El Barón Bermejo [Jornada XXXIII. Llueve carne]
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Tras relatar su sueño, Radón el sefardita no quiso saber nada de psicoanálisis. Hacía tiempo que los sueños caballerescos se suponían superiores a cualquier mitología y creía que era absurdo interpretar una creación singular, personal, gratuita y artística, en términos de una cultura histórica bastante obscena y diseñada para enfermos y reprimidas, en lugar de sentirla como expresión emocional de lo absoluto más allá del bien y del mal y, desde luego, más generosa que el sexo, pues cualquier alegoría onírica se eleva sobre la carne aunque evacue o abandone señales en ella.
Como la mayoría de sus colegas, Radón había sido producido industrialmente o inventado técnicamente, según se mire (sólo la Deidad crea), a partir de un óvulo y un espermatozoide congelados hacía más de medio siglo, por tanto carecía de impronta (printing) de madre o padre, tales figuras familiares carecían de sentido tras el triunfo de la Edición Genético Sistémica y de la producción de especies y géneros técnicamente controlada. Bien es verdad que guardaba un hondo afecto a Lady Violante, que cuidaba y aseaba a sus ninfas con el esmero de una tijereta (Forfícula auricularia), excelente mentora y transmisora de memes lúcidos que le había enseñado a jugar al ajedrez. También recordaba que una noche había sentido y disfrutado una polución después de ver los pechos de su maestra flotando entre sombras por el dormitorio donde la dómina adiestraba y descansaba rodeada de prosélitos, mas no creía abrigar ninguna culpa ni trauma por ello. Y aquel deseo se había vuelto rancio, como el aceite de arbequina si no se consume a tiempo.
Así que nada más acabar de relatar la aparición de La Palmista de doña Leonora Carrillón, cuyo pico broncíneo podía sin duda pertenecer al águila castradora de Prometeo filántropo, Radón recompuso su penacho y sacó su aguja de calamita disfrutando al ver cómo se orientaba a la Tramontana y al Mediodía: norte y sur. Recordó que Raimundo Lulio escribió del imán calamita que en él había puesto Dios tanta simplicidad de tierra que el hierro tiene apetito de ella y por esto la calamita mueve hacia sí al hierro. Revivió entonces el apetito que él sentía por la boca dulce de Araceli, su señora, cuando –hacía de ello más de treinta primaveras- despachaba peticiones al tribunal sagrado de sus ojos… Pero eso no tenía nada que ver con el imaginario de sus sueños actuales.
‒ ¿Sabes, Bermejo, que adivinó Lulio que en la parte occidental de nuestro hemisferio existía un continente opuesto al nuestro? Procedía la intuición del mallorquín de lo que llamó “arco de agua”, pues se percató de que el Océano discurre como flujo y reflujo entre las tierras opuestas en el Poniente y las playas de África, España, Francia e Inglaterra. Flujo y reflujo exigen dos vallas contrapuestas que enfrenen el agua y sirvan como pedestales de su arco.
‒ Gran espíritu, sin duda, entusiasta cristiano, ¡prodigioso visionario!, precursor de la IA [Inteligencia artificial].
‒ Hablando de cosas que no son cosas y soplan donde quieren y como quieren: ¡este viento de aquí no parece traer nada bueno!…
A pesar de la recia ventolera y de la propensión del augur, los caballeros se pusieron en marcha cuesta abajo hacia la Cala del Caimán y al encuentro de Chento Delfinum. Sabían que el descenso requería menos esfuerzo, pero más cuidados si querían no rodar y conservarse sanos y salvos entre el desfiladero que daba al mar y el barranco en cuya sima corría con precipitación un arroyo.
La abundancia de palabras en la fina boca del buen Radón no presagiaba nada bueno, ya que la tierra libera altas concentraciones de gas radón antes de los sismos… No habían recorrido ni dos leguas cuando el día se hizo noche porque una inmensa nube negra lo cubrió todo y allí, al fondo del enorme golfo sobre el que se erigían, aún soberbias, las ruinas de Rodapetra, se vio la columna de un tifón marino girando loca y destructiva sobre el mercurio del mar, bajo una titánica mancha de tinta china.
