El Barón Bermejo [Episodio LXXV. Formación de Álex]
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Nadie es perfecto, o sólo la Diosa; ¡y Álex tenía sus defectos! A falta de pezones maternos desarrolló afición a los cigarros toscanos de aspecto rústico y envejecido. Bermejo le acompañaba a veces en la intoxicación tabaquista, pero el barón prefería habanos de Vuelta Abajo (Cuba, Antigua España). Su gusto retro degeneró en malsana dependencia costosa y nicotínica. Puede que esta debilidad estuviese causada porque Álex desistió de una ciborgización radical, pues tenía razones para pensar que su conducta ya no sería tan humana si abusaba de implantes. Por parecidas razones renunció a psico-civilizarse, aunque aceptaba -como todas, todes, todis, todos y todus +- que podíamos devenir más saludables con un poco de electricidad aplicada en el lugar adecuado del cerebro. Probó -eso sí, pues somos entidades comunicativas- con una interfaz de última generación para no tener que andar cargando con la incomodidad de un comunicador móvil, pero el nano-implante le causó infección severa. Por ello sufrió trastornos y padeció delirios y espesadillas. Contó que en sueños apuntaba con su ballesta a dianas hermosísimas. Cuando fallaba se metamorfoseaban en artemisas en cueros, semidiosas de grandes pechos que salían del baño como furias y terminaban dándole caza, para azotarlo y desollarlo virtualmente. Él, Ella o Ello se veía despellejar con curiosidad, sin ayes ni lamentos, sintiendo cosquillas en vez de dolor hasta que, muy corrido y colorado, El, Ello y Ella dejaba de mirarse en el espejo y despertaba.
Álex y Bermejo compartieron educadora optimate y mentor apátrida de probada hidalguía: Capitán Lisandro Pumilla, gran jinete, experto cetrero y reconocido criador de grandes daneses con pedigrí. Las membranzas de Sor Mavila Karmelevich, pedagoga optimate, le encogen al Ballestero el corazón, se lo sacan del pecho como un cuco de su caja del tiempo y se lo devuelven transformado en tripa bajuna… ¡Inmejorable Madre putativa, Sor Mavila! Jamás abusó de ellos, ni de su autoridad ni de su venenoso aguijón. Era tenida por maga surreal, sabia en desentrañar el significado de encuentros fatales y azares significativos a los que podía dar curso inmejorable y corolario cachondo.
Sor Mavila lucía cuatro alas membranosas y pluriaventanadas similares a las propias de los imagos de la hormiga-león. No obstante, las acoplaba graciosamente durante el vuelo mediante un juego de hamuli dorados. Álex conservaba un hamulus en alcohol en memoria de Mavila como reliquia sagrada o talismán apotropaico, pero no sabe qué pasó con él tras la primera mudanza del primer transterramiento. Perdió la reliquia, igual que la maga perdió las alas cuando renunció a transmutar en casta reproductora. Su nombre era reconocido internacionalmente como experta en Descripciones de estado y Semántica de mundos posibles. Álex la consideraba “figura movida a resplandor”.
Cuando, díscolos, cabreaban a la Madre Mavila con alguna salida de tono o picardía, ella siempre les decía: “¡Qué bien demuestra vuestra impertinencia que habéis nacido de la manía de un gusano!”. No les enojaba su exclamación, porque ella había hecho de la sabiduría corona y de la humildad babuchas. ¡Siempre les flagelaba con afecto! A Álex rara vez le hizo llorar, sólo recuerda una situación en que las lágrimas le arrastraban en sinuosos regatos el maquillaje carmesí como arroyuelos entre musgos sonrosados hasta su labio superior, carnoso y espléndido cual pétalo de geranio. Ninguna escoria de rencor ensuciaba el metal de su cariño y pronto recuperaba el doncel su pícara y burlona sonrisa.
