El Barón Bermejo [Jornada LIV. Dulcamara]
***

***
¡De nada sirvió el escarabeo de esteatita que Haltamisa regaló a Radón para ensamblar el tronco y el cuello con la cabeza de Brocadán/Dulcamara y devolverla a la vida! Después del chasco, Gallardona brazeaba en un profundo charco de dudas. De aquel desconforme con su padre Crapulón, que no cesaba de llorar y lamentar la muerte de Dulcamara a mandíbulas de su hija, de aquel odio que le había durado tanto, difícil se hacía para la princesa un conforte inmediato. ¿Cómo hacerse en unos días enemiga de Semerina, de su honra y de su pro, y amiga de Brocadán al que había degollado en cuanto tuvo ocasión, después de odiarlo sinceramente durante años? Con frecuencia un rostro callado tiene voz y palabras y más si además de orejas cuenta con antenitas propias que centellean intermitentes entre los cabellos. Ahora se enteraba de que era grande y hermosa gracias a los alimentos que había seleccionado para ella Dulcamara, con el mejor cuidado. No le faltó ni leche de cucaracha, de Diploptera punctata, ¡cristales de proteína pura y alimento carísimo!
De nada servía ya soñar con la lanza que talló Quirón y entregó a Peleo, que a su vez la regaló a Aquiles como garrocha que podía curar las heridas que hacía. Ojalá las mandíbulas de la princesa hubieran sido como el rejón de Quirón. ¡Ojalá todas las armas fuesen como aquella que fabricó el centauro sabio! Ojalá lo que en un momento de ofuscación se ejecuta injustamente pudiera deshacerse luego. ¡Aun así, resulta absurdo tomar veneno confiando en su antídoto y más vale bastardo discreto que bien nacido insolente… barbaria noster abundat amor! –Bermejo divagaba, como Macías el juglar, y hasta creía hablarle a Lynette en sueños. La humedad y el calor de la isla le enfebrecían.
Gallardona quiso comprobar in situ si era verdad lo del circo montado en la terraza de palacio por el Melifluo. Así que los caballeros, la marciana, el mareador y la princesa subieron la escalera caracola con el quejoso Mansino y, allí, entre la torre del homenaje y la del vigía pudieron detectar la impostura. Este cronista no exagera si dice que más de veintidós cámaras proyectaban y sintetizaban estereogramas y hologramas de un contraste, resolución y nitidez casi perfectas. De noche, las figuras que vagaban como ilusiones resultaban aún más plausibles y reales, con voz propia sobre un fondo negro y silente. El espectáculo concluía con Quimera echando fuego por la boca desde una almena, agitando su cola de serpiente como un látigo, pero Álex el ballestero, dueño de dos genotipos, no se sintió aludido.
A la princesa, el cabello se le espeluznaba y le temblaban las carnes todavía recordando la voz del simulacro de la madre Semerina clamando venganza. Pero todas aquellas revelaciones del rey Crapulón iban sustanciándose. Resultó que en el CCD, Centro de control demográfico del Cerro del Castor, donde son inseminadas las dueñas con esperma selecto de caballeros anónimos y drones no reducidos, se guardaban informes sobre el asunto de la incubación de Gallardona: no se implantó el óvulo de Semerina en la optimata postulante, sino que, por descuido del personal y engaño de una crísida avispada, fue otro vientre el que recibió el regalo.
¿El vientre de quién? –preguntó la princesa, ansiosa.
¡Ah, diosas inmortales, de qué modo tan sutil forjáis engaños y jugáis con las mortales! ¡Fue en la entraña de Dulcamara donde halló nido el embrión y el feto de la princesa alertona! Así que Dulcamara no sólo fue su aya, sino también su seno materno, en el que flotó durante once meses alimentándose con la sangre y el oxígeno del presunto Brocadán, creciendo a expensas de aquel/aquella a la que Gallardona había ejecutado sin darle siquiera los buenos días ni pedirle explicaciones. Por lo tanto, era un hecho trágico que la princesa había descabezado a su madre subrogada.
Ahora maldecía su acción, arrepentida. Ensayó Bermejo consolarla con las tres recetas de Panikara, princesa india, para lograr la eutaxía o arreglo del alma: 1. No podemos ni decir ni entenderlo todo. 2. No podemos ser del todo felices, y 3. Debemos admitir que todo acto contiene defectos y la semilla de la autodestrucción. Y añadió: “El linaje, querida amiga, suma como el cero de la cuenta guarisma que, si no se le arrima otro número, no suma nada. Sé fuerte”.
