crême de la crême, por frías. Nicolaï, ojos azul cielo y piel transparente, vivía con Aloï, ojos negros como azabaches y dientes blanquísimos como perlas, y ambos rodeados de animales y plantas de las más diversas edades, especies y diseños. En su caserío, huertos y jardines, podías encontrar representados, disecados o vivos, todo tipo de criaturas: zorros voladores (roussettes), peces y volátiles de cualquier plumaje, especímenes que conformaban el asunto principal de los dibujos, acuarelas y pinturas de Aloï, al temple, al óleo, sobre papel o sobre saco de copra, o trenzados en lana en tela de yute.
‒Yo, señores, crecí alegre entre pollos y gallinas.
Aloï Pitioko peinaba a sus gallinas y gallos porque, según decía, amaba la vida, la luz, la vivacidad de los colores que se reflejan en sus plumas. “Los relaciono y comparo a menudo con humanos y así atrapo mejor su comportamiento”. En su “Portrait d’Aloï au coq sous la lune”, un acrílico sobre isorel (aglomerado), Nicolaï representa a su amigo con un gallo magnífico en brazos. Durante más de diez años, Aloï pintó sobre todo gallos que asimilaba a personajes. “Son más fáciles de dibujar y hasta pueden simular al Crucificado”, decía. A veces, Aloï mezclaba sus plumas con el cabello de los bailarines polinésicos, recordando el papel esencial que juegan los penachos en la elaboración de máscaras ceremoniales y trajes festivos. “Claudio Eliano comprobó que los gallos son inmunes a la mirada atroz del Basilisco y que lo ponen en fuga con su canto”, añade Nicolaï, ruso muy leído.
En otra de sus pinturas, Aloï representa a un gran gato gris atigrado batallando con gallos y pájaros. Un cerdito gurmé y una cabritilla voraz también aparecen y desaparecen en cohabitación difícil con el resto de huéspedes del Esnaar.2, entre los cuales no faltan tortugas y pequeños dinosaurios herbívoros desextintos. Las escamas multicolores de los peces brillan en sus estanques y entre los pies de los personajes de cuadros y cortinas, pero también nadan en el cielo de las telas o maman de senos de damiselas en los estampados de sus camisas.
‒Sí, señores –afirma Nicolaï, explicándose ante los compañeros del Barón-, yo le enseñé nuestra colección genuina de arte oceánico a Anaïs Nin, la erotóloga de origen español, cuando visitó Vanuatu. Sabes, Bermejo, que me eduqué en el misticismo ortodoxo eslavo, en lo que quedaba de él, como lector empedernido de Tolstoï y Dostoïevski y adicto a largos paseos y al silencio de bosques y montes, lugares ambiguos poblados de centauros, donde los dioses se mezclan con mortales. También me aficioné al dibujo de ruinas celtas y me mantuve fiel a la magia de los iconos primitivos (eso, por “culpa” de mi madre). Me enamoré de los colores y en ellos hallé nicho creativo y refugio para mis tormentos de chico solitario.
‒¿Amaste siendo muy joven? –preguntó Álex.
‒Debo reconocer que temporalmente encontré consuelo en el anillo de los brazos de Tania Frolott, persa de origen eslavo; sin embargo, fue necesidad más que verdadero amor. No me estimaba demasiado a mí mismo como para poder amar; no tenía suficiente para dar. Huía de mí mismo. Recorrí los monasterios y lugares sagrados más famosos del Este de Europa y de Oriente Medio, sediento de espiritualidad. Continué mi peregrinaje hasta la India, Sri Lanka, Nepal, Birmania… Amistades efímeras… Con mis dibujos y acuarelas me mantenía, hacía camino. Me impregné de budismo, compartí el pan de los pobres y fui recompensado con varias experiencias extremas (o místicas) que revolucionaron profundamente mi visión del hombre y del mundo.
‒¡Del mundo! –gritó el loro.
‒Escogí contemplar y conocer, en lugar de juzgar, ¡he ahí la clave! “Vía de Maimónides”, así la llama Nikolaï –dijo Nicolaï con ka, mayestáticamente-. Por fin, añadiendo fe y coraje, me establecí en Nouméa, en Oceanía, de cuyas artes tradicionales me enamoré. Sin buscarlo, acabé convertido en coleccionista y galerista. Entonces conocí a Aloï Pilioko –Nicolaï miró a su compañero, al que brillaban los ojos de emoción-. Aloï estaba interesado por el dibujo. Le enseñe lo poco que sabía y le hice mi socio. Nos embarcamos para las Nuevas Hébridas, actual Vanuatu, y recalamos en Port Vila. Cerca compramos dos hectáreas próximas al mar. En este parque disponemos de diez, pero no es lo mismo.
‒¡No es lo mismo! –subrayó el papagayo.
‒No tuvimos más remedio que aceptar el cambalache, la Corte de la Reina quería reducirnos…, apelamos y, al fin, aceptamos ser domesticados –añadió Aloï.
‒Formáis una diéresis perfecta –concedió Bermejo-, un lindo y admirable hiato poético.
