Claudia en Swamah, reino de actualidad
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Papilio Machaon sobre romero moruno
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“Una vez que nacen quieren vivir y tener su muerte”,
o más bien reposar, “y dejar tras sí hijos que generen muertes”.
Heráclito de Éfeso.
En el archivo de Claudia hay varias referencias a un reino remoto, pero muy actual, en el que estuvo trabajando como experta relatora y orientadora. Hemos escogido dos textos para su publicación: un relato escrito por ella misma en tercera persona y una carta que me dirigió, pero que guardó para sí y nunca antes pude leer. Proceden del directorio titulado simplemente SW, iniciales del reino Swamah en el que nuestra doctora pasó algunos de los años más felices de su corta y malograda vida.
Lope de Bisejo, su albacea
RELATO INCONCLUSO DE CLAUDIA
Claudia hizo un esfuerzo por retener las palabras que su amante shamih había pronunciado en sueños. Dominaba el bengalí, pero algunas veces Basuchandra usaba expresiones de un dialecto de Gran Nicobar, su isla de nacimiento.
Su trabajo en el Ministerio de Actualidad de Swamah dependía de lo que Basu le descubriera en sueños. Basuchandra servía a Claudia de sibila andrógina, lo que musitaba por la noche en el lecho, después de jollamar o mientras jollamaban, valía como premonición y anticipo. Por allí vendrían los cañonazos del Imperio de Fatalidad, ese dominio pavoroso que ningún estado moderno reconoce, al menos abiertamente. Había que prevenir catástrofes y plagas como imperiales fatalidades. Para ello resultaba imprescindible un diseño actualizado de la Historia.
Su departamento de Conciencia Histórica y el oficio que Claudia dirigía se encargaban diariamente de configurar aquella sección de Actualidad dependiente del relato histórico y de su conciencia, cada vez más disminuida entre los shamih, es verdad, pero no por ello irrelevante como resorte para la acción. Contar lo que nadie todavía sabía, cómo habían pasado los sucesos, cómo se habían sucedido las dinastías, quién había saqueado las ciudades y por qué, qué guerras habían sumido a la población en la hambruna y la miseria, que medidas habían mejorado su bienestar o acelerado su progreso, cuál había sido el destino funesto o feliz de las revoluciones… Añadir al Gran Relato configurador de Actualidad historias edificantes. De eso se trataba. La intención no podía ser más constructiva.
Tenían que contar todo esto de modo que Swamah, es decir los shamih, sus habitantes, lograran el mejor futuro posible, para lo cual resultaba imprescindible el testimonio inspirado de Basu, su querido y ambiguo Basuchandra, pues se debía de prevenir “por donde vendrían los tiros” (por decirlo así, ¡y para evitarlos!) sobre el genio cordial de la profecía, sobre la premonición plausible del adivino jollamante. Y Basu, no le cabía duda de ello, era un augur iluminado. Poseía el talento de un venerable arúspice etrusco, sólo que, en plena y potente juventud, para saber qué podría acaecer en unos años, Basu no examinaba entrañas de animales, sino el fondo de sus propios sueños. Lo hacía de modo inconsciente, por supuesto, pero lo cantaba. Claudia grababa e interpretaba lo mejor que podía esas melodías que Basu, inconsciente, le regalaba cada noche. Y en función de ello diseñaba leves modificaciones de El Gran Relato.
Así, poco a poco, líderes guerrilleros que habían pasado durante decenios por héroes de El Gran Relato aparecían actualmente degradados en documentales y series de televisión, rebajados a una condición más humilde, si no mucho más verdadera, sí más conveniente, por ejemplo, a la condición de neuróticos dolientes, furiosos megalómanos o sádicos crueles. Naturalmente, todas las novedades que se narraban sobre el pasado servían de suplemento de las que ya se habían contado y con las que se debían de coordinar y conectar de modo congruente. «Esta es la esencia de mi trabajo -pensaba Claudia- diseñar espesas nubes de verano o tormentas invernales que se sostengan sobre nieblas y sombras”.
