Élise – [El habitante del Otoño – Segunda antología de cuentos y relatos breves – I] – Isabel Padilla Risco
![Élise – [El habitante del Otoño – Segunda antología de cuentos y relatos breves – I] – Isabel Padilla Risco](https://cafemontaigne.com/wp-content/uploads/EHO-II-1-800x500_c.jpg)
Élise – [El habitante del Otoño – Segunda antología de cuentos y relatos breves]
*

*
No sé si debería escribir esta historia, ya que va a ser volver a lo mismo de siempre: ahogarme en mis recuerdos. No obstante, siento que esta podría ser una buena forma de despedirme de Élise, la joven que me robó el corazón aquella fría tarde de octubre y cuya ausencia me ha estado torturando durante meses… Hasta ahora. Ya es hora de pasar página y asumir que la vida sigue, aunque ella ya no esté conmigo.
Había comenzado mi segundo año de Derecho en una ciudad lejana a mi hogar, y me acababa de trasladar a un barrio que, a pesar de ser relativamente céntrico, hasta entonces ignoraba. Abundaban en él las cafeterías, y fue en una de ellas donde conocí a Élise.
Entré en un local sencillo, aunque con un toque elegante, cuando debía estar en un seminario insufrible (ya ni me acuerdo sobre qué era). Iba con la idea de tomarme algo para despejarme de mi vida académica, tan intensa a pesar de que el curso no había hecho más que comenzar.
Todo lo que había tenido en mente hasta entonces se esfumó cuando la camarera vino a tomarme nota. No era nada del otro mundo, para ser sincero, pero aquella joven de sonrojadas mejillas, vivaces ojos castaños y cabello oscuro recogido en una coleta se me antojó extremadamente atractiva. Según la plaquita de su camiseta se llamaba Élise. Vio mis apuntes, esparcidos por la mesa, y bromeó sobre la memoria que debía tener para aprenderme todo aquello. Yo respondí embobado alguna tontería y ella se marchó, continuando con su trabajo. La observé hacer y en el rato que estuve allí vi que era una persona alegre, que se llevaba muy bien con sus compañeros y cuyo trato con los clientes era estupendo. Sin embargo, la chispa en su mirada se apagó cuando llegó un señor mayor, de pintas burguesas y que nada parecía pintar allí. Más tarde me enteré de que era el dueño del establecimiento y que no caía bien a ninguno de sus empleados por su mal carácter.
Quedé prendado de Élise, y decidí volver un par de días más tarde para verla de nuevo. Aquella segunda vez me sentía más seguro y me atreví a hablarle. Cuál fue mi sorpresa cuando ella se mostró entusiasmada al reconocerme del otro día y conversamos un rato, mientras me tomaba nota y después cuando me trajo mi pedido. Fui sincero desde el principio: le confesé que me había llamado la atención y que me gustaría poder invitarla a un café, si a ella le parecía bien. Ella se rio (con esa risa cadenciosa que parecía llenar todo el lugar) y aceptó. Yo no cabía en mí de emoción, y quedamos en vernos al día siguiente por la mañana, cuando ella libraba. Yo no le dije que me coincidía con algunas clases, aunque tampoco iba a perderme nada que no pudiese estudiar más tarde de los apuntes.
La primera vez que nos vimos fuera de su trabajo yo no podía esconder mi emoción, pero Élise pareció no darse cuenta (o si lo notó, no dijo nada al respecto). Hablamos durante lo que me resultaron ser horas; nos fuimos conociendo poco a poco, y mi fascinación por ella continuó yendo en aumento. Lo mejor fue que al final ella propuso volver a vernos. Aquel segundo encuentro también acabó bien, y poco a poco comenzamos una bonita relación. A medida que pasaban los días y las semanas mis ánimos fueron yendo a más, y aquella ciudad que tan fría y gris me había resultado cuando llegué por primera vez el año pasado ahora se estaba transformando en un lugar lleno de vida y color, y en el que cada esquina guardaba algún recuerdo con Élise.
