El Barón Bermejo [Episodio LXX. Amor sin asiento]
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El concurso interplanetario de máxima audiencia impedía que la presunta víctima, Lynette de Tunicia -cara pálida y color quebrada- recibiese mensajes, pero la querida de Bermejo usaba como intermediaria a Misolinda, dueña del barón, que se servía de un lacayo reducido para el acceso a Wet Supercloud. Así se enteraba de que la Princesa de Murrius había dejado de aparecer semidesnuda en un programa de cocina…“Su grandeza racializada” vivía ahora del escándalo de haber quedado embarazada por agresión viril y no querer desembarazarse del feto.
Esos comadreos entretenían el aislamiento de la bella Lynette, pues se sentía más sola que bastón de ciego en la torre de Salmanto… Aunque portaba ajorca biométrica que permitía la publicidad de su estado de ánimo en todo momento. La princesa afroamericana, la de Murrius, se había casado cuarentona con el duque de Bougival, un dron afortunado veinteañero. Esto era bastante común en los crepúsculos del estro sexual entre optimatas reproductoras. A la de Murrius ni siquiera le quedaba la coquetería de fingir excelencia aristocrática. Incluía vulgarismos y feas palabras en sus conversaciones, en muestra de un márketin proactivo. Había sido instruida en El Palacio del Placer donde se celebraban y televisaban importantes competiciones de Sport-lust, carísimas y exclusivas para suscriptoras, allí la buena cara resultaba siempre de fina cirugía y maquillaje artístico hasta provocar ojos rimmelosos y hoguera de pupilas (un bûcher de prumelles), pues el mejor tono de cara es el que hace la vergüenza…
Sexo, libre; amor, prohibido. Voyerismo de placeres simulados, extra-falarios. Carne mórbida. Goces representados; no sentimientos. Puede que los sentimientos sean muy naturales, pero encadenan el alma. La culpa es de ese escalofrío del amor que consiente no más libertad que la de estar preso en alguien sin cuya presencia y figura una llama “mezquina” a su propia existencia. La que ama mucho se autolesiona. Le pasó a la optimate Felipa de Neri, amiga de Nacha la Navarra, compadecida del espectáculo de dolor humano que presenciaba: el corazón le creció tanto que le quebró varias costillas. Eso sucedió mucho antes de que las santas y beatas fueran reemplazadas por centenares de logotipos y símbolos de marca, mucho antes de que se controlase la fertilidad con vacunas falsas.
Como la de Murrius, muchas optimatas habían registrado marca propia, habían renegado del natural y habían hecho epojé de sus inclinaciones, ¡las muy chufleteras!, e ironía de sus animalescos sentires. Ahora crean como diosas cuando se recrean. Autodeterminan su naturaleza, la rediseñan según libérrimos arbitrios e intenciones transhumanas. El transhumanismo esteriliza como el amor propio. Han sido entrenadas para no caer en las trampas e insidias del rancio amor romántico, que únicamente sobrevive como espectáculo retro en canales abiertos y corre como una droga por sumideros suburbanos. Saben que quien lisonjea también murmura. La comedia del pornosentir.
Igualmente conocía Lynette que el placer sexual, por sí solo, crea lazos afectivos, así que no repetía pareja ni trío. Estar muy unidos puede ser un infierno homoerótico o heteroerótico. Mas su actitud era contraria a la de la Princesa de Murrius: amor sin sexo, sin placer ni culminación, convalecencia programada, programa de ansiedades y dulce tormento. Una pasión así podía pensarse, desde luego, tan desagradable como una mesa inestable que no claudica, por mucho que la calcemos.
En ningún restaurante acreditado por el Consejo Optimate se moverá la mesa ni los silloncitos crujirán, aunque tu peso sea inusual, incluso encontrarás asientos especiales para optimates con aguijón, meliponinas niguérrimas, trigonas melarias; o sillones para drones con andropigio y próstata inflamada. Lo de Lynette era otra cosa: amor sin asiento. No importaba, cinco artejos prolongaban sus hermosas tibias amarillas, el último nudillo embutido en una pequeña sandalia que dejaba al aire dos uñitas con forma de garfio.
El corpiño de Lynette dejaba ver un seno lácteo y pequeño de quoi remplir la main d’un honnête dron. (Uno está más cerca del corazón si acaricia pecho pequeño). Su voz aterciopelada imprimía a lo que decía un aire de confidencia, pero sus sonrisas expresaban connotaciones imprecisables y misteriosas. ¡No podemos extrañar que Bermejo hubiera hecho de Lynette reina de sus introspecciones y arcángel de sus ensoñaciones! Si era un amor que dependía del intercambio de dos fantasías, no exigía el contacto de epidermis ni la permuta de fluidos. Podrá prostituirse el sexo, mas no el amor verdadero que es libertad sufridora del alma, voluntad doliente.