El pueblo de Swamah no gozaba en general con una vasta memoria, el olvido de sus errores y vergüenzas le era tan querido como a todos los demás pueblos del mundo, pero tampoco había sido desmemoriado por completo. Algunas autoridades de otros departamentos del Ministerio de Actualidad trabajaban en ello: en desmemoriar a los espectadores sistemáticamente, pero Memoria, diosa y madre de las Musas, se negaba a desaparecer asesinada por Comprender Poco y Olvidar Enseguida, un efímero y juvenil matrimonio agraciado por el glamur, una pareja de moda en todas las pantallas del reino, perfectamente apta para ofrecer continuo deleite y entretenimiento.
Es verdad que en los monitores El Gran Relato aparecía fragmentado y pocos eran capaces de entender la ilación entre episodios diversos. Aun así Claudia sabía que era preciso edificar el sueño del pueblo sobre bases verosímiles, sobre recuerdos efectivos por débiles y fantásticos que estos fueran, asociados a sus experiencias pasadas o a lo que la gente creía que habían sido sus experiencias pasadas, casi siempre tan efímeras como representadas y nebulosas.
Mientras se duchaba, Claudia perfilaba dos ideas en su cabeza. No usaba esponja ni gel, sólo jabón… Se lo pasaba distraídamente por toda la piel y los secretos rincones de su cuerpo. Se le resbaló, lo rescató maquinalmente, mientras escribía in mente:
«Fue extrema necesidad la que obligó en el pasado al pueblo Zopencu a saquear las aldeas costeras de Swamah, nuestra patria… Por tanto, no debemos juzgar a los zopencu, actuales inmigrantes, que necesitamos para trabajos pesados y baratos, como piratas, mucho menos por aquello que hicieron sus congéneres y antepasados en la Edad de las Nueces (análoga a nuestro Renacimiento)».
O también:
«Es injusto juzgar a los hombres del pasado desde criterios morales actuales, porque para ellos regían otros imperativos éticos muy distintos de los nuestros, aunque no menos exigentes. Por ejemplo, en la Edad de la Canela sólo estaba permitido jollamar los viernes. Conclusión: tratemos con respeto a los zopencu, que tan imprescindibles nos resultan para tareas necesarias, molestas y maquinales”.
Pero en este segundo caso –pensó Claudia- se argumentaba en abstracto, sin relato, y eso era oficio de un departamento distinto, aunque del mismo Ministerio de Actualidad: el Departamento de Persuasión Consciente…
CARTA DE CLAUDIA A LOPE
Amigo mío: No puedo quejarme, a pesar del monzón y de los fastidiosos mosquitos, cuento con un magnífico empleo y los nativos me tratan como a una princesa. Cobro bien y no pago luz ni agua ni alojamiento en el barrio diplomático. Los impuestos son escasos y los shamih gozan de bastante seguridad, salud y bienestar. Convivo actualmente con uno de ellos. Para trabajar voy y vengo de Palacio, andando o en patinete eléctrico, muy extendido, funciona con energía solar y tiene carril propio.
SWAMAH, de «sua», o sea, sí mismo y «Amah» que en sánscrito significa presión y vehemencia, los SHAMIH, que ese es el gentilicio epiceno de los habitantes del diminuto Reino isleño de Swamah, tienen cierta tendencia en efecto a presionarse con vehemencia a sí mismos hasta llegar a ser casi autosuficientes en un mundo que se globaliza sin remedio. Con decirte, amigo Lope, que las esposas siguen llamando «señor» al marido, en su dialecto claro, en el que señor significa otra cosa que allí. Pocas trabajan fuera de casa. Y sin embargo, no son fácilmente mancilladas. Aquí es posible jollamar durante horas y gozar de lo lindo sin perder la virginidad. (Sobre este asunto, no entro en detalles, a no ser que me los pidas denunciándote «viejo verde» y sátiro impúdico. No te enfades, es broma).
