Tres cuentos muy breves – Antonio Báez Rodríguez

Tres cuentos muy breves – Antonio Báez Rodríguez

Tres cuentos muy breves 

 

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Desvarío

Siendo todavía estudiante me obsesioné con una vagabunda. Yo quería conocerla, pero no saber mucho de ella. Estar frente a su frente en mitad de la calle tomando el sol, respirar cerca del aire que ella respirara. Yo quería contagiarla. Escribí la historia antes de pensar. Escribí un argumento blando como un trapo, un argumento que no se tendría en pie en ninguna reunión. No había anécdota. Entre la vagabunda y yo nada tendría pies ni cabeza. Algo que no se pudiese contar con una cerveza en la mano, algo de lo que sólo se pudiese hablar sin lenguaje, con ese asco que dan los vagabundos. Nos pusimos uno al lado del otro cuando ella todavía no existía para mí, cuando yo aún no había aparecido en su vida. Estuvimos espalda contra espalda escalando por las costillas de la ruina. Ella dormía en la calle, apareció por la punta de mi calle en aquel piso estudiantil como una luz que se está gastando, con la idea de dormir en aquella calle. Ya está ella acurrucada contra la pared, envuelta en lo que se envuelva. Ya está ella allí, pero yo todavía estoy escribiendo como si ella no existiese, como si todo lo que existiese estuviese contenido en un contenedor de basuras.

 

Basura

Comencé a llenar el cubo de basura con el poder de mi mente, esa telequinesis, un pan mordisqueado, allí puesto, encima de la mesa de la cocina, ¿quién lo ha mordido?, cáscaras de un huevo en el suelo de mi habitación, restos fríos de las cenas de mis compañeros entre los apuntes de Sintaxis, cartas abiertas, el dedo de un chico, mi propio dedo amputado, todo volaba hacia el contenedor, qué hermosa caja de basura a la que le voy a poner un lazo, se la quiero regalar al hombre que hurga todas las noches en la basura en cuanto yo arrojo al contenedor la basura. Hay días en los que las fuerzas de la mente me fallan, entonces camino con mi basura bajo el brazo, la luna me vigila, la llama encendida en los ojos de una rata, el paso deforme de un vecino deforme que se apea de un coche, al que le gustaría ponerme las manos en el cuello y apretar, alehop, piso con el pie la barra del contenedor y con la fuerza del brazo levanto la boca y le tiro a las fauces la bolsa pringosa, que estalla como fuegos de artificio. Ya estoy yo también en la calle, pero a la vagabunda no la he visto. Estoy a punto de tropezar con lo que sea que la cubre, salto por encima y me meto asustado en el portal. Todavía no sabía que tenía la oportunidad de conocerla a ella al alcance de mi mano sin un dedo, mi mano olía mal, a basura. Me había obsesionado con aquella mujer callejera.

 

 

Cíclope

Un ojo se me puso como una sandía, fue una reacción nerviosa. Yo ya era mi monstruo soñado del ojo en la frente, ya era una pobre alimaña como ella, que dormía contra aquella pared y por eso bajaba cada noche a tirar la basura con toda la basura que iba encontrando en el piso compartido con otros estudiantes. Empecé a tirarlo todo. Empecé por las fotos, de niños, de muertos, de novias, de desconocidos, de alcaldes. Y me miró, me miró a mi único ojo, pero no me dijo nada, no apartó la vista, no me vio. Yo no la vi, y ahí empezó todo. No quererla yo a ella ni ella a mí, no escucharla ni olerla, una especie de suposición entre los dos: de que ella y yo éramos un modo de hacer que el tiempo se deshiciese, de destruir aquella calle con todo su vecindario dentro de la calle. Todo más o menos estaba en mi cabeza, el día que le conté mi invención me miró horrorizada el gran ojo hinchado de mi cara. Será mejor que no hablemos demasiado, me dijo, y yo estuve de acuerdo. ¿Querrás subir conmigo a mi cuarto, puedes dormir en una cama? Me he acostumbrado a dormir en la calle sin cama, dentro de este envoltorio que me envuelve. Nunca hablamos más. Quise invitarla un día, hablar con ella, pero no supe cómo hacerlo, no me atrevía a molestarla, me acercaba y la oía respirar y lo que fuese que la envolviese subía y bajaba sobre su pecho. Lo más que conseguí fue llevar con la mente una bolsa de basura que la sobrevoló y se precipitó no lejos, como cuando un avión se estrella y muere todo el pasaje.

 

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Antonio Báez Rodríguez

Categories: Griego para Perros