Gallardona, cabizbaja, participó sinceramente en los rituales fúnebres que se ofrecieron a Dulcamara, funerales de Estado. Se la cremó con honores de santa y emprendedora ejemplar. Todos los años se le consagraría un día festivo en la Isla de las Maravillas como Dulce-madre Dulcamara. Eso proclamó el rey Crapulón, vestido con un riquísimo sindón morado. De poco consuelo le valió a la princesa que su injusta decapitación fuese declarada involuntaria, consecuencia accidental de los engaños de Godofredo el Melifluo, ¡que la diosa empeore su artritis hasta dejarlo imposibilitado! Más le convencieron a la princesa de su precipitación unos informes del PFS, Servicio de femes productivas optimizadas (Perfectiarum Feminorum Servitia), institución que funcionaba en sinergia con la CdF (Consejería de la felicidad).
Sorprendió a Bermejo que la Consejera de la felicidad de la Ínsula de las Maravillas se pareciese mucho al Hada Picta, doncella de pelo azul y brazos tatuados, que el lector recordará suministró a Bermejo tres frutos del Árbol de los cobres y que servía de espía a Lynette. Radón, el sefardita fermoso y ojiclaro, que no conoció padre ni madre, le habló dulce y picante al Hada Picta, que quedó muy pagada de galán y valerosa y arrojadiza entregándose a un desconocido. Todo lo que sabemos y podemos decir de esta relación es que hubo entre ellos martelo apresurado porque consta que el Hada Picta le acogió de buen grado entre sus brazos y pechos inscritos con símbolos extraños del Ogam, la escritura de los druidas.
Fueron días en la Isla de las Maravillas que sucedieron raros, agridulces y rápidos. Crapulón el Mansino, a pesar de su duelo, hizo honor a su sobrenombre y se mostró excelente anfitrión y muy complaciente con su hija Gallardona, a la que querría otorgar responsabilidades de reina, mientras él se recogería y retiraría a un jardín epicúreo en el que releería los sabrosos correos que intercambió con Dulcamara. Le ilusionaba escribir una crónica de los amores con su privada.
Los betilos vomitados por el mercader Nicasio, que la princesa cedió a Bermejo en prenda de sus servicios caballerosos, fueron más que suficientes para financiar un rápido y completo aprovisionamiento y puesta a punto de la Caronta, nave del Chente. Álex consiguió tabaco de Vuelta Abajo trapicheando con un andrógino que trabajaba en la Consejería de la felicidad y guardaba el almacén de requisados. Ya podía sustituir su síndrome de abstinencia por toses mañaneras, y eso, si no le hacía más feliz, le hacía menos desgraciado.
Las calles principales de la Ínsula relucían con escaparates repletos de manzanas de Sodoma, relucientes y atractivas por la corteza, siendo su entraña ceniza toda. Bolas brillantes colgaban de falsos abetos celebrando el fabuloso misterio de la manzana podrida. En el centro de la Plaza mayor, llamada Centrópolis del yo y el ya, en una gran caja tansistorizada giraban haces luminosos en carcasa de orfebrería bárbara. Todo buscaba incitar nuevos deseos, sensaciones oníricas, asociaciones inexploradas enraizadas en la naturaleza espontánea, la wilderness incorrupta e interior, que las drogas permiten descubrir y percibir mejor. Ondeaban por todos sitios al remate de sus postes banderines, gallardetes con logotipos y pendrones.
En el banquete de despedida bailó gentil el hermano Armenio (o Artemio): “¡Ah! Querido Artemio, tú eres reencarnación de aquel apóstol de Prisciliano, al que persiguieron por amar la danza tanto como la amaba el marqués de Bradomín, y, por dominar el uso de hierbas abortivas y la astrología cabalística y judiciaria, le descompusieron, en Tréveris decapitado” –con estas exactas palabras jaleó Tordés a su escudero.
Cuando nuestros amigos salieron del palacio en dirección al puerto, la Isla de las Maravillas celebraba el Día internacional del Packaging. Se entregaban premios especiales a los creativos que supieran engañar con mayor artificio y habilidad a los consumidores acerca de la calidad del contenido de sus sofisticados embalajes, algunos de ellos, para ser abiertos, requerían un tiro certero de pistola láser, otros, la solución de un complicado crucigrama o de un jeroglífico. El contenido de los paquetes era lo de menos, todo el placer estaba en mirarlos, tocarlos, olerlos, desvirgarlos, desgarrarlos…
Rompían los albores y llegaba la mañana como cisne celoso cuando por fin zarparon en dirección a la costa de la Floresta Triste, en cuyo Cerro de la Horca Salmanto el Quejumbroso mantiene encerrada a la hermosa Lynette, señora de los pensamientos de Bermejo, en contubernio con Misolinda, su dueña.
Cuando la razón apunta al futuro, se alimenta de ensueños y se viste con ropajes de Fantasía. Mas, cierta es la esperanza que de méritos nace. Acarició Bermejo el pentáculo que le hubo regalado la maga Haltamisa, en el que dos serpientes se abrazan, una clara y otra oscura: una real, otra fantástica.
Continuará…
***
José Biedma López