El Barón Bermejo [Episodio LXIII. El pájaro de Álex]
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Para que pudiesen abandonar la pensión de Cliturga la Reconocida, los caballeros debían someterse a la prospectiva enigmática de la Maga de pelucón añil que, a tal efecto, echó las cartas a Bermejo y a los suyos, excepción hecha de Ausonia y Artemio que aprovecharon para darse un baño en una alberca salina. Miraba Cliturga al barón fijamente como una bebita, sin pestañear, con sus ojos claros de extraños cambiantes acerados. Eran conscientes de que dependería de la interpretación cartomántica tanto el permiso de salida como su ánimo. Sobre todo Radón daba importancia a las señales, pues conocía en profundidad tanto la falacia como la paradoja de la profecía autocumplida, porque de nuestros avatares conservamos costumbres que nuestros cuerpos recuerdan pero nuestra voluntad no. ¡Es tanto lo que nuestra memoria conserva y escapa a la evocación consciente! Y hasta puede ser que olvidemos para recordar mejor.
Estaban ya los caballeros cerca de la Torre donde el malvado Salmanto guardaba a Lynette. Sentían las malas vibraciones del perverso. Si percibían su liberación como posible y, mejor, como real, serían más fácilmente exitosas sus acciones. Todo el mundo sabe que las predicciones forman parte integrante de las situaciones futuras porque afectan a los acontecimientos postreros. Radón, augur sefardita, sabía esto de sobra y sombra, porque también quería evitar el sesgo de confirmación, el “ya te lo dije” o “el sabía que iba a pasar” o el “No, si verás tu como…”, y esas otras idioteces con las que pretendemos controlar subjetivamente el incierto destino y la absoluta contingencia patafísica de los fenómenos, cada uno de ellos una burbuja independiente a punto de estallar descubriendo su vacuidad, su nada, cada uno la conjunción de mil azares. Las prevenciones de Radón le llevarían a un error augural que relataremos más tarde, puede que en este o en el próximo episodio, o no relataremos por discreción y amor al caballero del penacho amarillo, que tan bien holgó con Ausonia, su escudera marciana. Y es que es muy difícil distinguir entre la realidad y nuestra percepción de la misma, porque no vemos la primera en contraste con la segunda hasta que nos desengañamos y, para colmo de errores y tropiezos, nuestros sesgos cognitivos son causas tan decisivas en los resultados de lo que hacemos como las realidades objetivas y, por consiguiente, determinan el éxito o fracaso de nuestras andanzas.
La primera carta que mostró la Maga Reconocida a Bermejo fue un As de oros que brillaba sobre una mano por encima de un campo sembrado de lirios blanquísimos. La moneda llevaba inscrita una estrella de cinco puntas. El naipe es símbolo de salud y bienestar, incluso contiene la esperanza de una ayuda inesperada. Sin embargo Cliturga puso de inmediato encima del as a un rey de bastos, cuya inexpresión no anunciaba nada bueno… “Si tu objetivo es claro, recibirás ayuda”, dijo la maga. Y Bermejo respiró. A continuación saltó a la mesa El Loco. “¡Bravo!”, dijo Cliturga. Miró a Bermejo y añadió: “Con corazón ligero y espíritu libre emprendes el último trayecto. ¡Ten confianza!”. Pero pisó enseguida la simpática figura juvenil con aspecto de juglar con el arcano XIII, La Muerte en vehículo motorizado que llega a todos… “No te asustes –dijo la Maga mirando con intensa serenidad a los ojos del barón, que son verdosos-. Llega a todos pero en su estandarte lleva la rosa mística del renacer. Eso sí, tendrás que deshacerte de lo que ya no te sirve”. A continuación y para completar la Trinidad añadiendo su faceta futuriza Cliturga extrajo del mazo el arcano XIV: La Templanza, en el que un ángel alado vierte agua de vida de una copa a otra… “Conserva en todo momento la serenidad, caballero, incluso si te ofenden y vierten injurias sobre vos. Recuerda: lo importante no es llegar el primero, sino llegar cuerdo”. Sobre la figura del ángel, que introducía uno de sus pies en el cristal de una charca, saltó en su trono con una balanza en su mano izquierda la reina de espadas empuñando una de ellas, y no pequeña, en su diestra, vestía de terciopelo rojo con un echarpe dorado. “Tu dama, Bermejo, no acepta fácil la intimidad y aquellos que son dignos de su compañía deben respetar su independencia e inteligencia”. Así es –respondió Bermejo- y suspiró recordando como una vez Lynette le despachó arguyendo “¡Déjame sola! Así mi deseo de vos podrá crecer”.
