Griego para perros – Dos relatos muy breves
Diversión
Una noche salí de juerga con mis compañeros de piso y perdí un dedo. Un tío me lo arrancó de un bocado. Yo no le dije nada a nadie. Preferí regresar a dormir y ya vería a la mañana siguiente. Me envolví el trozo que me quedaba en una servilleta y me metí la mano entre las piernas. Calorcito para la mano y para las piernas. Al despertar aquello no tenía muy buena pinta. En urgencias me preguntaron por el trozo que me faltaba. Imaginé entonces que el tío se lo habría tragado o lo habría arrojado a un contenedor. No lo sé, contesté. Es una pena, si te vuelve a ocurrir, ven inmediatamente con la parte amputada. Así fue cómo empecé a perder trozos de mi cuerpo.
Finisterre
Este es uno de esos lugares que se llenan de gente a la hora en la que el sol se pone. Hasta aquí llegan los solitarios, los tristes, esos temperamentos sensibles que saben apreciar un lugar como éste. Vienen y miran hacia el horizonte con los pies plantados sobre el borde, cuando no sientan sus posaderas o se tumban con naturalidad en un filo. El lugar más aburrido de la tierra, el sol hundiéndose cada tarde en el horizonte hace bostezar a los seres inteligentes, este hastío mineral sólo puede sobrellevarse si alguien se despeña desde aquí. Los muchachos de una excursión escolar se arremolinan sobre el acantilado y levantan una nube de polvo, que les seca la garganta, así que compran unos refrescos en el quiosco, y además unos recuerdos para sus madres. Más tarde regresarán a la ciudad llena de luces, de bares, de mujeres y hombres que se aburren en las tragaperras, en los cines. Pero ellos aún no saben lo que es el hastío. Este lugar es el fin del mundo. Un coñazo insoportable con un hotelito encantador en el faro.
Antonio Báez