Los shamih son pacíficos, pues a cambio de una tranquilidad tal vez única en el mundo han sacrificado el sentido crítico y la capacidad de rebelión que se le asocia. No te equivoques, Lope, aquí se respeta la libertad de pensamiento y expresión. Pero los Mass Media son públicos, sin publicidad o, mejor dicho, todos emiten una única propaganda controlada sutilmente por el Ministerio de Actualidad.
La selva envuelve como una vaina viva la parte animal de los shamih, pero también viven como humanos actualmente, esto es, dentro de un universo de creencias que remiten al pasado, próximo o remoto, en constelaciones de historias y cuentos intencionalmente inventados por técnicos muy cualificados y bendecidos por las autoridades. De este modo, se ha conseguido que la industria cultural del entretenimiento condicione muy sensiblemente el futuro, evitándoles inútiles disgustos.
Todo lo humano es inventado, Lope. También la historiografía, por supuesto. Pero en Swamah se restaura y corrige casi a diario y de manera industrialmente planificada, por ingenieros del comportamiento y por artistas de la persuasión. Se trata de que la Actualidad absorba toda realidad, que no deje nada fuera. Ves cómo de este modo se libra a la población de muchísimos temores infundados y de la mayoría de fatalidades y desgracias que no pueden convertirse en espectáculo de Actualidad.
Swamah es una tiranía benevolente, tecnológicamente desarrollada y con una economía que garantiza prácticamente el pleno empleo. Las élites dominantes sostienen en el trono a un marajá que reina pero no gobierna. El Badajo de Dios, el Borde Húmedo de Eternidad (dos de sus hiperbólicos títulos) vive en una muelle burbuja, rodeado de servidores, jardines, fuentes, drogas y concubinas, como espécimen singular de macho reproductivo al que se mima y se venera. Posee un garaje repleto de coches deportivos de alta gama, pero procesiona subido a un elefante en los días señalados, escoltado por una magnífica tropa bien adiestrada y leal. Cuando un marajá fallece se le sacan tripas e higadillos (se conservan pene y testículos en tinaja sellada), el resto se reduce a momia a la que tres sacerdotes castrados divinizan asegurando su resurrección, de entre sus vástagos se escoge al que se cree mejor dotado para la reproducción (previo análisis de ADN) y se sacrifica al resto en un ritual que dura tantos días como hijos hubiere tenido El Badajo de Dios, degollándose un hijo por día sobre una pirámide amarilla. Entre cánticos y loas al sacrificado, el pueblo se divierte con estas sangrías en que disuelven y excretan su resentimiento por haber sido mandados y humillados a mayor gloria del marajá durante años, ¡y eso que pagan pocos impuestos! Las hijas del marajá corren mejor suerte (o peor, según se mire): se las casa con miembros de la nobleza y hasta pueden elegir marido de entre los pretendientes. Esto se ejecuta en torneos al aire libre, coloristas y divertidísimos. Duran semanas. Los candidatos voluntarios que no consiguen novia real también son liquidados ritualmente, con honores y mediante un veneno que les hace bailar como gansos durante horas hasta que, eufóricos, fallecen.
Por supuesto, en Swamah hay conflictos, pero gracias al Ministerio de Actualidad se solventan como simples problemas narrativos, evitándose toda violencia, modificando suavemente la Historia, es decir, el Gran Relato, y modelando gentilmente el pobre pensamiento de las audiencias y jugadores mediante espectáculos incesantes y concursos de calidad superior.
Por ejemplo, hace poco un tal Mustafá Samuel, un tipo listo de poco menos de treinta años, fundó un grupo anti-natalista que está ganando adeptos en Swamah. Son personas que consideran “inmoral” que los padres tengan hijos por placer, sin pedirles consentimiento ni pensar en las consecuencias de su acto reproductivo.
