El Barón Bermejo [Jornada XXXII. Sueño de Radón en Rodapetra] – José Biedma López
![El Barón Bermejo [Jornada XXXII. Sueño de Radón en Rodapetra] – José Biedma López](https://cafemontaigne.com/wp-content/uploads/Rostro-palmista-BB-800x500_c.jpg)
El Barón Bermejo [Jornada XXXII. Sueño de Radón en Rodapetra]
***

*

***
El Barón Bermejo [Jornada XXXII. Sueño de Radón en Rodapetra]
Aún tuvo tiempo Tordés de recoger setas de chopo (Agrocybe aegerita) que guardó en su petate para el almuerzo antes de alcanzar la cima y el castro por un difícil y serpenteante sendero en el que el burro -al que no habían dado todavía nombre- resbaló tres veces y no cayó de milagro al precipicio llevándose todos los enseres.
Donde todavía abundaba el pinar larizio vieron también un camino de orugas que se desenvolvían ateridas bajo un rayo de sol.
‒ Estas procesionarias a veces rondan en espiral de muerte como ciertas hormigas guerreras, ciegas comienzan a seguirse, el culo con la cara, la cara con el culo, hasta que llegan al centro y luego mueren aplastadas o por agotamiento… ¡Mal augurio! –comentó Radón, augur titulado.
‒ ¿Crees que eso nos sucede a nosotros, que andamos en círculo o en espiral hacia un centro fatal?
‒ Fatum de la polilla. Lynette es tu bombilla.
‒ ¿Crees que busco a Lynette como atraído por la muerte, en pulsión tanática? –preguntó intrigado Bermejo.
‒ Bien entendida, la metáfora se puede generalizar en dos claves, de averno y de sol: o bien el triste disolverse en el agujero negro de la masa madre del cuerpo decrépito; o mejor, el gozoso aniquilamiento del alma en la luz…
‒ “Voy buscando una muerte / de luz que me consuma” –interrumpió el Barón con dos heptasílabos de Lorca.
‒… ¡O como el que va por tocino y vuelve sin orejas! ¡Cuidado, Bermejo!, las hay que untan con una mano y apuñalan con la otra… y la mejor amiga tiene dos deditos de Iscariota. Te pueden matar a pellizcos, y es saña y tortura, no goce.
‒ ¡Cuidado, Radón!, no son en ningún tiempo todas las verdades decideras; botas bien guisadas comeré, antes que verdades crudas. Además, ¡qué importa perder si disfrutas jugando!
‒ ¡Qué importa jugar, si pierdes! En serio, Bermejo, la imagen de la espiral de la muerte también puede significar que nuestra ciencia es vana, gorda, impropia e insuficiente, como todo aquello que puede ser cifrado en voces o puesto en escritura o números, ¡incluso en notas musicales!, sapiencia corta como fortuna de sabio y pelo de cabra. Y la “espiral de la muerte” nos enseña que en lugar de seguir el rastro del caudillo, del líder -o como se diga ahora el nombre común del príncipe cabrón-, conviene dudar del camino bienquisto para hacer el propio, aunque uno caiga siete veces y deba levantarse otras tantas.
‒ Tal vez…, digo quizá…, porque sudando dudo y reflexiono en lugar de afirmar. O mejor, porque me encuentro un poco desmoralizado…, ¡ay! –dijo Bermejo tras caer de culo por sufrir escurrizón en el canchal. Ascendían a duros ahogos. Paró el Barón y tomó aliento para seguir platicando-: Dudo de que la duda valga al caballero como sirve al filósofo para talar el campo de vanos prejuicios y prevenciones, principio del racional método. En serio Radón, ¿cuál es la utilidad de la duda para un caballero andante?, ¿no nos paraliza?, ¿no es impropia de un dron de acción vacilar cansado?, ¿no deja sin alas al zángano tanto titubeo impidiendo su magistral y efímero vuelo?
‒ El que obra se equivoca, dijo Lao Tsé, y sobre todo: “quien prueba fruta verde se arrepiente haciendo gestos, como la mona comiendo limón”.
‒ ¿Para qué sirve la paciencia de la duda en la toma de decisiones si cuando necesitamos a Parsimonia no la hallamos?
‒ La duda incentiva la investigación, facilita la tolerancia y evita errores fatales… La duda razonable impide el horror de que un inocente sea azotado en la plaza pública por una bombinina cruel o una meliponina sádica. Malo es que un culpable se salga con la suya, pero peor es que un inocente sea ejecutado o un noble dron rebajado o disminuido sin motivo o por venganza.
¡Tan sesuda siguió la conversación por un rato! Y eso a pesar del esfuerzo de ascensión y respiración que hacían todos, incluido el borrico cedido por Rosario, al que todavía no habían dado nombre y que aliviaba su peso pediendo fétidos gases.
Al fin alcanzaron las ruinas desoladas de Rodapetra, alcázar templario, que abandonadas y melladas se erguían no obstante como reliquias magníficas, por lo que antes de descender hacia la Cala del Caimán los caballeros quisieron recorrerlas, pues era grande la atracción curiosa que les imponían aquellos vestigios decadentes, piedras talladas hacía más de un milenio por la intención sagrada de una secta de monjes guerreros y caballeros ascetas.
Un octógono adoptaba la geometría de la torre principal, ahora muy gastada por el tiempo y la desidia de los cuidadores y restauradores del parque.
Bermejo veía a Radón muy nervioso y parlero, en condición caótica recordando las prendas de las órdenes medievales. Conocía que disfrutaba mostrando su esclarecida memoria histórica; por eso le preguntó por el octógono.