Pasaron los meses, y las cosas entre nosotros no podían ir mejor… hasta un caluroso día de abril. Aquel día Élise se alejó de mí y salió de mi vida, sin despedirse ni dar explicaciones.
Su relación con su jefe nunca había sido especialmente buena, pero no le gustaba hablar de ello (y si algo la incomodaba, yo nunca la forzaba a hablar del tema). Nunca me llegué a imaginar que aquel señoritingo pudiese ser familia de mi querida Élise; menos aún de que fuese su padre. No había ningún parecido entre ellos, y su relación carecía de afecto y cariño. Ella evitaba tratar con él cuando estaba en la cafetería, y él siempre la miraba con indiferencia (al igual que a los demás empleados). Jamás supe qué había sucedido para que aquella relación se hubiese tornado tan fría y distante, o quizás siempre había sido así… Fuese como fuese, el caso es que el viejo debió de enterarse de lo nuestro y no le agradó en lo más mínimo.
Me di cuenta de que algo andaba mal cuando Élise no apareció a la hora convenida en nuestro lugar de encuentro. La esperé durante diez, quince, hasta veinte minutos. La llamé al móvil y le envié varios mensajes, pero nunca recibí respuesta. Por la tarde ella trabajaba, y fui a verla a la cafetería para pedirle explicaciones, pero cuando me vio se hizo la sueca y fingió que no se había percatado de mi presencia. Sin contemplaciones, fui hacia ella para saber qué era lo que pasaba, o más bien qué era lo que le pasaba… Pero el viejo me cortó el paso.
Fue un intercambio breve de palabras, pero me dejó claro que no era bienvenido allí. Cuando insistí en que necesitaba hablar con Élise, él se puso como loco a alzar la voz, diciendo que nadie se podía acercar a ella, y menos de la manera en la que yo pretendía hacerlo. Cuando quise replicar, un camarero musculoso se acercó al viejo y le preguntó si había algún problema, dedicándome una mirada desdeñosa. Sin ninguna posibilidad contra él, salí del establecimiento sintiéndome furioso e impotente.
Élise no volvió a ponerse en contacto conmigo. A pesar de que no volví a pisar el café, ya que siempre que me acercaba el viejo estaba allí, vigilando que nadie volviese a acercarse a su hija ni intentara nada con ella, la vi en algunas ocasiones. Cuando ella me descubría, observándola con anhelo desde la calle, se apresuraba en desviar la mirada y se centraba en lo que estaba haciendo (ya fuese tomar nota de pedidos o servir platos), como si yo fuese un fantasma de su pasado que la acechaba cuando menos se lo esperaba.
Con el paso del tiempo dejé de ir a verla, y ya hace semanas desde la última vez que lo hice. Todavía me siento un poco reacio a dejarla marchar, pero ya soy consciente de que no puedo recuperarla y de que lo que viví junto a ella fue un simple sueño; uno del que se nos despertó demasiado pronto…
***
Isabel Padilla Risco
About Author
Related Articles
![La casa de Carmen y Miguel – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – XII] – Sebastián Gámez Millán](https://cafemontaigne.com/wp-content/uploads/CM-EHO-11-248x165_c.png)
La casa de Carmen y Miguel – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – XII] – Sebastián Gámez Millán
![Pan con chocolate – Rafael Guardiola Iranzo [Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta» – Ilustración de Gemma Queralt Izquierdo]](https://cafemontaigne.com/wp-content/uploads/Sin-título-6-248x165_c.png)
Pan con chocolate – Rafael Guardiola Iranzo [Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta» – Ilustración de Gemma Queralt Izquierdo]
![El habitante del Otoño [Número especial] – Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta»](https://cafemontaigne.com/wp-content/uploads/JELT-Cartel-copia-248x165_c.png)
El habitante del Otoño [Número especial] – Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta»
![Evolución – María José Edreira Vázquez [Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta» – Ilustración de Gemma Queralt Izquierdo]](https://cafemontaigne.com/wp-content/uploads/ON-248x165_c.png)