Fíjate, Lope, el líder de esta secta no se chupa el dedo y sabe que es absurdo pedir consentimiento a alguien que todavía no existe, al nonato. Pero su teoría esgrime argumentos morales y psicológicos difícilmente rebatibles y razones con base metafísica. El razonamiento psicológico es este: si un padre pone el bien de sus hijos por encima del bien propio, como hace la mayoría, sobre todo las madres, no por eso deja de suceder que el niño en sí mismo nazca de un deseo egoísta de los padres. Por consiguiente, es de todo punto falso que los progenitores sacrifiquen sus deseos a favor de los del hijo, que muy bien podría haber deseado no existir. Y por ello consideran que la procreación por puro deseo o por placer es comparable a la esclavitud y al secuestro.
El tal Mustafá Samuel es un niño bien y no tiene queja de sus padres: “Adoro a mis padres y tengo una gran relación con ellos. Mi vida fue increíble, pero no veo por qué debería someter otra vida a la locura de ir al colegio y después a la búsqueda de un trabajo, especialmente cuando no pidieron existir [los hijos, ¡pero tampoco los padres!]».
A estos motivos morales y psicológicos se unen otros de tipo ontológico. Yendo al grano: los miembros de esta nueva religión creen que la extinción de la especie humana es buena cosa. Uno de sus apóstoles, Pratima Naik, alega a favor de este propósito antihumanista el daño que hacemos al planeta. Traer más hijos al mundo acelera este proceso de degradación ambiental y, en consecuencia, también social. Tanto Samuel como Pratima han sido muy valientes porque en Swamah la opción de no tener hijos estuvo hasta ahora mal considerada, pues en el Gran Relato se concebía a los hijos como una bendición divina.
Su autodenominado Movimiento Voluntario para la Extinción Humana enraíza según mi opinión, querido Lope, en aquella vieja metafísica trágica que afirmaba que el mayor y principal pecado del hombre es haber nacido, mito antropológico que a su vez supone que en cualquier caso es preferible No-ser a Ser. En definitiva, se trata de un nihilismo radical, y no disfrazado como pasa en Occidente, pero en este caso se descarga la responsabilidad del hijo por existir en la de los padres por haberle traído al mundo sin mediar su consentimiento (imposible).
Pratima asegura que no quieren imponer sus creencias al resto de la sociedad, pero que “más gente necesita pensar que traer un hijo al mundo actualmente no está bien”. El fin último de este grupo antinatalista es evitar en lo posible la llegada de más bebés por lo que ellos mismos son el primer eslabón de esa peculiar cadena: “Hemos decidido libremente no reproducirnos… ¡Swamah y Shamih libres de niños, ya!».
Por el momento, el Ministerio de Actualidad no ha puesto el grito en el cielo ni ha elaborado estrategias para contener el fenómeno. Pensamos que el grupo ha nacido como consecuencia de ciertos relatos sobre el Medio Ambiente diseñados por el Departamento de Persuasión para conseguir una economía sostenible y reciclar plásticos. Mi departamento es también responsable de haber elaborado reconocidos y hasta premiados documentales sobre el pasado, en los que se insinuaba verosímilmente que el incremento demográfico, por sí mismo, causa o provoca conflictos violentos.
El caso es que no sabemos muy bien cómo encarar este asunto, ni qué modificaciones introducir en El Gran Relato. Es evidente que el partido de Mustafá y Pratima no puede causar mucho mal mientras sea minoritario. Pero la extensión de la secta acabaría con los shamih en poco tiempo. Y el pintoresco y dichoso Reino de Swamah se iría al garete por extinción voluntaria de su población. Veré qué me susurra mi médium, el adivino y encantador Basuchandra, entre abrazos estériles y gozosos, particularmente cuando jollamamos en noches de plenilunio.
Te mantendré informado, Lope. CP.
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José Biedma López
Para La Caja del Entomólogo del Café Montaigne.
Febrerillo el Loco, 2019
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Notas