Cliturga no salió a despedir a la pequeña tropa, pero les ofreció un brebaje que según ella les libraría de la sed durante días. Regaló unos cigarros a Álex, a sabiendas de su dependencia: a Ausonia, una curiosa gema de ámbar que contenía una chinche roja conservada en savia desde hace millones de años; a Artemio, un camafeo de amatista con un pantocrátor.
“¡De oca a oca!, caballeros sin caballos, porque nos toca”, exclamó Radón cuando apenas habían recorrido media legua hacia la torre infame. Sin duda era paradójico e inusual que unos caballeros tan bien plantados fueran al paso de sus escuderos. No es propio llamara “caballero” a quien no monta caballo, jaca o yegua. Así que volvieron a la posada, merodeando como gatas en celo. Aprovecharon que los guardianes dormían durante el día para guardar y vigilar la posada por la noche. Abrieron la cuadra y se hicieron con cuatro cebras y un borrico en el que acomodaron a Artemio y a la marciana. Ausonia delante del rebajado, como es costumbre. Las cebras transgénicas resultaron más dóciles que potros castrados.
“En los pensamientos melancólicos de un burro siempre vive una cebra enamorada”, murmuró Radón, citando a un clásico y para contentar a Ausonia. “Montamos por si acaso…”.
“¡De oca a oca, cebreros sobre rayas blancas o negras, cada cebra con su código de barras”. “¡De oca a oca, porque me toca!”. Y efectivamente, una anátide con aspecto de oca parecía seguirles por el cielo y se detuvo en un montículo delante de ellos. Radón se adelantó al pollino de la joven marciana como queriendo protegerla y dijo que si el ave se detenía allí, les convenía detenerse a todos. Si al levantar el vuelo iba hacia adelante, les convenía avanzar; sin embargo, si volaba hacia atrás, deberían retroceder de nuevo. Entonces Álex el Ballestero sin mediar palabra tendió su arco, disparó, dio certeramente al ganso salvaje en la pechuga y lo mató. Radón maldijo, Bermejo guardó silencio hasta ver qué partido tomaría. “Hasta los atardeceres titubean”, pensó para sí.
“¿Por qué te ofendes, Radón?”. El Ballestero tomó el ánsar entre sus manos y afirmó con seguridad: “¿Cómo podría anunciarnos algo sensato sobre nuestro camino, querido amigo, este ave que no ha podido prever su propia salvación? Si supiera o presintiera al menos el futuro no nos habría adelantado para ofrecerse como diana: habría temido que Álex con su arco le matara… Su carne nos dará gusto esta tarde y su sacrificio estimulará nuestro avance”. Ante estos argumentos tan bien ensartados por el Morado Ballestero, Radón refunfuñó pero bajó la cabeza como aceptándolos. Bermejo recordó el caso de Estratonice, valiente macedonia que abandonó a su marido Demetrio, sublevó Antioquía y, perseguida por Seleuco, huyó a Seleucia, donde tuvo la oportunidad de tomar un barco y huir rápidamente, pero dio credibilidad a un sueño que se lo prohibía y por eso fue capturada y muerta. Agatárquides lo cuenta para burlarse de la superstición de Estratonice.
– No obstante, replicó Radón al rato, no sabemos qué suerte esperaba a la macedonia en la mar, ni si hubiera sido peor que la que sufrió a manos de Seleuco. ¿No os parece que es razonable refugiarse en sueños y otros pensamientos tradicionales sobre la divinidad cuando la razón humana resulta incapaz de responder a las circunstancias?
– Eso hacemos todos. –Con estas palabras puso Bermejo fin a la disputa. Y continuaron la marcha con la oca en la mochila de Álex, que mostraba el pico abierto por su boca.
Radón iba detrás y, fuer por el brebaje de la Maga, fuer por el cansancio acumulado, fuer por la violenta refutación que hizo Álex de su augur, vio salir de aquel pico de oca una cartela con el código de educación del perfecto caballero escrita en el árabe del siglo X:
“Serás cumplido y virtuoso, te abstendrás de bromas pesadas, mantendrás tus compromisos y sabrás guardar secretos”… Los imperativos crecían como pompas de jabón que estallaban al paso del Augur sefardita. La oca muerta no paró de hablar, quiero decir que no dejaron de salir mensajes por aquel pico de ganso: “En la mesa no escupirás, ni te chuparás los dedos ni meterás alguno en la nariz. Te lavarás una vez al día y te rasurarás o perfumarás la barba. Todos los viernes te cortarás las uñas”… Se miró entonces Radón las manos, que parecían zarpas. Las uñas de los pies estarían aún peor… Tenía que cuidarse más. Ya se masturbaba a dieta fija sabiendo que eliminaba así una sustancia sumamente tóxica. No bastaba porque el cuerpo mostraba muchos excedentes y desechos inútiles.
Continuará…
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José Biedma López