Olvidados los géneros y especies, cada quisque adolece de su quisquidad y de pasión diversa y grata que le arrastra. Tres ámbitos vitales concebía Álex para el éxtasis si fuese derivado de una repentina iluminación amorosa: el mal, el silencio y Tú Soberana. Llevaba siempre al cuello una cruz ansada como símbolo de la llave de la vida. Pronto aprendió a ser galán entre damas y lobo entre perros.
No podemos ni imaginar lo mal que lo debió pasar Álex cuando fue trasladado interino al País de los Muertos. Allí no podía encontrar ni males que desfacer, ni silencios inspiradores, ni en aquellas obscuridades su ballesta servía para abatir insurrectos. El guirigay de los muertos es tan pertinaz como recalcitrante y, ya que aprendió el galimatías que los difuntos inventaron, cada vez que pensaba los oía, porque sus voces arañan nuestros sesos como baladros de Merlín y ronquidos ogreznos. Menos mal que ese país ya no es la Tierra sin retorno de los babilonios, ni el Más Allá de donde nadie regresa, ni los Ínferos cristianos en que Pedro Botero quema almas ignífugas de pecadores contumaces, sino un Satélite de Vidrio y plásticos en el que se recicla y transforma masa inservible en energía limpia e información disponible. La información ni se crea ni se destruye, sólo transforma su sintaxis.
Álex aprovechó su reclutaje en El País de los Muertos para ilustrarse, pues el satélite orbital contaba con nutrida biblioteca y múltiples cartuchos de Red Global Digital de los que podía descolgar la información que quisiere. Hizo allí amistad con un silfo erudito que sabía dónde encontrar papeles antiguos, raros y fragilísimos. Se llamaba Miravalín, elemental cuántico airoso de cultura intensa, extensa y duradera, provisto del don admonitorio y con prerrogativas para conferir clarividencia sinóptica, perspicacia visual y prospectiva futuriza a cualquiera con más de cuatro dedos de frente y dos hemisferios cerebrales bien conectados por un cuerpo calloso espeso (Fissura mediana cerebri) o simulares sintéticos. “Los ojos bien abiertos son un arma de precisión de probada eficacia” –decía Miravalín.
Tales y tantas destrezas desarrolló Álex gracias a sus maestros y con sus sensores, acumuladores informáticos e interpretantes noéticos, que pronto su fama como caballero aojador y auditor se extendió por toda la galaxia. Así que fue requerido con urgencia por Lady Charlota Muchahoda, presidenta electa de la República de Burocronia, donde se había hipertrofiado hasta el absurdo el arte de convertir lo fácil en difícil por medio de lo inútil. A la noble mandataria se le había hinchado un ovario ante la situación que padecían sus ministerios y el saqueo que sufría la ciudadanía. La super-burocratización de la federación que gobernaba había servido de perfecto caldo de cultivo para la extensión de una plaga de cohecho encubierto y de malversación maquillada. Toda obra y cualquier servicio público multiplicaban su coste y precio a causa de las numerosas “mordidas” que se distribuían en la sombra una manada de pícaros, políticos corruptos y vagos compinches que se las daban de emprendedores y resultaban falsos empresarios adictos a la subvención y a la comisión. Por eso los presupuestos engordaban hasta cifras astronómicas y los impuestos ahogaban la creatividad de menestrales, emprendedoras autónomas, artesanas, trabajadoras e innovadores informales.
Por eso y por las recomendaciones de Radón y de Tordés, Lady Charlota solicitó a cambio de honores y reconocimientos los servicios y favores del Ballestero… ¡Con urgencia!, pues las mejores y más laboriosas ciudadanas se despatriaban por causa del infierno fiscal y burocrático de Burocronia, prefiriendo colonizar por su cuenta y riesgo territorios bárbaros.
Sin embargo, este cronista y vuestro seguro servidor tiene que restaurar fuerzas y desconectar por un tiempo (si la diosa lo consiente, podrá incluso dormir al mono). Por eso será en el próximo episodio donde contaremos lo que en aquella república esquilmada de Burocronia sucedió con el desempeño salutífero de Álex el Ballestero, también llamado el Álex quimérico y morado.
Continuará…
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José Biedma López