Tras la memoria sinóptica de Nicolaï, los caballeros fueron invitados al ritual de Katoaga. Tomaron Kava, un brebaje relajante considerado en Vanuatu sagrado y elaborado con raíces de pimienta (Piper methysticum), que provoca efectos euforizantes y anestésicos. Nicolaï cantó en ruso. Conservaba una magnífica voz de bajo profundo. Había adaptado para acordeón los 12 leichte Stücke für Klavier de Sergei Prokofiew e interpretó para nosotros algunos de ellos con un Guerrini tres veces centenario.
Ya relajados, Bermejo reveló a la pareja los fines elementales de su empresa, igual que el compromiso contraído con Haltamisa de encontrar al asesino de su amante: el doncel del libro y la rosa, caballero que había encontrado la muerte mientras cumplía promesa peregrinando al sepulcro de Anteo…
‒¿Se llamaba el caballero por casualidad o por causalidad Jacques Remolino?
‒¡Eso mismo me confesó Haltamisa en privado, se llamaba Jaime Remolino! –respondió Bermejo excitado.
Nicolaï abandonó la habitación. Cuando volvió lo hizo con un libro en la mano: Esmeraldino Hortal de Caballería, by Jacques Remolino. Para Haltamisa, mi dueña.
‒El autor lo dejó aquí en prenda. No sabemos para qué, porque no se entiende nada, es más críptico que el manuscrito Voynich y carece de dibujos fantásticos o realistas… ¡Hermoso caballero, Remolino! Muy guapo, mas literariamente obscuro. Además, no crujía en sus mejores momentos. Contemplamos Aloï y yo al doncel ojeroso, blando, muy apesadumbrado. Al parecer no estaba seguro de querer volver con Haltamisa. Dudaba asustado. Bebió mucho kava. Cuando nos regaló el libro, repetía una y otra vez: “no hay nada fuera del texto, no hay nada fuera del texto”, y también: “no hay más que contextos, no hay más que contextos”. Las dos frases parecen contradictorias, ¿no? Como la caracola púrpura (Murex brandaris), el pobre se venía y se iba por la lengua…
‒¡Se iba por la lengua, se iba por la lengua! –subrayó el loro.
‒¡Por la boca muere el pez! Moviendo la lengua, el doncel deconstruía y se desahogaba, pronosticaba que luego entenderíamos la différance, que el sentido de todo lo que decía se retardaría, que la intención del que habla es irrelevante y su moralidad relativa.
‒¡Moralidad relativa! –repitió el loro.
‒Sí, un tipo desgraciado y desnortado, Jacques –siguió Nicolaï-. Se quejaba el doncel Remolino, cuyos cabellos por cierto hacían honor a su nombre, de que las dueñas caribeñas son muy posesivas, sobre todo las cubanas optimates-alfa, y que no se había recuperado todavía del último affaire que tuvo con Haltamisa, porque su orto no soportaba el bardaje con aguijón. Lo peor era la adicción de la maga a la gaseosa y sus inconvenientes efectos… Rumiaba la idea de adoptar el disfraz de pastor, dispuesto a llevar una vida retirada y sencilla. No le costaría gran esfuerzo, porque no creía en la identidad individual, ni en la humanidad, sólo en los relatos de los marginados, todos verdaderos. Pensaba en tocarse la flauta. Eso decía que pensaba… Antes de vomitar y de dormir la mona, el doncel exclamó delirante: “¡Irónica misandría!, ¡irónica misandría!”…
‒¡Irónica misandria! –repitió el papagayo agitando las alas con manifiesta vanidad.
‒Al día siguiente declaró que “irónica misandría” era la expresión que usaba la maga para justificar su dispepsia. Nos dijo que andaba completando una misión para un tal Arcalós. Nos preguntó si conocíamos al Barón Bermejo, pues debía hacerse encontradizo con su cuadrilla –remató Aloï.
-¡Pedro Lino! –auguró Radón, deduciendo con toda razón.
-¡Pedro Lino! –repitieron Tordés, Álex y el escudero Artemiso, como si se hubieran contagiado de las costumbre mimética del loro.
A estas palabras, Bermejo sintió que el humo del caldero a presión le saldría por las orejas, tal era su excitación mental. Y sudando más que un testigo falso se preguntaba: “¿Entonces? ¿Quién puñetas yacía en el mausoleo de Haltamisa? ¿Habría matado Jaime Remolino al verdadero pastor, haciendo pasar su cadáver por el suyo? ¿Debería confesarle a la maga la trampa? ¿Tendría que devolverle a la sabia cubana el libro? ¿Estarían obligados a denunciar a Pedro Lino por impostor?”.
Por lo menos, ahora estaba seguro de que era falso todo lo que les había referido el pseudo-pastor, o sea, todo lo que les había contado el mendaz Remolino, escritor oscuro, relativista y posmoderno: su relación incestuosa con Lynette, sin duda una argucia para desanimar sus liberales esfuerzos, ¡grandísima infamia contra la Señora y contra la humanidad de sus pensamientos
Continuará…, seguramente.
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José Biedma López
[A la espera de su ingreso hospitalario para un implante que mejorará su locomoción bípeda. En eso confía. Rogad a Anteo por su pronta recuperación o suave tránsito. Se admiten exvotos a Theotoke Parthene; la intención es lo que cuenta.]
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