A los primeros goterones sordos que la tierra seca tragaba sin pudor siguió una granizada que duró poco sembrando chichones y tronchando sarmientos, mas entonces la tierra tembló con un ruido espantoso. Lo más asombroso fue que al poco rato llovieron peces y crustáceos. Álex engulló sin querer un carabinero escarlata sin atragantarse. Le entró por la cola. A Radón la pinza de una langosta viva le mordió el penacho. Se la sacudió casi con gusto pensando en la delicia nutritiva de su carne asada al espeto, blanca y sin espinas.
‒ ¡El cielo nos alimenta! –gritó echando el crustáceo al morral.
‒ Poissons volent! –gritó Tordés-, y por hacer la gracia se distrajo y estuvo a punto de precipitarse al vacío cuando un besugo le golpeó el cogote. Tuvo la sangre fría y los reflejos de cazarlo en el aire y encerrarlo en el petate cuando aún coleaba.
Sólo faltaba que tras el seísmo y la lluvia de pescado vivo y marisco fresco se abriera la tierra.
¡Y mojada se abrió, como una traviata!
Bermejo, que había estudiado durante años las obras del Divino Ateniense no podía sino esperar el encuentro con Giges en aquella gruta tajada o, por lo menos, toparse con la osamenta de un gigante en cuya falange descarnada colgase un macanudo anillo mágico, un anillo con un engarce tan poderoso para hacernos invisibles que siglos después sirviese de motivo a Valle-Inclán para introducir su gnosis poética, destructora del Tiempo…, del Tiempo, feroz asesino de cuerpos, muy inspirado el gallego por el consumo a mar salva de cáñamo indio…
Ante la vista de aquella sima o nido descubierto, no pudo evitar nuestro caballero que se le pusieran los vellos como escarpias y sintiera el alma desprendida como recién engendrada en el infinito de ese instante que se cierra sobre sí como un anillo… Tras comentar su anamnesis con Álex, este le dijo:
‒ Si tiendes el arco, cerrarás el círculo que en ciencia astrológica se llama “El Anillo de Giges”…
No supo Bermejo interpretar aquel enigma. Sabía que Álex practicaba el kyudo como arquero Zen, que disparaba ritualmente con deliberada y desesperante lentitud a veintiocho metros con flechas confeccionadas a base de pluma de cada ala de un solo pájaro, ¡pero en ese momento Álex no vestía kimono!
‒ ¿Es un koan lo que formulas? –le preguntó al sagitario.
‒ Bueno, esta gruta hendida me recuerda la Caverna del Diamante del monte WuTai, donde el maestro Yin Feng de la dinastía Tang se retiró después de haber volado entre dos ejércitos para pacificarlos. ¡Se retiró a una caverna porque temió que después de haberlo visto volar la gente creyera en milagros o “desinteligencias”!
‒ Curioso…
‒ Más chocante es que Yin Feng tuviese la ocurrencia de morir haciendo el pino. Dejó de respirar y su corazón de latir, cabeza abajo, y en esa posición el cuerpo quedó tieso con las ropas pegadas. Nada cayó porque nada había en sus bolsillos… Su cadáver incorruptible fue un problema para el resto de monjes que tropezaban sin querer con él cada día, hasta que hicieron venir a su hermana que le llamó con cariño «canallita inútil por tratar de sorprender a la gente con tretas». La hermana abofeteó el cadáver, el cadáver cayó lentamente al suelo como una estaca de bambú y ya no hubo problemas para el funeral…
Tras la tempestad, vino la calma. La caverna abierta resultó más profunda de lo que parecía… La alusión de Álex al ermitaño del monte chino resultó pertinente porque enseguida el barón Bermejo pudo constatar que aquel hueco, pozo a agujero, que penetraba en la piedra como una herida, era en realidad guarida y refugio de un alma solitaria, eremitorio abierto por un lado como una granada madura a causa del seísmo, con pinta de santuario visigodo y oratorio excavado en piedra. Nada más entrar por su pared desvencijada oyeron en el fondo un trino:
“Sé como el ruiseñor que no mira a la tierra desde la rama verde donde canta”.