Cayó del cielo ese licor del amor sobre el cáliz de la vida para atenuar su amargura… Sus pecados carecían de órgano, como la envidia; no consentía pasiones de origen animal ni faltas con órgano, como es la lujuria que se extiende como moho devorador desde los sótanos del vientre. Prefería la aventura al conforte, como Bermejo; ¡y así les iba!…
Volviendo al Barón y a sus ásperas situaciones…
Descansaban ya los caballeros en un claro de bosque próximo a la torre de Salmanto, preparándose para su asalto definitivo, cuando comentaron el destino de su compañero Adonais el Melancólico que andaba quejoso de almorranas y sufría pitopausa, deambulando zombi por las estancias de su cortijo, próximo al Desierto de Nácar (antiguo Mar Menor). Allí tomaba leche de hiena hervida, por su abundancia en proteínas, y había colgado finos crespones negros en los cuellos de sus palomas mensajeras velando todo collar.
̶ Vive ya el Melancólico la dulce edad de la impotencia –dice Tordés- . Me han contado que padece disfunción laberíntica, trastorno que nada tiene que ver con el oído o sólo por analogía, ya que como sabéis el laberinto del oído interno es órgano de estabilidad. El caso es que para alcanzar cierto equilibrio que le salve de la zozobra Adonais pasa o pierde su tiempo resolviendo laberintos. Compra aplicaciones especializadas y así desvela noches y evade luz de días ingeniándoselas para salir de atolladeros virtuales (sé estas cosas por su amigo Godofredo). Puede decirse que escapa de un aprieto para mortificarse con otro, encerrado o absorto en monitores en los que sólo persigue ya simulacros de ariadnas y únicamente se pelea con trasuntos de Minotauro. ¡Una pena!
̶ Un tipo de suicidio, consecuencia de haber roto por completo con el entorno real (Radón).
̶ Por lo menos sufre menos molestias en su plácido retiro que un pez de acuario… Un espíritu de veinte con un cuerpo de sesenta debe frenar su imaginación si no quiere hacer el ridículo y padecer freudolencias psicoanales (Tordés).
– Reprimir la fantasía es difícil para un artista. Recuerda, querido Radón, su pose y pase aflamencadas. Además, a su edad ninguna pena puede resultar ya desgarradora, puede, eso sí, entorbellinarle en solideo, emburronarle hasta anudarle en la higuera del chungueo. Con salud, juventud y crédito, ¡qué importa si se vive de incógnito!, es posible nadar en la alegría, entregado a correntías, quiero decir correrías.
(Radón permanecía todavía trastornado por el morbo fontanal del diaño bigarista e inventaba palabros tuertos y galimatías sensacionales. Extrañas ideas se le ocurrían por efecto del psicodélico de la fontana de Treinta, especímenes de ese fenómeno ilógico que semeja un efecto sin causa, como si buscase reflexiones que concordasen con profundas cadencias de su vida de dron promiscuo).
̶ ¡Recórcholis, tu prosa leprosa se cae a pedazos! –le soltó Tordés en hemisonrisa- En la higuera estás, atado a ella con Adonais, aunque no colguéis como Judas… -Y tras una pausa-: El pobre Adonais no experimentará ya euforias transportadoras, sino “apatía patológica”, válgame la contradictio terminarum. ¡Ay, cómo se desportilla el escuadrón de amigos con el tiempo!…
̶ Del bien al mal no hay ni un canto de real. ¡O dolo, o lodo, cómo se añora hasta la roña de la doña! (Radón).
̶ Pero un dron caballeroso y de suyo cortés no goza de una optimata, sino que goza con ella. Placer posible a cualquier edad –remató el Barón para callar a su tropa y así llamarles la atención sobre lo decisivo…
Lo decisivo… Habían de hacer planes para reconquistar a Lynette, símbolo del Centro puro de todas las tradiciones, emblema y clave de la Puerta de la Gloria. ¿En cuántas duras pruebas habría todavía de medir la contumacia de su valor y el coraje altruista de sus compañeros? No hay que descuidar nunca la opción de dar un paso atrás para saltar hacia adelante (reculer pour sauter en arrière) y un tropezón previene una caída, pensaba Bermejo…
Entre ellos y la torre de Salmanto habrían de pasar por la Casilla de la Calavera. No sabían si se trataría de un puesto de guardia, si estaría vigilada o rellena de despojos de híbridos, si al pasar les darían jaque o mate.
Radón miraba a Ausonia que sudaba levemente, su frente de hidrófano resplandor, sus cabellos arcoirisaban los fulgores del prisma por encima de su cuello cisniego, su mirada invitaba al viaje y al sueño como un preludio de Claudia Debussy o un poema de Carla Baudelaire…
Continuará…
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José Biedma López