‒ Lady Violante, a la que tuve por mentora, defendía que el octógono para el caballero templario no era sólo símbolo, sino vivencia en la paz y en el combate: la experiencia de la unidad entre alma y cuerpo, pensamiento y obra, salud y alimento. Se trataba de mantener la unidad del todo, proeza que se volvió imposible después de la división cartesiana del cuaternario material pasivo y el cuaternario espíritu activo (llámadle “materia oscura” si queréis). Cuatro dimensiones, cuatro humores, cuatro puntos cardinales, cuatro estados de los elementos, cuatro profetas mayores, cuatro arcángeles: Miguel, Rafael, Gabriel y Uriel. Hazlos girar y volar hacia arriba hasta que devengan una geometría octogonal, como los sesenta y cuatro escaques del ajedrez pero multiplicando aún por ocho y por nueve (excepcionalmente) sus dimensiones…
Todavía dormían en los sillares del alcázar algunas inscripciones crípticas y, en algún capitel, la cruz de las ocho beatitudes como propósito de regeneración y perfección.
‒ “Y el templo del grial simulaba la forma radiante del octógono” –citó Radón a Wolfram von Eschenbach, trovador templario-. Sabed, caballeros, que en las ruinas del templo de Salomón los caballeros de la Santa Hermandad hicieron santuario allí donde percibieron fuerzas telúricas especiales y vórtices energéticos adecuados. Epifanio Alcañiz investigó en el siglo XXI estos asuntos con cierta profundidad. El octógono, base de la columna que sostiene el arco y la cúpula, representa el puente, el tránsito entre el cuadrado y la esfera, como imagen del cosmos no quebrado; no obstante y asimismo, significa también por analogía la secreta senda hacia la interioridad, el salto de lo cuantitativo a lo cualitativo, la vía de retorno hacia la Madre siempre virgen del universo. Podéis descubrir su antecedente en la estrella de ocho puntas musulmana.
‒ ¿Cuáles son las ocho beatitudes? –se atrevió a preguntar Artemio (antes Armenio).
‒ Contento espiritual, alma cándida (no maliciosa), llorar las faltas, humildad, justicia, misericordia, limpieza de corazón y paciencia.
Las ruinas del castillo semejaban restos de un laberinto. En una de sus estancias descubrieron los caballeros la camisa apergaminada del rey de las ratas: ocho animales atados de la cola como brazo largo en gruesa espiral. De los techos quedaba bien poco, bajo el que supusieron más firme, los caballeros descansaron. Encendieron una fogata y en torno a ella tomaron un piscolabis de setas, granadas, nueces, castañas y bellotas, enjuagado con el resto de la garnacha que habían comprado en Galaqués.
Las del alba serían cuando Radón les despertó a todos para contarles un sueño singular en el que se le habían aparecido los fantasmas de doña Remedios y doña Leonora, artistas anteriores a la Edición genético sistémica y la Optimización de género. Remedios vestía un abrigo con andrajos luminosos parecidos a una mancha del test de Rorschach. El tabardo dejaba un oscuro hueco en el pecho. Por su parte, Leonora envolvía sus voluptuosas carnes en un precioso vestido blanco con encajes de leche. La primera bella salía de noche a la caza de astros con una cesta de apresar mariposas y regresaba con la luna enjaulada; la alimentaba pacientemente con una papilla especial, ecológica. A veces no la podía cazar porque Selene se enredaba en las ramas altas de los álamos negros.
‒ ¿Imágenes tétricas? –preguntó el Ballestero.
‒ No, más bien eróticas, de un erotismo sublimado, maduro, nocturno, secreto, misterioso, esotérico…, pero no perverso ni sádico. De hecho, el vestido de Remedios recuerda en sus pliegues los labios dobles de una morrocotuda vagina atávica… El caso es que Remedios no estaba muy conforme con su nariz de águila, a pesar de lo cual, Leonora escogió este icono para su Palmista, muestra estimable de su zoología fantástica.
‒ ¿Qué más viste? –preguntó Tordés.
‒ Una mesa redonda con faldillas en un escenario gótico. La luz de una vela en el centro sobre la que se equilibran flotando en círculo granadas, caquis, nísperos y otros frutos que giran suspendidos por encima de ocho platos de postre, ocho. El mantel se riza en espiral sacudido por una fuerza etérea, luminosa. Luego vi a doña Remedios al fondo, desnuda y con las piernas abiertas, me acerqué hasta poder contemplar el modo en que su sombra se volvía más real que su personaje. Se sentó en la mesa en la que descansaba un cofrecillo del que surtían y se derramaban líquidos azules que iban adquiriendo la forma y consistencia de una mortaja que la ceñía, hasta dejar libres solo su rostro de lechuza y uno de sus finos y delicados brazos.
‒ ¿Y qué fue de su amiga, doña Leonora?
‒ Se transformó en una monumental pájara de bronce de pico poderoso, en cuya enorme cresta se fundían una aureola de santidad y unas potencias como medallón de diez nervios. Su larga y basta túnica modelaba dos firmes y juveniles pechos desnudos coronados por sendos pezones, las manos finas en son de paz y gesto de protección muestran en sus palmas dos rostros, ¡en uno de ellos me pareció reconocer el de mi amada Araceli, señora de mis días y de mis desvelos! La túnica dejaba a la vista los pies desnudos antes de arrastrar por el suelo. Parecía mirar al frente, donde también pude contemplar un gato antropomórfico con cara de luna menguante que tocaba un violonchelo. De los ojos asiáticos del instrumento colgaban dos manos de pianista.
Continuará…
***
José Biedma López