Parecía una dueña enorme bajo un manto a listas horizontales blancas, negras y amarillas, sobre el que caía en cascada rizada una mata espesa de cabellos castaños…
“Tales son tus maravillas, poderosa Madre Natura, que al mismo tiempo das a luz y asesinas, alzas al Azur o arrojas al infierno. Haces del toque fúnebre cascabel gozoso. Nadie puede detener el flujo transformante de tu imperio”.
Aquella exaltación de la Madre Natura sonaba muy reaccionaria y por completo contraria a la filosofía oficial cultista o libretecnista sostenida por el PFS (Perfectia Feminorum Servitia)…
‒ ¡Veo que me miráis mal, caballeros, tal que quisierais hacerme víctima de vuestro aojamiento! –fueron las primeras palabras que dirigió a los visitantes cuando un enorme gato acudió a restregarse contra sus tobillos.
‒ Sabréis, señora, que por decoro y convicción, zánganos, drones y caballeros no tomamos partido, convencidos si no todos, casi todos, de que ninguna ideología nos salvará.
‒ Ninguna reparará este muro que la tempestad ha tumbado, sino el trabajo de vuestras manos. Si queréis auxiliar a esta humilde sierva de la Deidad, reparad su humilde morada, yo os lo ruego, por Ella y por mi vida.
Ni cortos ni perezosos, Álex, Tordés, Radón y Artemio pusieron manos a la obra y hasta el borrico les fue de utilidad cargando leña, piedra y arena, para restaurar el muro del diminuto cenobio y alumbrar la chimenea que calentaba su interior. Bermejo supervisaba con labores de punteo. Tuvieron que poner cuidado para no pisar a cualquiera de los gatos de todos los colores, que deambulaban cruzándose por el umbral y sus alrededores. Álex se entretuvo en contentarles con las cabezas de los pescados que les habían llovido del cielo.
Terminada la obra y caída la tarde, cerraron círculo en torno al fuego de su chimenea y escucharon el relato de la anacoreta:
‒ Me llamaron Elica y editaron mis genes para dueña corbiculada con apariencia de euglossini. Siendo aún doncella, tres caballeros me pretendieron y tres reducidos me servían. Hubiera podido escoger función en la colmena de Euskalandia como bombina, pero padecí en mi adolescencia una ostiolitis gravísima… En el trascurso de mi enfermedad experimenté ocho visiones y ocho revelaciones. Tuve la temeridad de publicar en la Magna Malla Mundial (MMM) una de ellas. Aseguraba en su redacción un optimismo que hacía morada en el desamparo. Una importante optimate denunció uno de mis escritos acusándome de retrohumanista, de servonaturista y de no sé cuántas herejías más, contra el credo oficial tecno-cultista en aquella coyuntura totalitaria, entonces decidí hacerme ermitaña bajo el avatar de Juliana de Norwich, la primera mujer que escribió un libro en inglés…
El avatar de Juliana de Norwich concluyó su biografía confesándoles que se había retirado a esta montaña para matar la vanidad y exaltar el orgullo…
‒ Salí triunfante del antro de víboras y leonas, huyendo de fama y poder. El dolor de vivir me llenó de ternura. Amé la soledad y, como los pájaros, canté sólo para mí. El antiguo dolor de que ninguna optimate me escuchase o alguna dueña me malinterpretase se hizo contento. Pensé que estando sola se volvería mi voz más armoniosa y fui a un tiempo árbol antiguo, rama verde y pájaro cantor de aquello que es hermético e inconquistable por los ejércitos de las palabras. Asedié lo indecible.
Continuará…
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José Biedma López